martes, 7 de mayo de 2013

Interior cree que ETA no se disolverá para mantener viva su marca


Vaya sinvergüenza el Pere Navarro, decir que ahora se ha dado cuenta que Mas pretende la Independencia Los responsables de la lucha antiterrorista consideran descartada la posibilidad de que ETA se disuelva. En un momento, en Interior se llegó a pensar que los dirigentes de la banda terrorista podrían incluso anunciar la desaparición de la organización en una rueda de prensa sin capuchas, a cara descubierta. Sin embargo, ese escenario se da hoy por imposible en función de los datos que manejan los servicios de información. «ETA no quiere renunciar a su marca», señala una fuente de la cúpula antiterrorista.
«Quieren conservar las siglas como un referente no sólo para legitimar su historia, sino por lo que pueda pasar en el futuro», añade la misma fuente.
Sin embargo, ETA es consciente de su debilidad y sabe que tiene que dar pasos que certifiquen el final del terrorismo. Las fuentes consultadas creen que, aunque la autodisolución ahora no es una opción, ETA sí estaría dispuesta a escenificar una entrega simbólica de sus armas, con el aval de una comisión internacional de verificadores.
Pero, antes de llegar a ese punto, la banda necesita encontrar una «salida digna» a su derrota. Han pasado 18 meses desde que decretase el «cese definitivo de su actividad armada» y no ha logrado ninguno de sus objetivos. Aunque, para consolarse, internamente los etarras se atribuyen como un éxito propio la legalización de los partidos de la izquierda abertzale.
La situación de pérdida casi total de capacidad operativa de la banda –que fue el principal quebradero de cabeza del Ministerio del Interior durante 40 años– es un hecho constatable.
A ese estado comatoso –que no les impediría realizar un atentado aislado– se ha llegado gracias a dos efectos combinados. El primero y más importante, la acción de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, sustentada en un pacto antiterrorista que, con vergonzantes excepciones, ha funcionado razonablemente bien. El segundo, y ese es el que más daño hace ahora a los terroristas, es la decisión de la izquierda abertzale de romper los lazos de dependencia respecto a ETA para marcar su propia línea política.
En estos momentos, señalan las fuentes, la única forma que la banda tiene de autojustificarse es buscar una salida para los 475 presos que cumplen condena en las cárceles españolas.
ETA necesita encontrar una solución satisfactoria para sus gudaris presos, porque sus dirigentes creen que, de esa forma, el abandono de la lucha armada no se asimilaría en sus filas como una derrota sin paliativos.
Con ese fin, la banda intentó por vías indirectas buscar interlocución con Mariano Rajoy tras el triunfo electoral del PP, pero el presidente se mostró inflexible.
La línea roja del Gobierno es no hablar con ETA, no entablar ninguna negociación ni directa ni indirectamente. Lo cual no quiere decir que no se piense en vías para lograr romper el bloque granítico de los presos, el auténtico núcleo duro de ETA.
Hace un año, Interior puso en marcha un programa de reinserción de presos que suponía dar sustento legal a la llamada «vía Nanclares». Para solicitar incorporarse al mismo no se exigía a los reclusos la petición de perdón. En todo caso, ese acto de contrición sí que era condición sine qua non para acceder a los posteriores beneficios penitenciarios.
A pesar de que el programa fue recibido con fuertes críticas por parte de la AVT, que lo consideró como una cesión ante ETA, su puesta en marcha no ha servido para nada. Tras 12 meses de funcionamiento, ha recibido solicitudes de algún preso perteneciente a los Grapo, pero ningún miembro de ETA se ha atrevido a romper la disciplina que marca la dirección y que impide solicitar mejoras de su situación penitenciaria.
La abogada Arantza Zulueta es la guardiana de la ortodoxia etarra en las cárceles. Todo lo que tiene que ver con los presos pasa por sus manos. Y ella es inflexible en ese punto: entrar en el programa de reinserción es reconocer la legitimidad de las cárceles y las leyes españolas.
Los jefes de ETA, David Pla, Iratxe Sorzabal (operativos) y Josu Ternera (como representante histórico de la banda), han intentado que la izquierda abertzale se sume a las protestas en favor de los presos, pero no han logrado gran cosa.
El intento de convertir a Javier López Peña, Thierry, en un mártir del pueblo vasco ha concluido con más pena que gloria.
El comunicado hecho público por la banda el pasado jueves, en el que insta al Gobierno a negociar la situación de los presos y pide «aumentar la presión popular» para forzar esa negociación, es un reconocimiento de impotencia.
Según las fuentes consultadas, los dirigentes de Bildu están muy preocupados ante un posible proceso de ilegalización y por ello se cuidan mucho de mezclarse con actividades que puedan ser interpretadas por la Fiscalía como enaltecimiento del terrorismo.
La izquierda abertzale, bajo la sólida batuta de Rufi Etxeberria, quiere seguir haciendo política y ha aprendido la lección de que la dependencia de ETA es la mejor forma de perder apoyo popular. Etxeberria sueña con poder ganarle las elecciones al PNV y convertir al independentismo radical en la opción más votada en el País Vasco. Eso es incompatible en estos momentos con el compadreo con ETA. Una ETA a la que se le ha ido perdiendo el miedo en las filas abertzales.
Por supuesto que Bildu apoyará con sus movilizaciones la causa de los presos, pero ese no es su objetivo prioritario.
En esta situación de impasse, ETA no va a mover ficha hasta que el Tribunal de Estrasburgo no dé su veredicto respecto a la doctrina Parot. Una decisión en contra de la Justicia española sería una inyección de moral para la banda, que permitiría a sus líderes aumentar su control y fortalecer la disciplina en el frente carcelario.
Un frente que justo ahora comienza a sufrir sus primeras grietas, al ver que el Gobierno no cede y al comprobar que la dirección de ETA permite acogerse en Francia a medidas que aquí están vedadas a sus reclusos (por ejemplo, Argui Sarasola ha salido en libertad controlado con pulsera electrónica).
En todo caso, la decisión del Gobierno es clara: no habrá medidas que favorezcan a los presos de ETA hasta que la banda no escenifique la entrega de las armas.
 

