JOAQUÍN MANSO / Madrid / El Mundo
Todo el apoyo para los familiares. Nela lee esa frase grabada en el monumento a las víctimas del 11-M de la estación de Atocha mientras posa para el fotógrafo. Y entonces, llora. «Nunca había estado aquí», dice, y recuerda cuando llamó por teléfono a Rumanía hace siete años, después del atentado, para decirle a su madre que estaba viva. Malherida, con el hombro destrozado y el costado lleno de sangre. Y con el alma rota ya desde antes de aquel día. Pero viva.
Nela no iba en uno de los trenes que estallaron, sino en uno que estaba enfrente: «Venía de Móstoles y tenía que hacer trasbordo en Atocha para ir hasta Usera porque tenía una entrevista de trabajo. El tren no estaba todavía en el andén. Le quedaba muy poco. Se escuchó un ruido muy fuerte y se paró. Empezó a salir humo, se bloquearon las puertas. Yo no sabía cómo era una explosión. Era como una película».
Cuando se abrió la puerta, el pánico de los demás se la llevó por delante. Cayó a las vías y la estampida humana le pasó por encima. Le destrozó el hombro y las piedras que sostienen los raíles le desgarraron el vientre y el costado; acabó empapada de sangre. Durante casi un año, necesitó rehabilitación para recuperar la movilidad del brazo derecho.
«Estaba insegura, triste, tenía miedo de todo. Pensaba que nunca más iba a poder trabajar, que ya no servía para nada. No tenía papeles, no tenía a nadie. Me veía incapaz de todo». Nela inició entonces el proceso traumático por el que pasaron todas las víctimas del 11-M, pero además en medio de un infierno doméstico. Su pareja la molía a palos. «Era un borracho. Me dejaba el cuerpo lleno de moratones, me amenazaba con el cuchillo, me intentó tirar por una ventana...».
Ella consiguió dejarlo -«a veces soy fuerte y a mi alrededor había gente que no era de mi familia pero que me quería y me ayudaba»- y él esperó el momento para vengarse.
A finales de 2005, la Audiencia Nacional la reclamó para pasar el examen forense. «Yo no llamé a nadie ni pedí nada, me llamaron ellos», explica Nela. Le dieron una hora de plazo para presentarse en la calle de Génova de Madrid. Sus respuestas no convencieron del todo a los especialistas, que preguntaron a la persona que le acompañaba cuando se produjo el atentado: su ex pareja. Y él dijo que mentía, que nunca estuvo en Atocha. Le creyeron y a ella la acusaron de intentar engañarles por su «problemática psicosocial», por tratar de hacer pasar las lesiones de una paliza doméstica como producidas en el atentado.
El juez Juan del Olmo dedujo testimonio contra ella y fue imputada por simulación de delito. «Aquello para mí fue casi peor que el 11-M. Estaba muy deprimida, muy triste, pensaba que me iban a meter en la cárcel... Si yo no quería ninguna indemnización, no quería nada...». Declaró en la Plaza de Castilla y su causa se archivó inmediatamente. Su caso es todavía más insólito porque Del Olmo intentó que el procedimiento se reabriese en otro juzgado, de nuevo sin éxito.
«Hubiese renunciado a todo con tal de que me dejasen en paz. Sólo quería una vida normal», insiste Nela. La Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M, después de varios años arropándola, hizo de su causa un objetivo principal. El abogado José María de Pablo dedicó un capítulo entero y buena parte de su informe de conclusiones a defender que fuese incluida en el listado de víctimas. Lo logró con la indemnización mínima de 30.000 euros. No le pagaron los 10 meses de rehabilitación, pero ella tampoco quiso.
«Después del atentado, veo las cosas de otra manera. Soy más feliz. Presto atención a las pequeñas cosas, le dedico tiempo a mi sobrino, a llevar a mi ahijado al zoo, a los detalles...». Antes de irse, Nela escoge la frase que más le gusta del monumento: Hace falta mucha fantasía para superar la vida. «Y yo tengo mucha».
