Al ver detenidamente su indumentaria, se notan las diferencias entre ellos. Algunos lucen equipación nueva: fundas para las pistolas de última generación, gorras impolutas, botas especiales para verano... «Es porque nos las compramos. Hace meses, sino años, que no recibimos equipación nueva», refiere Elías [todos los nombres han sido cambiados porque oficialmente les han prohibido hacer declaraciones]. Sacan un casco de protección. Me dejan que mire a través de él.
-¿Qué ves? -indagan.
-Arañazos y arañazos. Ves el mundo como difuminado.
-Pues no debería ser así.
En la noche, con las luces de la calle no se podría ver nada, como en un coche con el cristal sucio. Por esa razón se descubren parcialmente las viseras. En los encuentros cuerpo a cuerpo con manifestantes violentos son vulnerables en el mentón. «Debemos mantener la distancia. No podemos dejar que se acerquen. Hemos recibido en esa zona pedradas, ataques con botellas. Hay compañeros que llevan varias operaciones de cirugía en la cara. De eso nadie cuenta nada».
Los UIP en toda España no superan los 2.600 agentes operativos. Se quejan del número. «En países con características similares a los nuestros como Francia, Italia y Polonia, hay el doble o el triple de personal».
No pueden explicar sus horarios porque se han vuelto anárquicos. «Oficialmente, hay tres turnos: de siete de la mañana a tres de la tarde, otro desde las 14:30 a las 22 horas y de 21:30 a las siete». No se cumplen. «Estos últimos cuatro meses apenas hemos descansado. Han sido jornadas maratonianas donde hemos cancelado cumpleaños de niños, reuniones familiares, vacaciones anuladas... Sabemos que es nuestro deber pero todos tenemos límites». Ya es normal que haya agentes que trabajen más de una semana seguida sin descansar. Los divorcios están a la orden del día. Hay distintos comunicados realizados -meses antes de la actual situación- por distintos sindicatos como la Confederación Española de Policía que advierten de la excesiva carga laboral y los peligros que conllevaría.
Un antidisturbios de barba de tres días, bien delineada, pelo rubio oscuro, treinteañero, añade. «Dicen que nos drogamos. ¡Que vamos hasta arriba de coca sin ninguna prueba! ¡Cómo vamos a estar más de 15 horas seguidas trabajando en esa condición! Te digo más, con nuestros salarios no podríamos pagarla...». Los miembros de este escuadrón, aunque muchos creen que reciben sueldos estratósfericos, sólo ganan de media 200 euros más que un policía de a pie [pasa lo mismo con los Tedax y con otros equipos de elite]: unos 1.700 euros.
-¿Qué opinan del movimiento 15-M? -le pregunto a uno de los responsables del grupo.
-Pues que tienen razón en muchas cosas que plantean. Todos queremos un cambio. Deseamos que las cosas sean mejores. Pero debo decir que muchos de los que ahora salen en la televisión no son miembros del movimiento inicial. Son parte de grupos antisistema radicales que sólo buscan el caos. Ese ha sido parte del problema...
«Todos miramos con respeto lo que ellos parecían representar, pero eso se ha perdido. Buscan el desorden público. ¿Crees que 5.000 personas -no son más en la mayoría de las últimas manifestaciones- pueden paralizar una ciudad de millones de habitantes? ¿Podemos permitir que, en algunos casos, grupos de 100 o menos corten la Gran Vía cuando les da la gana?», completa un subordinado.
Atrás se escuchan los cánticos de una pequeña protesta. No más de un centenar de trabajadores despedidos de una multinacional. Los UIP no se mueven de su puesto. «No es el caso pero, si quisieran cortar la calle, ¿con qué autoridad les decimos que no pueden? ¿Por qué a los del 15-M sí y a ellos no? Es pura política».
Ramón, pelo rapado, espaldas anchas, gafas de surfista, ojos verdeamarillos, añade: «Es culpa de las decisiones tomadas por las autoridades. ¿Te explicarías que se permita una marcha neonazi en los días del orgullo gay? Seguro tendría que renunciar el responsable. Se ha permitido que dos grupos antagónicos se enfrenten, en un lugar como la Puerta del Sol, en los días de la visita del Papa».
