Reconozco que me estoy divirtiendo mientras contemplo el desconcierto generado por la irrupción de Unión Progreso y Democracia en las instituciones locales de once comunidades autónomas y en la Asamblea de Madrid. Los dirigentes del PSOE y del PP (y en menor medida de IU, aunque en el caso de este último partido bastante tienen con analizar cómo es posible que el batacazo del PSOE les hayan reportado solamente un 0,8% de votos desde las últimas municipales) están que no salen de su asombro.
Lo primero que les sorprende es el hecho mismo de que nos hayamos colado entre la maraña de trampas que habían construido para evitar que nada que no fuera el bipartidismo obligatorio (y/o sus adherencias) pudiera llegar a los ciudadanos y recabar su confianza. No contentos con una ley electoral que aleja de las urnas a quienes tienen decidido no votar ni al PSOE ni al PP (por esa mentecatez que ha traspasado las barreras de la comunicación y que se da en llamar el voto útil), ambos partidos junto con sus corifeos mediáticos y económicos habían construido un sólido muro para impedir que nuestra imagen y nuestra voz fuera visible para el conjunto de los ciudadanos. Además de que los medios de comunicación en general apenas si prestaban atención a nada de lo que hacíamos (lo más obsceno de todo fue un debate entre Mario Vargas Llosa y yo misma del que únicamente dio cuenta TVE (treinta segundos) y algún medio digital o local), las encuestas se publicaban convenientemente corregidas para instaurar la sensación de que votar UPyD era tanto como tirar el voto a la papelera, La sentencia en todas ellas era definitiva: no entrábamos en ninguna institución.
Pues bien, a pesar del cuidado con el que eliminaban cualquier referencia a nuestros candidatos y a nuestro partido, en la noche electoral la voluntad de los ciudadanos se impuso a los deseos y a la estrategia del establishment político, económico y mediático: Unión Progreso y Democracia obtuvo ciento cincuenta y dos concejales, ocho diputados regionales en Madrid, dos diputados provinciales. Presencia institucional en once comunidades autónomas, en más de noventa ayuntamientos, en seis capitales de provincia. Muy cerca de entrar (a centésimas) en otras seis capitales y en otros tres parlamentos autonómicos. La ley y la anticampaña jugó contra nosotros y aunque nos sobraron votos nos faltó porcentaje para entrar en los parlamentos de Aragón, Asturias y Murcia. Igualmente en Logroño, Salamanca, Segovia, Ciudad Real, Cáceres y Valladolid. Un dato más: si el límite de la ley municipal fuera el tres por ciento o dependiera exclusivamente de los votos emitidos hoy tendríamos concejales en veinticinco capitales de provincia. Entiendo que todo esto les abrume; nunca fue más exacta la imagen de un persistente y concienzudo David que vence a un enfurecido Goliat.
Lo segundo que les desconcierta (ahora es cuando más nos estamos divirtiendo) es que después de las elecciones sigamos diciendo (y haciendo) lo mismo que antes. No pueden entender que tras saber que somos claves para determinar quien es el alcalde o la alcaldesa en veintiséis pueblos o ciudades españolas mantengamos nuestros principios: sólo habrá pactos nacionales que garanticen el voto a cualquiera de los candidatos de ambos partidos (lo mismo nos da el uno que el otro) si se comprometen a cambiar la ley electoral y a que el estado recupere la competencia en educación; y que en todo caso no entraremos a formar parte de ningún equipo de gobierno. A eso hemos añadido, en coherencia con nuestro compromiso de regeneración democrática, que en ningún caso posibilitaremos el acceso a una alcaldía de un candidato que esté imputado o procesado por delitos contra la administración pública.
Desde el domingo pasado no ha habido un día en el que los medios –esos para los que no existíamos– no hayan publicado “filtraciones”, cotilleos, interpretaciones, acusaciones varias… sobre lo que íbamos a hacer acá o acullá. Es inútil que digamos que este es nuestro compromiso adquirido con los ciudadanos y a él nos atendremos. Es igual que expliquemos que, en la medida en la que no lleguemos a acuerdos nacionales, nuestros candidatos respetarán escrupulosamente el sentido del voto de los ciudadanos en cada uno de los lugares de España en los que nuestra posición sea determinante. Y que en tanto no consigamos que se modifique la ley electoral para que los alcaldes sean elegidos directamente evitaremos que pactos de despacho perviertan la voluntad de los ciudadanos plasmada con su voto en las urnas.
Nuestras explicaciones resultan inútiles porque los que llevan año atesorando poder político no están acostumbrados a la coherencia y al respeto a la palabra dada. Por eso no se lo van a creer hasta que el día once de junio lo comprueben en sus propias carnes. No nos creen cuando contestamos las mismas cosas a decenas de llamadas de amigos de amigos, vecinos, “compañeros de clase”, dirigentes locales, regionales, nacionales… que nos insisten cada día para interesarse por el futuro de tal o cual alcaldable. Nos miran como las vacas al tren cuando formulamos sencilla y claramente las premisas que fuimos desgranando a lo largo de los últimos meses; no acaban de comprender que no hay gato encerrado, que no hay más que hablar. Que vamos a demostrar que se puede hacer otra política y que se puede hacer política de otra manera.
Ayer, tras colgar el video la rueda de prensa en la que volvimos a explicar todas estas cosas un ciudadano desconocido escribió en mi página de Facebook este breve comentario: “Nunca mi voto valió tanto”. No saben lo orgullosos nos sentimos de eso. Dentro de nada millones de ciudadanos habrán podido comprobar que cuando se trata de nosotros hay que pensar bien si se quiere acertar. Será bueno para UPyD; pero sobre todo será muy bueno para regenerar la democracia.