Alerta Digital
Por Enrique de Diego.- Quedé con Lorenzo Nebreda, secretario de organización de la Confederación Española de Policía, en el bar de la plaza de un pueblo del litoral alicantino, porque ambos estábamos de vacaciones. La CEP estaba avalando las informaciones de El Mundo sobre el 11-M. Lo hacían, un día sí y otro también, su secretario general, Ignacio López, su portavoz, Rodrigo Gavilán y, por supuesto, el propio Nebreda.
- ¿Hay algo raro en el 11-M?
- Nada. Todo está claro.
- Y ¿entonces?
- La gente está alucinando. El otro día mi cuñado me dijo que seguro que había policías implicados en el atentado.
- Pero vosotros estáis dando pábulo a esa especie.
- Es que son El Mundo y la COPE.
- Vosotros sois un sindicato policial. Y, por cierto, Francisco Javier Torronteras era afiliado vuestro, estaba afiliado a la CEP. Me gustaría hablar con su viuda.
- La familia no quiere que se hable de él, ni con ella.
- No me extraña, con todo lo que están diciendo.
- Bueno yo a Luis del Pino le he presentado al jefe de la Unidad de lucha contra el terrorismo internacional y al policía que vivía en el bloque de Leganés y, después, de contarle su historia, él les ha dicho que no era así y les ha pretendido indicar lo que debían decir.
- Lorenzo, esto es una locura. No podéis seguir respaldando esta mentira.
- Mira, Enrique, son El Mundo y la COPE. Si nos enfrentamos, ¿dónde vamos a salir? Somos un sindicato.
En la presentación de mi libro Conspiranoia, el secretario general del SUP, José Manuel Sánchez Fornet, desveló que se había reunido con Ignacio López. Ambos sindicatos, SUP y CEP, estaban en unidad de acción. Ignacio López le transmitió, de parte de Pedro J y Losantos, que si respaldaba las delirantes tesis sobre la masacre de Atocha, contaría con barra libre en esos medios, se le daría publicidad a sus comunicados y se le harían entrevistas. El SUP terminaría hundiéndose en la corrupción moral y participaría en el delirante y absurdo sumario de la peculiar juez Coro Cillán contra Sánchez Manzano.
El SUP iría de la mano del asesino Jamal Zougam junto con la Unión de Oficiales de la Guardia Civil, la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M de Ángeles Domínguez, monotorizada por Losantos, la AVT de Ángeles Pedraza -situada en la absurda situación de defender y alinearse con el asesino de su hija- e incluso el sindicato Manos Limpias -propiamente, manos sucias- de Miguel Bernard, quien, no se sabé a qué precio, desde luego el de la dignidad, fichó a José Luis Abascal, el abogado defensor del terrorista Zougam. La corrupción moral de la conspiranoia llegó hasta que las víctimas del terrorismo hayan defendido a terroristas y de los peores de la historia de España.
En aquella conversación con Lorenzo Nebreda percibí el grado de corrupción moral al que había llegado Pedro J, al que nada importaba la verdad. Y también uno de los factores mayores de corrupción en el mundo presente: el afán de protagonismo. Los medios, que debían ser contrapoder, habían pasado a ser poder y tiránico. La gente estaba indefensa ante esta tremenda perversión, en la que la propaganda y la consigna habían erradicado a la información y a la búsqueda de la verdad. La mentira da dominio; la verdad, no. La verdad implica servicio, disposición de servicio. La mentira se impone y, en la medida en que se inventa más, en que es más mentira, el poder que ofrece es mayor. Por eso todas las tiranías se basan en la mentira. Y Pedro J y Losantos habían adoptado la posición de tiranos informativos. Había que combatirlos, por la verdad, por la gente, por el periodismo, en ese ambiente asfixiante y relativista, alguien como yo que ama con pasión esa humilde profesión del periodismo no podía sobrevivir.
Había mantenido esa entrevista con Lorenzo Nebreda porque muchos de mis oyentes me mandaban correos transmitiendo sincero terror: cualquier día Zapatero, Rubalcaba y oscuras tramas de la Policía española podían perpetrar una nueva masacre, podían acabar con ellos. Había una señora de Teruel que estaba recibiendo tratamiento psiquiátrico por estos delirios conspiranoicos. El 18 de abril de 2004, el diario El Mundo publicó un artículo de Fernando Múgica titulado “Los agujeros negros del 11-M”, que leí como un absurdo ejercicio de ciencia-ficción.
