domingo, 28 de noviembre de 2010

Los hospitales, instrumento de represión


ANA ROMERO / El Aaiún/el Mundo

Marruecos ha convertido los centros sanitarios en lugares de detención ilegal
Impone un boicot sanitario en El Aaiún, impidiendo la entrada a médicos voluntarios

Enviada especial

Zapatero embustero

Las muñecas de Mohamadu Yadasi están marcadas por las esposas con las que ha estado atado a una cama del Hospital Militar durante los últimos 18 días. «Me llamaban gamberro, imbécil, burro y otras palabras callejeras que no voy a usar por respeto a usted», dice Yadasi, de 46 años, en un castellano muy poético, salpimentado con vocablos antiguos y dichos típicos.

Yadasi es el enfermero epiléptico cuya desaparición denunció este miércoles en EL MUNDO su mujer, Maymuna Haidad, de 41 años. El viernes a las 18.00 horas reapareció en su modesta casa, casi tres semanas después de ser visto por última vez en el campamento Gdeim Izik.

Yadasi, que dice tener la tibia rota por dos heridas de bala, compartió la habitación con otros tres saharauis heridos en el campamento. Uno es Chtuki Otman, de 27 años, cuya casa no está lejos de la suya. «Pasé mucho miedo pensando que en cualquier momento venían a matarme», afirma Otman, que es el joven cuya imagen ha dado la vuelta al mundo porque fue colgada en YouTube mostrando una herida de bala bajo el pecho derecho.

«Nos decían que somos unos perros, unos nómadas, y que los marroquíes han traído la civilización aquí», agrega el joven mientras muestra el vídeo titulado «La policía marroquí iba armada». En árabe, llamar a alguien perro es uno de los peores insultos imaginables.

Casos como los del quijotesco enfermero y el del joven de internet muestran otra cara de la represión ejercida por Marruecos contra los saharauis durante y después del desmantelamiento del campamento de protesta pacífica instalado durante un mes a las afueras de El Aaiún: el uso de los hospitales como centros de detención ilegal y de maltrato.

«Al cuarto día nos dejaban atados de una sola mano para comer», explica Yadasi en referencia a una práctica que, dice, los policías marroquíes denominan «el número cinco». Según qué guardianes les tocara, su vida era mejor o peor. Había uno que se apiadaba de ellos y los soltaba para rezar. Otro, sin embargo, llamaba «Osama bin Laden» a uno de los cuatro, que tiene una barba larga, y no le dejaba orar. «Un día hubo un conflicto entre militares y gendarmes», cuenta Otman. «Los militares querían pegarnos, y los gendarmes no les dejaron. A partir de ahí, un gendarme se quedaba siempre por la noche de vigilancia».

Rabat ha impuesto un bloqueo sanitario a la ciudad impidiendo la entrada de médicos voluntarios. Dos doctoras belgas, Anne Collier y Marie-Jeanne Wuidar, llegaron a El Aaiún el pasado sábado 20 por la mañana. Al mediodía, ya estaban en una comisaría siendo despachadas de vuelta a Bruselas vía Agadir. «Si no tuvieran algo que esconder nos dejarían trabajar», señala Collier, que trabaja para una organización llamada Solidaridad Socialista.

Por eso, son enfermeros saharauis voluntarios los que van a las casas a cuidar a los heridos. «Yo he cuidado a heridos de mi familia, pero muy calladamente», señala Ahmed, un enfermero que habla un español casi perfecto. Según fuentes saharauis, escondidos en domicilios de El Aaiún hay personas heridas que tienen miedo de ser detenidas y llevadas a los hospitales.

Oficialmente, Marruecos no usó armas de fuego durante el 8-N. Los testigos con los que ha podido hablar EL MUNDO aquí confirman que las armas fueron usadas en la ciudad ante el temor de que los saharauis se hicieran con el control de El Aaiún. Este periódico ha visto fragmentos de bala extraídos en secreto por un enfermero saharaui. Una saharaui mostró también a este diario balas recogidas en los tejados de las casas provenientes de los helicópteros que sobrevolaron El Aaiún a lo largo del 8-N.

En peor situación están los detenidos en la Cárcel Negra, de donde salen todo tipo de historias siniestras. Por primera vez esta semana, sus familiares han podido visitarlos. A Laabiedi Salek, de 21 años, lo vieron su madre y su tía, ambas presentes en casa de Yadasi. «Había dos rejas entre nosotros y una distancia de unos cinco metros», afirma su tía, que no da su nombre. «Nos saludamos durante unos cinco o 10 minutos. No se le veía bien». También acudió a la cita la mujer de un saharaui que trabaja en el Ayuntamiento y que recibe el apodo de El Gordo.

«Sólo pudo verle la parte de arriba y lo hizo de lejos», señala una testigo. Se quejó de tener las piernas rotas. «El pobre Gordo tuvo mala suerte: fue al campamento la última noche para que su familia aprovechara para ir a comprar alimentos a la ciudad y le cogió el asalto». Su historia recuerda a la del español Ahmed Yedu Salem Lecuara.

Lo más duro sigue siendo para las familias que tienen miembros desaparecidos. Por ejemplo, Lalla Husein Hadad, una señora mayor que se echa a llorar en brazos de esta periodista. No sabe nada de sus dos hijos: Daich y Najem Uld Sidi Uld Daf, de 32 años y 25 años. Se teme lo peor. Son independentistas.

Pero la casa de Yadasi era ayer una fiesta. Posó con su mujer en su habitación, recibió a amigos y familiares, y se despidió así: «Dios, Patria y hamada [desierto pedregoso]. Los marroquíes nos tratan mal desde el 75. Que se larguen de aquí. Nuestro futuro es el divorcio».

1 comentario:

  1. Para que luego vengan los marroquíes dando por saco. Esa es la verdad, y si no, que demuestren lo contrario, pero como no les interesa, no lo harán.

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