sábado, 20 de febrero de 2010

El falso dilema ETA-Islam: la comparecencia de Astarloa




El falso dilema ETA-Islam: la comparecencia de Astarloa

En el 11-M, la Policía, la Guardia Civil, el CNI y las terminales políticas -los pilares, en suma, de la Versión Oficial (V.O.) de los hechos- desde el primer momento, esto es, desde la reunión ministerial de las 12 horas del día 11, establecieron un axioma: o es ETA o es el integrismo islámico.

Hasta cierto punto, el planteamiento no carecía de lógica, si tenemos en cuenta que estos dos tipos de terrorismo son los que fundamentalmente han actuado en España y en el resto de los países occidentales.

Sin embargo, las amenazas de un país, las amenazas a España, no se agotaban en ese binomio. España podía muy bien estar amenazada por Marruecos, con quien mantenía unas relaciones tremendamente conflictivas que huelga enumerar. Tampoco se podía dejar de lado a Francia, firme apoyo de la política frentista de Marruecos en el asunto de Perejil, que veía como una intromisión intolerable la coalición que Aznar estaba liderando junto a Inglaterra, Holanda, Dinamarca y los nuevos países del Este, para desbancar a Francia y Alemania del centro de decisiones de la Unión Europea: algo potencialmente intolerable para el orgullo francés, que sólo podía imaginar a España en un papel subalterno en el concierto de las naciones europeas.

En el orden interno, no podemos olvidar que en época muy reciente España había desarrollado otro tipo de terrorismo, el Terrorismo de Estado de la época de los Gal, durante la etapa de gobierno de Felipe González. Muchos de los actores, por acción u omisión, de ese desaguisado seguían incrustados en el seno de las FSE, por la desidia del PP.

En cualquier crimen, uno de los elementos fundamentales para poder avanzar es preguntarse por el famoso qui prodest, ¿a quién beneficia? Y ante esta pregunta tampoco deberían haberse librado del ojo escrutador entidades políticas o económicas de gran relieve, privadas o públicas, nacionales o internacionales, siempre imbricadas en los intersticios del poder, del Poder con mayúsculas. Pero el qui prodest se prohibió en el 11-M: tenía que ser o ETA, o Al Qaeda.

Ni siquiera se tambaleó este dilema cuando la prensa independiente empezó a aflorar enigmas y agujeros negros que ponían el signo de interrogación directamente sobre las contradicciones en el seno de las Fuerzas de Seguridad del Estado (FSE). ¿Cómo pueden explicarnos las FSE a todos los españoles que su propia red de confidentes a sueldo, en colaboración con delincuentes fichados y controlados por esos mismos confidentes, les dieran el golpe terrorista más brutal que se pueda imaginar: el primer caso en la historia de Occidente? Si este fue el caso, y en eso consiste la V.O., la reacción debería haber sido poner en marcha expedientes, auditorias de asuntos internos y depuraciones sin límite.

Pero no fue eso lo que ocurrió. Lo que se hizo fue, por un lado, anatematizar (“Conspiranoicos”), amenazar (Secretario de Estado Camacho: «Seremos implacables contra cualquier conducta tanto dentro como fuera de las instituciones policiales que ponga en cuestión el buen hacer de una policía profesional y democrática») y perseguir (Inspector Parrilla, peritos del ácido bórico, querellas a Federico Jiménez Losantos, Pedro J. Ramírez, Fernando Múgica y Luis del Pino, entre otros) a todo aquel que pusiese en duda la V.O. y se aproximara a terrenos minados. Y, ¡cómo no!, ascender o aparcar en trabajos bien remunerados a los responsables de las FSE que deberían haber evitado los atentados, en caso de que la V.O. fuera cierta. Algo que habla por sí sólo.

Sin embargo, no es cierto que el falso dilema ETA-Islam se mantuviera de forma absolutamente homogénea. En algunos contados momentos, se han producido significativos desmarques, aunque éstos constituyen una rarísima excepción. Es el caso, por ejemplo, del que era Secretario de Estado de Interior el 11-M, que pronunció en el Congreso algunas frases que en su momento pasaron desapercibidas, pero que releídas a fecha de hoy resultan sorprendentes.

El 18 de Noviembre de 2004, en las postrimerías de la Comisión de investigación Parlamentaria sobre el 11-M, compareció Ignacio Astarloa Huarte-Mendicoa y soltó, como quien no quiere la cosa, esta andanada: «... pero varias de las preguntas obligadas –y ahora irán saliendo- son qué piensa Ud. de la relación entre el terrorismo islámico y ETA, qué piensa Ud. de si aquí han intervenido servicios secretos, qué piensa Ud. de si esto es Al Qaeda. Siempre he contestado lo mismo: que no tengo el más mínimo a priori sobre ninguna de las hipótesis, que es quien haya sido.... para llegar a saber quién ha sido no descartar nada..., hay que llevar hasta sus últimas consecuencias todas las líneas, se llamen ETA, Al Qaeda, servicios secretos, se llame lo que se llame» (Comisión de Investigación, Diario de Sesiones nº 18, pág. 4).

Esto lo dijo en la introducción que todos los comparecientes hacían para exponer su visión de las cosas -antes de que comenzara el turno de preguntas. Es decir, son palabras que pronunció con perfecto conocimiento de causa, después de haber dispuesto de todo el tiempo del mundo para prepararse: diciendo, por tanto, lo que quería decir. Pero no quedó ahí la cosa. Más adelante, en su turno con Olabarria, fue todavía más allá: «He mencionado servicios secretos, terrorismo de Estado...» (Idem, pág. 27).

