lunes, 11 de julio de 2011

Cada seis meses, el discreto y eminente doctor Sabrido coge un avión en Madrid hacia La Habana. Su misión, mantener vivo a Fidel. Y ahora, a Chávez


PACO REGO

10/07/2011/El Mundo

Zapatero embusteroEs, probablemente, el galeno español más vigilado. Sólo conocen su paradero, vaya a donde vaya por el mundo, un puñado de hombres de confianza. Orden del comandante. Y en la Embajada de Cuba en Madrid la cumplen con disciplina militar. Saben que el doctor de los milagros -con tal fervor hablan de él en la familia de Fidel Castro- ha de estar permanentemente localizado. El sobrenombre, vox populi en la isla -«allá lo tratan como a un dios», comentaba el jueves un cubano llegado a Madrid-, esconde a un intocable de la revolución: José Luis García Sabrido, 66 años, jefe del servicio de Cirugía General III del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Una eminencia mundial del bisturí. El cirujano amigo que salvó al anciano Fidel y, desde hace cinco años, lo visita cada seis meses para chequear en persona su delicada salud.

Un avión, dispuesto por la diplomacia cubana, espera para llevarlo a cualquier hora del día o de la noche al otro lado del Atlántico. Fe ciega en nuestro hombre en La Habana.

Desde que trascendió el encargo, in extremis, de que salvara a Fidel, de 84 años, [en peligro tras sufrir graves complicaciones derivadas de una hemorragia, a veces relacionada con procesos cancerígenos, y dos intervenciones fallidas para evitar la perforación de su intestino grueso, situación que resolvió con evidente éxito en diciembre de 2006 el enviado español], el doctor García Sabrido se ha convertido en una estrella invisible. La fama, dicen, no la soporta. Y en su hospital son pocos los que se brindan a retratar a este triunfador, flaco de cuerpo, muy serio, pulcramente repeinado y con bigote estilo años 30.

Ni siquiera resulta fácil dar con su currículo, pese a sus 35 años de experiencia, parte de ellos formándose en Reino Unido, Holanda, Canadá y Estados Unidos. Y menos aún conocer de primera mano [Crónica ha intentado ponerse en contacto con él] su vida extramuros del hospital público donde trabaja full time y pone a punto métodos quirúrgicos propios contra el cáncer de páncreas y otros tumores del aparato digestivo.

Zapatero embustero«Odia colgarse medallas», justifican algunos de sus colegas de profesión. Ni cuando se produjo el atentado terrorista del 11-M, tras operar a decenas de víctimas de las bombas que se encontraban entre la vida y la muerte, quiso protagonismo.

Pese a todo, su nombre vuelve a estar de actualidad. La enfermedad de Hugo Chávez, que, después de tres semanas de tratamiento en Cuba, el lunes regresaba triunfal a Venezuela -«esta batalla [la que ahora libra por recuperar su maltrecha salud] también la vamos a ganar», arengaba a sus seguidores en Caracas-, de nuevo ha colapsado su teléfono con llamadas de periodistas. Nada extraño, por otra parte. Si alguien de verdad conoce el alcance del mal que padece el presidente de Venezuela es el doctor de los milagros. ¿Cáncer de colon o cáncer de próstata? Las dos vías fueron barajadas al principio del viaje de Chávez a Cuba. «Por la información que tenemos ahora, padece un tumor de colon izquierdo», tercia un experto en aparato digestivo y urología de una clínica madrileña, que pide que su nombre no salga «para evitar polémicas».

García Sabrido, según fuentes sanitarias consultadas, habría sido llamado a Madrid desde La Habana. La situación iba a peor. Todo parece indicar que se debió a una bolsa de pus, alojada en la parte inferior del abdomen del mandatario venezolano -resultado de un proceso tumoral- cuya eliminación quirúrgica había resultado fallida tras un primer intento de los médicos cubanos. Tenían que asegurarse de que la alarma no trascendiera y, a la vez, sacar adelante al presidente. Un encaje de bolillos. Y García Sabrido tenía sobrada experiencia. Él habría sido el encargado de marcar la estrategia operatoria para salvar a Chávez. [Varios medios extranjeros y alguno español, que cita fuentes diplomáticas venezolanas, aseguran que Chávez fue intervenido por un médico español]. Sabrido, por su parte, no lo afirma ni desmiente. Cuentan que entre sus virtudes está la de guardar silencio.

OTROS «CLIENTES» ILUSTRES

«No se imagina la cantidad de personas de la cultura y la política que he atendido», confesaba, de manera inusual en él, a un semanario digital argentino durante una de sus visitas a Buenos Aires. Un secreto que, sin dar nombres, nunca hubiera desvelado en España el cirujano de los poderosos.

Por sus manos expertas han pasado, entre otros pacientes, Raúl Castro, hermano de Fidel y hoy al frente de Cuba; su mujer, Vilma Espín, figura legendaria de la Revolución, fallecida en 2007 a causa de un cáncer linfático; el bailarín Antonio Gades, condenado por un tumor maligno, al que el doctor Sabrido, íntimo del coreógrafo alicantino, logró prolongar la vida cuatro años; o Mariano Rajoy, a quien operó de una hernia inguinal. Tal vez por eso, el líder del PP no quiso entrar al trapo cuando Esperanza Aguirre arremetió contra la asistencia «al dictador», pese a dar el visto bueno a la misión «humanitaria». De hecho, autorizó a Sabrido a que llevara en su avión -pagado, eso sí, por el Gobierno cubano, incluida la estancia del cirujano en la isla, cuyas consultas e intervenciones no cobra- medicinas y material para la operación de Castro.

