martes, 6 de septiembre de 2011

ANTIDISTURBIOS



lunes 5 de septiembre de 2011

Acabo de charlar por teléfono con mi amigo Miguel, un asturiano que, además de ser policía nacional, está destinado en la IX Unidad de Intervención Policial (los antidisturbios).

Le pregunto por las últimas movidas y me cuenta que la cosa está más tranquila, que hace ya días que volvió de Madrid a su patria querida, pero que aún tiene, él y todos los de su grupo, orden de estar pendiente del teléfono, por si hay un nuevo brote descontrolado de indignación popular.

Atrás quedaron para Miguel los interminables días en la capital sin apenas descanso, donde sabían a la hora que tenían que entrar a trabajar pero no la hora de salida, que nunca llegaba antes de doce horas después de su inicio. Y después de un día, otro. Y para descansar, me dice, venía el jefe y le decía “tú mañana te metes en medio de la plaza vestido de paisano, a ver qué tiene previsto esta gente”. Para descansar.

Y es cierto que no vestir de uniforme le suponía un descanso, a pesar de seguir trabajando, ya que la mayoría de horas se las pasaban metidos en una furgoneta sin poder salir ni a orinar. Porque, según los jefes, no interesa que se vean antidisturbios paseando por ahí. Así que, el que quiera estirar las piernas, ya lo hará cuando le toque estar de pie, que de eso se va a cansar.

Estar de pie significaba formar líneas para que grupos de personas no pudieran acceder al Congreso, a la Plaza del Sol o a donde fuese, lo que daba lugar a situaciones poco propias de algún demócrata pero muy suyas de un Estado de Derecho, por lo que parece. Era muy frecuente, me cuenta el compañero, que los primeros “indignados” de la multitud se sacaran el miembro y orinaran bien cerca de los agentes, incluso en algún caso llegando a mearse literalmente en las botas de alguno de ellos, con la orden estricta de aguantar hasta chuzos de punta. A eso se le llama meársete encima y decirte que llueve. Eso sí, el señor que mientras se la sostiene con dos dedos grita “estas son nuestras armas”, hace una pausa en su vocerío y le suelta al policía que dónde está su número de placa. Que tiene la obligación de llevarlo visible. Que hay un código de ética que le obliga. Caramba.

Y que un meón envalentonado por la masa nos hable a los policías de códigos de ética es bien parecido a que nos hable de indignación con el sistema. A nosotros, que nos han rebajado el sueldo mucho antes de darse cuenta de que hay administraciones que no sirven para nada, por lo visto. A nosotros, que nos acusan libre y gratuitamente de agredir y apalear a niñas indefensas, discapacitados o abuelos porque no van a misa los domingos. A nosotros, que nos acusan de torturar por sistema sin que nuestro ministro salga en nuestra defensa. A nosotros nos vas a preguntar que qué es poesía.

No es agradable para nadie presenciar el patético espectáculo del uso de la fuerza, por legítimo que sea. Y cuando se habla de antidisturbios, aún menos. Pero ocurre que a veces es necesario. No se puede consentir que un grupo de personas quiera acceder al Congreso porque ellos lo han decidido en asamblea. O que se impida el acceso a los diputados al Parlament de Catalunya, por ejemplo. Y en eso, mi amigo Miguel es todo un “don Pelayo”, porque cree que defendiendo las Instituciones trabaja por la Democracia. Aunque él y los suyos tampoco se sientan representados, a menudo.

1 comentario:

  1. Este texto, está sacado del blog "Policías indignados", y es un placer el ponerlo, porque estoy totalmente de acuerdo con todo lo que en él se dice.
    Ánimo compañer@s, estamos con vosotros.

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