Por Enrique de Diego.- No conocía a Magdalena y me hubiera gustado. Hubiera querido decirla que la mentira no triunfaría, que los malvados conspiranoicos con sus patrañas serían erradicados de la vida pública española. Quizás si hubiera conocido a Magdalena hubiera combatido con mayor denuedo la grosera y mercantilista mentira conspiranoica. Y aunque no me he reservado, sino que tengo conciencia de haber hecho todo lo posible, cuanto estaba en mi mano, quizás me hubiera opuesto con mayor claridad a los infames dictados censores del relativista moral de Julio Ariza, esas etapas de silencio ordenadas por él y por la ambiciosa Esperanza Aguirre.
No me hubiera, quizás, dado tregua ni se la hubiera dado a esos mentirosos compulsivos de Pedro J y su satelillo Losantos, ese que tiene las antenas en suelo público, por la complacencia de Esperanza Aguirre que así juega, a favor de sus amigos y de sus intereses políticos personales, con el dinero de todos los contribuyentes a través del recibo del agua, que muchos madrileños no pueden pagar para que ella vaya en coche oficial.
Conocía como un eco lejano, sin tomar conciencia plena, el sufrimiento que la llevó al suicidio. Había escuchado, sobrecogido, el relato, transmitido por José Ángel Fuentes Gago, presidente del Sindicato Profesional de Policía, del entierro de Magdalena una fría de mañana del octubre madrileño. He de reconocer que el impacto de la víctima 193 de la masacre de Atocha, de la víctima de la conspiranoia de Pedro J y su satelillo Losantos, me llegó con la lectura del libro Pedro J, al desnudo (Editorial Foca), de José Díaz Herrera. Magdalena G. P., esposa del comisario Rodolfo Ruiz Martínez, y también policía, trabajaba en pasaportes. El 11-M, el comisario Ruiz estaba a cargo de la Comisaría de Puente de Vallecas, donde se encontró la mochila que, una vez desactivada por el heroico tedax Pedro, llevó a la detención del terrorista asesino, Jamal Zougam. Pedro J y El Mundo, Losantos y la COPE, emisora de los obispos, habían destrozado su familia. Así lo manifestó Magdalena -según el relato de José Díaz Herrera- antes de suicidarse el 9 de octubre de 2008, en un hospital psiquiátrico de Madrid, ahorcándose con un trozo de sábana:
- Pedro J Ramírez y Federico Jiménez Losantos son unos hijos de puta. Han destrozado a mi familia.
El 11-M tiene, junto a los heridos, mutilados y vidas rotas, 193 víctimas mortales. La 193 es Magdalena. Ella fue víctima de la conspiranoia, de la mentira inventada por Pedro J, Losantos, Casimiro García Abadillo, Fernando Múgica, Luis del Pino, Rodrigo Gavilán, Carlos Dávila y de cuantos, conspiranoicos, aventaron y dieron pábulo a esa alucinación, a esa absurda y sectaria mentira.
En esa contrastación por la realidad que propugnaba Karl Popper, el gran filósofo desentrañador precisamente de las teorías conspiracionales, Magdalena y su suicidio son la demostración del poder tiránico de la mentira y del efecto devastador del relativismo. Su muerte debería pesar sobre las conciencias -en el caso de que la tengan- de quienes inventaron y se hicieron eco de los infundios. También de los obispos españoles, empezando por el cardenal Antonio María Rouco, que permitió que Losantos machacara a Magdalena un día sí y otro también con sus inmundas mentiras, desde una cadena que está para hacer el bien. También de Esperanza Aguirre que ha financiado en todo momento este delirio nacional de antipatriotas. Magdalena recibía cada mañana un caudal inmenso de maldad desde los micrófonos de la COPE y desde las páginas de El Mundo y no pudo soportar ese torrente de inmundicia. No es la única víctima de la conspiranoia, pero sí la principal.
