Campaña de 1993. Garzón deja la judicatura para ser candidato y pide al PSOE
un sueldo hasta que sea diputado. Guerra acepta, pero advierte que será en A,
con firma y recibo. Y, entonces, Garzón se niega. Son las memorias de
Guerra.
Es científicamente imposible que aquel niño que ayudaba a la economía casera empujando carros de chatarra en la ventisca pobre de la posguerra sospechara que medio siglo después iba a leer la reseña emocionada de su muerte, a negociar camino del baño con Fidel Castro o a recibir la negativa de un ex juez a cobrar en A. Ni siquiera si el crío aquel se llamaba Alfonso Guerra.
Una página difícil de arrancar se llama la última memoria de uno de los hombres clave en la democracia, 617 folios de excavación de nuestra historia al final de un siglo y el arranque de otro. En el libro quedan salvados en tinta sobre papel los nombres del Rey, Suárez, Vera, Txiki Benegas o Cándido Méndez. Y comparecen sin querer con los grilletes verbales del autor reos como Felipe González, Aznar, Solana, Almunia, Solchaga, Chaves, Serra o Garzón.
Si son memorias y es historia, aquí está la memoria histórica de Alfonso Guerra.
El sueldo en ‘B’ de Garzón. Cuando Garzón entró en las listas del PSOE para las urnas del 93, acudió a la dirección del partido a plantear un «problema operativo». Guerra lo cuenta así: «Como juez debía abandonar unos meses antes de las elecciones el cargo, por lo que dejaría de recibir su estipendio. Me lo consultaron y contesté que sin duda el partido sería solidario abonándole las cantidades hasta ser proclamado diputado, pero que lo haríamos en A, es decir, de manera legal y con firma del recibo por la cantidad real. No aceptó. ‘Pues entonces no hay pago’, fue mi respuesta. Parece que acudió a otra institución, esta vez con éxito».
Aunque valora algunos logros del juez, como el procesamiento del dictador Pinochet, a Guerra no le gustó el fichaje de Garzón. Cuando González le anunció que tenía un golpe electoral, el número dos socialista contestó: «Ése es un golpe que nos estallará en nuestra propia cara».
Felipe; engaño y cacería. Junto al reconocimiento que Alfonso Guerra hace de la «transformación» y «avance» de España bajo el mandato de Felipe González, se desgranan episodios menos amables.
El 8 de enero de 1991, González y Guerra elaboran la composición del Gobierno. Pero dos meses después, mientras Guerra está en la Internacional Socialista en Sydney, González diseña otra. «Txiki Benegas me expuso el equipo que Felipe tenía previsto para el nuevo Gobierno. Le aseguró que ya lo había hablado conmigo. ¡Era radicalmente diferente del que habíamos pactado en enero!». Guerra relata la llamada que hizo a González desde Sydney: «Mantuvimos una conversación poco grata, incómoda. Se encerró en una actitud cínica (...) Había defraudado mi confianza (...) Evidenciaba un engaño, una trampa urdida sin motivo (...) Por primera vez me sentí engañado por Felipe González».
Otra afrenta. Un diputado contó a Guerra que cuando Cipriá Ciscar fue nombrado secretario de Organización del PSOE, Felipe le dijo: «Tu misión aquí es sacar de la dirección a Alfonso y a Txiki». Guerra escribe que no sabe si esa instrucción existió, pero que los hechos posteriores «encajan absolutamente con aquella orden propia de la cetrería».
El filtrador de los Consejos de Ministros. En una cena, Jesús Polanco le dijo a Guerra: «Siempre hemos sabido que tú estabas contra nosotros en los Consejos de Ministros». El político socialista se extrañó y preguntó al fundador de Prisa cómo lo sabían. «Su respuesta me produjo una enorme tristeza: ‘Eso es lo que nos contaba Javier Solana’».
González y los GAL: «Está acotado». La irrupción en política del caso GAL fue obra de un juez que «recuperó el expediente, dormido durante años», una «anomalía»: «El juez era Garzón, el que fue diputado socialista hasta poco tiempo antes». Guerra revela que cada vez que Garzón detenía a altos cargos del Gobierno o la Policía, él llamaba a González para que se lo explicara. Y siempre oía la misma contestación: «Está acotado». «Nunca recibí la explicación de su significado».
