domingo, 1 de mayo de 2011

Una concejala del PP en Rentería limpia pisos con guardaespaldas


PEDRO SIMÓN
Rentería (Guipúzcoa) /El Mundo

'Si hay una lista limpia como los chorros del oro que la dejen pero ya nos la metieron doblada y los de EA tiran para los batasunos'
Zapatero embusteroSale de casa para lustrar el baño del vecino y antes han tenido que comprobar que no hay sospechosos en esta escalera sin ascensor. Llega al portal donde tiene dos horas de plancha y tienen que custodiar su entrada. Pisa de nuevo la calle rumbo a otra cocina patas arriba y en el coche viajan dos sombras atentas a ella, como si fuera JFK. Se llama María Ángeles Bastos, luce unas manos descascarilladas cuando fuma, trabaja limpiando casas y acude a pasar la mopa con dos escoltas. La frase anterior sólo se entiende si añadimos dos vectores: es concejala del PP, y lo es en el Ayuntamiento de Rentería. En estos días de campaña en que va repartiendo propaganda electoral no es descabellado que -como ya ha sucedido otras veces- alguien le diga a esta señora de la limpieza: «Ese panfleto no me vale a mí ni para limpiarme el culo».

Ángeles nació aquí hace 54 años, era una de esas chicas de la cuadrilla del barrio a la que saludaba todo el mundo, y ha visto el mudar de piel de una Rentería, obrera y orgullosa, que hoy ronda los 40.000 habitantes.

Hablamos con esta separada con hijo en jornada festiva aprovechando unas horas de tregua. Es la suya una vida como una yincana entre el fregadero, el escaño y la vecina casa de la madre, una enferma que necesita ayuda para vestirse y que vive con el hermano Juan Carlos, quien tiene síndrome de Down y mil fotos con Ángeles. «Cuando llego a casa lo único que quiero es dormir y que luego salga el sol».

Ella enumera con los dedos. En 1997 asesinaron de un tiro en la nuca a José Luis Caso, soldador jubilado y edil del PP en el pueblo (se toca el meñique). Cogió el relevo Manuel Zamarreño, muerto en 1998 cuando hicieron estallar la moto en que viajaba (se toca el anular). Así que en 1999 entró Ángeles como concejala popular junto a la otra electa, su amiga Lucía (se toca el corazón).

«Mi casa siempre ha sido de trabajadores. Mi padre se partía los cuernos en el mar seis meses para sacarnos adelante… A mí no me tienen que hablar de lo que es la clase trabajadora porque soy de esa clase», recalca. «Empecé distribuyendo cosméticos y trabajando en la limpieza en un bar. Perdí todos los empleos cuando me metí en política. Los dueños del bar, íntimos amigos, me lo dijeron un día: 'Lo siento, Ángeles. Nos han dicho que, si no te echamos, nos queman el negocio'».

Si tiene la mirada dura y se enciende el tercer cigarro en sólo 40 minutos de conversación es porque la asistenta está forjada con hierro del que ya no se hace.

- No te importará que fume...

- No, mujer.

- El tabaco me va a matar.

Le fue retirado el saludo. Llegaron las amenazas. Tuvo que cambiar de tienda de alimentación, de panadería y de carnicería, porque cuando entraba todo era un bisbiseo magro. Un tipo disfrazado de Olentzero le dejó carbón en su puerta y le decoró con pintadas la entrada de casa. Al ex marido le agredieron «por estar casado con una hija de puta». Un día le quemaron el coche.

«Fue porque Lucía y yo nos negamos a que el Ayuntamiento diera dinero para pagar la fianza de Leire Pikabea [una concejala de Euskal Herritarrok condenada por colaborar con ETA]. A los 15 días de negarnos me quemaron el coche. Y allí me tienes a mí a las dos de la madrugada en la calle, novata que era una, pidiendo disculpas a la gente por el humo y los desperfectos causados a los que estaban aparcados cerca».

