domingo, 24 de julio de 2011

Una web islámica editada en España ‘acusa’ a los perros de insolidaridad con los inmigrantes, de apoyar a las dictaduras “católico-fascistas”


Alerta Digital

Una web islámica editada en España ‘acusa’ a los perros de insolidaridad con los inmigrantes, de apoyar a las dictaduras “católico-fascistas” y de alterar la convivencia entre los vecinos

Virginia Mestre.- “Con la evolución de nuestras sociedades, el perro ha pasado de ser el mejor amigo del hombre a ser el peor enemigo del vecino. Y ser enemigo del vecino, es ser enemigo de la urbanidad, porque la urbanidad básicamente, es vecindad, convivencia”, señala Mo’ámmer al-Muháyir en Web Islam, una página islámica editada en España y protagonista ya de algunas polémicas destacadas, como amenazar a nuestro país con “tener otro 11-M”, a través de uno de sus principales articulistas, como consecuencia del apoyo del Gobierno de Zapatero a la guerra de Libia.

El autor del opúsculo anticanino, un converso residente en Argentina, propaga un exaltado y feroz ataque contra la convivencia doméstica de estos animales, similar a las invectivas lanzadas hace unos meses para prohibirles el paso a determinados espacios públicos.

El autor del infamante artículo recurre a algunos pasajes coránicos que validarían sus opiniones contra estos entrañables animales. “Hace algo más de 1400 años, hubo en Arabia un Profeta (Mahoma) que nos habló sobre los perros: “Quien que tenga un perro, salvo que sea para pastoreo, la caza o la crianza de animales de campo, perderá la complacencia y la bendición de Dios cada día que lo tenga, tanto como una montaña (qirat)”. “El Profeta Muhámmad (P y B) afirmó que todo aquel que tenga un perro en su casa le será negada la bendición de la presencia de los ángeles en su hogar, pues dijo: ‘Los ángeles no entran en una casa en la que hay un perro’”. “El perro es un animal impuro, y la impureza está en su hocico. Si un perro lame un plato o una vasija, debe lavarse una vez con tierra y siete veces con agua”.

El articulista de Web Islam desgrana larga y atropelladamente los orígenes y causas de la domesticación del perro, desde la época primitiva hasta la babilónica, para conferirle un papel de conveniencia económica para el hombre justo hasta la llegada de la revolución industrial. Preferimos que extraigan ustedes sus propias conclusiones a partir del desquiciado relato que reproducimos: “La Revolución Industrial da a luz un modelo de sociedad radicalmente distinto, donde el campesino se transforma en obrero. El campesino necesita campo, y el obrero, necesita fábrica. El campesino vive donde trabaja, su casa está en el campo, sea propio o ajeno. Vive en paz escuchando los cantos de los pájaros, y no ve gente muy a menudo. Por eso cuando ve a alguien, saluda y sonríe; está contento de ver a su vecino. Pero el obrero no puede vivir donde trabaja, porque el dueño de la fábrica tiene el único objetivo de hacer dinero con ella, no de construir una sociedad para sus operarios (…). De repente, el campesino que ahora es obrero, está harto de ver gente todos los días, y de los problemas de convivencia que acarrea vivir demasiado juntos en tan poco espacio. Y por eso está siempre de mal humor y ya no sonríe. Semejante estilo de vida sería una locura para cualquiera, pero hay un incentivo demasiado fuerte: se espera que el obrero, vendiendo su fuerza de trabajo, obtenga más dinero que el campesino y compense el malestar y hacinamiento de las ciudades con algo más, comprando riquezas. Algo como por ejemplo… un televisor.

La alienación ha entrado en esta instancia en un punto sin retorno, en un círculo vicioso que desemboca, indefectiblemente, en la destrucción de los lazos sociales urbanos y en el irremisible aislamiento del individuo ante la sociedad. Ya no convivimos; nos toleramos. Y no te acerques demasiado, porque tengo un perro.