Tontos y malvados. En 1992, Guerra se opuso a la creación de un cartel que copiaba la foto de Felipe y él en el Palace el 28 de octubre del 82. Lo veía una «impostura» poco ética, ya que la unión de entonces entre ambos no era ya la misma. Insistió, pero el cartel se imprimió. «Los aduladores de González –entre ellos, Almunia, Solchaga, Maravall, Leguina y el periodista Javier Pradera– se sintieron golpeados y extendieron en el partido la especie de que era un intento por mi parte de expresar que Felipe sólo podía caminar si lo hacía de mi mano. Dudé si serían más tontos que malvados, o a la inversa».
Solchaga y Rubio se vengaron de Conde. Alfonso Guerra dice que, aunque había razones para que el Banco de España interviniera Banesto, la motivación fue «la negativa de Conde a hacerse cargo de Ibercorp». «Acudió a Conde el clan de los amigos, Mariano Rubio y Carlos Solchaga, antes de que estallase el escándalo con objeto de taparlo. Él no aceptó, y se vengaron con la intervención».
Guerra, Castro, el Papa y un cuarto de baño. En 1996, un hombre de Clinton pidió a Guerra que mediara entre EEUU y Cuba. Él lo habló con González, que aceptó, «aunque dijo que tenía un mediador mejor: el Papa». En enero de 1997, Guerra cenó con Castro y otros dirigentes cubanos. «Tras dos horas de charla, pregunté dónde estaban los aseos. Inmediatamente se levantó Fidel diciendo: ‘Yo te acompaño’. Cuando empezamos a caminar le dije que quería plantearle un asunto de cierta importancia y no sabía si introducirlo delante de los demás. Me llevó a un salón donde le transmití la petición del enviado de EEUU (...) Decidió al instante: ‘Que digan fecha para iniciar los contactos’».
Suárez y Tejero cara a cara. Guerra lamenta no haber creído a Adolfo Suárez el 10 de abril de 2002. «Fue mi última conversación con él (...) No supe creer sus palabras cuando me anunció que estaba perdiendo la memoria». Guerra desvela una nota que un ujier del Congreso le pasó tras el golpe de 1981. Era una escena entre Suárez y Tejero, en la que el ex presidente conminaba al guardia civil a que le explicara «esta vergüenza», le dijera «quién está detrás» y parara el golpe «antes de que ocurra una tragedia». «Se lo ordeno», llegó a decir Suárez. «No me provoque», soltó Tejero, y mandó a Suárez callarse. «Como dijo Hölderlin: ‘Algunos hombres se ven obligados a aferrar el relámpago con las manos desnudas’. Así fue Adolfo Suárez».
Al PSOE le sobran letras. El 1 de marzo de 1997, en la comisión que preparaba el XXXIV Congreso, Felipe «interrumpió mi intervención para decir: ‘¿Y si bajamos a la reunión y proponemos cambiar el nombre del partido? Sería mejor que se llamara Partido Socialista’. Un silencio paralizante recorrió la sala». Guerra habló del escándalo que sería eliminar la O y la E. Felipe contestó: «No pasa nada si se forma el escándalo».
Asistir a tu muerte. El 24 de noviembre de 2007, los periódicos de Paraguay publicaron un obituario de Alfonso Guerra, «fallecido en España el 22». El Movimiento Tekojoja señalaba «el apoyo de Guerra al pueblo paraguayo y la democratización del país». La información la había dado el candidato Fernando Lugo. Pero se equivocó de protagonista. «El fallecido es un homónimo paraguayo, Alfonso Guerra Rodas, ex dirigente de izquierda». Guerra le pone humor: «Si a alguien alegró la noticia, queda invitado a bailar una pavana en homenaje a la vida que aún sigue latiendo en mi cuerpo».
Es científicamente imposible que aquel niño que ayudaba a la economía casera empujando carros de chatarra en la ventisca pobre de la posguerra sospechara que medio siglo después iba a leer la reseña emocionada de su muerte, a negociar camino del baño con Fidel Castro o a recibir la negativa de un ex juez a cobrar en A. Ni siquiera si el crío aquel se llamaba Alfonso Guerra.
