No contestaron a ninguna de sus preguntas, ni tampoco al fiscal ni a las
acusaciones. Su abogado no las interrogó
NO quisieron responder a las acusaciones que representan a Jamal Zougam y a su
familia, lo que era previsible. Lo era mucho menos que rehusaran contestar
también a la juez y a la fiscal, silencio llamativo tratándose de un
procedimiento por posible falso testimonio. La estrategia de defensa se completó
cuando su abogado ni siquiera las interrogó para que aclarasen su versión acerca
de los nuevos hechos que han motivado su imputación. Las testigos rumanas del
11-M C-65 y J-70 comparecieron ayer como imputadas y se limitaron a ratificar
que vieron a Zougam en el tren, pero evitaron solventar las sospechas que la
Audiencia de Madrid proyecta sobre la credibilidad de la prueba de cargo contra
el único condenado por colocar las bombas en el mayor atentado de nuestra
Historia.
Las dos mujeres llegaron a los juzgados de la plaza de Castilla protegidas
por un despliegue de seguridad específico para su traslado. La juez llamó
primero a J-70, que apareció con el rostro cubierto por un pañuelo. La testigo
anunció que pensaba acogerse a su derecho a no declarar, con el siguiente
mensaje: «Señoría, soy víctima del 11-M. Llevo 10 años sufriendo mentiras y me
ratifico en todo lo que dije en el juicio». Al mismo tiempo, entregó una prenda
de abrigo que, según aseguró, era la que vestía el día de la matanza, con el
objetivo de acreditar que, efectivamente, estuvo allí. Ninguna de las
acusaciones había cuestionado esa circunstancia, que además es inatacable.
Después, entró la C-65, que repitió idéntico entrecomillado. En total, la
diligencia se prolongó durante poco más de 40 minutos, incluyendo el retraso de
media hora con el que dio comienzo. A continuación, se celebró una vista de
medidas cautelares. Los abogados de Jamal Zougam, Eduardo García Peña y
Francisco Andújar, pidieron libertad provisional bajo fianza de 10.000 euros,
prohibición de salir de España, retirada del pasaporte y la obligación de
comparecer semanalmente en el juzgado, con el argumento principal de la falta de
colaboración de las imputadas para resolver un asunto que afecta a las
expectativas de un recluso condenado a pasar 40 años en prisión.
No fue ninguna sorpresa que la fiscal Rosa Mayoral se opusiera ni que lo
hiciese el abogado defensor, Gonzalo Boye, como tampoco lo fue que la juez Belén
Sánchez las denegara, al no apreciar riesgo de fuga y al considerar que el
silencio en el interrogatorio no puede interpretarse en contra del imputado en
la fase de instrucción. Y así es: otra cosa sería que esta misma estrategia se
repitiera en el acto del juicio oral, hacia el que camina lentamente el
procedimiento. La ausencia de explicaciones por parte de las imputadas aboca a
la juez a agotar la investigación y a decidir en ese momento si eleva el asunto
a un juzgado de lo Penal.
Lo que sin duda evitaron ayer las testigos fue incurrir en alguna nueva
contradicción entre ellas o en ofrecer alguna explicación de su peripecia que
deje en mal lugar los nuevos documentos que lleguen al procedimiento o las
próximas testificales.
En el juicio del 11-M, no pudo preguntarse a la testigo C-65, porque no se
conocía, si es cierto que fue remitida a la Policía desde el Consulado, donde,
según aseguran fuentes de la investigación a este diario, afirmó que el 11-M
viajaba con una mujer que no es J-70 y que la acompañaba en ese momento. O por
qué su marido fue herido en un tren distinto al suyo, si hacían el mismo
recorrido, y cómo es posible que su hermano fuera expulsado del procedimiento si
aquél les dijo a los forenses que los dos iban juntos. Para resolver estas dudas
había una oportunidad ayer que la testigo no quiso aprovechar.
Del mismo modo, tampoco se pudo preguntar en el juicio del 11-M a la testigo
J-70 si el hecho de haber sido rechazada como víctima tuvo alguna importancia
para que se decidiera por fin a denunciar a Jamal Zougam, lo que sucedió 11
meses después del atentado tras múltiples trámites ante autoridades del
Ministerio del Interior en los que no dijo haber visto a un terrorista en el
tren, pero sólo 11 días después de recibir la notificación de que se quedaba
fuera del derecho a las indemnizaciones y los papeles. Ayer podía haberlo
aclarado, pero prefirió no hacerlo.
Las circunstancias que se relatan en los párrafos precedentes son las «nuevas
revelaciones que no pudieron ser tenidas en cuenta por el tribunal» del 11-M a
las que se refería la Audiencia de Madrid cuando ordenó admitir la querella de
Jamal Zougam contra las dos mujeres.
La Audiencia mandó investigar si las testigos «pudieron confabularse con la
finalidad de alcanzar ciertos beneficios personales y económicos faltando a la
verdad en las manifestaciones que realizaron en la vista del juicio oral», y
advertía de que Zougam recibió «una pena de extrema gravedad con fundamento,
precisamente, en las declaraciones que ahora se reputan falsas y cuya falsedad,
de resultar acreditada, daría lugar a la revisión» de la condena.


Menuda tropa de mentirosas, espero que se haga justicia y lo paguen por confabularse con los de la kgb.
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