El esperpento tiene lugar en una localidad donde los seis concejales de ANV elegidos en 2007 (de los 21 que se disputaban) fueron apartados del cargo al año siguiente por su vinculación con el terrorismo. Si Ángeles se enciende su cuarto cigarro ya, en fin, que se lo encienda.

«La relación con la gente de EA aquí, en el Ayuntamiento de Rentería, era buena, de gente estupenda, maja, colaboradora... Pero desde hace un tiempo están tirando para los batasunos», opina Ángeles. «No van por buen camino. Yo pido que se les mire con lupa».

Llegados a este punto, la asistenta diserta sobre la limpieza: «Si hay una lista limpia como los chorros del oro, que la dejen presentarse. Pero me temo que no habrá muchas. En la legislatura pasada ya nos la metieron doblada. Y los batasunos siguen estando aquí, aunque ahora como no adscritos. Siguen siendo seis. Y siguen defendiendo lo mismo».

Llegan los escoltas, suben, la siguen a una distancia discreta, andan por ahí, la dejan en la puerta de la casa... A los vecinos no les hizo gracia al principio lo de ver a guardaespaldas cambiantes por allí enredando. De eso hace ya 11 años.

Cuenta que ahora limpia en cinco casas. Que una de ellas es de un fiscal que también tiene dos escoltas. Y que los propietarios de las otra cuatro a lo mejor dejan de llamarla cuando vean quién es la señora que sostiene la fregona en esta foto.

«Algunos escoltas me dicen que cómo estando en política me tengo que buscar la vida limpiando escaleras». La respuesta es ésta: 600 euros como asistenta y otros 600 como concejala.

En el resol de otoño o cuando estalla la primavera, no es raro en Rentería ver a esta grey desmadejada de cinco paseantes dando un garbeo por un lugar llamado equis. Encabeza despacio la romería Ángeles, con su madre a un lado y su hermano Juan Carlos al otro. «Siempre miro adelante. La marcha atrás es peor que seguir adelante». Detrás van dos tipos como silbando.

No la vimos nunca en los periódicos. No ha contado nunca su historia la señora de la limpieza. No dio a luz con los escoltas en la habitación contigua, como le ocurrió a María San Gil. Pero la historia de Ángeles también cuenta con un hito revelador con epicentro hospitalario.

Pasó cuando estuvo ingresada Ángeles con sus ídem de la guardia en el Hospital Comarcal de Irún. La intervención fue bien. La limpiadora abrió los ojos y allí delante, en ese tránsito de borroso a claro de los recién despertados tras la anestesia, iba apareciendo la figura de un enfermero embutido en blanco.

- ¿Quiere que llame a su marido? -le preguntó el sanitario.

- No, no hace falta.

Pero el enfermero salió igual. Y le puso la mano a aquel hombretón que estaba esperando pacientemente apoyado en la jamba de la puerta.

- Ande, entre a ver a su mujer.

Y así pasó el impostor, con un leve encogimiento de hombros. Y así entró por la puerta, entre guasón y resignado, el escolta. Y así le dio un beso en la mejilla entre risas a esta mujer que todos querrían tener cerca.

-Hola, cariño, ¿cómo ha ido todo? OORBYT.es >Vea en EL MUNDO en Orbyt los testimonios de los concejales.

Curva peligrosa a la izquierda

Mete primera y arranca desde las cocheras de San Sebastián. Sube el primer usuario del día al autobús y te envuelve con un egun on cálido. Coge el desvío la conductora y para en un semáforo con un muñeco en rojo.

Lo peor no son las señales de curva peligrosa, sino la incertidumbre de lo que no se ve. Compaginar el trabajo de autobusera con el de concejal socialista en Ordicia (Guipúzcoa) tiene estas cosas tocantes a la seguridad. Que no sólo están los airbag o el moderno sistema de frenos. También están los escoltas.

