domingo, 21 de noviembre de 2010

Después de treinta y cinco años



09:03 (21-11-2010) | La Gaceta

“Treinta y cinco años después, ¿a qué coño estamos jugando?, ¿quién es este estúpido que, para tapar sus vergüenzas, está irritando a mucho más que medio país?”

Cuenta El Semanal Digital, el periódico dirigido por nuestro colaborador Antonio Martín Beaumont, que la ex vicepresidenta Fernández de la Vega, hoy sentada para los restos en el Consejo de Estado, tenía preparado “su particular desquite” en el Congreso de los Diputados “cinco minutos antes de ser relevada”. Lean literalmente: “De la Vega quería informar de las actuaciones del Gobierno por las que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura, EN RELACIÓN AL VALLE DE LOS CAÍDOS”. Textual. De la Vega, hija de un distinguido funcionario que llegó a ser delegado de Trabajo en Zaragoza en tiempos de Franco, o sea, de la tal dictadura, no ha podido cumplir sus deseos; Zapatero la ha enviado al limbo de las viejas (y bien pagadas) glorias. La pregunta es ahora, por tanto, la siguiente: ¿retomará la iniciativa su sucesor en la Vicepresidencia, Pérez Rubalcaba? Habrá que planteárselo al astuto hijo de un piloto, antes mecánico en la Guerra Civil, del citado general Franco. Personalmente, dudo que el ministro multiusos se meta en ese jardín.

Pero el jardín está más pisoteado que nunca. En el periódico de la izquierda radical republicana y otras hierbas, Público, firmaba el pasado jueves un artículo Vicenç Navarro, catedrático de Ciencias Políticas de la Pompeu Fabra de Barcelona. Reproduzco unas frases del largo exordio porque no tienen desperdicio. Escribía el citado profesor: “Pero aun cuando la dictadura murió en la calle, la Transición se hizo bajo la nomenclatura del régimen anterior...”. Y sigue: “El hecho de que el Tribunal Supremo quiera enjuiciar –a propuesta del partido fascista– al único juez que se atrevió a llevar a los tribunales a los responsables de los desaparecidos es una muestra de ello”.

En la cama y no en la calle

Vayamos por partes, que diría Jack el Destripador, distinguido maestro: ¿está usted seguro de que “la dictadura murió en la calle”? En los monumentales documentos que hoy, en rigurosa e histórica exclusiva, publicamos en LA GACETA, se demuestra, por si a estas alturas cupiera duda alguna, que el general Franco falleció en la cama, no en ninguna “calle”, y menos la que no ocupaba nunca el Partido Socialista de Zapatero, que estuvo (salvo excepciones como Múgica, que entonces era comunista) guarecido para no pasar problemas. Este afán de los izquierdistas, más o menos de salón, de violentar la Historia es, sobre todo, ridículo. Ahora, además, tienen otro desvelo: el de adjetivar de “fascistas” a todos los que, porque no les da la gana, no piensan como ellos, lo cual es directamente un insulto que no hay por qué soportar sin que se lleven una respuesta. El propio Navarro hace en su mencionado artículo la distinción más maniquea, más totalitaria, que se pueda realizar entre “buenos” y “malos”. Léase: “Los que lucharon por la democracia eran los buenos. Y los golpistas eran los malos”. Con un par, pero, hombre de Dios (con perdón), ¿se puede tildar de demócrata y bueno al pertinaz golpista y afanador de la Guerra Civil, Francisco Largo Caballero?

