07:40 (03-01-2011) | La Gaceta
El GAL nació con González de presidente; Rubalcaba de portavoz, lo negó.
Habituado a situarse muy por encima del bien y del mal, como si se supiera divinamente impune, hace tiempo que Felipe González se descuelga con declaraciones desagradables, diciendo que pudo volar a la cúpula de ETA y no lo hizo, aunque reconoce que habría asesinado –si hubiesen estado a su alcance– a los terroristas de Hipercor. Probablemente haya que atribuirlo más a la soberbia del personaje que a un ataque de sinceridad, pero en cualquier caso las palabras del expresidente concuerdan con la impresión que cualquiera se lleva al estudiar la purulenta historia de los GAL, enésimo capítulo negro de los Gobiernos del PSOE. O sea, que a veces sí y a veces no, que en ocasiones servía la guerra sucia y torpe, y en otras lo que tocaba era negociar con la bestia en Argel o en el Congreso de los Diputados, que allá se sentaban por aquel entonces los dirigentes de ETA-Batasuna. Mientras, militares y policías caían a centenares y, en muchas ocasiones, eran enterrados casi en la clandestinidad, como si su sacrificio fuera algo ominoso. Eran los años del plomo, cuando en las sedes del partido socialista a veces se aplaudía la muerte de oficiales del Ejército, tal y como desvela Juan Carlos Girauta, las mismas sedes donde militaban los diseñadores de una estructura dedicada al crimen de Estado.
El GAL que creó el PSOE, por supuesto, no solo no sirvió para menguar la capacidad de ETA, sino que se convirtió en la excusa perfecta de la banda, que supo venderla tanto en la sociedad vasca como en el escenario internacional. Porque la guerra sucia no se limitaba a los crímenes de los mercenarios, también se extendía en forma de maletines y corruptelas, afectando a todos los niveles del Gobierno, desde las cloacas de Interior a la Fiscalía y hasta la mismísima Moncloa, donde varios implicados no dudaban en señalar que residía la cúpula de la organización. Las declaraciones de Amedo, cuidadosamente ocultadas por Interior a los jueces, abundan en esta impresión de corrupción total de las altas instancias y exigen que de una vez por todas se depuren las responsabilidades de aquella época, aunque afecten a los que pretenden jubilarse tal y como gobernaron: por encima del bien y del mal. La democracia española nació lastrada por los centenares de muertos que causaba el terrorismo y nunca ha llegado a alcanzar la madurez por la torpeza de los políticos al combatir este horror, que lejos de erradicarlo dejaron que contaminara las instituciones, enfangando a gran parte del Estado.
De aquellos barros de los primeros Gobiernos socialistas surgió el lodo permanente, la increíble incapacidad de derrotar a una minoría asesina que no ha dejado de ser protagonista de nuestra historia porque siempre ha tenido a donde agarrarse, desde apoyos políticos nacionalistas hasta el bar Faisán, en el que todavía no sabemos a qué acudía Eguiguren.
Ahora Zapatero solo espera de ETA un regalo de Reyes que dé algo de oxígeno a su Gobierno asfixiado y resulta insoportable contemplar cómo el PSOE perpetúa el protagonismo de la banda en nuestra democracia, comprobar que los terroristas ya han conseguido muchos de sus objetivos y la sospecha de que el precio de la paz es conseguirlos todos. La supervivencia de la Constitución exige que se depure hasta el último delito que haya surgido de la relación entre el PSOE y ETA, desde los asesinatos hasta los enriquecimientos, de la guerra sucia a los chivatazos. Los socialistas honrados debieran ser los primeros interesados en cerrar definitivamente la sucia historia de los GAL, antes de que su alargada sombra los ilegitime para siempre.
Pues es una vergüenza para los socialistas, y para todas las personas de bien. Pero los que dicen ser socialistas, no harán nada por nada.
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