¿Por qué soltó esa traca Astarloa? No es lo mismo que siembre esa sospecha un periodista “conspiranoico” a que lo haga todo un ex-Secretario de Estado de Interior. ¿Lo hizo para desplegar cortinas de humo? No parece que sea ese el caso. La impresión es que fue más bien un “aviso para navegantes”, al estilo de los mensajes y advertencias que los políticos suelen enviarse cuando quieren neutralizar alguna ofensiva del adversario (recordemos el 3% de Maragall y el “no hay estatuto” de Artur Mas).

Y no cabe duda de que, si se trató de una advertencia, tuvo plena eficacia, porque la reacción de los grupos parlamentarios fue la habitual cuando se acusa de lleno un golpe: el silencio. Sólo Gaspar Llamazares, un outsider sin ningún poder en la estructura del Estado, le interpeló a Astarloa y le afeó la literalidad de sus palabras. Los que si tenían poder, los representantes de los partidos nacionalistas y el PSOE, miraron respetuosamente para otro lado.

Pero no sólo es que ninguno de ellos recogiera el guante que Astarloa lanzaba. Es que, al revés que con Acebes o Aznar, tanto los nacionalistas como el PSOE trataron a Astarloa con guante de seda, de una manera que hoy miramos con sonrojo e incredulidad, si no sospecha. Olabarría se deshizo: «...porque yo sí que le aprecio de verdad, y lo sabe, y evidentemente creo en su sinceridad». El PSOE no se quedó atrás. Rascón Ortega, como si fuera un Píndaro redivivo, le ofrendó esta oración o ditirambo: «Gracias, señor Astarloa, primero, obviamente, por los servicios que ha prestado hasta ahora a este país, y gracias por su sinceridad en su comparecencia, sinceridad que se puede traducir en un doble sentido: sinceridad política y sinceridad jurídica. Parece ser que a alguien le ha defraudado esta comparecencia. Desde luego, al portavoz del Grupo Socialista, no».

¿A qué pudo deberse ese aviso de Astarloa, tan crudo y tan directo? Podría entenderse, a lo mejor, como una estrategia defensiva del PP, que amenazaba directamente al PSOE si las conclusiones de la Comisión Parlamentaria, en las que tendría mayoría la coalición gubernamental PSOE-nacionalistas, fueran letales para su imagen e intereses. Pero en ese rifirrafe ya estaban enzarzados los dos partidos sin un ganador claro (“mentiste tú; no, que fuiste tú”).

¿Es posible que fuera un aviso a navegantes no del PP, sino del propio ex –Secretario de Estado de Interior? Astarloa es de las personas que más debería saber de la intrahistoria del 11-M en España. También la persona con más capacidad de decisión, directa, en asuntos de política antiterrorista. Lo normal es que Astarloa, por su cargo y por responsabilidad, no se hubiera hecho eco de teorías que él considerara descabelladas. Y sin embargo, sí que avanzó teorías enormemente sugerentes, aunque lo negara –con circunloquios algo sorprendentes para una persona de su precisión jurídica- cuando le interpeló Llamazares: «En cuanto a las especulaciones que se hacen por un diputado, he dicho lo que he dicho de forma absolutamente..., que no es hacer ninguna imputación a ningún Estado ni a nadie. Como usted comprenderá, eso se saldría absolutamente de mi proceder. He dicho que, de las tesis que circulan donde circulan, lo que hay que hacer de los elementos que están puestos en circulación y en duda es, entre otras cosas, como usted dice muy bien, si se plantease la más mínima duda, cerrarla para saber con quién nos estamos relacionando» (CI, DS, nº 18, pág. 33).

Las cosas no son como la respuesta a Llamazares apunta. Astarloa no dijo en su introducción, ni con Olabarria, que había dudas que “circulaban”. Las “circuló” él, directamente. Además, hasta entonces, nadie en la Comisión, ni nadie de su propio partido, había avanzado ese tipo de conjeturas. A lo más que llegaban, de una manera prudentísima, era a apuntar a la ETA o a una hipotética joint-venture ETA-Islam.

No, la verdad es que es bastante difícil entender que Astarloa dijera “lo que dijo” si no se acude a la hipótesis de que podía haber algo en la trastienda del PP que era mejor seguir manteniendo en la oscuridad. ¿Qué significado último tenían las palabras de Rubalcaba (“España se merece un gobierno que no mienta, un gobierno que diga siempre la verdad”), que dejaron paralizado y noqueado al PP en la víspera electoral? ¿Por qué no las rebatieron con vigor en ese momento? ¿Prefirieron, acaso, optar por algo (la versión oficial) que en cierto sentido representaría "un mal menor"? La sombra del primer Agujero Negro de Fernando Múgica, y el supuesto regalito electoral, con sus secuelas, que le querían ofrendar las Fuerzas de Seguridad a Aznar, deteniendo a la cúpula de ETA el 12-M –regalito que se habría tornado en misil- sigue rondando la cabeza de muchos. Esta es la única explicación, a mi juicio, del inexplicable silencio que guarda el PP en todo lo que concierne al 11-M.

¿Por qué nunca nos ha dicho nadie cuál es ese lugar que no se encuentra en desiertos lejanos ni en remotas montañas y en el que, según Aznar, se fraguó el 11-M? ¿O es que tan impactante frase era otro “aviso para navegantes”, destinado con exclusividad a quien tenía que recibirlo?

A estas alturas de la película, en que no se sabe muy bien quién está más interesado en enterrar el 11-M, si el PP o el PSOE, la única certeza que tenemos es que una especie de omertá transversal ha unido a todas las instituciones del Estado en un indisoluble y letal abrazo, algo que algunos, con indiscutible propiedad, definen como “el Régimen”, fuera del cual sólo existe la soledad, la nada.

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