Extraordinarios documentos

Entre ayer, 20 de noviembre, y mañana, 22 de este mismo mes, están transcurriendo, ¡faltaría más que no fuera así!, las mismas horas que entre los mismos días de hace treinta y cinco años, entre la muerte (repito, en la cama) del general y la proclamación de Don Juan Carlos Rey. Por primera vez se publican documentos extraordinarios de un valor incalculable, y, por primera vez –y no pedimos perdón por ello– los publicamos en LA GACETA. Lo hacemos sin otro fin que el informativo, sin colocar un adarme de nuestra cosecha. Después de haber trabajado concienzudamente en estas fechas sobre estos inéditos pasajes de nuestra historia, personalmente he llegado a dos conclusiones: la primera, que Don Juan Carlos hizo muy bien cuando se negó con contundencia a tomar las riendas del país sólo a título provisional como exigía el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro; la segunda, que los historiadores que han venido sosteniendo durante todo este tiempo que al Rey se lo daban todo hecho, que él no era más que “lector” de los textos o discursos que fue pronunciando desde la primera enfermedad de Franco (1974) hasta su proclamación (noviembre del 76), han estado profundamente equivocados. Los documentos que publicamos hoy y que ven la luz por primerísima vez así lo atestiguan. El Rey fue su propio redactor. Apartir de aquí, ojo con presentar a Don Juan Carlos como un simple vocero de la trama urdida por sus asesores para llevarle al Trono. El Rey sabía lo que hacía, lo escribía, y eso da muy buena cuenta de su importancia histórica.

La cantinela del franquismo

Han pasado treinta y cinco años y, curiosamente, los que quieren resucitar a Franco son los que dicen aborrecerle. Curiosamente, también la derecha política, mediática y social de España está callada como un difunto. Tolera que se le agravie llamándola fascista y se ve en la obligación de emplear latiguillos tópicos para demostrar su escaso aprecio al franquismo. Esa pertinaz cantinela del “Yo, que nunca fui franquista”, ¿a qué viene ahora? En 1936 ni la República era democrática ni el franquismo tampoco, y ya está, esto es lo que hay.

La desgraciada gobernación de Zapatero y su deplorable Ley de Memoria Histórica –ahora parece que arrumbada por un Gobierno en el que ya no está, ¡Dios sea loado!, la persecutora contumaz de periodistas Fernández de la Vega– nos han retrotraído a una de las etapas más infelices de toda nuestra biografía como país. Zapatero ha despertado a los muertos y los muertos, como réplica paradójica, como un retruécano cruel, nos están intentando degollar. El estúpido y descortés comportamiento del presidente del Gobierno con el Papa de Roma no lo mejoraría en su tiempo ni el más perverso comecuras de León. La revancha de los “buenos” (Zapatero y sus epígonos) contra los “malos” (todo sujeto que se atreva a pensar de distinta forma) ha rescatado no ya el enfrentamiento entre dos bandos sino cosa incluso peor: el abigarramiento en sus reductos de los individuos menos listos de cada facción en maniobras peligrosísimas que no auguran un buen entendimiento general. En su discurso ante las Cortes Generales del 22 de noviembre de 1975, cuyo original reproducimos excepcionalmente, el ya Rey termina diciendo esto: “Si todos permanecemos unidos, habremos ganado el futuro”. O sea, exactamente lo contrario a lo que estamos haciendo.

¿A qué coño estamos jugando?

Treinta y cinco años después, ¿a qué coño estamos jugando en España? El Gobierno que nos ha arruinado no tiene mejor ocurrencia (las “ocurrencias” de Zapatero que denuncia hasta Peces Barba) de cerrar una basílica al culto e impedir que los fieles oigan misa dentro. Claro está que esta barrabasada no es lo mismo que el incendio de las iglesias apenas proclamada la II República, pero ¿quién es este estúpido que, para tapar sus vergüenzas, está irritando a mucho más que medio país? Los documentos de valor incalculable que hoy publicamos en exclusiva nos devuelven al inicio de una época de reconciliación, incompatible con venganzas y enfrentamientos como los que ahora mismo estamos ya padeciendo. Es de higiene pública terminar democráticamente, no hay otra forma, con el fautor de este descomunal desastre.

1 comentario:

  1. Extraordinaria opinión, menos mal, que aún hay gente en esta España defenestrada por los políticos, que dicen las cosas como son.

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