El subinspector jefe del equipo de artificieros y NRBQ de la Policía Nacional en Aragón ha neutralizado casi 1.500 explosivos y visto morir a 14 compañeros de su especialidad en 41 años de carrera profesional.
El subinspector de la Policía Nacional Félix Hernández se estrenó como técnico en desactivación de explosivo (Tedax) de la peor manera posible. El 5 de abril de 1979, en Pamplona, ETA mataba al dueño de la cafetería El Mohicano, frecuentada por policías y guardias civiles. Un artefacto compuesto por goma-2 conectado a un dispositivo de relojería, que había sido colocado a las 21.00 en el depósito de agua de los aseos de caballeros, estallaba dos horas después, tal y como había sido programado por los terroristas.
Eran unos años duros en España, en plena transición democrática, en los que actuaban varios grupos terroristas a la vez. «En aquel momento el objetivo de ETA éramos los policías y, por ende, los tedax. Colocaban trampas, nos engañaban. Era un juego macabro entre nosotros y los terroristas. Les llamábamos las trampas ‘ven y ven’ porque las colocaban para que cayera el primer policía que llegaba», rememora el subinspector.
«El objetivo de ETA éramos los policías y, por ende, los tedax. Colocaban trampas, nos engañaban. Era un juego macabro entre nosotros y los terroristas"
En Pamplona estuvo destinado varios años, también en Alicante, hasta que en 1989 llegó a Zaragoza, donde ha hecho toda su carrera. En 41 años de profesión, ha visto morir a 14 compañeros de su especialidad. Con una memoria envidiable, Félix Hernández puede hablar de todas y cada una de las bombas colocadas por bandas terroristas con las que ha tenido que lidiar –bien para desactivarlas o bien para analizarlas una vez que habían estallado– y recuerda sus características e incluso la autoría material.
En cuatro décadas ha visto evolucionar su trabajo y el de los terroristas. Indica que hubo un hito que supuso un cambio radical en la evolución del terrorismo: el paso del temporizador al radio control. «A partir de ese momento, hablamos de 1983 o 1984, surge el coche bomba que, obviamente, hacía todo más peligroso», explica. «Desde entonces tuvimos que luchar con más riesgo porque el terrorista se coloca en un lugar mejor y elige el momento que quiere», cuenta.
Campañas de costa y ferrocarril
El
manejo de los temporizadores permitió a los terroristas de ETA planear
lo que se llamaron ‘campañas de costa’ o de ‘vacaciones’. «Entonces
empezaron a colocaban bombas con tres con cuatro o cinco meses de tiempo
en las playas o las vías férreas», explica.
«Aquí, en Aragón, en Samper de Calanda, tras pegarnos toda la tarde del 25 de diciembre de 2003 buscando el artefacto en la vía férrea, no lo encontramos. Hubo que ir a buscar al terrorista para que nos dijera dónde la había puesto. En el interrogatorio no lo dijo exactamente pero, por lo que contó, calculamos el lugar en un radio de 150 metros. Al final, la localizamos y desactivamos», dice.
La evolución ha sido enorme también en las técnicas como en el material empleado: «El terrorista es un hombre que vive y conoce el mercado y siempre coge aquello que tiene a mano. Lo que más le interesaría es pillar explosivos plásticos militares, que son los mejores que hay pero, como no los tiene, se los fabrica él. Va al mercado secundario y coge lo que puede».
Admite que, ahora, con internet, el escaparate se ha ampliado: «Internet hace que se den casos como el que hubo en 2017 en el Camino de las Torres donde un señor (se refiere a Alfonso S., de 38 años) estaba fabricando TATP (triperóxido de triacetona), lo que llaman el explosivo yihadista, y se puso a fabricarlo con unas normas publicadas en internet. Pero resulta que hacerlo es bastante más dificultoso de lo que parece (le explotó y perdió varios dedos)».
Pedagogía y muertes anunciadas
El
subinspector incide en que internet sirve para muchas cosas, incluso de
pedagogía de lo que «no» hay que hacer. Cuenta que cuando vio un vídeo
grabado en Alemania por unos jóvenes que estaban fabricando TATP –«y
daban vueltas al producto con una navaja»– sabía que era una muerte
anunciada. «Y así fue», asevera.
Insiste en que el triperóxido de triacetona es un material «muy inestable». Así se demostró con el chalé que voló en Alcanar con dos yihadistas dentro, horas antes de que el resto de la banda atentara en 2017 en las Ramblas de Barcelona y en Cambrils.
