martes, 5 de abril de 2011

20 años de independencia en el País Vasco


PEDRO J. RAMÍREZ / el Mundo

Excelentísimas autoridades, queridos amigos:
Hace 20 años nació EL MUNDO del País Vasco con un lema provocador que hablaba de «independencia». Ni entonces ni ahora le hemos tenido nunca miedo a ninguna palabra: sólo a las acciones que a veces desencadenan. La democracia no debe tener otros límites que los que marca la propia democracia. Y no somos de esos patriotas de guardarropía que a veces dicen que si España no existiera, habría que inventarla.

Pero es obvio que de la «independencia» de la que hablábamos era, en primer lugar y ante todo, de la nuestra como medio de comunicación. Nos comprometimos a enriquecer el pluralismo de la sociedad vasca con una voz independiente, dispuesta a anteponer el derecho a la información de los ciudadanos a cualquier otra consideración, y 20 años después nadie podrá reprocharnos el no haberlo cumplido.

Desde las pruebas de los crímenes de los GAL hasta las actas de la última negociación con ETA, pasando por muchas otras revelaciones y documentos, ha sido EL MUNDO del País Vasco el medio que una y otra vez ha puesto a disposición del público los elementos de juicio que poderes muy diversos han tratado de mantener ocultos.

Hemos podido hacerlo porque, parafraseando a los redactores de El Liberal -una palabra por cierto muy afín a nuestra ideología y muy arraigada en la historia vasca-, «nos pertenecemos, somos de nosotros mismos».

EL MUNDO del País Vasco ha podido desempeñar esa tarea -y aquí están cinco de sus seis directores para atestiguarlo- porque ha sido verdaderamente independiente. Es decir, porque no ha dependido de ningún partido político, de ningún sector económico, de ningún poder constituido o fáctico. Nuestras opiniones han sido nuestras, nuestras equivocaciones han sido nuestras, nuestros aciertos también.

Pero cuando nosotros hablábamos de independencia no sólo queríamos defender nuestro propio ámbito de libertad, sino también el de nuestros lectores. Nada nos produce de hecho mayor satisfacción como el comprobar a través de sus testimonios que decenas de miles de vascos se han sentido más independientes, menos condicionados por la ignorancia o la coacción, y eso es lo mismo que decir mejor informados, a la hora de votar o de expresarse, gracias a EL MUNDO del País Vasco.

Y es que la verdadera independencia empieza y termina en la conciencia personal de cada uno. Estoy hablando de la paradójicamente definida por Isaiah Berlin como «libertad negativa», es decir, del derecho de cada individuo a la no interferencia de ninguna fuerza superior en los ámbitos propios de su privacidad o, si se quiere, de su derecho a la autonomía. O como diría el politólogo de cabecera de Zapatero, Philippe Petit, dando un paso más, estoy hablando de la «no dominación» de nadie por nadie. Que a ningún ciudadano se le impongan restricciones en su conducta individual por la fuerza o por el miedo, excepto cuando sus actos estén encaminados a restringir los de los demás.

La principal tarea de los poderes públicos en un Estado democrático consistiría desde ese punto de vista en proteger a los ciudadanos de todo proyecto totalitario o totalizador que, utilizando como pretexto la que Berlin llama «libertad positiva», es decir. la aspiración idealista, a menudo utópica, de construir una sociedad o una entidad política nueva, pretenda obligarles a pasar por ese canon uniforme, tan propio de los nacionalismos.

Siempre que tengo que referirme a las hipótesis con las que lamentablemente se siguen derrochando tiempo y energías en España me gusta citar la elocuente frase de Mirabeau ante la Asamblea Constituyente: «No somos salvajes llegados a orillas del Orinoco a crear una sociedad nueva». La disyuntiva a la que me refería al principio es puramente retórica. España existe, vaya que si existe: como Estado de Derecho, como entidad histórica, como comunidad nacional y, sobre todo, como ámbito de protección de las libertades constitucionales.

