sábado, 5 de diciembre de 2009

Un aniversario de cuerpo presente


Un aniversario de cuerpo presente
5 de Diciembre de 2009 - 12:10:05 - Luis del Pino
ENTRADILLA AL PROGRAMA "SIN COMPLEJOS" DEL 5/DIC/2009

Mañana se cumplen treinta y un años desde que fuera proclamada la Constitución de 1978. Pero me parece que tenemos bastante poco que celebrar.

A lo largo de los últimos 200 años, hasta siete constituciones, más diversos proyectos que nunca llegaron a entrar en vigor, se han ido sucediendo en nuestro país.

Como si una maldición persiguiera a todos los intentos de instaurar unas reglas de juego aceptadas por todos, tan sólo dos de esas siete constituciones lograron alcanzar la mayoría de edad y superar los 18 años de tiempo de vigencia efectivo. Y en ambos casos, el precio que hubo que pagar, en términos democráticos, fue alto. La Constitución de 1876 basaba su solidez en la alternancia pactada entre los dos grandes partidos, cimentada en el masivo fraude electoral y el caciquismo. En cuanto a la de 1978, su periodo de vigencia estuvo salpicado por el reguero constante de asesinatos terroristas, y fomentó un caciquismo localista de nuevo cuño que terminó por dar al traste con el propio concepto de Nación.

Desde que fuera promulgada, la Constitución del 78 fue siendo violentada de manera gradual, hasta llegar a un punto en que no queda otro remedio que reconocer que hace mucho que dejó de estar vigente.

En el primer párrafo de "Conversación en La Catedral", mi obra preferida de Vargas Llosa, el protagonista se hace una pregunta que resume en una sola frase la trama argumental del libro: "¿Cuándo se jodió el Perú?".

Viendo los rasgados fragmentos de papel en que ha quedado convertido el texto constitucional, también nosotros podríamos preguntarnos cuándo, exactamente, se vino abajo eso que un día llegamos a denominar, ilusos de nosotros, la "Constitución del Consenso".

Nuestra Norma Suprema murió un 11 de marzo de 2004, cuando manos aún desconocidas asesinaron a 193 personas para influir en el resultado de las elecciones. A partir de ese momento, y desde el mismo instante en que nuestra clase política aceptó convertir aquel golpe de régimen en un secreto de familia que había que ocultar a ojos de todo el mundo, la Constitución dejó de existir.

Los acontecimientos posteriores, como el estatuto catalán o la huida legislativa hacia adelante de Zapatero, no son la causa de la muerte de la Constitución. Sólo son su consecuencia.

Pero, aunque tengamos clara la fecha oficial de fallecimiento de la Constitución del 78, lo cierto es que nuestra Carta Magna había entrado en estado de coma mucho antes.

Tal vez fuera en aquel momento en que un político insensato sentenció que Montesquieu había muerto y su partido comenzó a legislar para acabar con la independencia del poder judicial.

O quizá fue cuando el Tribunal Constitucional aceptó su sumisión al poder político, con la escandalosa sentencia sobre la expropiación de Rumasa.

O puede que fuera cuando instauramos la norma de que a los asesinados por ETA había que sacarlos de las iglesias por la puerta de atrás, mientras sus asesinos tomaban chiquitos en la plaza del pueblo.

O a lo mejor cuando el gobierno socialista decidió crear escuadrones de la muerte, en lugar de intentar deslegitimar a esa ideología nacionalista que hacía posible el terrorismo.

O quizá cuando nuestros propios servicios de información contribuyeron a organizar aquel golpe de estado del 23 de febrero, afortunadamente fallido.

O cuando nuestros espías inauguraron la moda de dedicar sus esfuerzos a espiar a los ciudadanos normales, en lugar de a los enemigos interiores o exteriores del país.

O cuando toda la clase política se puso de acuerdo en ocultar a los españoles aquel atentado del Corona de Aragón que causó decenas de muertos, decidiendo que los españoles no tenían derecho a conocer la verdad.

O puede, simplemente, que la Constitución entrara en estado vegetativo el mismo día en que perdimos de vista que cuando se niega un derecho constitucional, como por ejemplo el derecho a que los padres eduquen a sus hijos en castellano, se abre la veda para denegarlos todos.

No lo sé. Me siento incapaz de identificar cuándo se jodíó, exactamente, la Constitución del consenso. Lo único que acierto a constatar es que hoy en día está muerta.

El pasado 1 de diciembre, Santiago Abascal pronunció una conferencia en la que vino a reclamar algo que ya pusieron sobre la mesa diversas asociaciones cívicas antes de las últimas elecciones generales: es necesario proceder a una reforma urgente que restaure la vigencia de la Constitución y la blinde frente a futuros abusos.

No es importante, en estos momentos, debatir sobre cuál debe ser el alcance de esa reforma. Lo verdaderamente crucial ahora es darse cuenta de que ya no existe ninguna otra alternativa. La Constitución ha dejado de estar vigente. Y sólo quedan, por tanto, dos caminos: elaborar una nueva (que puede estar, o no, basada en la actual) o aprender a vivir en un estado de no-Constitución, es decir, en un régimen populista que sólo tendrá de democrático la apariencia.

Mañana celebramos el aniversario del nacimiento de la Constitución. Pero va a ser un aniversario triste, con nuestra pobre Carta Magna ahí tirada, de corpore insepulto. Aunque sólo fuera por caridad, creo que sería hora de que reclamáramos que entierren al difunto.

En el Reino Unido, los reyes son reyes en cuanto muere su predecesor, sin esperar a ninguna ceremonia de coronación. Ésa es la razón de la famosa fórmula: "El Rey ha muerto. Viva el Rey", que no pretende sino recalcar que la Corona jamás está vacante.

De la misma manera, mañana, día 6 de diciembre, cuando me levanté, dedicaré un momento a pensar con nostalgia en esa Constitución que nos han matado. Pero inmediatamente después me pondré a hacer cuanto esté en mi mano para conseguir que la entierren cuanto antes y que los españoles nos dotemos, cuanto antes, de una nueva Constitución.

Creo que es hora de que empecemos todos a reclamar una nueva Carta Magna. Pero una con la que podamos aprender de los errores cometidos. Una nueva Constitución cuyo maderamen esté protegido frente a la carcoma de los nacionalismos, de la corrupción, de los abusos de poder y del sectarismo.

Una nueva Constitución que haga que los españoles podamos ser, de una vez, ciudadanos libres e iguales.

Les invito a todos ustedes a trabajar también para ello.

http://fonoteca.esradio.fm/c.php?op=player&id=3784

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