Más adelante, Fernando Múgica se acogió a las jubilaciones anticipadas provocadas por la mala gestión de Pedro J en Unidad Editorial. Era un especialista en esoterismo que había sido el fotógrafo de J.J. Benítez, con el que publicó conjuntamente el libro Ovnis; SOS a la humanidad. Juntos se habían hecho eco de alguna de las estafas más delirantes, como los ovnis peruanos y las piedras de Ica, donde se habían tallado a indígenas pilotando naves espaciales. El inicio de la página más negra del periodismo español estaba basado –como desveló el autor en momentos de su efímero triunfo- en notas que le había encargado J.J. Benítez para un libro para indagar que el 11-S no lo había llevado a cabo Al Qaeda sino la CIA. Valían, pues, tanto para el 11-S como para el 11-M, para un roto y para un descosido.
Los “agujeros negros”, que se convirtieron en una saga, fueron una exhibición de ignorancia y una fabulación completa. El término “versión oficial” estaba extraído de ese mundo de los ovnis. Ese verano, en unas jornadas en Baleares organizadas por El Mundo, financiadas por el ultracorrupto gobierno de Jaume Matas –del que Pedro J era íntimo amigo-, el director del periódico elevó la puja y articuló la conspiranoia, la mentira pura y dura que un diario español ha reiterado, por activa y por pasiva, en portada: “Cada vez más indicios apuntan a que el 11-M de gestó en el seno de los aparatos policiales”.
Una de las primeras víctimas y más clamorosas de esta manipulación fue Federico Jiménez Losantos. Su primera reacción en el chat de libertaddigital fue que “no sabía si era verdad o mentira”, pero que “es una buena técnica para vender periódicos”. Luego, la débil mente del fracasado pequeño coronel Lynch, ha quedado atrapada. Incluso ha hecho tándem con un fabulador compulsivo de baja estofa como Luis del Pino.
Lo grave no es que alguien se crea Napoleón sino que los demás le sigan la corriente. Y Pedro J, el más pelota, se creyó Napoleón con tirantes y la derecha sociológica le creyó. Y durante años esa mentira grosera para mentes infantiles y sin el más mínimo espíritu crítico se convirtió en doctrina oficial, en mentira oficial de la derecha. No se era de ‘derechas’ si no se mentía con Pedro J. Incluso se generó una secta denominada ‘peones negros’ de la que ya sólo queda un club tuitero -aliado del patético Club Liberal Auténtico de dos acomplejados Almudena Negro y Álvaro Lodares- de corazones solitarios que se reúnen a beber y a intentar ligar utilizando a las víctimas. Durante cuatro años, durante toda la primera legislatura, el Partido Popular perdió el tiempo e hizo el ridículo centrando toda su labor de oposición en la conspiranoia. El diputado Jaime Ignacio del Burgo batió el récord de preguntas absurdas y ridículas y Eduardo Zaplana, en un ejercicio abrumador de servilismo y estupidez, preguntaba en el hemiciclo incluso sobre cuestiones referidas a cuando gobernaban Aznar, Acebes y el frívolo Zaplana. Fue un gran servicio a Zapatero, una pérdida de tiempo y el ejercicio de una tremenda acción antipatriótica, que vejaba a las víctimas y ninguneaba a los héroes.
Comprobé en mis carnes, el nivel de sectarismo y tiranía que destila la mentira, cuando, con toda mi buena fe, salí a decir que la gente estuviera tranquila, que todo era mentira y que teníamos, sí, un problema grave que era el terrorismo islámico. Incluso aquellas personas indefensas ante la manipulación a las que pretendía defender, arremetieron contra mí, con virulencia ofensiva. Ya he contado el nivel de censura al que fui sometido por Julio Ariza. De pronto, me encontré solo y en la posición del disidente.
Abundaban los que me decían o me escribían: ‘estamos de acuerdo en todo con usted, menos en lo del 11-M”. Un día a la salida de Castellana, 36 me esperó una señora con sus hermanos, a los que conocía, y después de saludarme, me agarró por la solapa gritando histérica que ‘quién te paga’.
Seguí por las víctimas, por cierta idea de España y porque iban a acabar con el periodismo, y a mí me gusta, me apasiona. Y, en último término, seguí por Francisco Javier Torronteras. Mientras se desangraba, aún respondió a quienes le preguntaban qué tal estaba, que “bien, no es nada”.