Su suicido no fue noticia. Se silencio en aquellos años de mccarthysmo y caza de brujas conspiranoica, de opresión político-informativa. Es hora de sacar a Magdalena del infierno al que fue condenada, de contar su calvario y compartir su sufrimiento para que nunca más la irresponsabilidad de falsos periodistas produzcan tanto daño humano. Magdalena, víctima 193 del 11-M; víctima de la conspiranoia.
El comisario Rodolfo Ruiz no hizo más que cumplir con su deber de policía el 11-M, sin tener un papel demasiado relevante. Por la mañana estuvo en el Pozo del Tío Raimundo. En sus 43 años de servicios no había visto nada igual: “Para rescatar a la gente con vida teníamos que saltar sobre los cadáveres y evitar los charcos de sangre. Una vez evacuados los heridos, comenzamos a amontonar los trozos de carne humana, esparcidos por un radio enorme, para trasladarlos a IFEMA”. Fue la titular del Juzgado número 49 de Madrid, Josefa Bustos, de guardia en los juzgados de Plaza de Castilla, la que ordenó llevar objetos personales a la Comisaría de Vallecas, por ser la Comisaría de zona. En bolsas de basura se llevaron los objetos de las víctimas del atentado en el Pozo del Tío Raimundo. El comisario Ruiz ordenó que se guardaran en un cuarto bajo llave, poniendo, para más seguridad, un policía en la puerta, indicando que nadie entre sin permiso. Ruiz llegó a su casa ese fatídico día hacia las doce de la noche. A las dos de la mañana sonó su teléfono.
Era de la Comisaría. Le indican que han encontrado una bomba. Pregunta cómo ha llegado hasta allí y le dicen que estaba entre los objetos de los fallecidos. Dos agentes recién salidos de la Academia estaban procediendo a hacer la correspondiente identificación y levantar acta por orden del jefe de turno para remitirlo al Juzgado Central número 6 de la Audiencia Nacional; era uno de los últimos objetivos que inventariaban; se trataba de una bolsa azul de deportes, de unos diez kilos de peso; en su interior había un teléfono móvil y unos cables. Rodolfo Ruiz ordena que nadie la toque y que llamen a los Tedax. Se va para la Comisaría. Cuando llega, ya lo había hecho Pedro y había trasladado la bomba al Parque Azorín. Jamás la vio, porque no le dejaron acercarse. Pedro había tomado el mando jugándose la vida e iba a protagonizar una de las escenas más heroicas de las últimas décadas en España.
Pedro, cuyo relato tengo el honor de conocer de primera mano, por su testimonio personal, había estado aquella mañana del 11 de marzo de 2004 en la Estación de Atocha, inspeccionado el tren de la calle Téllez, pero no se topó con ningún artefacto, como a él le hubiera gustado, que para eso es tedax, el mejor entre los mejores. Se indignó cuando en dos ocasiones se indicó por la megafonía, que se desalojara, que se iban a explosionar de manera controlada sendas bombas. Se hizo así con cargas de hiperpotencia: un explosivo que aplica su onda expansiva sobre un recipiente de agua, la cual sale a tal presión, velocidad y potencia que desbarata y en ocasiones, por simpatía, produce el estallido de la bomba que se trata de desactivar. Es lo que pasó en Atocha. De la bomba no quedó ni rastro. Supongo que en aquel escenario dantesco, los tedax querían llegar esa noche a casa. Pedro consideró que era fundamental conseguir pruebas para detener a los asesinos de aquella matanza.
Cuando llegó el juez Del Olmo y ordenó el levantamiento de los cadáveres, Pedro volvió a su base, situada en el Complejo Policial de Moratalaz. Tras quedar con Renfe, que quiere restablecer el tráfico al día siguiente, puesto que Atocha es clave en la red ferroviaria española, y así lo ha indicado el ministro Francisco Álvarez Cascos, que va retirar los trenes por la noche, incluidos los vagones siniestrados, que se les avisará para mirar debajo, en la vía y en los cráteres, donde puede haber elementos de los artefactos. El lugar de la matanza quedó vigilado por efectivos policiales. Pronto se suceden las llamadas. Ha de volver a Atocha. Lo que encuentran los tedax son restos humanos, pero nada de interés desde el punto de vista de la investigación.