Casado en segundas nupcias con una azafata del mítico concurso de televisión Un, dos, tres -Françoise Lacroix, una luxemburguesa de 52 años con la que ha tenido una hija, Cloe, de 19-, el cirujano Sabrido reparte el escaso tiempo libre que le deja el quirófano entre la familia, los amigos y la monta a caballo, afición que ha inculcado a su hija Cloe. «Tauro y duro», como se autodefine, la resistencia y delgadez que exhibe a sus 66 años le viene de su gusto por el maratón (ha corrido unos 30) y el buceo. También es amigo de la charla reposada y de los viajes.

Incontables son los vuelos que ha realizado a La Habana en los últimos 20 años. En ocasiones, para disfrutar en familia de sus paradisiacas playas [los médicos de su equipo le gastan bromas sobre si algún día los llevará a la isla, pero de vacaciones a Varadero]. Otras veces, para aportar su sabiduría en congresos o para tratar a algún preboste del régimen. El propio Sabrido ha reconocido que algunos de los doctores que han cuidado de Fidel Castro, como José Miguel Goderich, un santón de la cirugía en la isla, le son «viejos conocidos». [Su maestro con el bisturí, el cirujano gallego José Luis Barros, confiaba tanto en el joven Sabrido que lo eligió para que lo operara de una grave enfermedad intestinal].

Su historia de amor con Cuba, cuyos logros sanitarios Sabrido admira sin mojarse políticamente, viene de lejos. Arranca, entrada la década de los 90, con una figura que nada tiene que ver con la medicina: el bailarín Antonio Gades, el paciente por el que tal vez más cariño ha sentido. Fue el coreógrafo de Elda, miembro del Partido Comunista de Cuba y compadre de Raúl Castro, quien le abriría las puertas del régimen. Alineado ideológicamente con postulados de la izquierda, aunque no comunista, García Sabrido, de familia republicana, dejó impresionado al hermano y mano derecha del comandante. A partir de ese momento, Sabrido ya no era Sabrido. Raúl lo bautizó como el doctor de los milagros.

Tal era la amistad con el bailarín, que antes de su muerte en 2004 en el Gregorio Marañón, el coreógrafo de Bodas de sangre le confesó a su amigo doctor el deseo de que sus cenizas reposaran para siempre en la isla de sus sueños. Así fue. De su puño y letra, como un disciplinado guerrillero, dejaba escrita su entrega incondicional a la voluntad de Castro: «Haga con ellas lo que usted crea conveniente... Siempre a sus órdenes. Antonio». Sus restos fueron depositados en la Sierra Maestra, la montaña donde los guerrilleros de Fidel forjaron la revolución que Gades defendería hasta su muerte.

el drama de la esposa

La mente fría y el pulso firme han sido constantes en la vida de José Luis García Sabrido. Aunque hermético y nada dado a expresar sentimientos -«los pacientes son todos iguales para mí, no hago distingos de ningún tipo»-, el cáncer de Françoise, su mujer, tampoco habría roto en él la prudente distancia afectiva que separa al médico del enfermo. Del drama de aquellos días [mayo de 2006] vividos en el Hospital Gregorio Marañón da cuenta detallada en un post: «Estoy sentada en la cabina con el torso desnudo, pero algo no va bien. La amable enfermera me dice que no me vista todavía. El doctor José Luis, mi marido, viene a buscarme para que veamos juntos, con el especialista en mamografías, el resultado. Hablan de un tumor. Un nuevo tumor en el seno ya operado. En unos instantes, pierdo mi mirada feliz (...) José Luis me mira sorprendido. Mi reacción no es la de la Françoise que él conoce (...) ¿Cómo explicarle que lloro por el cáncer, pero que mis lágrimas son sobre todo por mi vida que queda en cuarentena? José Luis me va a operar dentro de cuatro días (...) Es el médico en todo su esplendor. Y yo soy su enferma con todas sus miserias (...) Como las demás, ni más ni menos (...) Cada día que pasa me siento mejor, afortunadamente. Eso sí, con un seno un poco extraño, pero que, ahora, es mío (...) Bye-Bye, Mr. Cancer».

La fama ganada a lo largo de tres décadas dentro y fuera del quirófano -su nombre se hizo internacional en 1988 tras hacer público el método para resolver los problemas de limpieza en las infecciones abdominales- lo ha convertido en diana. Conocida entre bastidores es su lucha de años por la sanidad pública desde postulados cercanos a la UGT.

A 8.500 kilómetros de su hospital en Madrid, las intrigas en el país caribeño, donde el silencio es ley, son otro frente abierto contra su persona. En unas declaraciones incendiarias a una televisión local de Miami, el que se presenta como médico militar y ex jefe de la Unidad de Trasplantes del Hospital Hermanos Amejeiras de La Habana, el doctor José Antonio Copo, acusa claramente de «mentiroso» a su homólogo español por decir que Castro «no tiene cáncer». Según él, porque el propio Gobierno cubano lo «ha chantajeado» con «fotografías suyas en hoteles y vídeos» que lo comprometerían. Una versión, por otra parte, demasiado recurrente entre los exiliados -y Copo es uno de ellos- para desautorizar a quienes muestran alguna simpatía por el régimen.

Y nuestro hombre en La Habana lo sabe. Dicen que era consciente del difícil papelón que le esperaba desde el momento en que estrechó la mano de Raúl Castro. Cuentan también que se siente tan perseguido [por la prensa] como la Pantoja. Y que sus manos, pese los años pasados bajo la luz fría del quirófano, siguen igual de hábiles que al principio... Siempre en guardia.

Un avión le espera en Barajas para cruzar en cualquier momento el Atlántico. A cualquier hora del día o de la noche

1 comentario:

  1. Pues buen médico, si señor. Enhorabuena doctor.
    La opinión de los dos pacientes de cuba, me la guardo para mi.

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