domingo, 19 de diciembre de 2010

Las huérfanas y el mal tiempo


PEDRO SIMÓN / Madrid/ El Mundo

Zapatero embustero

Que si «atended al profesor». Que si «no os olvidéis los libros». Que si «daos prisa que llegáis tarde». Que si «buen día de clase».

La mañana empezaba como todas las del curso. Con Jesús Velasco llevando a las hijas en el Ford Fiesta al colegio de las ursulinas con la hora pegada. Con las crías asomándose a Vitoria por esos ojos paternos del retrovisor. Y con unas tardes mudas de visillos corridos y de cambios de acera.

No lo vio cuando salieron las crías del coche en la plaza de Lovaina. Tampoco cuando paró para que pasara junto a aquella recua de críos con mochila. En mitad del paso de cebra, el tipo sacaba un arma y le descerrajaba una decena de tiros. Después rompería con la culata del arma la luna del auto. Como mandaban los manuales. Para pegarle el tiro de gracia.

Las crónicas de la época dicen que a la pequeña Inés -12 años- le dio tiempo a ver la cara del hombre que disparó. No era una cara conocida. No era una cara de película. No era una cara fría. Dicen que dijo: «Era una cara de rabia».

-No me gusta cómo estás llevando la historia.

-¿Cuál es el problema?

-Pues que ese día pertenece a mi vida y ni quiero ni puedo hablar de él.

-Nos interesaba saber cómo lo vivió una menor. Hablar más de la vivencia que de la política.

-Yo tenía 17 años. Fue un sufrimiento brutal. No se te muere un padre de una enfermedad. Se te muere por la maldad de unos seres humanos. Eso te añade más daño... A partir de ese momento, tu vida cambia para siempre... De cómo viví aquel día no voy a hablar, porque es algo mío.

Ese día fue un 10 de enero de 1980, el jefe de la policía foral de Álava acababa de cumplir 47 años, y la mayor de sus hijas, Ana María, había regresado a Madrid -donde cursaba COU- después de pasar unos días de vacaciones en la casa familiar, entre Mendizorroza y Armentia. Allí estuvieron unas semanas antes los padres, las tres hermanas, los perros Fermín y Negro, y la mayor, claro, con su aventura nueva de la capital, un turrón a compartir y el vuelve a casa vuelve por Navidad.

Ese día del crimen fue un 10 de enero. Jesús Velasco era el tercer asesinado por ETA en 1980. Nadie podía imaginar que aquel año terminaría con 104 muertos a manos de la banda. Uno cada 90 horas.

«Cuando lo asesinaron, mi madre tomó la sabia decisión de irnos de allí. Porque, además de víctimas, somos exiliados, cuatro niñas y una madre que abandonaron su casa y su tierra porque fueron echadas de allí».

Por entonces las víctimas eran como migajas de cuervo y había que meterlas «debajo de la alfombra» para que no le afeasen las plumas al político.

Recuerda la hija cómo eran los funerales a los que iba su padre, más parecidos a la reunión de una logia clandestina que a un entierro... «Casi a escondidas», «sin citar» al muerto, metiendo el féretro «por una puerta y saliendo por la otra a todo correr», como un responso express y amén.

Recuerda la burla catódica. ETA asesinaba a una persona, encendías la televisión, ponías el telediario y la realidad era mentira: sólo allá al final, medio minuto de suceso. Como la marejada y la marejadilla, casi tan noticioso como el anticiclón de las Azores. Aquellos muertos se daban después del parte meteorológico.

«La gente te miraba y no sabía qué decir. No era digno el comportamiento ciudadano. Como tampoco lo era que no pudieras decir por qué llorabas. A lo mejor pensaban que no era justo que hubiesen matado a tu padre, pero, eso sí, estaban con la causa. Ésa era la dicotomía de entonces en buena parte de la gente: muchos se sentían culpables e incómodos por cómplices, por compartir fines con ETA, aunque no compartieran los métodos... Y tú estabas allí. Aquella vida no era digna. Era invivible».

En septiembre amanecían las cinco en Madrid agarradas a una tabla de náufrago. Ana María hija se centró en los estudios y en el futuro. Ana María madre se centró en la vida y en el pasado.

«Muchas viudas de muertos de ETA eran chicas de 20 años a las que les habían matado a su marido, guardia civil. No sabían qué hacer. Con niños, con bebés, en una situación tremenda. Era molesto que se las visibilizara... Había viudas que no tenían ni pensión. No había tratamiento psicológico alguno. Ni reconocimiento ni dolor institucional. Éramos muy poquitos. Había que empezar de cero. Mi madre, Ana María Vidal-Abarca, y otras mujeres fundaron la Hermandad de Familiares de Víctimas del Terrorismo. Ellas lucharon contra la impunidad».

En 30 años de añoranza del padre, las chicas que aún desconfían de los pasos de cebra han tenido tiempo para volver a sentir las mandíbulas apretadas como entonces.

Una vez. Cuando supieron que dos de los tres terroristas que intervinieron en el asesinato de papá se habían beneficiado de la amnistía de 1977 tres años antes de matarlo. «Gracias a ella mataron a mi padre».

Otra vez más. Cuando en 2007 tuvieron noticias de que, en la localidad guipuzcoana de Hernani, había un parque infantil con el nombre de uno de los que integraban el comando del atentado. Se llamaba parque infantil José Aristimuño. Y allí había risas y columpios, toboganes y vida.

«Yo sé lo que puedo esperar de los terroristas. De los terroristas puedo esperar que maten. Pero del Estado espero que me proteja. A nosotros quien nos ha fallado es el Estado».

-¿Cómo se lleva un crimen así cuando se tienen 17 años?

-Bueno, ya te dije que había cosas de las que prefería no hablar.

1 comentario:

  1. No te preocupes, que el gobierno os amparará como a todas las víctimas, solo hay que ver lo bien que lo a hecho hasta ahora.
    Mi gratitud y cariño a todas las víctimas.
    No nos merecemos un gobierno que nos mienta (palabras dichas por rubalcaba).

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