En esta última localidad costera, los terroristas iban pertrechados con cinturones de explosivos, una novedad para los artificieros españoles. ¿Qué se hace en una situación así? «Es un problema que hasta la fecha no he tenido, pero lo hemos interiorizado y planteado», responde. «Es bastante peligroso –añade– porque si partimos de la premisa de que ese señor piensa suicidarse, cuando yo me vaya a acercar y me vea próximo, tocará el interruptor, ya que no tiene nada que perder. Yo, con autorización judicial, intentaría acercarme con mi robot y solucionarlo a distancia».
El subinspector admite que cabe la posibilidad de que los explosivos sean falsos, pero subraya que los policías que tienen que actuar siempre como si fueran buenos. «En mi trabajo no vale el me he equivocado», afirma, sobre todo con la experiencia que le proporciona todos los años en que ha bregado con las trampas de ETA y los artefactos simulados que preparaban para engañar al especialista.
Como ejemplo, expone que en el año 1991, en la calle de La Verónica de Zaragoza, el Grapo atracó un furgón blindado. «Para facilitar la huida, nos colocó una granada. Nosotros no sabíamos que era falsa, como así era. Tuvimos que tratarla como si fuera real. Pero claro, ahí ya perdimos un tiempo», señala.
Aún así, resalta que los tedax nunca dan un tiempo por perdido. «Para nosotros es esencial adoptar siempre las máximas medidas de seguridad. Primero para las personas y luego para las cosas. Así no tendremos problemas ni nosotros, ni las personas ni las cosas», subraya.
Grapo reapareció después con otro atraco a un furgón blindado con funestas consecuencias. Fue en abril de 1993 en la calle Madres de la plaza de Mayo, en la Bombarda. Aquella acción terrorista les costó la vida a tres de los cinco miembros del grupo criminal, pero también se llevaron por delante la del vigilante de seguridad Manuel Escuder y dejaron en silla de ruedas a su compañero Ignacio Hernández.
«En el atentado de la calle de la Verónica, los grapos dispararon contra el cristal de seguridad del blindado, pero no consiguieron que se bajaran los guardias. En el segundo, colocaron un artefacto explosivo en la puerta y otro debajo; pero el de la puerta se les cayó, y fue el que causó la muerte de los tres terroristas y del vigilante y dejó varios heridos», cuenta.
En cuanto a ETA, Félix Hernández conoce perfectamente la huella de este grupo asesino en Zaragoza. El atentado más terrible fue sin duda el de la casa cuartel de la avenida de Cataluña. Pero destaca que el que se cometió el mismo año, 1987, contra un autobús militar a su paso por la iglesia de San Juan de los Panetes –en el que murieron asesinados el comandante del Ejército Manuel Rivera y el conductor Ángel Ramos Saavedra– podría haber sido «mucho peor (iban 44 personas)».
El miedo es necesario
«En
ese atentado hubo suerte –dice sin vacilar–. Los terroristas no
supieron sincronizar emisor y receptor con la velocidad del vehículo. Lo
que digo parece fácil, pero es difícil. Eso evitó que la bomba cogiera
de lleno el autobús».
Su
arriesgado trabajo ha salvado muchas vidas. Al preguntarle por el miedo,
Félix reconoce que es «necesario». «Si no tienes miedo eres un
irresponsable. Hay que tener miedo. Distraerlo y vencerlo. Es innato y
lo tenemos todos», manifiesta. ¿Su familia se ha alegrado de que se
jubile: «No les he preguntado».
Bombas de la Guerra Civil
El
subinspector jefe de los Tedax y NRBQ de la Policía Nacional en
Aragón, Félix Hernández, acumula una gran experiencia en la
desactivación de bombas de la Guerra Civil: ha intervenido en cerca de 1.474 neutralizaciones.
La tierra aragonesa, especialmente la de Teruel, quedó sembrada de
explosivos. Aunque no con el mismo ritmo que años atrás, cuando grandes
obras como la A-23 o los cinturones de los barrios hicieron aflorar
muchos de ellos, ocho décadas después siguen apareciendo. Recuerda el
caso del joven herido gravemente cuando limpiaba un almacén en Teruel.
«A raíz de aquello se creo mucha sensibilidad en ciudadanía y el
entonces jefe de Policía, Jesús Navarro, tomó conciencia de la situación
e hizo difusión de estos peligros. Nos llamó mucha gente y nuestro
trabajo aumentó mucho». Félix pide la máxima precaución y alerta: «No
podemos permitir que el último muerto de la Guerra Civil esté por caer»