FERNANDO LÁZARO / Irún (Guipúzcoa)
Enviado Especial
Tranquilo. Lleno de humo. Con su puro en la mano. Está en zona segura. Tiene el visto bueno del juez Garzón. Nadie le molesta. Es su territorio. Controla, vigila, conoce todo lo que pasa en su entorno más próximo. Joseba Elosúa, el dueño del bar Faisán, sigue en el bar Faisán, en el mismo establecimiento donde hace cuatro años se produjo uno de los mayores escándalos que afectan al Ministerio del Interior: el chivatazo. Y ahora se fuma un puro.
Elosúa fue el beneficiario del chivatazo, a quien algún responsable de las Fuerzas de Seguridad alertó de que estaba siendo vigilado, de que su relación con la trama de extorsión de ETA estaba en el punto de mira policial y judicial. Y el chivatazo lo recibió en su bar, en el mismo sitio en el que EL MUNDO estuvo ayer para rememorar sobre el terreno ese episodio inconcluso, que está todavía entre las paredes del despacho de Garzón. El chivatazo se produjo el 4 de mayo de 2006 a las 11.20 horas.
Joseba Elosúa fue detenido posteriormente, en junio de aquel año por orden del juez Fernando Grande-Marlaska. Este magistrado estaba en aquellas fechas sustituyendo a Baltasar Garzón en el juzgado número 5 de la Audiencia Nacional durante su estancia en EEUU. Ocho meses después, tras regresar de su permiso, Garzón lo dejó en libertad arguyendo su precaria salud.
El pasado lunes a media tarde, la víspera del aniversario del chivatazo, Elosúa accedió por la puerta trasera de su bar. Allí estaba EL MUNDO. Este periódico quería estar en aquel local al cumplirse cuatro años del momento en que se produjo la llamada, en el momento en el que, según los informes policiales, un agente de la Policía entró y entregó a Elosúa un teléfono móvil. A través de este aparato, otro mando policial (siempre según los informes policiales) le alertó de las vigilancias.
El pasado lunes no recibió ningún aviso, ya ¿para qué? Su paso, tranquilo. Con un puro en las manos, observa con descaro a todos los clientes... Se desplaza al rincón de este pequeño bar, a apenas 300 metros de la ya inexistente frontera con Francia. Se sienta junto a un joven que clavó su mirada desde que entró en el periodista de EL MUNDO. Elosúa y él conversan en euskara y no retiran su vista de los desconocidos. Mientras, en el bar, suena una versión en euskara del Hotel California de los Eagles.
Los apenas 50 metros cuadrados que ocupa el bar están vigilados por dos cámaras. ¿Para evitar un robo? De valor sólo se ven una antigua caja registradora y un faisán disecado; amén de dos máquinas tragaperras. No parece un negocio que pueda generar unos cuantiosos ingresos diarios como para mantener ese dispositivo de seguridad. ¿Tantos ojos para un simple bar de carretera?
Dos puertas, sí. Una de ellas da a una zona de terraza, con media docena de mesas muy juntitas. Tanto a la entrada como a la salida, zonas de aparcamiento. Está ubicado en la rotonda desde la que se accede a Francia, por el puente de Behovia.
Antes de llegar al bar, un control antiterrorista de la Policía Nacional, en la carretera de salida de Irún, a menos de 100 metros del local. En el interior, apenas hay media docena de clientes. Cuatro jóvenes despachan sus últimas andanzas nocturnas de fin de semana en una mesa. Y un veterano lugareño francés apura su copa de media tarde antes de abandonar el local. El intento intimidatorio en la mirada de Elosúa y su joven amigo hacia el periodista de EL MUNDO es enorme.
Cuando uno de los clientes abandona su lugar en la barra, este acusado de liderar la trama de extorsión de ETA se sienta en una banqueta a apenas dos metros del periodista, mirándole con aire inquisitorial. Sus dos camareras se acercan a él. La charla en euskara entre los tres versaba sobre el único cliente no conocido del bar. La voz se levanta de tono pero no hay ningún acercamiento. El periodista comprueba el buen aspecto que ofrece Elosúa, apura su Coca Cola y abandona el local.
El Faisán no exhibe propaganda abertzale. Una pegatina en favor del diario Egunkaria y unos carteles de ánimo a la Real Sociedad (que está a punto de regresar a primera división) rompen la decoración de una serie de fotografías históricas de la frontera.
Quizá con ironía, una de ellas muestra a un grupo de agentes de la Guardia Civil junto a otro de gendarmes franceses en la frontera. Son fotos de comienzos del siglo XX. Curiosa imagen la que muestra un bar donde se culminó uno de los episodios más bochornosos de la lucha antiterrorista, un episodio en el que los instrumentos del Estado acabaron convirtiéndose en los aliados de su histórico enemigo: el terrorismo. La antihistoria: los buenos se convierten en amigos de los malos.
Cuatro años después, sobre la mesa de los jueces hay informes sobre presuntos implicados. Cuatro años después, los investigadores han puesto sobre la mesa una teoría de cómo se produjo el chivatazo y, sobre todo, por qué: apuntan a que, entre otras razones, con la delación se intentó evitar la detención del que fuera dirigente del PNV Gorka Aguirre, ya fallecido, responsable de relaciones internacionales de la formación nacionalista.
La verdad, os hará libres...
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