martes, 19 de enero de 2010

Arenas movedizas, por Carlos Herrera


Arenas movedizas, por Carlos Herrera
La alberca del moro
Supuse, desde mi ignorancia, que un alud de feministas saltaría de sus
asientos
Un grupo –ignoro si muy nutrido– de musulmanes residentes en comarcas leridanas
como Segarra o Urgell y, al parecer, también en la propia capital, se han dirigido a sus
respectivos ayuntamientos para exigir que las piscinas municipales segreguen debidamente a
los hombres y a las mujeres o para que, al menos, exista un horario especial mediante el cual
las mujeres musulmanas, las suyas, puedan bañarse al abrigo de miradas de hombre alguno,
musulmán o no. Ante este mensaje medieval, coherente al fin y al cabo con el islam teórico y
con sus prácticas sociales en los países en los que impera, algunos alcaldes se han
adelantado a responder muy educadamente que no es posible ya que la Constitución no
permite ese tipo de segregaciones y que lo más que pueden hacer es limitar esa separación a
los vestuarios. El de Cervera, localidad en la que se escenifica la Pasión de Cristo cuando llega
la Cuaresma en el espectacular teatro que construyó el propio patronato y que sigue siendo un
modelo de buen trabajo y de mejor tradición, fue el primero en decir que no, que muchas
gracias por la sugerencia (si pueden, por cierto, no descuiden conocer ese pueblo, su
universidad, sus murallas, la Paería, la iglesia de San Antonio, merecen una visita: gente buena
y ‘ferma’ como su tierra). Inmediatamente algunos malpensados han comenzado a elucubrar lo
que ocurriría si algún día un musulmán obtuviera una alcaldía en las comarcas del Segre: a no
ser que lo impidieran determinados resortes legales, nos tendríamos que tragar dobladas sus
pretensiones. ¿Es ese un escenario posible? Gran pregunta sin respuesta clara y determinante.
A tenor de la alianza de civilizaciones que, por lo visto, tenemos que tejer con elementos
de este jaez, valdría aventurar que el envalentonamiento y descaro con el que plantean
reivindicaciones, que ni por asomo contemplarían a la inversa en sus lugares de origen, viene
consentido de largo por la actitud tolerante de muchos partidarios del multiculturalismo.
Efectivamente, desde la descerebrada y anacrónica exigencia de estos colectivos de
musulmanes, ninguno de los severos líderes sociales que tanto velan por laicismos militantes y
otras muestras de anticatolicismo, ninguno, ha abierto su boquita de piñón. Supuse, desde mi
ignorancia definitiva, que un alud de asociaciones feministas saltarían de sus asientos de
milimétricas observadoras del match diario que juegan hombres y mujeres en la sociedad para
ensordecernos a todos con su protesta firme y tajante. Pues menudo chasco. Ni una. Pero es
que ni una. Ninguna de estas valerosas gudaris de la igualdad ha mostrado su solidaridad con
las mujeres musulmanas que tienen que bañarse con hábito y a las que pretenden encerrar en
una alberca solitaria para que remojen sus carnes al atardecer. Son culturas con tinte atávico
que irán transformándose a medida que convivan con la realidad de occidente, piensan. O
deben pensar. ¡Y una mierda! Más tiempo llevan en Francia y la imposición del velo sigue sin
resolverse a pesar de la determinación inapelable del Estado francés. Cuando los colectivos
musulmanes exigen que, por ejemplo, no se les pueda practicar cacheos corporales, que se
retoquen leyes del ruido para poder expandir el llamamiento a la oración en barrios enteros,
que se creen tribunales especiales y voluntarios para juzgarles según la arcaica Shariah de la
que tenemos alguna noticia ya o crear un criterio ‘Rushdie’ de la justicia y poder actuar
enérgicamente contra los que critican el islam –por ejemplo, este artículo–, están soliviantando
la progresión hacia la justicia y la igualdad que emprendió occidente cientos de años atrás. Si
no se es tajante en la defensa de esos valores y se juega con gilipolleces de alianzas, de
multiculturalismos, de ‘tolerancias’, de ‘talantes’ y de legislaciones especiales en función de
cómo se inclina uno al rezar, estamos perdidos.
Así que espabilen todos esos vigorosos custodios del laicismo. Tienen una oportunidad
magnífica para elevar su protesta por las pretensiones de este puñado de majaretas residentes
en Lérida. Demuestren su valentía y su celo. A ver si hay cojones, que aún no han dicho ni esta
boca es mía.
Y si no, ya sabemos. A bañarnos con turbante todos.

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