Se hacen dos o tres salidas de este tipo.
Regresa a la 1,40 a su base, pues Pedro está de guardia. A las 2 de la noche, se recibe una llamada del 091 de que en la Comisaría de Puente de Vallecas se ha encontrado, entre los enseres de las víctimas, una bomba. La descripción coincide con las que se han explosionado esa mañana: teléfono, cables de color rojo y azul e introducción en la bolsa de plástico de color azul clarito con un nudo amarillo, la clásica bolsa de basura. Entre las 2,20 y 2,30 horas, Pedro llega a la Comisaría que ya está desalojada. Entra en la habitación e inspecciona la bolsa confirmando de inmediato que se trata de una bomba. Lo ha hecho en solitario, porque si estalla sólo debe morir él. Y manda, porque según el protocolo Tedax, cuando hay una bomba, se han acabado jerarquías fuera del equipo: es el tedax el que tiene toda la responsabilidad y no tiene que seguir orden de nadie. La Comisaría está en un edificio y hay otros colindantes. No puede proceder allí ni desalojar, así que pregunta dónde hay un descampado, hasta que le indican la existencia del Parque Azorín.
El dispostivo de traslado lo abre un radiopatrulla con funcionarios de la Comisaría que conocen la ubicación del Parque, luego en otro radiopatrulla, Pedro, con la bomba, y a unos cien metros el furgón con los otros tedax. Este fue el peor momento para Pedro, siempre con el criterio de que si estalla sólo debe morir él. En ese trayecto rezó, cosa que no debe hacer muy a menudo. Una vez en el Parque Azorín, lleva la bomba a un lugar lo más alejado de los edificios. No dejó acercarse a ningún mando, tampoco a su jefe, Sánchez Manzano, al que informó que su determinación era desactivar la bomba, porque era preciso conseguir pistas y pruebas.
El recuerdo de las víctimas le da fuerza y reafirma su sentido profesional de la responsabilidad. Pedro no se puso el traje especial antiexplosivos porque ello le quitaría movilidad y el casco, de noche, le restaría visibilidad. A pelo.
Primero le puso una potera -un ganchito con una cuerda- para intentar extraer el explosivo, pero estaba perfectamente ajustado en la bolsa. Tomó la decisión de trabajar manualmente, armado tan sólo con unos guantes de látex para no eliminar huellas ni restos biológicos que puedan permitir la identificación de los terroristas. Con una paciencia infinita, mientras se juega la vida a cada segundo eterno, desempalma los cables y saca el móvil. Luego extrae el detonador siguiendo el curso de los cables. Nada más verlo pudo comprobar que se trataba de un detonador antigrisú, de los utilizados en las minas de carbón. Con los dedos, palpó unos misteriosos objetos metálicos, que resultaron ser los clavos utilizados como metralla. Una vez hecho eso, sacó, con sumo cuidado, la bolsa de basura de plástico, azul clarito, con un nudo amarillo. Le llamó la atención que los empalmes no estaban encintados, no llevaban cinta aislante; los cables estaban pelados, limpios, sin envoltura plástica. Ese fue el error de los terroristas. Pedro desmenuzó el explosivo, a fin de descartar que haya algún tipo de trampa en la masa explosiva. Concluida la intervención, todos los elementos del artefacto se recuperan intactos. Se recogieron, se metieron en bolsas de muestras y a la Unidad Central. Pedro me definió la bomba como sencilla en su confección, pero muy ingeniosa y efectiva.
El hecho es que, por su heroísmo, se han conseguido pistas y pruebas: el mismo móvil que tiene un número de serie y conduce a dónde se ha comprado, al locutorio de Jamal Zougam. El detonador que es español, de cobre, de los que se denominan detonadores de seguridad, que se utilizan en minería, para ambientes de grisú o atmósferas inflamables. La dinamita es nacional, Goma-2 ECO, de textura muy similar a la Goma-2 EC. Detonador y dinamita llevan a Asturias. La investigación puede desarrollarse por líneas seguras: a la detención de Jamal Zougam, cuyo locutorio tiene los medios técnicos para armas las bombas con móviles como detonadores, y a la localización de los terroristas en el piso de Leganés.