Al fin y al cabo, mi padre, que en gloria esté, era capitán de la Guardia Civil y hubiera tenido que seguir la orden de Agustín Díaz de Mera, de Ignacio Astarloa, Ángel Acebes y de José María Aznar, de gentes sin categoría, de que asaltar al piso de Leganés. Orden harto discutible en cuanto a técnica policial, con poca pericia. Pero lo mínimo es que cuando se manda a alguien a la muerte, sus mandos defiendan su memoria. Lejos de ello, Aznar, Astarloa, Acebes y Díaz de Mera no han hecho más que mancillar la memoria del hombre al que ordenaron atacar y que murió en aquella operación. Considero a todos ellos personas sin moral, de baja catadura, corrompidos moralmente por el poder y sin el mínimo de humanidad. Yo creo en la misma España en la que creía Torronteras. La España que da a gente como Francisco Javier Torronteras y no en la España que da a gente como Pedro J y Losantos. No en la España de un expresidente del Gobierno que se cisca en la tumba de quien mandó a la muerte, y veja a las víctimas, diciendo, en pleno desfonde de corrupción moral por su vanidad herida, que “los autores no se encuentran ni en montañas remotas ni en desiertos lejanos”, para seguir cobrando del Presupuesto. Un delirio de quien no fue capaz de preservar la seguridad de los españoles, por que estaba obsesionado con su proyección, compitiendo, con Felipe II.
En sí, la conspiranoia no tiene otro interés que el psiquiátrico: el de la retroalimentación de la manipulación y la irracionalidad, el sectarismo y los complejos de personas solitarios que precisan identificarse con alguien a quien perciben con poder y formar parte de un rebaño en el que se sientan acogidas. ¿Por qué se inventó Pedro J la conspiranoia? La primera razón es la que con cinismo detectó Losantos: “Una buena técnica para vender periódicos”.
Ampliaremos luego esta cuestión, pero, por de pronto, dejar sentido que el papel ya pertenecía al pasado en 2004, ya sonaban las fanfarrias desde Internet por la extinción de los dinosaurios de la galaxia Gutenberg. Ese delirio alucinado, de la negación de la realidad, sin base alguna, sin fundamento de ninguna clase, prendió en una derecha sociológica noqueada. No es la única razón: la conspiranoia fue operación política para sostener al PP de Aznar, que se había derrumbado con estrépito. Ese PP había pasado a ser liderado por Esperanza Aguirre, dispuesta a asaltar Génova y a postularse, en su frustrada ambición, como candidata a la presidencia del Gobierno. Fue una operación mercantil, un negocio de manos sucias, financiado con fondos públicos, desde el gobierno ultracorrupto de Jaume Matas pasando por la Comunidad de Madrid.
No deja de ser una extraña paradoja que Esperanza Aguirre se viera envuelta el 26 de noviembre de 2008 en Bombay, en un atentado de terrorismo indiscriminado islamista, con noventa muertos y más de novecientos heridos. Terroristas islámicos, entrenados en Pakistán, atacaron con armas automáticas y bombas la principal estación de trenes de la ciudad hindú y tres hoteles de cinco estrellas, en uno de los cuales estaba hospedada la delegación de la Comunidad de Madrid, formada por políticos y empresarios, entre los que se encontraba el presidente de la patronal madrileña, Arturo Fernández. Esperanza Aguirre, tenaz por su interés político en negar la autoría islamista del 11-M, tuvo que salir corriendo en el primer avión y llegar en calcetines a Madrid, mientras buena parte de la comitiva continuaba en Bombay esperando ser evacuada.
Aunque ya lo hemos tratado con anterioridad, es preciso mostrar la evidencia del contexto de la conspiranoia. Con la derrota electoral del PP, se producen dos hechos políticos: la llegada del partido socialista, con el cortocircuito del acceso a la financiación pública para El Mundo y la COPE, y la ruptura objetiva del pacto entre Aznar y su heredero digitalizado Rajoy, que conllevaba, a cambio de la presidencia del Gobierno, la continuidad y perpetuación del aznarismo. Tal compromiso se había roto: la sucesión había saltado por los aires. Un mal negocio en todos los frentes para Pedro J y Losantos.
