Desde que llegó al poder, el gobierno presidido por Rodríguez, no ha dejado de encabronar a media España, y de dejar anonadada a la otra media. La última tal vez ha sido llevar al Congreso la propuesta del cambio de apellidos, dando a entender con ella, que el número de españoles que no conocen a su padre requiere de la urgencia de este cambio que, por otra parte, ni preocupa ni demanda atención alguna.
Desgraciadamente no es un chiste. La propuesta forma parte de una de las medidas puestas en marcha por este gobierno para conseguir el objetivo final: la destrucción de España, de sus valores tradicionales, de su memoria histórica, la auténtica. La desaparición de España comenzó a materializarse, probablemente, en los albores de la reacción económica de los años setenta. La presencia en el poder de la UCD fue una bisagra que abrió la entrada al socialismo, en esa etapa de triste recuerdo que fue la transición democrática. Digo lo de triste recuerdo al margen del contenido ideológico, por los funestos resultados en todos los ámbitos de la vida nacional. Basta a las jóvenes generaciones echar un vistazo en las hemerotecas. El socialismo reformado, exento ya de su herencia marxista, que tuvo sus tropiezos en el 34 y en el 36, intentó el cambio por la vía de la revolución armada, con resultados por todos conocidos, aunque no por todos reconocidos.
Como si se tratara de una cadena de relevos, el atentado del 11 de marzo puso en el poder al PSOE, al frente del cual, un individuo gris, pero gris oscuro, apenas conocido más allá de su entorno, fue capaz de alzarse sobre sus opositores y convertirse en la piedra angular de una forma de hacer política nada convencional. Ha gozado del beneplácito económico heredado de sus antecesores del Partido Popular y, cuando se acabó el gas, pues a joderse tocan. Si sumamos la cantidad de acciones emprendidas por este gobierno socialista, de esas que parecen un mal sueño, llenamos un cesto y, sin embargo, a la mayoría de los españoles, incluidos algunos socialistas racionales, les parece que la casi totalidad de estas acciones no eran necesarias. Pero que nadie se equivoque, son piezas de un puzzle que no tiene prioridades.
El papel desempeñado ahora por Rodríguez, alejado de eso que llamamos el sentido común, no es el dominio de un tahúr de la política, sino que forma parte de un conjunto de medidas a desarrollar. La sociedad española, sumergida en la inacción, asfixiada por la presión fiscal, confundida por las contradicciones de fondo y forma, se ve desplazada y aburrida para ejercer la esencia de este régimen político, que es el voto. Se reforma el estamento militar; se infieren serias agresiones a la familia como base de la sociedad; se permiten los desagravios de las minorías; se descuidan las formas; se vuelve la espalda a aquello que debería exigir la atención de los principales responsables y, como una afrenta, se elige a capricho a los indocumentados para ejercer cargos de primera importancia, en los asuntos de gobierno, mientras se silencia a los que han dejado parte de su juventud en un laboratorio, en un aula o en un taller, sin considerar sus aptitudes. Todo ello forma parte de un vehículo para el cambio, con el propósito de conseguir otra sociedad, otros comportamientos, otros juicios de valor.
No hay sector de la sociedad española que no se haya visto afectado por la vehemente prepotencia de este gobierno que, aparentemente, parece pensado para el mundo de la magia y la fantasía, el mundo del nunca jamás, pero un mundo de magia y fantasía que deja un regusto amargo. Sin embargo, el díscolo procedimiento que emplean, la sutil manera de colocar inapropiados usos; el manejo con que colocan normas, disposiciones y decretos; la maña con que llevan al Parlamento un asunto intemporal, inapropiado en el fondo y en la forma, para convertirlo en motivo de debate, demuestra que se sigue un patrón perfectamente pensado y planeado. Ya nos avisó Alfonso Guerra, “a España no la va a conocer ni la madre que la parió”. ¿Recuerdan? ¿Atrevimiento?, ¿imprudencia?
Al desgaste de la sociedad que comenzó ilusionada, quizás por inevitable, una transición política allá por el 75, y la huella dejada por el paso de los diferentes gobiernos socialistas en el poder, se une la ayuda inestimable de otras formaciones políticas que, timoratas, acomplejadas y ajenas al adosamiento cultural de que deberían haberse beneficiado, facilitaron ese cambio. Todavía hoy vemos como absolutamente inermes, los miembros del partido de la oposición parecen ajenos a tomar cualquier iniciativa capaz de levantar el ánimo a sus votantes que, por otra parte, parecen entregados, cabizbajos, a una nueva derrota electoral, bien en las próximas autonómicas, bien en las generales cuando estas se produzcan. El hombre fuerte del gobierno socialista, experto en manejar y manipular turbios asuntos gubernamentales, el señor Rubalcaba, acaba de anunciarlo y de manera tan clara y tan veraz que no deja lugar a la duda.
El esplendor autonómico; la destrucción de la familia; la ola de anticlericalismo que ha denunciado, en su última visita Su Santidad Benedicto XVI; la camaradería con los partidarios de ETA, frente al desprecio que suscitan las víctimas del terrorismo; los beneficios que generosamente ofrecen a emigrantes ilícitos, cuando los propios españoles que han cotizado para alcanzar ese beneficio se ven a veces desprotegidos; el homenaje permanente a los enemigos de España, o las condecoraciones a los jerifaltes de las repúblicas hispanoamericanas y el vecino de Marruecos, los actos de traición a nuestra Historia y a nuestra Bandera sólo son los exponentes de esa herramienta que va horadando la materia para darle forma. Cuando el proceso termine, efectivamente, a España no la va a conocer ni la madre que la parió, y a los españoles tampoco. Entonces, tal vez entonces, tenga sentido la propuesta de cambio del Registro Civil porque, entonces, muchos no conocerán a su propio padre.
Por mucho que se diga de el, el mismo no se entera de nada ni sabe donde está. Está en una burbuja como si de un extraterrestre se tratara, viviendo en el mundo de yupi, y otorgando cargos a diestro y siniestro, sin saber muy bien para que sirven...
ResponderEliminarAsí nos va, hay un refrán que dice: no hay mal que dure 100 años, esperemos que así sea.