sábado, 28 de mayo de 2016

El artículo póstumo de Fernando Múgica



Libertad Digital

 - 09:06:51 - 
Hoy publica el periódico digital El Español, de Pedro J. Ramírez, un artículo póstumo de Fernando Múgica, elaborado a partir del prólogo de un libro que estaba escribiendo. Permítanme recomendarles que entren Vds. a El Español para ver el artículo completo. Y que, como aperitivo, les lea los párrafos iniciales de ese artículo:
Una de las personas más importantes del Gobierno de Aznar me hizo varias confidencias junto al mar. Fueron muchas horas de conversación durante dos días de verano. Hubo solo un mensaje que repitió en tres ocasiones.
"A mí lo que siempre me ha fascinado" -me insistió- "es por qué no has tenido problemas físicos. Sigues empeñado" -se refería claro está a la investigación sobre el 11-M- "en pasar de la cascarilla. Lo que me asombra es que a tu edad sigas con esa fantasía de que vas a poder llegar más allá de la espuma de lo que pasó. Estás loco. Tú eres perfectamente consciente de que en el momento en que traspases la espuma de la realidad duras exactamente 24h".
Y tenía razón. El conjunto de datos de la investigación policial que dio lugar al sumario y, más tarde, a la sentencia del 11-M constituyen una simple y gigantesca cascarilla. La razón de Estado, apoyada con el doble estímulo del terror y las prebendas, se impuso entre las fuerzas del orden para fabricar esa espuma envolvente que tanto nos ha distraído.
Los más escépticos entre los periodistas, los políticos y los agentes de la ley, fuimos laminados. A otros se les estimuló con reconocimientos, ascensos o traslados a diferentes embajadas. Se colocó en puestos clave de control a tres policías incondicionales del nuevo Gobierno, aunque para ello tuvieran que sacrificar durante una temporada a la maquinaria engrasada y eficaz de la Unidad Central de Inteligencia. Se controlaron llamadas y ordenadores. Se cambiaron cerraduras y protocolos.
Al final, unos antes y otros después, todos los cuerpos de seguridad terminaron apoyando una versión en la que cada cual trató de introducir a sus culpables. Fue una batalla sin cuartel, y contra reloj, de fabricación de pruebas, camuflaje de listados de teléfonos y tarjetas y terminales que llegaron a detenciones anticipadas y arbitrarias.
Uno de los errores más grandes que hemos cometido a lo largo de la investigación es considerar que las Fuerzas de Seguridad del Estado actuaron desde el primer momento con una única intención.
La realidad es que en los primeros dos meses tras el 11-M se produjo una batalla salvaje entre los distintos organismos policiales y de inteligencia. Cada grupo se enrocó, se impermeabilizó por instinto, ante la brutal sorpresa de los atentados. Cada departamento razonaba, dentro de su muralla, que si no habían sido los suyos, ni la gente que ellos controlaban, tenían que estar implicados los demás. Se montaron, unos a otros, escuchas y seguimientos porque nadie se creía que aquellos primeros personajes que ciertos departamentos de la policía presentaban como autores tuvieran nada que ver con lo sucedido.
El asunto era muy grave así que se exigieron pruebas de fidelidad, se desenterraron viejas hermandades de los años 80 y 90, como el clan de Valencia, los de Barcelona o los guarreras de la vieja Brigada de Interior. Tardaron varias semanas en ponerse de acuerdo y al final lo hicieron convencidos de que seguir por ese camino nos podía llevar a todos a una catástrofe mucho mayor de la que había sucedido.
La matanza ya no tenía remedio. El cambio político no tenía marcha atrás. Hubo un juramento por el que nadie iba a responsabilizar de nada a ningún colega si se llegaba a un consenso férreo sobre los culpables. El linchamiento público de Agustín Díaz de Mera, ex Director General de la Policía, -un político que no pertenece al Cuerpo- cuando quiso salirse del guion, camina en esta dirección.