Una página difícil de arrancar se llama la última memoria de uno de los hombres clave en la democracia, 617 folios de excavación de nuestra historia al final de un siglo y el arranque de otro. En el libro quedan salvados en tinta sobre papel los nombres del Rey, Suárez, Vera, Txiki Benegas o Cándido Méndez. Y comparecen sin querer con los grilletes verbales del autor reos como Felipe González, Aznar, Solana, Almunia, Solchaga, Chaves, Serra o Garzón.
Si son memorias y es historia, aquí está la memoria histórica de Alfonso Guerra.
El sueldo en ‘B’ de Garzón. Cuando Garzón entró en las listas del PSOE para las urnas del 93, acudió a la dirección del partido a plantear un «problema operativo». Guerra lo cuenta así: «Como juez debía abandonar unos meses antes de las elecciones el cargo, por lo que dejaría de recibir su estipendio. Me lo consultaron y contesté que sin duda el partido sería solidario abonándole las cantidades hasta ser proclamado diputado, pero que lo haríamos en A, es decir, de manera legal y con firma del recibo por la cantidad real. No aceptó. ‘Pues entonces no hay pago’, fue mi respuesta. Parece que acudió a otra institución, esta vez con éxito».
Aunque valora algunos logros del juez, como el procesamiento del dictador Pinochet, a Guerra no le gustó el fichaje de Garzón. Cuando González le anunció que tenía un golpe electoral, el número dos socialista contestó: «Ése es un golpe que nos estallará en nuestra propia cara».
Felipe; engaño y cacería. Junto al reconocimiento que Alfonso Guerra hace de la «transformación» y «avance» de España bajo el mandato de Felipe González, se desgranan episodios menos amables.
El 8 de enero de 1991, González y Guerra elaboran la composición del Gobierno. Pero dos meses después, mientras Guerra está en la Internacional Socialista en Sydney, González diseña otra. «Txiki Benegas me expuso el equipo que Felipe tenía previsto para el nuevo Gobierno. Le aseguró que ya lo había hablado conmigo. ¡Era radicalmente diferente del que habíamos pactado en enero!». Guerra relata la llamada que hizo a González desde Sydney: «Mantuvimos una conversación poco grata, incómoda. Se encerró en una actitud cínica (...) Había defraudado mi confianza (...) Evidenciaba un engaño, una trampa urdida sin motivo (...) Por primera vez me sentí engañado por Felipe González».
Otra afrenta. Un diputado contó a Guerra que cuando Cipriá Ciscar fue nombrado secretario de Organización del PSOE, Felipe le dijo: «Tu misión aquí es sacar de la dirección a Alfonso y a Txiki». Guerra escribe que no sabe si esa instrucción existió, pero que los hechos posteriores «encajan absolutamente con aquella orden propia de la cetrería».
El filtrador de los Consejos de Ministros. En una cena, Jesús Polanco le dijo a Guerra: «Siempre hemos sabido que tú estabas contra nosotros en los Consejos de Ministros». El político socialista se extrañó y preguntó al fundador de Prisa cómo lo sabían. «Su respuesta me produjo una enorme tristeza: ‘Eso es lo que nos contaba Javier Solana’».
González y los GAL: «Está acotado». La irrupción en política del caso GAL fue obra de un juez que «recuperó el expediente, dormido durante años», una «anomalía»: «El juez era Garzón, el que fue diputado socialista hasta poco tiempo antes». Guerra revela que cada vez que Garzón detenía a altos cargos del Gobierno o la Policía, él llamaba a González para que se lo explicara. Y siempre oía la misma contestación: «Está acotado». «Nunca recibí la explicación de su significado».
Tontos y malvados. En 1992, Guerra se opuso a la creación de un cartel que copiaba la foto de Felipe y él en el Palace el 28 de octubre del 82. Lo veía una «impostura» poco ética, ya que la unión de entonces entre ambos no era ya la misma. Insistió, pero el cartel se imprimió. «Los aduladores de González –entre ellos, Almunia, Solchaga, Maravall, Leguina y el periodista Javier Pradera– se sintieron golpeados y extendieron en el partido la especie de que era un intento por mi parte de expresar que Felipe sólo podía caminar si lo hacía de mi mano. Dudé si serían más tontos que malvados, o a la inversa».
Solchaga y Rubio se vengaron de Conde. Alfonso Guerra dice que, aunque había razones para que el Banco de España interviniera Banesto, la motivación fue «la negativa de Conde a hacerse cargo de Ibercorp». «Acudió a Conde el clan de los amigos, Mariano Rubio y Carlos Solchaga, antes de que estallase el escándalo con objeto de taparlo. Él no aceptó, y se vengaron con la intervención».