He escuchado varias veces, siempre con veneración, como es debido, el relato de aquel hecho heroico de boca del mismo Pedro. Quiero resaltar que él también pudo haber colocado una carga de hiperpotencia y haberse quitado de en medio. Los terroristas hubieran seguido matando gente. Metió sus manos en la bolsa. Yo no lo hubiera hecho. Obviamente no soy tedax. Tampoco las hubieran metido, de seguro, por el mismo motivo, ni Pedro J Ramírez, ni su satélite Losantos, ni el fabulador Luis del Pino. Todos los españoles de bien le estamos agradecido. Yo he tenido el honor de poder transmitírselo en persona. Pedro ha mantenido el anonimato porque es lo que debe como tedax y porque ha sido objeto de una persecución infame. Para que la nauseabunda conspiranoia tomara cuerpo, la mochila de Vallecas tenía que se falsa y Pedro, un impostor, quizás una coartada de los asesinos ignotos de la alucinación conspiranoica. Insisto que he tenido la oportunidad y el honor de transmitirle mi reconocimiento a su heroísmo, lo hice también en aquella presentación de mi libro Conspiranoia, a la que tuvo la deferencia de asistir y que a Losantos, en su desfonde moral, le pone tan histérico. ¿Qué ha dicho Losantos de Pedro? ¿Acaso le ha agradecido su abnegación? ¿Ha reconocido el riesgo que asumió? Esto es, lo que con pasión bufonesca, bramaba desde los micrófonos de la emisora de los obispos: “Pedroooooo… Pedroooooo… Pedrooooo… ¡Estás mintiendo! Pedroooo, tedax Pedro, nos estás engañando. Te han engañado tanto que nos engañas a todos. Pedro, Pedro, Pedro, pero ¡cómo mientes! Te vas a condenar. Yo quiero un juez que detenga a todos los tíos que se dedicaron a poner pruebas falsas para hacernos creer que esto ha sido un atentado islamista”.
En esta historia, que debería enseñarse en nuestras escuelas, como exaltación de la esperanza de que no hemos degenerado tanto como la secta conspiranoica, Rodolfo Ruiz tuvo un papel colateral, secundario. Actuó con criterio y corrección. Pero la mochila de Vallecas tenía que ser falsa, por el artículo 33 de unos cuantos mentirosos sin escrúpulos, y Rodolfo Ruiz estaba allí. Cuando Zapatero accede a la presidencia del Gobierno, el nuevo Comisario General de Información será Telesforo Rubio, quien a su vez nombra a Ruiz jefe provincial de la Brigada de Información de Madrid. En enero de 2005, en una manifestación de la AVT, José Bono denuncia una supuesta agresión, y a Ruiz le toca ordenar la identificación y tomar declaración a dos militantes del PP, a los que no se esposa y se deja en libertad tras los trámites de rigor. Ruiz nunca estuvo presente en la declaración. A los pocos días, fue denunciado por detención ilegal, falsificación de documentos, coacción a los testigos. Ahí empieza el tremendo calvario de Magdalena, porque, eureka para los inventores de la conspiranoia, ¡la mochila de Vallecas es falsa, prueba colocada, y por ello fue ascendido! Losantos empieza, con su paranoia de inmaduro consentido, a acusarle de falsario y de estar implicado en la masacre de Atocha. Un dirigente del PP llegó a declarar que el comisario Ruiz salió de la Comisaría de Vallecas con la ‘mochila’ al hombro.