Un oficial antiterrorista de la Guardia Civil definió la situación, delante de sus hombres, de una forma impecable: "El PP ya está jodido hagamos lo que hagamos. Esto se lo van a comer los moros. Son tan gilipollas que al final ellos mismos van a convencerse de que lo han hecho. Se acusarán mutuamente para salvar el culo. Y el que hable, ya sabe, está muerto".
Una consigna parecida caló en todos los estamentos de seguridad. No faltaban, claro está, los que aplaudían con las orejas por el cambio de régimen que los atentados habían alentado. La marcha del odiado Trillo o del prepotente Aznar -¡cómo aplaudían los de Información de Zaragoza en la noche del 14-M!- era un alivio para muchos. Pero la conspiración de silencio rebasó cualquier inclinación política.
Antes de llegar a ese pacto hubo una batalla sorda por averiguar implicaciones y complicidades. Todos querían guardarse munición -y lo hicieron- por si venían mal dadas...
La sentencia no ha sido más que la consagración salomónica de la parte de la versión oficial que resulta suficiente, de cara a la galería, para pasar página por parte de las distintas corrientes. Ha dejado al descubierto, sin embargo, suficientes lagunas como para que nadie pueda proclamarse vencedor.
Hasta aquí el aperitivo. El artículo de Múgica es mucho más largo y conviene leerlo despacio en su totalidad. Así que entren en El Español y léanlo.
No coincido con todos los detalles que en ese artículo se exponen, pero sí con las líneas maestras: le versión oficial del 11-M – difusa, contradictoria e incompleta – es una monumental patraña improvisada después del atentado. E improvisada no por uno, sino por varios grupos distintos, todos los cuales querían tomar el control de las investigaciones introduciendo sus propias pistas falsas, sus propias trampas y sus propias cabezas de turco. Había que decidir a quién cargarle el muerto de la masacre y lo malo es que cada grupo en liza quería construir su propia historia y evitar que los demás ensamblaran la suya. De ahí que los distintos aspectos de la versión oficial no encajen ni a martillazos. Y todos ellos jugaban contra reloj, primero por las elecciones y luego para evitar que algún otro grupo se adelantara en la introducción de pruebas falsas y se hiciera con el control de la instrucción sumarial. De ahí la inmensa chapuza de alguna de las pruebas inventadas.
Como por ejemplo la madre de todas las pruebas, la mochila de Vallecas, en la que cometieron el error de introducir metralla, a pesar de que en los cuerpos de las víctimas del 11-M no había metralla terrorista. Parece un error excesivamente grosero hasta para el más chapuzas de los chapuzas, hasta que uno se da cuenta de que tuvieron que improvisar aquella mochila a toda prisa durante la tarde del 11-M, cuando los datos eran confusos y las informaciones, los rumores y las conspiraciones se sucedían a toda velocidad.
Pero lo más llamativo, leyendo el denso artículo de Múgica, son los silencios: los silencios de aquellos que están siempre dispuestos a ver conspiraciones de la CIA en cada atentado islamista y que en el 11-M tropiezan con una barrera insalvable que les impide incluso pensar en el tema. Los silencios, por ejemplo, de los willytoledos de este mundo, dispuestos a denunciar como operaciones de falsa bandera los atentados de Paris a partir de los indicios más endebles, y que sin embargo callan con el 11-M, a pesar de las abrumadoras pruebas de manipulación, de falsificación y de montaje. ¡Milagros de la programación social!
En realidad callan precisamente porque hablar significaría reconocer cómo nos manipularon a todos, cómo dividieron a los españoles en dos bandos: si es Vd de derechas, tiene que creer que ha sido ETA; si es Vd de izquierdas, tiene que creer que fue Al Qaeda. Y todo con el objetivo de que la opinión pública no llegara a plantearse la cruda realidad: ¿y si no ha sido ninguno de los dos? ¿Y si no fueron ni ETA, ni Al Qaeda?

La mejor manera de que la sociedad no se cuestione las manipulaciones, por groseras que sean, es enfrentar a unos contra otros e introducirles en una disyuntiva falsa con la que ocultar la verdadera explicación: que el 11-M fue una operación de inteligencia, no un atentado terrorista.