Es preciso reiterar que la mentira establece dominio, tiranía. Pedro J iba a imponer su tiranía a la derecha mediante la más grosera mentira que se ha inventado en el periodismo patrio y quizás en el mundial. Para Pedro J -Losantos es un pequeño satélite, lo lleva del ronzal- era fundamental sostener al PP de Aznar para revertir la situación -la falla originaria de la sucesión- aupando a Esperanza Aguirre. En esa hoguera de las ambiciones, el relativismo se extendió como la hiedra, con la fuerza destructiva de una plaga, porque encontró el cuerpo social ya afectado por la corrupción moral, por el relativismo y el hooliganismo. Las víctimas fueron vilipendiadas -en su nombre, para más inri- y perseguidos los héroes, para mayor escarnio, como impostores e incluso como asesinos.
Sin la conspiranoia. Acebes y Zaplana no hubieran aguantado cuarenta y ocho horas y es dudoso que hubieran podido seguir en la vida pública. Eran notorias las negligencias previas al atentado por parte del Ministerio del Interior. Los ‘pelanas’, en propiedad, habían sido los del PP. Pude confirmar en conversaciones tanto con Ángel Acebes, como con su segundo, Ignacio Astarloa, que no habían adoptado ninguna medida de prudencia y prevención contra el terrorismo islamista ante el notorio incremento de riesgo por el apoyo de Aznar a la intervención en Irak y la foto de Las Azores. Hubo amenazas claras de Al Qaeda situando a España como el flanco débil de la coalición, que no se tuvieron en cuenta, ni tan siquiera se analizaron.
- ¿Nunca se trató el incremento de riesgo de terrorismo islámico en la Junta de Seguridad? -le pregunté, al final de un almuerzo a Ángel Acebes.
- No, nunca hablamos, nunca me hablaron -fue su respuesta, remitiendo la responsabilidad a los mandos policiales.
Y lo mismo confirmó Ignacio Astarloa, en otro almuerzo.
En el año 2004 por toda la alarmada Europa, las policías y los ejércitos patrullaban los centros de comunicación. En España, no. También había que haberse planteado los fallos de vigilancia de la Guardia Civil respecto a los explosivos de Mina Conchita y la misma existencia en Asturias de un mercado negro que representaba un evidente peligro. O haber analizado la relación entre policías y confidentes, sin esoterismos, como la chapuza que fue. O haber depurado responsabilidades por la absurda orden de que la Unidad de lucha contra el terrorismo internacional dedicara el 60% de sus efectivos a peinar el recorrido de la boda de Felipe de Borbón con Letizia Ortiz -tarea que bien se pudo encargar a comisarías y uniformados- y que llevó a levantar, mes y medio antes del atentado, las escuchas a El Chino y El Tunecino, que tampoco se llevaban correctamente por falta de intérpretes. O pedir explicaciones por la cuestionable orden de asaltar el piso de Leganés nada más tener conocimiento de la intención de suicidarse de los islamistas. Orden que representaba someter a un peligro absurdo e innecesario a los geos. Fueron el escudo y el cuerpo de Francisco Javier Torronteras los que impidieron una masacre de policías. La responsabilidad directa de esa orden corresponde a Agustín Díaz de Mera, director general de la Policía, que mandaba el operativo en el lugar. Y no deja en buen lugar a la cadena de mando política y al Gobierno de Aznar.
En vez de la racionalidad, Pedro J se sumió -al servicio de la facción del PP que lo alimentaba- en el delirio y la alucinación. En vez de la búsqueda de la verdad, principio señero del periodismo, despacharon sobredosis de mentira, estomagante e incluso poco elaborada, para mentes degeneradas y pigmeos del espíritu. Una parte de la nación, sin resortes morales, aceptó la mentira de los suyos, con hooliganismo cainita, acrítico y altamente sectario. Puesto que el periodismo había devenido en otra forma de hacer política, en prolongación de los partidos y sus pesebres, en poder, la conspiranoia ha sido en todo momento un abuso de poder, tiranía sectaria. Lo he sufrido en mis carnes y soy testigo. La conspiranoia se ha cobrado víctimas. Luego les rendiremos homenaje.