Magdalena, la buena de Magdalena, empieza a leer y a escuchar como su esposo es tratado como un asesino. Tiene, en ese caso, la desgracia de ser católica, creyente, practicante y de ser asidua de la COPE, en un tiempo en el que los obispos están también abismados en el relativismo moral y el mercantilismo, y le han dado sus micrófonos a un irresponsable compulsivo. Magdalena cree en la bondad de las personas por los que pasó que da. Se pone en contacto con Mariano Rajoy, que vive enfrente, y le pide que retire la querella, que le considera un hombre justo y que, además, ha sido ministro del Interior, que su marido sólo ha cumplido órdenes. Y Rajoy, que no es hombre de moralidad muy firme, al que no importa mentir con tal de llegar al poder, que es un relativista esencial camuflado de gallego, le dice que verá, que hablará con el equipo jurídico, pero no va a enfrentarse con Pedro J y Losantos que andan soliviantados, dedicados al innoble linchamiento.
Magdalena tampoco encuentra comprensión en la Conferencia Episcopal y se desespera. Se pasa el día oyendo la COPE, lee El Mundo -”buena técnica de vender periódicos”- y llama continuamente a las esposas de otros policías que son igualmente objeto de infundios calumniosos. Magdalena le pregunta con frecuencia a su esposo si ha oído lo que dice Losantos de él y lo que de él escribe Pedro J. ¡Cómo pueden decir de ellos, que son policías, que aman a España, que han puesto las bombas, que son unos asesinos! Porque el ambiente social de una España en degradación se ha hecho irrespirable y la presión es alta. Rodolfo Ruiz encuentra un papel en la Brigada de Información en su despacho del Complejo policial de Moratalaz que dice: “Rodolfo, terrorista”. En su pueblo, les comentan que se dice que Rodolfo puso la mochila en Comisaría por orden de Zapatero, con quien se reúne a veces, para recibir órdenes de inculpar a los ‘pelanas’ de Leganés. Tienen que dejar de ir al pueblo. Rodolfo y Magdalena se sienten acosados en su lugar de trabajo. Hay incluso un sindicato policial, la Confederación Española de Policía, comandada con gentes indignas de llevar la bandera de España en su bocamanga, como Lorenzo Nebreda, Ignacio López y Rodrigo Gavilán, que participan en la cacería, para salir en El Mundo y tener el apoyo de la COPE. En la cárcel totalitaria en la que habita la mente de Losantos, en esa relación tosca amigo-enemigo de los totalitarios, Ruiz, además, es de los otros, es enemigo esencial.
Mayo 2006. Va a tener lugar el juicio contra Rodolfo Ruiz por las detenciones de los militantes del PP. Las descalificaciones son cada vez más fuertes. La Sala donde es Juzgado está atestada de “peones negros”, esa secta delirante y destructiva de Luis del Pino. El interrogatorio durante la vista es una caza del hombre sin piedad, tal y como la narra José Díaz Herrera. Oye entre el público que se dice: “éste es el de la mochila de Vallecas”. Ecce homo. La tensión le hace perder la templanza y se echa a llorar. ¿Qué dirá de ese gesto, Losantos? ¿Le quedará alguna brizna de piedad? ¡Oh! no. Son “lágrimas de cocodrilo”. Rodolfo Ruiz, que no estuvo presente en los interrogatorios, es condenado. Le quitan el arma, le suspenden psicofísicamente en sus funciones. Su salud se resiente. Es operado de hipertrofia benigna de próstata. Luego, el Tribunal Supremo dictamina su inocencia y el tribunal médico resuelve que es apto para trabajar. El juicio del 11-M deja claro que su actuación fue intachable y que, por supuesto, la mochila ni fue manipulada ni es falsa. ¡Como que se jugó la vida Pedro el tedax! Nada de todo esto conduce a su reivindicación. Mermada su salud, se procede a su jubilación forzosa.
Para Pedro J y Losantos, se está comprando su silencio. Así actúa la mentira, sin piedad hacia las personas.