En estas condiciones, todos esperamos que el perro haga el trabajo sucio que nosotros fuimos incapaces de arreglar: darnos el cariño que ya no podemos obtener de nuestros vecinos; y ahora que hay televisor, computadora y Play Station, que no pueden darnos ni siquiera nuestros familiares, porque están muy ocupados. El obrero vuelve del trabajo, y encuentra a su esposa viendo televisión con aire displicente y a su hijo absorto jugando a la Play Station, cada uno en cuartos separados. La lógica de la división compartimentada que la moderna sociedad industrial le impuso al recién llegado a la gran ciudad, se trasladó del edificio al seno del hogar. Cada uno está aislado en lo suyo. Lo saludan casi sin mirarlo, en la mayoría de los casos. Entonces el obrero se abraza al perro. De repente, el perro es maravilloso: lo mira a los ojos, mueve la cola, se siente feliz de verlo. De hecho, quizás sea el único que se siente feliz de verlo… porque sabe que le darán de comer. El obrero sabe esto, pero está tan necesitado de contacto físico que se miente a sí mismo (…). En esta instancia, el perro es el testaferro de nuestra fracasada vida afectiva y civil, pues recibe el cariño que nuestra mezquindad y temor nos impide darle a nuestros semejantes. De repente, en nuestras sociedades industriales, darle de comer a un perro de la calle es ‘humanitario’, pero darle de comer a un indigente o a un chico de la calle es peligroso, porque esa gente de la calle ‘son unos perros’. De esta forma, la misantropía y el odio a nuestros semejantes se disfraza de ternura. La pasión occidental por peinar y mimar perros mientras los huérfanos fuman y lustran zapatos en nuestras calles ante la puerta de los prostíbulos, es una prueba evidente de que nuestras sociedades industriales están más cerca de la zoofilia que de la filantropía. Por eso mimamos perros: porque somos incapaces de relacionarnos normalmente con otros seres humanos, de dar amor y de recibirlo como Dios manda. Si observamos a nuestro alrededor, veremos que cuanto más desconfiada y xenófoba es una sociedad, mayor es la población de perros” (sic).

Mo’ámmer al-Muháyir continúa ‘diseccionando’ el miserable mundo de los occidentales a través de los ojos de nuestras mascotas, a las que acusa de acumular ” tensiones y descargarlas contra los más débiles”. Y otra vez del delirio a la praxis para apuntalar su descabellada teoría: “Eso puede notarse, por ejemplo, cuando vemos que los perros encerrados se ‘entretienen’ ladrando y asustando a los transeúntes, es decir, perjudicando y estropeando la convivencia entre vecinos, que como vimos, en las sociedades industriales llega hasta el paroxismo. Uno podría preguntarse: si el perro es un animal de costumbres, ¿no se acostumbra a ver pasar todos los días al mismo vecino? ¿Por qué cada vez que el vecino pasa, le ladra y lo asusta? La respuesta es que están aburridos. Los hemos sacado de los campos y los hemos encarcelado detrás de rejas para que ‘cuiden’, ya no nuestros campos y cosechas, sino nuestro diminuto patio, por nuestra pinche paranoia y nuestro empecinamiento mediocre y enfermizo de ver en cualquier transeúnte que pasa por la puerta de nuestra casa, a un ladrón potencial”.

También interesará conocer al lector que, según interpreta nuestro nunca bien pobderado converso patagónico, los perros mimetizan a la perfección los peores roles sociales. “En una sociedad donde el pez grande se come al chico y el abuso de los débiles es la norma, los perros simplemente copian y reproducen el comportamiento de sus dueños: yo he visto en mis innumerables viajes a dedo, en varias plazas y calles de Latinoamérica, a perros callejeros asustando y aterrorizando niños hasta hacerlos llorar y correr de pánico, nomás por diversión, sin llegar nunca a morderlos. Recuerdo a un niño llorando y corriendo aterrorizado por una solitaria plaza de Tilcara, en la Quebrada de Humahuaca, perseguido por un gran perro, que cuando lo alcanzó apenas lo empujó con sus patas delanteras en la espalda, y luego se fue satisfecho, con aire triunfador (…). Los perros, como todos los canes y mamíferos gregarios, son muy sensibles a la lógica del sometimiento por la fuerza y el vasallaje. Para ellos no hay relación de iguales; o los sometes o te someten a ti. Esta es una gran verdad sobre el carácter de estos animales. Es también muy común ver cómo los perros asustan a los caballos en los barrios rurales, que son instintivamente muy sensibles a los depredadores y se asustan con facilidad, y aún a sí están obligados a dominar su pánico por estar ensillados; o cómo persiguen a los ciclistas en las ciudades para morderles los talones, sólo por diversión”.

Acaso sin pretenderlo, lo que hace el autor en otro apartado de su relato es acentuar la inteligencia de los canes, al estar orientada según él a la consecución mediante la lógica de un objetivo específico. Lo expresa en este otro ‘conmovedor’ relato de la vida doméstica: “Cuando un perrito callejero llega a nuestra casa, mientras nuestro hijo y nuestra esposa nos jalan de la ropa insistiéndonos que se quede y nosotros pensamos en la caca y las pulgas, un pariente entra a nuestra casa de imprevisto, y el perrito, que no tiene todavía 15 minutos en la casa y no conoce los movimientos, se abalanzará sobre él a ladrarle como lo haría con un intruso, hasta que le demos una palmada en el lomo y le digamos que está todo bien, que es un amigo. Con esta actitud, el perro nos está diciendo claramente: ¿Ves? Yo te cuido la casa, ¿me puedo quedar? De esta forma, el perro sabe que esperamos algo de él, y si percibe que nosotros odiamos o despreciamos a un vecino en particular, se enconará especialmente contra esa persona. Naturalmente, a la gente envidiosa, mediocre y cobarde, esta cualidad del perro les encanta. Los perros son muy sensibles a nuestros cambios de adrenalina, y percibirán fácilmente si al ver pasar a un transeúnte por la calle, sentimos miedo y desconfianza, y acusarán recibo de ello ladrándole a esa persona que tememos en particular. Esto sucede muy a menudo, especialmente con la gente mayor que tiene perros, y se siente sola y desprotegida… en una palabra, abandonada por la sociedad, por una sociedad donde los ancianos no son venerados ni respetados como antaño”. Pues hay que ver lo que aprende uno con estos islamitas moldeados con la peor madera.