En los 20 años transcurridos desde que nació EL MUNDO del País Vasco se ha producido además un hito decisivo en el proceso de integración y cohesión europea. Me refiero a la creación de la zona euro. Todos sabíamos que habría un antes y un después de la moneda común. Pero esta percepción ha quedado corroborada por los hechos cuando, desde mayo del año pasado, la Unión Europea ha venido imponiendo políticas de ajuste a aquellos estados miembros -entre ellos España- cuyos déficit públicos ponían en peligro la solvencia y estabilidad del euro.

La adopción de una moneda común implica tal cesión de soberanía que lo que haga cada miembro de la Unión Europea concierne ya a todos los demás. Y si esto es así cuando hablamos del sueldo de los funcionarios, de la reforma laboral o del régimen jurídico de las cajas de ahorros, no es difícil entender que mucho más lo sería si habláramos de llevar a cabo proyectos secesionistas basados en mitos o peripecias históricas reales, semejantes a las que han acontecido en los demás estados de la Unión.

Al margen de lo que establecen las propias reglas del juego constitucionales, sólo en un escenario de colapso de la Unión Europea y de hundimiento, por tanto, de los pilares que han dado estabilidad y prosperidad a nuestro mundo sería imaginable la separación del tronco común de alguna de las ramas que forman el árbol de España. Lo dije en Barcelona hace bien poco y lo repito aquí hoy: para resolver un problema así, ahora ni siquiera haría falta sacar los tanques a la calle; bastaría con sacar una nota de prensa de la Presidencia Europea en Bruselas.

De forma coherente con este diseño, el Tribunal de Estrasburgo ha avalado lo dispuesto por nuestra Ley de Partidos y ha proporcionado a nuestra democracia un amplio margen de maniobra para defenderse de quienes pretenden destruirla desde el seno de sus propias instituciones. Y esa sentencia también debería implicar un antes y un después a la hora de hacer frente a las pretensiones de una organización criminal como ETA de seguir combinando medios legales e ilegales para perseguir sus fines totalitarios de siempre.

Al menos yo así se lo expuse a los tres dirigentes históricos de la izquierda abertzale que el pasado verano pidieron una reunión con la dirección de EL MUNDO para explicarnos que la llamada estrategia político-militar había quedado superada por los acontecimientos, que se proponían crear un nuevo partido que cumpliera los requisitos legales para volver a las instituciones y que estaban dispuestos a rechazar nuevos actos de violencia por parte de ETA.

Yo acudí acompañado de dos miembros del equipo directivo del periódico y, a diferencia de lo que por desgracia vemos que ocurrió con personas que no se representaban a ellas mismas o a una organización privada, sino que nos representaban a todos, no les dije nada que no pueda repetir en voz alta sin desdoro. Les dije, en primer lugar, que me alegraba mucho de escuchar esas palabras, pero que era una lástima que no las hubieran pronunciado hace 30 años, pues habrían contribuido a evitar el asesinato de cientos de personas, incluido nuestro columnista José Luis López de Lacalle.

En segundo lugar, les dije que todo lo sucedido durante estos años, y sobre todo esos asesinatos que ellos han alentado, a veces aplaudido y como mínimo tolerado, no podían borrarse ahora de un plumazo de la memoria colectiva. Y, en concreto, que desde aquel ignominioso primer domingo de mayo de 2000 nuestro periódico forma parte de la gran familia de las víctimas del terrorismo y nos debemos, por lo tanto, a la causa de preservar su dignidad, defendiendo lo que ellos habrían defendido en esta coyuntura. Todos podemos imaginar lo que habría dicho López de Lacalle respecto a la legalización de Sortu o las listas de Bildu.

En tercer lugar, les expliqué que así como hace 30 años el Estado podía necesitar a una izquierda abertzale que rechazara la violencia con mayor o menor convencimiento porque el Estado era débil, ahora las tornas han cambiado y ese Estado miembro de la Unión Europea, fundador del euro y con una democracia consolidada ya no les necesita para nada. Ahora las tornas han cambiado porque los débiles son ellos al haber triunfado la estrategia de acoso a ETA en todos los frentes. Y ahí es donde la sentencia de Estrasburgo tiene un valor fundamental.