Guerra, Castro, el Papa y un cuarto de baño. En 1996, un hombre de Clinton pidió a Guerra que mediara entre EEUU y Cuba. Él lo habló con González, que aceptó, «aunque dijo que tenía un mediador mejor: el Papa». En enero de 1997, Guerra cenó con Castro y otros dirigentes cubanos. «Tras dos horas de charla, pregunté dónde estaban los aseos. Inmediatamente se levantó Fidel diciendo: ‘Yo te acompaño’. Cuando empezamos a caminar le dije que quería plantearle un asunto de cierta importancia y no sabía si introducirlo delante de los demás. Me llevó a un salón donde le transmití la petición del enviado de EEUU (...) Decidió al instante: ‘Que digan fecha para iniciar los contactos’».
Suárez y Tejero cara a cara. Guerra lamenta no haber creído a Adolfo Suárez el 10 de abril de 2002. «Fue mi última conversación con él (...) No supe creer sus palabras cuando me anunció que estaba perdiendo la memoria». Guerra desvela una nota que un ujier del Congreso le pasó tras el golpe de 1981. Era una escena entre Suárez y Tejero, en la que el ex presidente conminaba al guardia civil a que le explicara «esta vergüenza», le dijera «quién está detrás» y parara el golpe «antes de que ocurra una tragedia». «Se lo ordeno», llegó a decir Suárez. «No me provoque», soltó Tejero, y mandó a Suárez callarse. «Como dijo Hölderlin: ‘Algunos hombres se ven obligados a aferrar el relámpago con las manos desnudas’. Así fue Adolfo Suárez».
Al PSOE le sobran letras. El 1 de marzo de 1997, en la comisión que preparaba el XXXIV Congreso, Felipe «interrumpió mi intervención para decir: ‘¿Y si bajamos a la reunión y proponemos cambiar el nombre del partido? Sería mejor que se llamara Partido Socialista’. Un silencio paralizante recorrió la sala». Guerra habló del escándalo que sería eliminar la O y la E. Felipe contestó: «No pasa nada si se forma el escándalo».
Asistir a tu muerte. El 24 de noviembre de 2007, los periódicos de Paraguay publicaron un obituario de Alfonso Guerra, «fallecido en España el 22». El Movimiento Tekojoja señalaba «el apoyo de Guerra al pueblo paraguayo y la democratización del país». La información la había dado el candidato Fernando Lugo. Pero se equivocó de protagonista. «El fallecido es un homónimo paraguayo, Alfonso Guerra Rodas, ex dirigente de izquierda». Guerra le pone humor: «Si a alguien alegró la noticia, queda invitado a bailar una pavana en homenaje a la vida que aún sigue latiendo en mi cuerpo».
Guerra ve «frívolo» cuestionar a Rubalcaba
Óscar López mantiene que se cumplirá el calendario político previsto por la
dirección federal hasta 2014
El ex vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra consideró ayer «una
frivolidad», que no comparte, que se empezara a cuestionar el liderazgo de
Alfredo Pérez Rubalcaba al frente del PSOE a los seis meses y, sobre todo, que
«algunos» sigan en la línea.
Guerra recordó ayer, durante la presentación de sus terceras memorias políticas, que hubo un Congreso y un ganador del mismo, y que hay que respetar las reglas del juego político y las normas del partido.
Dicho esto, indicó que está convencido que las cosas internas no interesan a los ciudadanos, y que el PSOE debe centrarse en hacer un programa político que vuelva a conectarlo con la ciudadanía. «Lo que ahora no ocurre», admitió.
Por ello, despreció que el debate se centre en las primarias o en las listas abiertas, procesos en los que dijo que él no cree, aunque está convencido de que, pese a su opinión contraria, se acabarán imponiendo.
Pero insistió, una y otra vez, en que el PSOE necesita un programa que llegue a la sociedad y que vuelva a conectar con el sector progresista, y se negó a entrar en nombres de candidatos o de liderazgos. Explicó que el PP tuvo mayoría absoluta con casi los mismos votos con que perdió las elecciones de 2008 lo que, en su opinión, prueba que el PSOE, para ganar, sólo necesita recuperar el electorado de izquierda que no fue a votar en 2011.