Magdalena se hace fuerte. Recupera la ilusión. Pide que vuelvan a reintegrar a su esposo a su puesto, ya que ha quedado claro que no hizo nada malo. Pero en la sede del Ministerio del Interior dan largas, le comentan es preciso esperar a que El Mundo se tranquilice. Magdalena se indigna y comienza a escribir a Juan Carlos de Borbón, a Zapatero, a Enrique Múgica, defensor del pueblo, a Mariano Rajoy, a José Bono. No queda una brizna de verdad, ni de humanidad, en la España oficial. Cuatro años de mentiras, cuatro de infundios, de injurias y el poder de Pedro J y El Mundo, la tiranía de la mentira, la corrupción moral del relativismo, son infranqueables. Magdalena comienza a tener un deterioro de su salud psíquica muy grave. Ha de ser internada. El 9 de octubre de 2008, su esposo la visita, charla con ella, intenta animarla, pero ella le dice escuetamente:
- Me quiero morir.
Apenas llegado a casa, recibe la funesta llamada del Sanatorio: Magdalena se ha quitado la vida.
Me hubiera gustado conocer a Magdalena. Luchar con ella y por ella, por la verdad, por un cierto sentido de la decencia, por una cierta idea de España rodeada de grandeza, donde la mentira no dominara. ¿Cómo era Magdalena? Sus compañeros la querían. El 13 de octubre de 2008, en el blog Políticamente Acorrecto, de José Donís, un lúcido español que ha luchado con denuedo contra la conspiranoia y que ha sido y es contertulio de mi programa, se publicó la carta de un grupo de policías en homenaje a Magdalena. España se había abajado tanto que sólo en un humilde blog se le podía hacer homenaje y desde el anonimato, pues la caza de brujas era histérica. Éste es el texto que nos acerca a quién era Magdalena, la víctima 193 del 11-M, la víctima de la conspiranoia de Pedro J y Losantos:
“El pasado viernes 10 de octubre, enterramos a Magdalena, la esposa del comisario Rodolfo Ruiz, que falleció el día anterior después de una larga enfermedad. Dicha enfermedad se inició coincidiendo con la persecución mediática y política a que fue sometido su marido y se fue agravando con los sucesivos e injustificados ataques que sufrió.
“Algunos se permitieron injuriar durante años a Rodolfo Ruiz, que obviamente no podía defenderse (tuvo que coger una baja y luego jubilación anticipada por depresión), pero cuando han tenido que enfrentarse cara a cara con él, en el Juzgado de Instrucción número 4 de Madrid y sin parapetarse en la ‘libertad de insulto’, recularon cobardemente, incluso negando haber dicho lo que dijeron. No sólo siguen sin pedir perdón, además dicen no entender ‘por qué estoy aquí, porque no hay declaraciones injuriosas’… Eso tras propalar infundios como: “Habéis sembrado de pruebas falsas el sumario, habéis colaborado con una masacre criminal y lo pagaréis vosotros. Lo pagarás tú, Ruiz…como lo pagaron Amedo y Domínguez” (Losantos en la COPE).
“Destrozaron la vida personal y profesional de un Comisario, también la de su esposa, quizás el único pilar en el que sujetarse. Ruiz siempre ha sentido el apoyo de los compañeros, familia y amigos. Hay mucha gente que ha sufrido, incluso enfermado, por la conducta supuestamente cristiana de algunos, y hoy casi nadie se acuerda de las víctimas.
“Magdalena nunca estuvo enferma. Era una persona alegre, con carácter. Una madre de familia que sacó adelante a sus hijos de la forma más adecuada, envidiable. Muchos desearían que su obra y su responsabilidad hubieran alcanzado tales resultados. Trabajaba con esfuerzo e ilusión como lo hacemos la mayoría de los de su generación. Desde los ataques a Rodolfo, fue bajando el pistón, entristeciéndose. Se fue apagando su chispa, paulatinamente, despacio, con seriedad y dignidad por la desgracia. Pero dejó de transmitir ilusión en su entorno, como lo había hecho antes. Después de un tiempo, le diagnosticaron una leve depresión. Hace pocos meses comenzaron los tratamientos y hace quince días la internaron. No podía más y dejó de vivir.
“A raíz de los ataques a su esposo, pasó del verano al otoño, sumergiéndose progresivamente en un invierno, en una interminable noche, sin llegar a ver nunca más el amanecer. El golpe a golpe la llevó a esa interminable oscuridad. Magdalena era intensamente creyente. Habrá visto la luz y gozará de la paz eterna, pero mientras estuvo con nosotros la Iglesia le negó el pan y la sal, blanqueando sepulcros con los beneficios del share.