Fue la conspiranoia un gran servicio a Zapatero y al PSOE, pues nada puede desear más un Gobierno que tener a una oposición entretenida y perdida en un atolladero sin salida. Y Zapatero se lo premió a Pedro J con una entrañable amistad, de modo que mientras los lectores de El Mundo y los oyentes del pequeño satélite confiaban –GAL, al fondo- en que Pedro J llevara a Zapatero o, al menos, a Rubalcaba caminito de Jérez por la masacre del 11-M, Pedro J era el confidente monclovita de Zapatero. Losantos, que nunca se entera de nada, destaca esta amistad entre Pedro J y Zapatero, aunque no recuerda que el presidente socialista al primer programa al que asistió fue al del pequeño coronel Lynch, porque Losantos para los poderosos, para el sistema, siempre ha sido inofensivo. El desprecio moral ha de ser mayor hacia los crédulos seguidores de la conspiranoia, tan romos, tan degenerados y tan despreciados por aquellos a quienes seguían como líderes infalibles de una secta tan destructiva como estúpida en sus dogmas y furibunda en sus anatemas.
Aguantó Rajoy en 2004 y en 2008, que se plegó a la gallega y dejó hacer, lo que no le exime de ninguna responsabilidad en esta historia de antipatriotas, pero sobre todo falló Esperanza Aguirre, conspiradora compulsiva de ascensor pero sin arrancada, incapaz de conjugar apoyos y aún de dar el paso en su fatal arrogancia. Ella era la líder, a la postre, de la conspiranoia. Ella ha sido la que, a golpe de talonario presupuestario y concesión administrativa, ha impuesto la censura y el sectarismo, la que ha dictado vetos y se ha cobrado cabezas para colgar las cabelleras en su cinturón de furia sin cordura. Hoy es ella el verso suelto en el PP y sus ambiciones han quedado frustradas. Sus relaciones con Moncloa y con Génova están cortadas y su futuro político está marcado por el declive hacia el sumidero de la historia. Incluso la estrategia de promover y promocionar a la UPyD de Rosa Díez, que ideó Esperanza Aguirre con el concurso de Pedro J y el inventor del liberalismo egipcio, el que emite desde el canal de Isabel II, para debilitar a Mariano Rajoy, se ha convertido, por ahora, en un partido cuyo feudo es Madrid y que, sobre todo, compite con la torpe lideresa.
Política partidaria y negocio con las víctimas, eso ha sido la conspiranoia. Mercantilismo sin escrúpulos morales con el sufrimiento humano. A Pedro J le resultó muy rentable hasta que ha quedado atrapado, llevándose por delante a los italianos de Rizzoli, en su propia estafa. Hay una maldición inexorable del 11-M, de la conspiranoia que avanza contra sus inventores, por aquello de que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.
Aunque produzca vómitos recordar el primer diagnóstico del pequeño coronel Lynch, un rasgo de lucidez inhabitual, en él, la conspiranoia fue “una buena técnica de vender periódicos” a una sociedad enfangada en la corrupción moral. Periodismo basura, el equivalente de los realitys shows. El diario El Mundo tuvo en 2006 una circulación media diaria, según la OJD, de 330.634 ejemplares.
A pesar de las campanas de duelo por los periódicos de papel, se mantenía y a pesar de que la distancia con su competidor El País eran grande, más de 100.000 ejemplares, pues la media del ahora diario del Grupo Liberty era de 432.204, Pedro J creía posible su sueño de superarlo y liderar el ránking. La buena marcha de las ventas estaba relacionada directamente con la obsesiva conspiranoia, de modo que cuando la matraca perdió fuerza y fueron menguando las huestes de descerebrados funcionales que confiaban en que Pedro J desvelara algún día la “verdad”, como repetían los corazones solitarios, beodos de corrupción moral, las cifras de El Mundo se fueron hundiendo. En mayo de 2010, la circulación media fue de 299.053 ejemplares.
En la comparativa con el año 2006, de furor conspiranoico, había perdido 31.581 ejemplares. El problema del negocio periodístico de papel es que es muy caro y el producto es diario. Esa pérdida de ejemplares no es, en términos económicos, un dato sino una hecatombe. En mayo de 2011, la circulación media de El Mundo fue de 259.284 ejemplares. Es decir, respecto al año anterior había perdido otros 31.581 ejemplares diarios. Entre el año 2006 y el 2011, la pérdida de circulación diaria ha sido de 71.350 ejemplares.
