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Rafael Valdenebro, padre de dos hijos, trató de evitar una masacre infantil cuando murió manejando un explosivo colocado en Tenerife por el grupo terrorista que lideraba Antonio Cubillo. Sus autores quedaron libres ese mismo año
Era un artefacto con mecánica de relojería colocado en una sucursal del entonces Banco de Vizcaya en La Laguna (Tenerife) y que contendría ocho cartuchos de goma 2. Valdenbro, de 27 años de edad, recibió heridas graves cuando trasladaba el explosivo desde la fachada de la oficina bancaria a una zona donde hubiese menor grado de daños para los ciudadanos. Natural de Montilla, en Córdoba, estaba destinado en Tenerife desde hacía tres meses.
Sabía lo que era una familia. Era esposo y padre de dos niños, Rafael, de dos años, y Miguel, de siete meses. Por eso, no pudo resistirse a trasladar el explosivo porque «había tres chiquillos en el piso de arriba y no hubo manera de que la Policía con los megáfonos consiguiese que se metiesen para adentro. Estaban solos, sin sus padres», decía al que era gobernador civil de Tenerife Luis Mardones en el hospital.
La amenaza terrorista se hizo a través de un periódico local y se generó en el momento de explotar cerca de la calle Obispo Rey Redondo. El salvaje atentado dañó cara, tórax y, por ejemplo, obligó a amputarle una pierna del agente especializado en desactivar bombas. Los comercios de la zona fueron destruidos por la explosión.
Era una criminal bomba trampa y fue detectado por agentes de Policía tras la llamada. Antes del traslado del explosivo Rafael Valdenebro hizo algunas comprobaciones y todas daban resultados negativos. Pero el paquete bomba se rompió y se llevó por delante al artificiero.
«Yo sentía que me moría», dijo antes de fallecer
Antes de morir, explicó a sus superiores que «cuando llegamos nos acercamos al paquete y lo quitamos de la ventana donde estaba colocado. Habíamos calculado que nos quedaba de tiempo unos ocho y nueve minutos».«Después de coger la carga la agité un poco y pude comprobar que se trataba de un reloj de plástico. Cuando me disponía desactivarla se encendió una luz roja, Rápidamente al ver que iba a estallar, traté de arroparla con una manta antiexplosiva con el fin de que la onda expansiva no me ocasionara importantes daños. Pero no tuve tiempo».
Autores, libres el mismo año
Después de la explosión, antes de morir, explicó que «unos compañeros que me introdujeron en el coche patrulla lloraban desesperados» mientras «yo sentía que me iba a morir, me retorcía de dolor y me agarraba con fuerza a ellos, como queriendo que no me dejaran marchar, pues no quería morirme».Después de aquellas palabras por el sanguinario atentado de los seguidores de Cubillo permaneció trece días vivo en el Hospital Universitario de Canarias. Fue enterrado en Córdoba el 11 de marzo de 1978 con honores de todos los cuerpos y fuerzas de de seguridad del Estado.
La Guardia Civil encontró a los culpables de este ataque al Mpaiac. Se detuvo a Fernando José Domingo Valcárcel Rodríguez y Miguel Pardo de Donlebún Macías. Libres porque se acogieron a la norma de ambistía en España de ese mismo 1978. El rechazo de la sociedad canaria fue total. Para acogerse a la norma los separatistas sí se consideraban españoles.