“Ningún antecedente, ninguna circunstancia ajena al comportamiento de los injuriadores ha podido influir en su salud. No la hubo: familia unida, un trabajo ilusionante, unos hijos que estudiaron y progresan laboralmente. ¿Alguien tiene alguna duda de cuál fue la causa? La genética, las condiciones ambientales…no los discutimos, pero si arde el papel es porque alguien arrima el fuego. Ella estaba casada con un profesional, no con una político. No tenía la obligación de asumir este coste. Los políticos y sus esposas aceptan dicha condición y sus consecuencias voluntariamente -y si no que se se vayan a casa-. Estas consecuencias en un profesional no deben ser gratuitas o, mejor dicho, injustificadas.
“Valen los errores, remárquense o publíquense, pero no valen las persecuciones, los linchamientos, las degradaciones. El profesional no es un adversario político, no está en esa guerra. Hay unos límites. Estos se los han saltado: los mediáticos y los políticos. Desde aquí, nuestro apoyo y cariño para Rodolfo”.
A las víctimas del 11-M, Pedro J y Losantos las han condenado, durante ocho años de mentiras y manipulaciones, a vivir en el sufrimiento, a tener que ocultarse, a ser silenciadas. ¿Quién conoce hoy en España, quién venera el nombre de Francisco Javier Torronteras? ¿Acaso tiene alguna estatua o una calle? Un conspiranoico, seguidor lacayo de Losantos, desde una web infame llegó a escribir que había sido visto en Hispanoamérica, disfrutando del botín. Y lo hizo por mero afán de protagonismo, como me confesó. Ese extraño mal, de pigmeos del espíritu, que me he encontrado tantas veces en esta historia. Ese afán de protagonismo, degradado relativismo moral, que ha llevado a la indigna Confederación Española de Policía, a no defender y mancillar el nombre de un héroe, que era, además, afiliado suyo. Esa CEP que estableció un cordón de silencio en torno a la viuda y las hijas de Torronteras.
Las víctimas del 11-M han sido objeto de una persecución inmisericorde, tenido que lamerse sus heridas en silencio. Como escribió Eulogio Paz, padre de Daniel, uno de los jóvenes muertos en la masacre, “encima de que mi hijo está muerto, lo que no quiero es que viertan mentiras incluso de su muerte”. Y: “a mí que cojones me importa que el PP haya perdido el poder y estén dolidos. Lo que me importa es que he perdido a mi hijo, y lo que me importa es por qué se produjo ese atentado, qué es lo que hizo que me hijo fuese asesinado por el atentado terrorista. Y qué falló, qué problemas hubo para que realmente se llegarse a esa situación y por qué se desoyeron las amenazas de Bin Laden”.
Víctimas de la infamia y la mentira, de la conspiranoia. Magdalena, la víctima 193 del 11-M. Me hubiera gustado conocerte. Sólo puedo rememorar tu sacrificio. Descansa en paz, Magdalena. In memoriam.
Del libro “Dando caña” (Editorial Rambla)
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A vueltas con el 11-M.
ResponderEliminarPocas cosas que añadir, aparte de decir, que menuda chapuza de juicio y de todo. En todo los golpes de estado chapuceros suele haber víctimas, o daños colaterales que dicen los americanos. La cuestión es conseguir el fin, en este caso se consiguió, y así nos va.
Otra cuestión es, el porqué del pp cuando estaba en la oposición estos años atrás, manifestó que si gobernara diría la verdad de todo esto??, pero debe de ser cuestión de estado (golpe más bien), cuando ahora estando en el gobierno, se le a olvidado todo. Lo mismo ocurre con los demás partidos políticos, todos deben de haber hecho un pacto y callan como putas (con perdón para ellas, las putas), lo que demuestra lo que fue el mayor atentado en España, golpe de estado, le pese a quien le pese. Todo lo que viene aquí en este libro, es pura coincidencia que dirían los más cinéfilos.