«No te acostumbras, pero no hay otra», asegura cordial la autobusera al otro lado del teléfono. «Al principio fue difícil. Procuramos no tener mucha relación, no vincularnos, ser lo más profesional posible... Sí, vivo con escolta las 24 horas del día. Nos gustaría hacer política como en el resto de España, pero no es posible cuando tienes que llevar dos personas detrás».

Esta vida rueda por la comarca del Goierri, una plaza difícil para los constitucionalistas, y más concretamente por las calles de Ordicia, donde Mónica Marañón (37 años) es concejala de Participación Ciudadana y Voluntariado del Ayuntamiento (gobernado por un pacto PNV-PSE-EA). De no haber sido ilegalizados en 2007, Euskal Herritarrok habría ganado las elecciones en el pueblo.

«Empecé en política con 21 años, cuando fui concejala en Zizurkil. Desde hace 10 llevo vigilancia y nunca pierdo la esperanza de no llevarla. ¿Miedo? Bueno, yo tengo miedo al avión y no por ello he dejado de volar».

Así son los Marañón y así es ella («tremendamente divertida y muy agradable en el trato», puntualiza el curriculum que nos pasa el partido). El padre estuvo preso con Franco. Como su abuelo, que penó en un campo de concentración en Santoña por luchar contra el dictador. Como el otro abuelo. La hermana Arritxu es diputada socialista en Madrid. Mónica no se iba a complicar la vida menos.

«Si estoy con el autobús de mañana me voy a las cuatro y media de la madrugada a trabajar, acabo y voy por la tarde al Ayuntamiento. Hay muchos días que voy comiendo por el camino».

Pasa que las malas digestiones nunca se van. Cuando atentaron en Martutene contra Iñaki Dubreuil, colega socialista en Ordicia, éste salió ileso y murieron dos trabajadores de la empresa Electra. Sólo esa vez lo pensó Mónica: no hay nada como una señal de Stop.

Dice el curriculum del partido otra cosa de Mónica: «Le gusta disfrutar de la vida».P. S. / Lapuebla de Labarca (Álava)

El hombre que cultivaba votos

El agricultor conduce un tractor por un camino de cabras rumbo a la viña y un centenar de metros detrás, a 30 kilómetros por hora, va un coche alargado con dos tipos dentro vigilando.

El agricultor regresa a casa por un camino de cabras rumbo a la bodega con el remolque lleno de uvas y ahí sigue pegado el vehículo. Con sus 110 caballos y a ritmo de burro.

Hasta cuatro o cinco viajes diarios de esta guisa hará el agricultor en octubre. Hoy no es tiempo de uvas ni estamos en la vendimia, pero igual están a la puerta del bar los escoltas, a la espera de que se termine la partida. O de que hablen lo de azufrar en polvo. O de que tomen el vermú. O de que salga Emilio para ir al Ayuntamiento a su otro trabajo.

Pasa en Lapuebla de Labarca, un municipio de 900 habitantes en la linde entre Álava y La Rioja, donde una día de 2007 le dijeron a Emilio que había salido elegido y entonces, de golpe, fue uno y trino.

«Cuando trataron de convencerme para que me metiera en el PP daba por hecho que no íbamos a llevar escolta. Cuando los vi, pensé: '¿Pero dónde me he metido?'... Te digo que si sé que voy a llevar escolta no me meto en estos fregaos. A mí ya me parecía mucho uno; fíjate dos... ¡Virgen santa! Estaba alucinado».

Estamos con un pequeño viticultor de 46 años, soltero y con dos hijos a su cargo («la madre no puso pega para que me quedara con ellos»), en una villa tranquila donde el 90% se dedica al campo y donde «no hay nada que temer». A pesar de haber tenido sus correspondientes pintadas de Gora ETA. A pesar de haber tenido hasta una detenida -«la Mila, una chica de aquí»- por colaborar con la banda.

«Mi compañero del PP y yo cobramos cero euros como concejales. Porque aquí, cosas del alcalde, sólo cobran los concejales del PNV».

