lunes, 23 de enero de 2012

La verdad sobre el magnicidio de Carrero Blanco, al descubierto: Juicio de los autores del atentado (6 de 7)


Alerta digital

Argala

El 21 de diciembre de 1978, el Renault-5 de color naranja que utilizaba Argala para moverse por el sur de Francia voló por los aires. El etarra murió en el acto tras hacer explosión la carga de dinamita.

José María Manrique/Matías Ros (Autores del libro ‘El magnicidio de Carrero Blanco’).- Inexperiencia etarra unida a una precisión y sofisticación notables, junto a más de un año de preparación e imprudencias clamorosas, por un lado, e informes policiales desatendidos y operaciones interrumpidas, por otro, son algunas de las claves para enjuiciar el atentado.

En base a ellas, muchísimas personas han creído que no ocurrieron las cosas como nos las han contado. Por ejemplo, Felipe González declaró: Sigo sin creerme que aquellos hombres (de ETA) pudieran haber llegado a sus fines sin contar con una ayuda ignorada hasta ahora [1].

Como dijo Ricardo de la Cierva: Una organización terrorista iba a ejecutarlo; alguien con mucho poder lo supo y dejó hacer; alguien con mucha información lo supo y lo ocultó deliberadamente; alguien, quizá el mismo que lo supo y lo ocultó, iluminó a los terroristas; otros se encargaron de protegerlos evitando que pudieran ser descubiertos (…) ironía trágica: los dos grandes enemigos (de España) que Carrero señalaba en su “testamento”, el comunismo y la masonería (que hoy llamaríamos mundialismo) serían … el inspirador probable y el inspirador posible de su asesinato… La sombra de la masonería no estuvo lejos de los cuatro magnicidios anteriores (Prim en 1871, Cánovas en 1897, Canalejas en 1912 y Dato en 1921); la duquesa de Carrero pensó, desde el primer momento, que su esposo había muerto por su hostilidad a la masonería [2].

No es nada extraño que, en aquella ocasión, como en otras, no sólo los autores oficiales no fueran los verdaderos responsables, sino que intereses aparentemente siempre contrapuestos, como los de los EE. UU y la URSS, coincidieran en un planteamiento “táctico” de sus respectivas jugadas “estratégicas”, utilizando cada cual sus “peones”, elegidos entre aquellos de los que habitualmente echaban mano entonces en España e incluso manipulando ambos, cada uno por su lado, los mismos “instrumentos”, servicios secretos incluidos. Hay que resaltar que, además, en el seno del propio “régimen” había fuerzas, infiltradas o reconvertidas, que buscaban su involución y a las que aquella situación y solución táctica les convenía.

Gutiérrez Mellado, un hombre que hizo prácticamente toda su carrera militar como miembro o como jefe de los servicios de información y, por lo tanto, uno de los mejor informados de España, si no el mejor, a una pregunta privada del Magistrado De la Torre dijo no saber nada y añadió textualmente: … aquí hay tantos que querían quitarse de en medio a Carrero [3]. Sin duda, esa evasiva era, literalmente, una gran verdad.

De algunos grandes atentados lo que más llama la atención no es tanto la perfección de su planeamiento y ejecución, o la serie de “casualidades” que los hicieron posibles, como las permanentes acciones posteriores para “explicarlos” adecuadamente y echar tierra encima. Más que la solitaria “bala mágica” del solitario tirador que mató a Kennedy (ocasionó una herida al Presidente y tres al Gobernador, pero la bala mortal fue otra) es llamativo que nunca se juzgaran los hechos en un tribunal y que el autor muriera violentamente; de similar manera, tampoco el magnicidio de Carrero Blanco fue “visto” judicialmente y Argala fue asesinado [4].

Cuando desde el poder se hace lo imposible por difuminar un hecho, cualquiera tiene perfecto derecho a sospechar que el mismo es tenebroso. Si, además, los pocos datos que traslucen hasta la opinión pública son incongruentes o delatores, estamos ante la obligación de crearnos nuestra propia opinión.

Quede este trabajo como constancia de lo engañoso de la tan manida expresión “la democracia que los españoles nos hemos dado a nosotros mismos”.

NOTAS

[1] Las fuerzas del Cambio de Pedro de Silva, Prensa Ibérica, Barcelona, 1986. Estévez y Mármol, Ob. Cit. Pag. 251.

[2] De la Cierva, Ob. Cit. Pag. 14.

[3] A. Grimaldos en la CIA en España, Pag. 123.

[4] Ocurrió el 21 de diciembre de 1978 -el día anterior había estado enfermo-, en Anglet (Francia), a los cinco años del magnicidio; la operación, supuestamente encargada por La Armada española a unos mercenarios, contó con la información y coordinación del CESID, además de con su apoyo económico y logístico, 23F: El Golpe del CESID, de Jesús Palacios, Pag. 142, Editorial Planeta, Barcelona, 2001. “Argala fue eliminado por especialistas no ajenos a esferas policiales españolas”; Ismael Fuente en Golpe Mortal, Pag. 307.

Pio Moa escribió: “El gobierno, falto de una verdadera política en este campo, recurrió puntualmente a la con el atentado contra Cubillo, o el que mataría al etarra Argala, jefe de los asesinos de Carrero Blanco, volado con su coche en el quinto aniversario del magnicidio”.

Las reacciones ante el fin de Argala son muy ilustrativas del ambiente creado. El País, ya el periódico más influyente y temido por la derecha, le dedicó amplio espacio, dando al terrorista una imagen simpática, encomiando sus dotes intelectuales (pasaba por teórico marxista) y rasgos . En el funeral, el cura lo comparó nada menos que con Cristo. El presidente del PNV, entonces Javier Arzallus, lo ensalzó.

LOS AUTORES

*José María Manrique es coronel de Artillería, diplomado de Estado Mayor, autor de varios libros sobre temas de historia militar española moderna: ‘Las armas de la guerra civil’, ‘La guerra 1936-39 en Sigüenza’, ‘Sáhara Español, una historia de traiciones’, ‘Sangriento combate en Edchera’, ‘CETME’, ‘Las Armas de Destrucción Masiva y la Protección Civil en España’, entre otros muchos.

*Matías Ros pertenece al Cuerpo General de Policía desde 1969. Ha publicado varios artículos sobre temas de seguridad. Desde el asesinato de Carrero ha acumulado todo tipo de informaciones que han caído en sus manos acerca del Almirante.

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