lunes, 22 de noviembre de 2010

Marruecos domina El Aaiún a través de su red de delatores


ANA ROMERO / El Mundo
El Aaiún

«Tardarán años en cerrarse las heridas profundas de este conflicto», afirma un activista saharaui

El gobernador, Mohamed Jelmous, admite que tienen un «sistema minucioso» basado en la información / El campamento Gdeim Izik ha quedado arrasado

Zapatero embustero

Familias que se espían y se venden por unos dirhams. Maridos que denuncian a sus mujeres. Amigos que se traicionan. Marruecos ejerce un control férreo sobre El Aaiún tras los sucesos de hace dos semanas en la capital del Sáhara Occidental gracias a una tupida red de delatores.

El wali (gobernador) de la capital del Sáhara, Mohamed Jelmous, lo llama un «sistema minucioso» de trabajo basado en la información. Lo dice para defenderse de las acusaciones de represión y de caza al hombre casa por casa que ha vertido sobre ellos el Polisario.

«No nos hace falta actuar así», dice Jelmous. «Sabemos quiénes son [los activistas que participaron en los disturbios]. Tenemos un sistema de trabajo muy minucioso basado en la información». Sigue en pág. 26

Enviada especial

Asiente el prefecto de la Policía, Mohammed Dhkissa, sentado también en la reunión que es asistida telefónicamente por los datos que va desgranando la Fiscalía. «Es imposible que en una ciudad de 230.000 habitantes con un 40% de saharauis vayamos casa a casa», señala el gobernador. «Sabemos perfectamente donde están».

La red de informantes que sirve ahora para controlar El Aaiún ha sido tejida a lo largo de los años por los servicios marroquíes. Una fuente independiente pone el ejemplo de la saharaui denunciada por su marido dos días después de dar a luz. La desconfianza aquí es absoluta entre los propios saharauis. Nadie sabe quién va a delatar a quién cuándo.

A los sucesos de El Aaiún aquí se les llama «el 8/11». Marroquíes y saharauis coinciden en algo: ofrecen prácticamente el mismo número de muertos (11 agentes marroquíes y de dos a cuatro civiles saharauis). También de detenidos ya identificados (132 según los marroquíes y 115 según los saharauis).

Según el gobernador y el jefe de la policía, del total de detenidos, hay 113 en la prisión de El Aaiún (llamada Cárcel Negra por los saharauis desde la época española) a la espera de ser juzgados ante la Corte de Apelación. Otros ocho tendrán que enfrentarse a un tribunal militar en Rabat por estar acusados del asesinato de militares, y cuatro se las verán ante el Tribunal de Primera Instancia. Los siete liberados son todos menores de edad.

Del lado saharaui, las cifras las desgrana Djimi el Ghalia, la conocida activista saharaui de 49 años que se ha convertido en la otra Aminatu Haidar del lugar. Según sus folios manuscritos en árabe, hay 115 detenidos en la Cárcel Negra. Ghalia eleva a cuatro la cifra de muertos: el chico de 14 años que falleció en un tiroteo previo al desmantelamiento; Brahim Daudi, abatido durante el asalto, el español Baby Hamadi Buyema y un cuarto llamado Abdeslam Lansari que falleció en el hospital de Agadir, donde fue evacuado por sus familiares.

Todo esto lo cuenta Ghalia sobre la alfombra de su humilde casa mientras una amiga se encarga de la ceremonia del té. Ghalia, una mujer de hermosas facciones y mucha determinación, ha pasado tres años y siete meses encerrada en la cárcel. No tiene nada que perder, y poco le importa llenar su casa vigilada de periodistas, activistas o quien quiera ir a visitarla.

Las partes difieren -y cómo- en el número de detenidos extrajudiciales. Esto es, aquéllos que en los días inmediatamente posteriores fueron llevados a comisarías y gendarmerías donde sufrieron abusos.

Es el caso de Leila Leili, de 37 años, que la mañana del martes 9 de noviembre se despertó en su casa de El Aaiún y decidió escribir en una hoja de papel lo que había vivido el día anterior en el campamento. Metió el papel en el bolso y salió a la avenida Smara, la calle principal de la capital. Allí fue detenida por agentes marroquíes, que la obligaron a abrir el bolso y sospecharon del papel. La condujeron a la comisaría que está justo al lado de la sede de la Wilaya, donde hablamos con el gobernador. En esa comisaría, situada en frente de la misión católica comandada por el Padre Rafael Mendívil (en El Aaiún desde 1962), Leili permaneció desde las 10.00 horas del martes hasta las 18.00 horas del miércoles.

Cuando se queda sola, se levanta la melfa y muestra los moratones a esta periodista. Dice que sólo querían amedrentarla y obligarla a dar vivas al rey de Marruecos. «Yo les decía que respetaba al rey y a Marruecos, pero que quería un referéndum libre», señala a través de Ghalia, que le hace de traductora. Ambas son viejas conocidas de la policía. Juntas trabajan para la Asociación Saharui de las Violaciones Graves cometidas por el Estado marroquí.

Sobre lo que ocurrió hace dos semanas cuando Marruecos desmanteló el campamento de Gdeim Izik -hoy arrasado- también hay desacuerdo. Finalmente, las dos partes en conflicto aquí tienen una cosa clara: la desconfianza ha aumentado.

De las conversaciones mantenidas a lo largo de todo el día de ayer con marroquíes, saharauis y fuentes independientes emerge el relato de lo ocurrido el 8-N en el campamento y posteriormente en El Aaiún. Tres mil marroquíes -entre fuerzas auxiliares, gendarmes y policías- entraron a saco en la hamada (meseta pedregosa) que albergó durante un mes unas 20.000 jaimas. Iban armados con porras y escudos protectores. Se ayudaron de cañones de agua y gases lacrimógenos.

Los saharauis dormían al alba de ese lunes ya histórico. Huyeron con premura, algunos descalzos. «Llegaron a El Aaiún despavoridos, en estado de shock», relata una fuente independiente. El campamento ha sido arrasado: apenas queda basura y unos camiones con policías. Fijando más la mirada se observan todavía las calles cuidadosamente construida con piedras e incluso las entradas a las casas-jaimas. Restos de la vida doméstica: paquetes de tabaco American Legend, pan, cuchillas de afeitar, calcetines, el popular antigripal Rinomicine o un rayador de queso.

«Por primera vez desde 1975, cuando se fueron los españoles, los saharauis nos sentimos libres. Podíamos hacer nuestra vida sin que nos observaran constantemente, como en El Aaiún», explica Ghalia. «Lo sucedido ha causado heridas profundas que tardarán años en curar, tanto para nosotros como para los marroquíes», dice.

1 comentario:

  1. Esto que ha sucedido no debió de suceder, pero el tirano es lo que mejor sabe hacer.
    ¡Sáhara libre ya!

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