La argumentación del articulista alcanza su paroxismo máximo al desgranar con otro ejemplo familiar la conexión entre la especie canina y las dictaduras católico-fascistas. De entrada, el autor recrimina a los perros su actitud ecléctica ante “los verdaderos conflictos humanos”. Ignoramos si se refiere a la actitud contemplativa y poco eficiente de nuestros animales de compañía ante la proliferación de productos eugenésicos, el terrorismo fanático, los escalofriantes informes de las agencias de calificación de riesgos o la desertificación del planeta. “Mi madre, por ejemplo”, nos relata, “tenía una perra que ladraba incesantemente cada vez que una visita tocaba el timbre, quizás la misma todas las semanas, a la misma hora. Hacía tanto escándalo que había que pegarle una palmada en el lomo y gritarle para que se callara, o de lo contrario era imposible escuchar quién nos hablaba por el portero eléctrico. En una oportunidad, un vecino llamó a la policía diciendo erróneamente que un ladrón se había metido en nuestra casa. Dio la casualidad de que la puerta del pasillo trasero estaba abierta, así que varios oficiales llegaron por la noche… y entraron en la casa con linternas. No hay nada que mi madre odie y tema más que a la policía. Al fin y al cabo, fueron quienes la secuestraron y torturaron en la clandestinidad durante la última dictadura militar católico-fascista. Cuando mi madre se despertó viendo las luces de las linternas en la noche, se puso a gritar desesperada, intentando echar a los policías, insultándolos y sin darles tiempo a explicar nada. Finalmente, logró saber que el inquilino había llamado a la policía… y se fue hacerle un terrible pleito, y lo echó de inmediato. Cuando el conflicto pasó, se preguntó, ¿dónde está Melina, la perra? ¿Por qué no ladró, por qué no salió? Melina, estaba escondida debajo de la cama sin hacer un solo ruido. La única vez que se necesitaba que ladrara, no ladró; y sin embargo, cada día molestaba a todos con sus ladridos, haciéndonos creer que era capaz de cuidar la casa y advertir la entrada de un intruso”.

Mo’ámmer al-Muháyir lamenta por último que los perros que viven en Occidente tengan “más derechos y libertades que nosotros mismos”. Un epílogo que define muy bien cuál es la estructura mental sobre la que se cimenta la lógica islámica. Recurre a otro caso personal el colaborador de Web Islam para desbrozar su aseveración: “En nuestras ciudades y barrios, el ladrido incesante y acusativo (sic) de un perro es una forma de agresión sonora y de abuso más común, tanto de día como durante las necesarias horas de sueño durante la noche. Y tristemente, está aceptada como normal en nuestras sociedades latinas. En una ocasión, discutí con un vecino y me quejé porque su perro tenía la fea costumbre de darme terribles sustos cada vez que yo pasaba con mi esposa por la acera pública, mientras conversábamos distraídamente. Le dije: ‘Tu perro me causa un perjuicio, porque me asusta, me pone de mal humor, se me acelera el corazón y siento enojo; además de que no puedo conversar por el escándalo de los ladridos, ¿qué derecho hay a que yo tenga que pasar por esa fea experiencia todos los días, cuando lo único que hago es ejercer mi derecho a transitar por la vía pública?’.

El vecino me respondió con soberbia, como era de esperar: – “El perro no te puede hacer nada, está en mi propiedad”.

A lo que yo le respondí con argumentos razonables, como era de esperar: – “Está bien, veamos qué piensa usted de ésto: cada vez que su esposa pase por la puerta de mi casa, yo saldré de atrás de los arbustos con una máscara horrible y un gran cuchillo untado con salsa de tomate, y me pondré a gritar como desaforado caminando de un lado al otro de la cerca, simulando que estoy buscando un hueco para saltar la cerca y poder agarrar a su esposa del cuello y apuñalarla. Pero ojo: en realidad no le voy a hacer nada. Y estaré en todo mi derecho, y usted no podrá quejarse, porque en realidad, nunca saltaré la reja, siempre estaré dentro de mi propiedad. ¿Qué le parece?”.

Está claro que, a la luz de este testimonio, lord Byron modificaría con gusto su feliz y elocuente frase: “Cuanto más conozco a cierta clase de gente, más quiero y respeto a mi perro”. Amén.

1 comentario:

  1. Estos, que son inmigrantes que vienen a ganarse la vida, o son invasores..........., si es asi, caña con ellos, y a su pais de origen.

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