Para las cuentas, hay que multiplicar esas cifras por 362 días y el balance es aterrador. Pedro J no sólo ha hundido a Unidad Editorial, también ha llevado al desastre sin paliativos a su matriz italiana, el Grupo Rizzoli, RCS Media Group, con sede en Milán, con el Il Corriere della Sera como buque insignia y el 96% de las acciones de Unidad Editorial, Unedisa.
Pero en los años fuertes de la conspiranoia, a lomos de una mentira por él inventada y que sólo él podía administrar, erigido en líder de una secta menor de gentes delirantes, Pedro J pudo soñar con todo, con superar a El País, su obsesivo sueño, y convertirse en el líder del principal Grupo de comunicación de España. El 13 de abril de 2007. Unidad Editorial, editora de El Mundo, culminó el proceso de compra del 100% del capital social de Recoletos Grupo de Comunicación, el grupo puesto en marcha por Juan Pablo Villanueva, al que luego traicionaron sus ‘amigos’ por más que las treinta monedas de Judas. Unidad Editorial había hecho una oferta el 7 de febrero anterior que fue aceptada. El monto de la operación fue de 817,4 millones de euros, que resultó de evaluar el Grupo Recoletos en 1.100 millones y deducir la deuda financiera neta de 272,2 millones al 31 de diciembre de 2006 y cargos extras de la operación de 10,4 millones.
La operación fue financiada mediante recursos financieros propios y con una línea de crédito que ya estaba dispuesta. El acuerdo contemplaba que Antonio Fernández-Galiano, consejero-delegado de Unedisa ocuparía el mismo cargo en Recoletos, mientras Pedro J Ramírez, director de El Mundo, pasaba a asumir la responsabilidad editorial sobre todas las publicaciones del Grupo. La adquisición implicaba hacerse con el diario líder en información económica, Expansión, el líder también en información deportiva, Marca, y la revista Actualidad Económica y la femenina Telva, bien posicionada en el mundo católico próximo al Opus Dei. Faltaba poner la guinda al pastel, una televisión, y llegó Veo7, con la TDT.
Pedro J Ramírez navegaba con los vientos alisios de la conspiranoia, directo y decidido, a toda máquina, hacia el iceberg. Vistos con perspectiva aquellos años de vino y rosas, de triunfo, chapoteando en la sangre de las víctimas, infringiendo dolor sin límites, llevando al paroxismo a personas inocentes, condujeron a una monumental estafa. Igual que de la corrupción moral se pasa a la material o económica, como hemos visto con Losantos, emitiendo de gratis desde el suelo público de la Comunidad de Madrid, desde antenas de e instaladas en el canal de Isabel II, en negocio oscuro que pagan los madrileños en el recibo del agua, de la estafa moral de la conspiranoia, Pedro J Ramírez pasó, sin solución de continuidad, a la estafa real. Y estafó a los italianos, que no tienen fama de ser fáciles para dejarse engañar.
La estafa es, desde luego, histórica. Desde el año 2009, Unidad Editorial acumula pérdidas por más de 30 millones de euros y registra un fondo de maniobra negativo de 481 millones de euros. Según informó RCS el 14 de febrero de 2012, en un comunicado recogido por la agencia Reuters, “dada la caída proyectada en los ingresos y en vista de los resultados previstos para Unidad Editorial en los próximos dos años, que se quedarán muy por debajo del nivel indicado en el Plan, el Grupo pondrá en marcha nuevas medidas de eficiencia con el objetivo de contener parcialmente estos efectos a nivel de EBITDA (resultado bruto de explotación)”.
Para sanear el agujero abierto por Unidad Editorial en su matriz, RCS tenía que proceder a un saneamiento de las cuentas estimado en la nada despreciable cifra de 300 millones de euros. De hecho, Unidad Editorial ha encadenado numerosos ejercicios de fuertes pérdidas. Sus resultados ni tan siquiera le permiten hacer frente a los intereses de su abultada deuda y la matriz italiana ha tenido que acudir permanentemente al rescate de su filial española. Unidad Editorial entró -por si quedaba alguna duda- definitivamente en barrena al registrar unas pérdidas de 17 millones de euros durante el año 2010. El resultado negativo del año 2009 fue de algo menos de 13 millones y medio, con lo que Unidad Editorial se dejó 30 millones y medio de euros en sólo dos años. Los resultados de 2011 han sido aún peores. RCS espera que los de 2012 sean tan negativos que ha estallado la división entre sus socios, bancos italianos en buena medida, porque se ven abocados a una ampliación de capitales. Los de 2013 serán mucho peores aún y así sucesivamente. No deja de ser una ironía macabra del destino que Unidad Editorial, y por ende Rizzoli, está siendo incapaz de digerir la disparatada y megalómana compra de Recoletos.