«Nos llevan al matadero, no nos lo merecemos»

El rector de la UPV llama a Gotzone Mora y a otros cinco ‘exiliados’ a ocupar sus plazas

El informe Proyecto retorno de la Dirección de Víctimas del Gobierno vasco analizó hace un año los problemas de los exiliados por la amenaza de ETA en su potencial regreso e identificó como uno de los mayores obstáculos la posibilidad de que sufran una nueva victimización por encontrarse en el foco público y sentirse moralmente obligados a volver. Es la sensación que comparten, en mayor o menor grado, los profesores exiliados que en los próximos días se reunirán con el rector de la Universidad del País Vasco, Iñaki Goirizelaia, quien les ha convocado por carta para abordar su reincorporación en el curso 2013 / 2014.
Los afectados son seis de las figuras más señaladas por ETA en la universidad pública: Gotzone Mora, Txema Portillo, Sara Torres, Francisco Llera y otros dos que prefieren ocultar su identidad. Dejaron el País Vasco y trabajan en otras universidades o instituciones mientras mantienen la plaza que ganaron en la UPV.
Las reuniones –tres mañana, dos el miércoles y una sexta el día 17– se producen después de que el rector les haya emplazado a regresar tras el «cese definitivo» de ETA en octubre de 2011, y en virtud de una información de la Ertzaintza según la cual los profesores no correrían «riesgo alguno que impida normalizar» su «situación laboral».
La mayoría acuden preocupados porque creen que van a ser mal recibidos por el entorno abertzale (profesores y alumnos). Temen insultos, amenazas y desprecio. Los casos más claros son los cuatro docentes cuya plaza está en la facultad de Ciencias Sociales de Lejona, núcleo de los cabecillas históricos de HB.
«Estoy muy disgustada», dice Gotzone Mora (Bilbao, 1948) desde el otro lado del teléfono en su sexto año de exilio. «No nos merecemos esto. Yo he hablado mucho con el rector, le he dicho que nos llevan al matadero. Hace un año fui a la universidad a dar clases de doctorado. Los del departamento ni me miran, no me perdonan; pasé unos pocos días allí y me quemaron un contenedor al lado de casa, nos odian. Una cosa es la pacificación para quienes nunca han cuestionado a ETA, y otra, para nosotros. La UPV quiere vender una normalidad que hoy por hoy no existe», indica la socióloga.
Francisco Llera (Caravia, Asturias, 1950) se muestra indignado. El catedrático de Ciencia Política destaca que en todos estos años «nadie» en la UPV se ha preocupado por ellos ni por sus familias. «Nos han acusado de hacer negocio con el victimismo. Hemos sufrido una ruptura tremenda con unas consecuencias personales y profesionales graves. Tenemos derecho a la justicia, al reconocimiento, no podemos volver en cualquier condición. Y menos, humillados, o señalados como si hubiéramos estado de vacaciones». A su juicio, no se dan «las condiciones» para volver. Duda de que su seguridad esté garantizada cuando hay informes policiales contradictorios.
También lo ven así 108 profesores que han firmado un manifiesto en su apoyo. Piden al rector que reconozca el mérito de los exiliados y no les incorpore «por la puerta de atrás».