«No soy católico. Soy agnóstico, pero no se puede permitir que niños de 13 y 14 años reciban insultos y golpes por llevar un crucifijo. Eso sucedió y no vi ninguna foto. Y a eso le llaman tolerancia».
Sentados con un par de antidisturbios en un bar, ya de descanso, con ropa de civil, vemos el polémico vídeo donde se ve a varios agentes dando porrazos: a una chica primero y después otro en la nuca a un fotógrafo [Daniel Nuevo, su testimonio en el texto de apoyo]. Lo miran atentos. Vociferan.
-¿Una autocrítica? Los golpes no se pueden negar... -indago
-Fríamente y sin justificar determinados hechos. ¿Cuáles han sido las consecuencias físicas reales? ¿Han sido graves? Ninguno ha necesitado asistencia médica. Nosotros sí que hemos tenido compañeros de baja recibiendo atención médica, con cirugías maxilofaciales incluidas -asegura Emilio Martín Dueñas, coordinador de las Unidades de Intervención Policial del sindicato UFP, Unión Federal de Policía, el único antidisturbios que puede dar su testimonio con nombre y apellido.
GOLPES Y ESCUPITAJOS
«Con ese método de defensa [un gomazo] se busca inmovilizar a la persona, pero no pretendemos hacerle daño. Lo máximo que le causa es un moratón», añade el agente que le acompaña. «¿Por qué no se enseñan los ataques que recibimos?». Ha trascendido que, por orden superior, esas grabaciones no podrán verse públicamente. Imágenes de manifestantes orinándoles en las botas. Golpeándoles apenas se descuidan. Escupiéndoles en la cara... «Van más de 40 compañeros heridos desde que comenzó todo esto».
-¿Qué hacer ante ello? ¿La carga de estrés, las horas de trabajo, las agresiones que afirman recibir no condicionan sus actuaciones?
-Estamos preparados para eso. Aguantamos, pero cuando nos dan órdenes tenemos que cumplirlas. Si nos dicen que desalojemos la calle, lo vamos a hacer. Nuestra misión es que grupúsculos no puedan paralizar una ciudad.
«¡Sucios, moved el culo!». «¡Guarro, toma! [y un porrazo]». «Jódete» [otro guantazo]... Distintos manifestantes les acusan de lanzar improperios tan vulgares como estos, todos acompañados de ataques físicos. Los policías exigen que muestren las pruebas. En cambio, ellos aseguran que tienen cronometrados los insultos recibidos en las manifestaciones: cuatro horas, de media. «Nos dicen "asesinos", "hijos de p...", sin contemplación. Por las amenazas que recibimos deberían ser multados, siguiendo la ley, por entre 500 y 1.000 euros. ¿Sabes a cuantos han sancionado? A ninguno».
«Llevaremos unas 600 horas de ofensas verbales, por agente, en los últimos cuatro meses. Nos amenazan de muerte por las redes sociales y nadie investiga». Recuerdan también la cantidad de denuncias falsas interpuestas contra ellos. Hasta de abusos sexuales. «Les vamos a arruinar la vida. Vamos a contar que nos han violado», les dijeron dos chicas. Efectivamente, lo hicieron. Se demostró que era un montaje. El informe forense desmontó el ardid. Una de ellas llegaría a confesar. «No les pasó nada».
El ministro del Interior, Antonio Camacho, ya ha calificado su actuación. Considera que «se han extralimitado». También reconoce las largas jornadas vividas y las agresiones recibidas por los agentes.
«Nos querellaremos contra él, contra Rubalcaba, [ex titular] y contra la delegada del Gobierno de Madrid. Eso, además de pedir su cese inmediato», asegura Emilio Martín, 31 años en el cuerpo.