En cuarto lugar, les dije que su planteamiento me parecía válido de cara a las elecciones municipales de 2015 porque, por utilizar una palabra habitual en su vocabulario, el Estado tendría que «verificar» la sinceridad de su conversión al pacifismo antes de permitirles volver a las instituciones, que el único baremo fiable sería la observación de su conducta con el transcurso del tiempo y que qué menos que cuatro años de cuarentena para quienes llegaban con 30 o 40 años de retraso a su cita con los derechos humanos más elementales.

Y en quinto y último lugar, añadí que para que pudieran concurrir por la vía rápida de 2011 sólo cabrían dos hipótesis en las que eso resultaría aceptable para nuestro periódico: o que ETA se disolviera o que ellos rompieran con ETA de forma beligerante y activa al modo en que lo hicieron Euskadiko Ezquerra o Aralar. Algo que ni ha sucedido ni tiene el menor viso de suceder.

Cualquiera puede comprobar que todo esto es lo que viene defendiendo nuestra línea editorial, algo que concuerda con los argumentos de la mayoría de los magistrados de la Sala del 61 del Tribunal Supremo y, obviamente, difiere de los de la minoría. Los partidarios de la inscripción de Sortu, a pesar de todos los indicios que señalan su condición de criatura de ETA, invocan el principio de in dubio pro reo que es propio del Derecho Penal y no del Derecho Político, y alegan que cerrarle el paso ahora equivaldría a una «ilegalización preventiva». No sólo estoy de acuerdo con lo ajustado de esa expresión, sino que el concepto me gusta y encaja como un guante en algunas de las consideraciones de la sentencia de Estrasburgo, cuando sostiene que un Estado democrático no debe esperar a defenderse de quienes pretenden destruirlo al momento en que el daño -grande, pequeño o mediano- ya ha sido causado.

Insisto en el ejemplo que ponía ayer en mi Carta del Director con el Tribunal Constitucional como destinatario. Legalizar ahora Sortu equivaldría a admitir a un partido nazi en la Alemania de 1945 con tal de que sus estatutos se comprometieran a condenar cualquier futuro asesinato de judíos o disidentes de cualquier tipo en las cámaras de gas. Sólo en la democracia más idiota de la Tierra se podría admitir que una montaña de vilezas quedara amortizada por el cumplimiento, por imperativo legal, de una serie de meros requisitos formales. ¿Es que todos los que concurrieron al acto del Euskalduna, cuyos rostros, nombres y apellidos resultan tristemente célebres por décadas de connivencia con el terrorismo, se han caído del caballo simultáneamente?

Excelentísimas autoridades, apreciado lehendakari, en el acto de homenaje a López de Lacalle celebrado el pasado mes de mayo en el palacio de Miramar de San Sebastián, con motivo del 10º aniversario de su abyecto asesinato, reinaba un ambiente de serena satisfacción. «Vas ganando, José Luis», dije yo tratando de resumir la plasmación del proyecto político -basado en los valores constitucionales- que defendía nuestro columnista en una mayoría parlamentaria como la actual y en un Gobierno del Partido Socialista de Euskadi respaldado por el PP.

No sé si al cabo de estos meses, visto lo visto y leído lo leído, diría hoy lo mismo, o al menos si lo diría con el mismo entusiasmo y firmeza. En todo caso, nada deseo tanto como que el diagnóstico se mantenga y para ello apelo a unas palabras que pronunció el lehendakari López en ese acto: «ETA está acabada porque la sociedad vasca le ha cerrado definitivamente la puerta. Una puerta empujada por muchos brazos. Porque cada día somos más los que empujamos».