“PORQUE SOY HIJO DE UN TERRORISTA”

El artista que paseó un cadáver por las calles de San Sebastián nos cuenta por qué lo hizo y cuál es su denuncia. Su padre, palestino, dejó las bombas al enamorarse de su madre, una judía. «En España, ningún artista se atreve con ETA. Hablamos del Sáhara, pero no de lo que tenemos aquí mismo», denuncia. Y promete seguir haciendo ruido

s viernes y Omar Jerez —granadino, 32 años, delgadísimo, «hipocondríaco, hipersensible e hiperactivo», locuaz, incorrecto, amante de la provocación con mensaje y de su envoltorio— está de vuelta a su estudio en Valencia. Dos ordenadores, un ciclograma para grabar videoarte y performances, y los 181 puntos de coeficiente intelectual que le detectaron antes de sumar 12 años. Lleva 48 horas sin dormir porque el «terremoto emocional» que ha vivido en San Sebastián pocas horas antes le ha dejado extasiado. Él es el hombre que paseó por las calles de la capital guipuzcoana con un cadáver entre los brazos.
—Tenía que volverme a casa. No tenía fuerzas para quedarme. Mira que hago cosas muy power, que soy cañero. Pero en esa ciudad hay unos focos de energía muy negativos. Las miradas, las microfacciones...
Jerez ha sorprendido esta semana por su audaz performance sobre la sinrazón del nacionalismo radical en el casco antiguo de la ciudad donde la banda terrorista ETA mató más veces. Tras un mes y medio de trabajo previo —conversaciones «durísimas» con víctimas, hijos de policías asesinados, de políticos del PSOE y del PP....—, se despertó el jueves a las 6.00 horas para prepararse en una casa prestada por la asociación vasca de víctimas del terrorismo, Covite —«tan poco políticamente correcta como yo, por eso les adoro»—, que se prestó a ayudarle. Se cubrió de látex, se quemó la ropa y los zapatos y una compañera le cubrió el cuerpo de un maquillaje dantesco. También necesitó ayuda para la otra pieza clave del atrezzo: un cadáver hecho de bolsas de basura y cubierto por una manta térmica. Razona: «Un maniquí quedaba demasiado recto».
Un coche le dejó al mediodía junto al lugar fijado para su partida, el Museo San Telmo. Y el paseo por el infierno de la indiferencia dio comienzo. Con lágrimas en los ojos y la apariencia de una víctima recién salida de un atentado, caminó despacio por el núcleo de las herriko tabernas y por tres lugares donde ETA derramó sangre. La Unión Artesana, donde el empresario José Manuel Olarte recibió un tiro en la nuca mientras jugaba a las cartas, en 1994. La sociedad Gaztelupe, donde dos etarras dispararon por la espalda al hotelero y ex jugador de la Real Sociedad José Antonio (Mikel) Santamaría, en 1993. Y La Cepa, el bar donde el concejal del PP Gregorio Ordóñez encontró la muerte mientras almorzaba con sus compañeros del Ayuntamiento, en 1995. Un homenaje a las víctimas allí donde se ensalza a sus verdugos. Lo llamó Omar Jerez en el país de las maravillas.
Deambuló durante 15 minutos, aturdido, entre la mirada atónita, extrañada, contrariada de los viandantes. «Sólo uno aplaudió», recuerda. Ése es el silencio, «la sutileza» que le invitan a epatar a los indiferentes con un arte que define como «un golpazo en el estómago». Un pelear contra la complacencia hasta causar el vómito. Elevar el volumen de las verdades incómodas. Hace falta.
«En España ningún artista se ha atrevido con ETA. Mis héroes son los escritores; los únicos. La moda en mi gremio es hablar de conflictos como Palestina, el Sáhara... pero no del que tenemos aquí mismo. Y diré más: lo que está de moda es simpatizar con la izquierda abertzale. Me resulta incomprensible. Yo he hecho la antimoda». Se ríe.