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GABRIEL MORIS
¿Qué ocurrió ese día?
Hoy se cumple el séptimo aniversario de la masacre que segó 193 vidas inocentes y cambió el curso vital de más de 2.000 supervivientes. Creo que aún queda alguna víctima en estado de coma. Y no puedo dejar de citar a las que, sin viajar en los trenes, arrastramos de por vida la pérdida de nuestros seres queridos e incluso el impacto emocional de la matanza organizada.
En el aniversario de 2011, si prestamos atención a los medios en general o a las instituciones del Estado podemos sentir la sensación de que el 11-M fue algo que tuvo lugar en el pasado, pero sin la importancia suficiente como para incluir en la «memoria histórica». Si analizamos los comentarios sobre lo que ocurrió o las hipótesis sobre los hechos, o sobre la sentencia, e incluso sobre la verdad y la justicia pendientes, podemos encontrar respuestas de lo más variopintas; todas ellas salpicadas de intereses políticos o del desinterés general. El aspecto humanitario, el moral, el ético e incluso el aspecto de estricta justicia no forman parte de los lugares comunes en que, de pasada, se aborda este tema. Yo siento una gran tristeza cuando, con cierta frecuencia, al oír algún comentario al respecto, determinados interlocutores rehúyen hablar del tema o lo consideran «agua pasada».
En la situación de olvido y utilización de nuestro dolor de que somos objeto las víctimas, creo que nada sería más de nuestro agrado que el poder conocer con precisión quién o quiénes, por qué, para qué y cómo cometieron este crimen de lesa humanidad. Y hay un añadido a la parte nuclear: los que, después del atentado, impidieron y siguen impidiendo la investigación y, por ende, todo atisbo de conocimiento de la verdad.
No me consta que de forma autónoma o colegiada existan acciones en curso para aclarar plenamente tanto los atentados como la actuación subsiguiente durante las dos legislaturas derivadas del 11-M. ¿Piensan que con una sentencia, sin autores, está saldado el crimen más horroroso de España y de Europa? ¿Quién puede temer a que la verdad del 11-M se conozca plenamente? Supongo que sólo los autores tienen interés en el encubrimiento de los hechos.
Puede resultar esclarecedor citar algunos hechos probados hasta este aniversario:
- La desaparición de los vagones explosionados.
- Las ropas de los fallecidos, buena muestra para la investigación del crimen, fueron incineradas en la planta de Valdemingómez sin autorización de los familiares.
- Las amenazas de colocación de artefactos en Alcalá de Henares, al aparecer la Kangoo, ni se publicaron ni se investigaron. Igual podemos decir de los hechos de Leganés.
- La querella presentada por la Asociación de Ayuda a Víctimas del 11-M contra Sánchez Manzano ha estado paralizada desde el año pasado. Interior es responsable de aportar la información requerida por la juez. Curiosamente, el actual titular de Interior exigía conocer la verdad de los hechos el 13/03/2004.
- Siete años después, sólo hay un condenado por su presencia en los trenes.
- Evidentemente, parece incompleta la lista de autores materiales.
- Los mal llamados autores intelectuales están pendientes de investigación. Nada se sabe de, al menos, tres de los supuestos huidos, que según la propia versión participaron en el 11-M. ¿Cómo es posible que nadie informe de las acciones para encontrarlos? Por citar sólo un ejemplo: ¿qué fue de Said Berraj?
Alguien podrá rebatir mis observaciones en estas fechas tan tristes para nosotros y para muchas personas de ley, pero, como siempre, acepto cualquier verdad probada que pueda mitigar nuestro dolor. Reto, desde este medio, a cualquier representante de nuestro Estado de Derecho a que me demuestre que el 11-M es un caso instruido total y correctamente, juzgado íntegramente y con sentencia que explique plenamente un crimen de tal magnitud y de tan graves consecuencias.
Gabriel Moris es padre de un fallecido en el 11-M y participó en la pericial de los explosivos.
Haber si de una vez por todas, se va aclarando la verdad de lo ocurrido, y que los verdaderos culpables paguen por ello.
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