«Tenemos una policía bastante modélica y proporcionada en todas sus actuaciones. Excelente, muy valorada por los ciudadanos. Sus méritos se los han ganado día a día. Otra cosa es que algunos no hubieran cumplido correctamente su cometido y se apliquen las sanciones que correspondan», declara a Crónica el secretario de Estado de Interior, Justo Zambrana.
El espíritu de unidad de los UIP no se ha quebrado. Ven sus actuaciones como las de un grupo unido. «Nuestros éxitos y fracasos son el resultado de ser y actuar como un sólo cuerpo», afirma Martín.
Las reticencias aumentan. «Temo que me expedienten. Podríamos recibir una sanción grave por charlar contigo pero es necesario», dice el miembro de UIP que le acompaña. «Lo último es la caza al policía, como ellos lo llaman. Inadmisible».
Un par de antidisturbios posa frente a una pared amarilla. Exhiben su viejo equipo con orgullo marcial. El más alto rastrilla el rifle de bolas de goma. Únicamente comprueba que está descargada
Por DANIEL NUEVO
28/08/2011
LO QUE ME COSTÓ ESTA FOTO
Todo sucedió tras la carga policial en la Calle Carretas de Madrid, el 18 de agosto. Vi a un grupo de unos 15 policías que se dirigían a la calle Atocha. Tras identificarme como fotógrafo «freelance» me ordenaron situarme detrás de ellos. Filtraban a la gente que podía pasar. Comencé a hacer fotos y el flash me delató. Había retratado cómo habían agredido a una menor [arriba, en la imagen]. «La cámara, dame la puta cámara» fue lo que escuché inmediatamente antes del primer porrazo. No entendí nada. Sólo estaba haciendo mi trabajo y nunca abandoné el lugar que ellos me indicaron. Recibí varias patadas y puñetazos. Pero vino lo peor. Un porrazo en la nuca me paralizó por completo. De pronto dejé de sentir que tenía un cuerpo y me desplomé. Ahí supe qué es el miedo. No sentía mi cuerpo, daba órdenes a mis brazos para sujetar la cámara pero eran inútiles. Desde el suelo seguía viendo como me miraba un policía. Se me nubló la vista y perdí la conciencia un par de segundos. Cuando la recobré, el jefe había ordenado retirada. Un agente encontró la funda de mi objetivo tirada. «Es mía», conseguí decir. El parte médico dice, entre otras, que tengo «una contractura de la musculatura prevertebral y movilidad limitada por dolor». Describe los moratones, principalmente uno producido en la cara anterior del muslo. Pero seguí con la cámara en mis manos, no se alejó de mí ni un solo segundo.
JOSÉ MANUEL VIDAL
28/08/2011
católicos y laicos en el circo urbano
¿Es posible la paz entre laicos y católicos en España? Sí, aunque la foto captada el pasado 17 de agosto parecezca indicar lo contrario. El ateo más conocido dice que no hay guerra
El laico, ya talludito, de pelo cano, increpa y vocifera, con los ojos desorbitados, a la chiquilla católica, que se tapa los oídos como puede, se aferra al crucifijo que lleva al cuello y trata de escapar. La foto de la agencia Reuters de Susana Vera lleva la fecha del 17 de agosto. Un día antes de la llegada del Papa a Madrid o el día en el que los mal llamados laicos organizaron en el centro de la capital una marcha anti Papa o contra el excesivo gasto de las administraciones públicas en la visita papal. La marcha se saldó con media docena de detenidos y varios heridos. Con enfrentamientos con los antidisturbios y la consiguiente polémica por su actuación. Con agresiones, la mayoría verbales y algunas físicas, de los ateos contra los católicos.
¿Qué le dice el ateo a la chiquilla católica? Cualquier cosa menos bonita. Puede que alguno de los eslóganes que se coreaban en la marcha: «Iros a misa», «El Papa es un nazi» o «Tu mochila te la pago yo». El caso es que sólo mirarlo da miedo y pena. ¿Refleja la instantánea la situación que se vive en las calles de España? ¿Es así de visceral y radical el enfrentamiento entre los laicos y los católicos?