El mosto de la vida se lo bebe Emilio igual. Hay que ir al Ayuntamiento y hay que sentarse a hacer los deberes con los chicos. Hay que salir a la viña y hay que bañar a los hijos. Hay que trasegar el vino y hay que dar de cenar a la prole. Hay que hacer política y «hay que joderse, eh».

Con lo que aquí, donde sobra todo el tiempo del mundo, el viticultor (ahora de baja) no tiene tiempo para nada. «Yo no me explico por qué un agricultor, o un panadero, o quien sea, tiene que llevar guardaespaldas por pensar».

Cuando le cambian de escoltas, la que más los echa en falta es la pequeña: «Papá, ¿y dónde está Manuel?». El mayor -que tiene un trastorno autístico- rumia sus nueve años hacia dentro. P. S. / Orozco (Vizcaya)

El candidato de hierro

Queríamos quedar en su casa y nos citó en una cafetería. Íbamos a entrar en la cafetería y al ir a hacerlo viró en redondo: «Bueno, mejor nos vamos a otro sitio, para no molestar». Así que al final acabamos en el modesto graderío de un solitario frontón, con los escoltas de sujetavelas y alguna mirada escrutando a lo lejos bajo un paraguas rojo y negro.

El único vecino con protección de los 2.800 habitantes de Orozco es Tomás Oqueranza, el exclusivo concejal del PP, un siderometalúrgico de los de mono naranja que cada mañana lleva al crío al colegio con vigilancia detrás. Tiene siete años el niño y desde que nació ha visto al padre en la calle siempre con dos amigos que apenas hablan. Pues vaya con los amigos de aita...

Es lo que tiene ser obrero y estar en política. Que si andas de turno de noche en la fábrica vas al pleno de empalmada y sin dormir. Que si tienes turno de mañana tienes que «pedir permiso» para ir a votar, aunque sepas que lo que tú propongas casi nunca cuela. De los 11 concejales de Orozco; nueve son del PNV, otro es de EA; luego está Tomás.

Aquí la campaña electoral popular consiste en un ejercicio propio de indesmayable voluntad. Tomás pega los carteles y Tomás regala mecheros con las siglas del PP. Tomás reparte panfletos del partido y Tomás te da algún bolígrafo con gaviota. Adivinen quién le entrega un globito azul a los críos, si es que los padres dan permiso para lucir ese hinchable como si tal cosa. Tomás.

«No te tenido ningún problema de importancia. Siempre hay alguno que piensa de forma distinta y lo manifiesta», cuenta el menor de una saga de ocho hermanos, todos nacionalistas a excepción de él. «Lo de que me apedreasen la ventana de casa fue cosa de chiquillos. Y, bueno, he recibido alguna llamada, digamos, que no era para felicitarme por haber salido elegido».

Las dudas le vinieron aquel día en que mataron a su amigo Jesús María Pedrosa en Durango. «'¿Lo dejo o no?', me dije. Pero luego reflexionas y ves que, si te vas, les das la razón a ellos. Cuando matan a un concejal, es cuando más cuenta te das de lo necesario que es que haya una opinión diferente».

Dejamos a Tomás, quien tiene 20 minutos para llegar a la fábrica de Basauri, enfundarse el mono naranja y entrar en el turno de tarde. Llama a los dos escoltas con un golpe de cuello.

«¿Que si me acostumbro? Los escoltas son como el cinturón de seguridad. Al principio te molesta ponértelo. Al final acabas aceptándolo con tranquilidad. Y si no lo llevas parece que te falta algo, ¿no? Pues eso».

1 comentario:

  1. Pues que quieres que te diga, eso es como montar en bicicleta, nunca se olvida. La vida del escolta es muy ingrata, y la de los escoltados, pues a algunos se les hace eterna, a otros no tanto, hasta el gusta.Todo depende de la clase de persona que sean, y asi nos irá en el quehacer diario.

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