Admitió que el partido está en una situación difícil y, aunque hubo reproches a los llamados renovadores–«se empeñaron en arreglar algo que no estaba roto», dijo, en referencia al PSOE–, la crítica que sonó más dura fue a José Luis Rodríguez Zapatero, en dos aspectos.
En primer lugar, Guerra indicó que la noche del 9 al 10 de mayo, cuando la UE puso contra las cuerdas al entonces presidente del Gobierno, no debió haber cedido: «Si hubiera estado yo, habría presentado mi dimisión al día siguiente y hubiera convocado elecciones a las que me presentaría diciendo que no aceptaba estas condiciones. Y mejor estaríamos ahora», afirmó.
En segundo lugar, explicó que él hubiera hecho con el Estatut de Cataluña lo mismo que acordó el Gobierno con el llamado plan Ibarretxe. Es decir, no admitirlo a trámite.
La frase de Guerra sentó bien en Ferraz, porque es de los pocos que le dan algo de aire al liderazgo de Alfredo Pérez Rubalcaba, aunque cada vez son más los dirigentes de su entorno que salen en su defensa, como en los últimos días lo ha hecho Rafael Simancas.
Así, el secretario de Organización del PSOE, Óscar López, tampoco quiso entrar en alimentar conspiraciones, y se limitó a decir que la «hoja de ruta» diseñada por la dirección federal del PSOE se mantiene inamovible, y que el calendario político previsto no se cambiará hasta 2014.
Guerra recordó ayer, durante la presentación de sus terceras memorias políticas, que hubo un Congreso y un ganador del mismo, y que hay que respetar las reglas del juego político y las normas del partido.
Dicho esto, indicó que está convencido que las cosas internas no interesan a los ciudadanos, y que el PSOE debe centrarse en hacer un programa político que vuelva a conectarlo con la ciudadanía. «Lo que ahora no ocurre», admitió.
Por ello, despreció que el debate se centre en las primarias o en las listas abiertas, procesos en los que dijo que él no cree, aunque está convencido de que, pese a su opinión contraria, se acabarán imponiendo.
Pero insistió, una y otra vez, en que el PSOE necesita un programa que llegue a la sociedad y que vuelva a conectar con el sector progresista, y se negó a entrar en nombres de candidatos o de liderazgos. Explicó que el PP tuvo mayoría absoluta con casi los mismos votos con que perdió las elecciones de 2008 lo que, en su opinión, prueba que el PSOE, para ganar, sólo necesita recuperar el electorado de izquierda que no fue a votar en 2011.
Admitió que el partido está en una situación difícil y, aunque hubo reproches a los llamados renovadores–«se empeñaron en arreglar algo que no estaba roto», dijo, en referencia al PSOE–, la crítica que sonó más dura fue a José Luis Rodríguez Zapatero, en dos aspectos.
En primer lugar, Guerra indicó que la noche del 9 al 10 de mayo, cuando la UE puso contra las cuerdas al entonces presidente del Gobierno, no debió haber cedido: «Si hubiera estado yo, habría presentado mi dimisión al día siguiente y hubiera convocado elecciones a las que me presentaría diciendo que no aceptaba estas condiciones. Y mejor estaríamos ahora», afirmó.
En segundo lugar, explicó que él hubiera hecho con el Estatut de Cataluña lo mismo que acordó el Gobierno con el llamado plan Ibarretxe. Es decir, no admitirlo a trámite.
La frase de Guerra sentó bien en Ferraz, porque es de los pocos que le dan algo de aire al liderazgo de Alfredo Pérez Rubalcaba, aunque cada vez son más los dirigentes de su entorno que salen en su defensa, como en los últimos días lo ha hecho Rafael Simancas.
Así, el secretario de Organización del PSOE, Óscar López, tampoco quiso entrar en alimentar conspiraciones, y se limitó a decir que la «hoja de ruta» diseñada por la dirección federal del PSOE se mantiene inamovible, y que el calendario político previsto no se cambiará hasta 2014.
Este, contando en su libro, algunas perlas a las que ya nos tenía acostumbrados en tiempos de felipe. Ahora descubre cosas, que algunos parece que se les a olvidado que pasaron, y otra vez vienen a mi memoria los descamisados.
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