En las plazas y calles españolas no hay guerra abierta, ni mucho menos, entre laicos y católicos. Al contrario, son muchos los católicos que forman parte de los Indignados y los hay incluso que participaron en la marcha laica contra el gasto de la visita papal. Como Evaristo Villar, sacerdote, líder de Redes Cristianas y de la Iglesia de base de Madrid, que considera «hubo un vacío de protección durante la marcha laica y grupos provocadores dentro de estos jóvenes tan tiernos en apariencia». Eso significa que «algunos extremistas piensan que seguimos viviendo en un Estado teocrático».
Pero sólo los extremistas. Porque, según la Constitución, España es un país «aconfesional», pero con un catolicismo tan mayoritario que hasta la propia Carta Magna cita explícitamente a la Iglesia católica. Un país aconfesional, pero que fomenta y protege lo religioso como un valor personal y social. Además, están vigentes los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979, que conceden a la Iglesia una presencia especial en el sistema educativo, así como ayudas a su financiación. Los Acuerdos tienen rango de tratado internacional y, mientras no se deroguen, protegen al catolicismo como un bien social y un agente socializador.
Insigne ateo, Santiago Carrillo asegura a Crónica que «no hay guerra abierta entre laicos y católicos». Eso sí, a su juicio, «la situación no ha mejorado con la visita del Papa». Al contrario, «esta concentración juvenil, que podría haberse orientado de una forma más abierta y servir a la solidaridad y a la unidad de los españoles, ha sido pura y simplemente una invasión de Madrid por el Vaticano o una alianza del Vaticano con el PP, que ha enrarecido más las relaciones entre católicos y ateos». Por su parte, la jerarquía de la Iglesia se siente, una vez más, agredida por los convocantes de la marcha laica anti Papa, a los que el obispo-portavoz, monseñor Martínez Camino, tachó de «parásitos» y el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, llamó «paletos». Una dialéctica acción-reacción, que se desorbitó en el Madrid de la semana de la JMJ, convertido en un set mediático mundial.
No hay trincheras por la cuestión religiosa, pero sí extremistas de ambos lados. Ni el hombre vociferante de la foto ni el voluntario de la JMJ detenido por pretender atacar con gases a los laicos. La convivencia social entre ateos y religiosos es casi perfecta en una España católica. Los católicos siguen siendo una mayoría clara, pero mengua cada año: el 71,7% de los españoles se declaran hoy como tales, frente al 82,1% en 2001. Más de 10 puntos de caída en una década. Los ateos y los no creyentes ya son uno de cada cuatro ciudadanos: se han encaramado al 24,3% frente al 14,6% de 2001, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). El resto cree en otra religión (2,4%) o no contesta.
Los católicos menguan, pero entre siete y 10 millones siguen yendo a misa todos los domingos. Por eso presumen los obispos, y con razón, de que sólo la Iglesia es capaz de reunir, en torno al Papa, una multitud bíblica, como la congregada en Madrid. Además, el problema de la Iglesia no son los ateos ni los laicos ni los agnósticos, sino los indiferentes. La constante hemorragia de fieles se instala en la indiferencia religiosa. O, como dice el cardenal Rouco, en «la apostasía silenciosa».
¿Es posible la paz entre laicos y católicos? Santiago Carrillo está convencido de que «sí, desde el respeto mutuo», pero pide a la jerarquía «una nueva actitud, distinta a la que mantuvo durante la República y la Dictadura». A su juicio, «la Iglesia tiene que ponerse al día y no actuar como una base sólida de la derecha más extrema, sino abrirse a la realidad existente y a la que se anuncia».
Una Iglesia católica más samaritana y menos triunfalista, que también piden desde los sectores más progresistas de la propia Iglesia. «Todo se podía haber hecho de manera mucho más sencilla, sin querer imponerse por las calles de Madrid», dice el teólogo salmantino Xabier Pikaza. «Me sobra este afán de todos por quererse hacer fotos con el Papa», constata Pikaza, que critica los «protocolos de tiempos de la cristiandad», con políticos besando la mano y haciendo la genuflexión ante Benedicto XVI. La paz religiosa es posible y ya existe