UN CAPULLO ADORABLE. ¿Quién es el loco que osó desnudar desde el terreno a la ciudad del terror que hoy gobiernan sus cómplices? «Un capullo de mierda adorable», dice. Un joven irreverente, un enfant terrible, un punk del videoarte con una trayectoria incatalogable que ha pasado del underground a las grandes galerías, que ha expuesto en el Guggenheim (Nueva York), que sacude a la «masa» cada vez que idea una obra, y que en menos de dos años se ha convertido en uno de los videoartistas más cotizados. Ha conseguido casi lo impensable: vender una de sus obras por 47.000 euros. Y acaba de rechazar un contrato de 25.000 dólares al mes en una agencia de publicidad estadounidense. «Prefiero ser libre y, si te digo la verdad, no estoy capacitado para trabajar ocho horas diarias».
Jerez también se apellida Hamoud pero no quiere desvelar un segundo nombre quizá demasiado vulgar. Nació Omar porque su padre, «un terrorista palestino que mataba a judíos», quedó prendado de una judía sefardí cuando estudiaba Medicina en Granada. «Mi padre estaba especializado en poner artefactos que detonaban cuando pasaban los judíos. No ha sido juzgado; podría hacerlo La Haya. Pero se enamoró de una judía. El amor es más fuerte que cualquier razón», dice. Su familia paterna es fundamentalista islámica. Él, que ha vivido en Siria, en Kuwait y en Marruecos, y también en Japón, y en seis ciudades españolas, lo denuncia. «Los radicalismos son lo que yo quiero criticar».
Con esa misión apareció en la presentación de una obra suya en la Casa Rosa de Málaga con una mujer vestida con un hiyab y atada a una cadena, a la que paseó por la galería como si fuera su mascota. Lanza otro dardo contra los bienpensantes: «Lo que está de moda es apoyar a Palestina. Si eres homosexual, si eres mujer, si eres ateo, en Palestina te matan; en Israel no. Son eslóganes de pancarta sin profundidad. Yo critico a los dos, porque los dos matan, pero en Israel te puedes meter con el Gobierno, con los ortodoxos. A mí en Palestina me ahorcarían».
Nacer entre dos culturas tan fuertes ha marcado su obra, porque le ha dado «una capacidad de mirar las cosas con distancia, con objetividad intelectual». «El personal está oxidado. Si no le metes un puñetazo en el estómago, no se entera. Tener cáncer no es sutil, que te echen del curro no es sutil, ¡la vida no es sutil! Hay una perversión que busca que no seamos personas contundentes, que las cosas no se aclaren. He luchado contra ello desde pequeño, siempre he sido contestatario. Soy hiperrealista porque el hiperrealismo es necesario. La vida es real».
El artista, que tiene novia y una perra de la que no se separa, ha crecido rápido en el mundo audiovisual. Autodidacta y sin terminar sus incursiones en la universidad —pertenecer a la Asociación Española para Superdotados no significa triunfar en las aulas—, se ganaba la vida como freelance de marketing cuando grabó su primera gran obra, Odisea de lo imposible. Dos hombres trajeados hacen saltar a la comba al legendario Poli Díaz en un ejercicio de explotación siniestra que le va dejando sin ropa. Recibió premios, también críticas salvajes. Y, tras embarazar para otra obra al rey del porno español, Nacho Vidal, empezó a centrarse en el activismo político y social.
Le sobra talento para hacer ruido. Ha sido «el primero del mundo» en fingir su suicidio en Facebook. Un «colega» anunció su muerte en su muro social y estalló la tormenta. Se pasó un mes oculto y no dijo nada a nadie. Sólo a su madre, a los tres días. «La mujer, metida debajo de la cama, me gritó: “¡Eres un cabronazo!”. Tenía razón. Fui al extremo. Pero lo hice con conciencia». Quería mostrar el mundo falso de las redes. «Facebook son egos muy grandes y autoestimas muy bajas». Desmontó las falsas amistades, perdió amigos de verdad que ahora no le hablan —«lo entiendo»— y llamó la atención del New York Times y de tres estudiantes de la Universidad de Pensilvania que investigan aquel acontecimiento para su tesis doctoral.