En el tiempo de extinción de los dinosaurios de papel, Pedro J ha conseguido una buena colección de los más grandes y más abocados a la extinción. Veo 7 fue un completo fracaso desde el principio, incluso cuando, siempre dentro del PP de Aznar y Esperanza Aguirre, recurrió al blando y espeso Ernesto Sáenz de Buruaga, periodista de cámara. Todos los medios bajan sus ventas y El Mundo está literalmente en caída libre. La maldición del 11-M no sólo pasa por Avenida de San Luis sino que alcanza a Milán. Rizzoli no se podrá sustraer a ella. RCS tiene un problema grave e irresoluble: se llama Pedro J Ramírez. Los efectos de la corrupción moral, cuando alcanza tales niveles, son devastadores e irreparables.
La histérica y nauseabunda solicitud de libertad para el asesino Jamal Zougam, acompañada de agresiones racistas desde El Mundo contra dos de las testigos, rumanas, que lo identificaron dejando las mochilas-bomba en los trenes, era el último intento a sustraerse a lo inevitable. El 10 de febrero de 2012, la Sección 17 de la Audiencia Provincial de Madrid, integrada por los magistrados José Luis Sánchez Trujillano, Ramiro Ventura y Rosa Brobia, con fallo redactado por ésta última, dictó el sobreseimiento de la absurda causa abierta, durante tres años, contra el comisario Juan Jesús Sánchez Manzano, por la juez Coro Cillán, titular del juzgado número 43 de Plaza de Castilla, Madrid. Los magistrados determinaban que se trataba de “cosa juzgada” y reprochaban a la peculiar juez haber abierto el sumario a pesar de ser los hechos conocidos y haber sido ya sobreseídos por el juzgado de instrucción número 6.
Es decir, había sido una completa pérdida de tiempo y una dilapidación infame del dinero del contribuyente. Pedro J y su satelillo se quedaban sin argumentos -nunca los tuvieron- también sin coartadas para sus mentiras. En el último delirio, la juez Coro Cillán se puso a investigar quién había destruido los trenes, cuando había sido Aznar, el Gobierno de Aznar, el Ministerio de Fomento de Francisco Álvarez Cascos, la Renfe de Miguel Corsini, la Policía de Ángel Acebes. Hubiera sido un sarcasmo que los conspiranoicos hubieran encausado a Aznar. Francisco Álvarez Cascos con Miguel Corsini a su lado, dio una improvisada rueda de prensa en la propia estación de Atocha, en la que dijo que se volvería a la normalidad “con la rapidez con la que los operarios desguazaran los trenes”.
Es decir, había sido una completa pérdida de tiempo y una dilapidación infame del dinero del contribuyente. Pedro J y su satelillo se quedaban sin argumentos -nunca los tuvieron- también sin coartadas para sus mentiras. En el último delirio, la juez Coro Cillán se puso a investigar quién había destruido los trenes, cuando había sido Aznar, el Gobierno de Aznar, el Ministerio de Fomento de Francisco Álvarez Cascos, la Renfe de Miguel Corsini, la Policía de Ángel Acebes. Hubiera sido un sarcasmo que los conspiranoicos hubieran encausado a Aznar. Francisco Álvarez Cascos con Miguel Corsini a su lado, dio una improvisada rueda de prensa en la propia estación de Atocha, en la que dijo que se volvería a la normalidad “con la rapidez con la que los operarios desguazaran los trenes”.
El fin de la conspiranoia se ha producido en el grado máximo de estupidez y con una juez que está siendo investigada por presunta corrupción en el caso de la discoteca Moma, que pudo haber pagado con fondos públicos a un presunto amante, que según el fiscal Conrado Saiz, “durante la tarde manifiesta síntomas de consumo de bebidas alcohólicas”, que cambia de conversación con falta de coherencia y presenta un carácter irascible”, de modo que, en opinión del fiscal en la investigación abierta por el Consejo General del Poder Judicial, la peculiar juez “no tiene capacidad de llevar el Juzgado porque presenta una inestabilidad preocupante”.
Del libro “Dando caña” (Editorial Rambla)
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