Creo representar el sentir de cientos de miles de vascos, y desde luego de muchos millones de españoles como ellos, al pedirle al lehendakari que esa solidaridad no se agriete, que esa puerta no se entreabra, que esa presión no consienta resquicio, rendija o gatera alguna. Mientras ése sea el empeño siempre podrá contar con EL MUNDO del País Vasco, un periódico que continuará siendo fiel a estos primeros 20 años de leal, firme y dolorosa independencia. Ya lo dijo Tácito: «En el riesgo está la esperanza».

patxi lópez

Un valiente ejercicio de información

Gabon guztioi:

Atsegin dut gaur hemen egotea, egunkari honen urtebetetzea ospatzen [Estoy contento de estar hoy aquí, celebrando el cumpleaños de este periódico].

Cuando me pidieron, primero, escribir un artículo para el suplemento del XX aniversario de EL MUNDO del País Vasco y, después, intervenir en esta gala tuve la tentación de sacar el anecdotario de dos décadas de portadas con capacidad de atragantar desayunos, titulares espinosos, entrevistas a cara de perro o la moderación de algún Foro Nueva Economía reconvertido en tête à tête con el periódico.

Desde luego, 20 años dan para muchos encuentros y desencuentros, pero no sólo para un político o un partido concretos. Hoy estamos aquí dirigentes institucionales, empresarios, gentes de la cultura, representantes sociales… unidos todos, en mayor o menor medida, por un vínculo hacia un periódico y unos periodistas que en este tiempo nos han informado, contextualizado, retratado y acompañado en el caminar colectivo de la sociedad vasca hacia el siglo XXI.

Y es ésta la mejor muestra de la consolidación y éxito de un proyecto editorial que a lo largo de los años ha conseguido convertirse en referencia en el seguimiento de la actualidad política, económica y cultural vasca.

EL MUNDO del País Vasco ha acompañado a Euskadi desde los coletazos de la reindustrialización a su diversificación e internacionalización económica. Desde la crisis de los 90 al pausado salto a la modernidad. Desde los terribles años de plomo, hacia la cada vez más inminente conquista de la libertad.

Euskadi es hoy un país moderno, tecnológicamente avanzado, con unas empresas punteras, unas universidades de prestigio y una red de infraestructuras cada vez más completa y sostenible. Un país con una economía desarrollada capaz de salir al mundo y tratar de tú a tú a grandes potencias internacionales.

Una sociedad abierta, plural en sus identidades y sentimientos de pertenencia, que poco a poco está superando la presión de los totalitarios y recupera para la democracia y la libertad espacios que le habían sido vetados.

Y esto no es un logro de una o dos personas, sino una conquista colectiva de la sociedad en su conjunto y en la que han participado también, cómo no, EL MUNDO del País Vasco y sus trabajadores que, a través de sus páginas, han ido ejerciendo un valiente y entregado derecho a la información, construyendo su propio relato de lo que es y debe ser Euskadi en este mundo global.

Porque muchas veces, cuando se nos llena la boca hablando de esta sociedad plural y diversa, olvidamos el necesario papel que ejercen los periódicos en esta tarea como generadores de opiniones diferentes, como altavoces de verdades incómodas, que una vez descubiertas, ayudan a construir un mundo más libre y más ético.

Nos está tocando pasar por una época difícil. La crisis ha llegado también, y de qué manera, a los periódicos, que ya se encontraban, además, interpelados ante un cambio de paradigma por la irrupción de las nuevas tecnologías.

Son tiempos de transición, pero estoy convencido de que EL MUNDO del País Vasco sabrá superarlos y que seguirá otros 20 y otros 40 años más en la vanguardia de la información, mirando con lupa la realidad que nos rodea, poniendo el foco ante cualquier señal de alarma.

Es éste el papel, enfrentado y complementario, que ha ejercido con maestría hasta ahora y que estoy convencido de que seguirá jugando por muchos años más.

Zorionak.

1 comentario:

  1. Pues enhorabuena al mundo en las vascongadas (pais vasco), sobre todo por aguantar como todos lo inaguantable.

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