Otra causa: el imperialismo estadounidense. En Estados Undiós, retrató sin tiritas la «violación» norteamericana al mundo islámico. ¿Cómo? Un hombre con una máscara de Mickey Mouse viola a una árabe. En Guantánamo, el propio Jerez es torturado en una bañera por un tipo con una máscara de Bart Simpson. El artista no suele colgar sus obras en internet, ni siquiera presume de una web —escandalosamente raro para un nacido en los 80— porque hay que verlas en directo y retorcerse. «En internet no está tu esencia. Es mejor que te juzguen por tu obra a que especulen sobre ti», afirma.
Difícil evitarlo con una biografía en la que también se incluyen estancias de contemplación y meditación en un monasterio budista de Tokio. «Había estado tres años practicando y le dije a mi maestro: “Ya estoy preparado para ser su acólito”», cuenta, serio. «Él me contestó: “Sólo piensas en mujeres. Estudia y dentro de 10 años hablamos”». Tenía razón: al cabo de un mes ya estaba con una mujer italiana». No puede vivir sin ellas. «Como Almodóvar. Aunque yo no soy homosexual», precisa. «Mi mundología son las mujeres. Mi madre, mi hermana, sus amigas... He estado toda la vida con ellas». Confiesa un trauma: le habría gustado ser madre. «Engendrar vida. Es algo que envidio positivamente de las mujeres».
ENFADA A TODOS. Anárquico en su proceso artístico, también ha coqueteado con el anarquismo ideológico, pero «la carga de violencia» de algunos de sus practicantes le ha distanciado de ello hasta definirse, como mucho, como un «nihilista pedagógico». «No tengo idea política. Creo que en las personas, no en el soporte político». Y enfada a todos. Es fácil de imaginar cuando denuncia la otra violencia de género —de mujeres contra hombres— o cuando critica a EEUU sin menospreciar que posea «la democracia más transparente del mundo». «¡Las críticas son las que hacen que mi testosterona suba!», sostiene riendo.
El año pasado concibió un manifiesto que «nadie» ha hecho antes. Se llama Teoría Involuntaria de una Muerte Confrontada y consta de 12 puntos: el arte como crítica de los temas más delicados, esos que pueden llevar al asesinato del artista. «Se trata de que esa muerte forma parte de su obra. Hago del asesinato que puede ocurrir, y espero que no porque amo la vida, una obra de arte».
El «nacionalismo recalcitrante» que denunció en la Euskadi «de los susurros» donde «todo el mundo habla bajito» también se convirtió en la diana de Sin noticias de Dios, una atrevida performance que desarrolló en Valencia en noviembre. Quería ser una denuncia artística de la liberación del carcelero de Ortega Lara, Iosu Uribetxebarria Bolinaga, y para eso recreó las condiciones del secuestro. Caracterizado con un chándal y una barba muy similares a los suyos, preparó un cuarto de hormigón de dos metros de largo y tres de ancho, comió lo mismo que Ortega —fruta y verdura— e hizo sus necesidades en el zulo. El lugar de reclusión fue secreto. Un mes antes había anunciado la obra en una galería de Valencia y había aparecido una pintada en favor de ETA. No pudo con los ocho días de secuestro que se había propuesto. «Que ese hombre aguantara 532 me parece un verdadero milagro. Yo estuve siete días y quedé devastado, agotadísimo».
La indignación seguirá hecha arte con su firma porque los desafíos son su «heroína». Para próximos episodios promete una obra «todavía más fuerte» que la que el jueves agitó San Sebastián, de la mano del navarro Abel Azcona. También sobre terrorismo, un mal «sin fronteras».

1 comentario:

  1. Pues claro, mientras existan, los batasunaris seguirán amenazando como lo hacen todos los días. Una pistola y una bomba, medran más que el diálogo y la tolerancia. Y como no les interesa, purs caña y caña ya.

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