GONZALO SUÁREZ
26/06/2011/El Mundo
Ahora, sin embargo, esta bilbaína de 45 años se siente empujada hacia el exilio. Y quiere que se sepan los motivos: «Nadie se atreve a dar trabajo a una amenazada», denuncia la presidenta de la asociación España y Libertad. «Saben que se convertirían en dianas de los borrokas... Ahora, un conocido de Alicante me ha ofrecido un empleo. Voy a tener que mudarme allí con mi marido».
Yolanda no está sola. Es una gota más en la hemorragia de exiliados vascos, en pleno auge tras el triunfo de Bildu en el 22-M. «Mucha gente se siente vendida y ha decidido irse», denuncia Inmaculada Castilla de Cortázar, presidenta del Foro Ermua. «El Gobierno constitucionalista generó esperanzas que ahora se han desplomado de golpe con la presencia de los batasunos en las instituciones».
Algunos, como Yolanda, amenazan con dar un portazo. Otros ni siquiera pueden permitirse ese desahogo. Les toca huir de su tierra sin llamar la atención. De hecho, más de uno oculta su nombre por miedo a que el miedo les persiga a su nuevo destino.
Es el caso de Aitor, de 52 años, taxista de Barakaldo (Vizcaya). Su delito fue acudir a mítines del PP vasco. Durante años, aguantó los insultos, los abucheos y las amenazas de sus vecinos. Ahora, sin embargo, está decidido a abandonar su pueblo. Le han convencido sus hijos, ya mayores, hartos del acoso de los batasunos. Así que ha vendido la licencia de su taxi y se comprará otra en una ciudad del Mediterráneo. ¿Cuál? Prefiere no desvelarlo.
Por ahora, no existe un recuento fiable de yolandas y aitores. La irrupción de Bildu está demasiado cerca para medir esta nueva oleada de exiliados. Pero son cientos, si no miles, los que han tomado la decisión en las últimas semanas. «Y si no se van más es por la crisis económica», asegura Castilla de Cortázar. «La gente quiere marcharse, pero saben que encontrar un trabajo fuera del País Vasco resulta casi imposible».
Una de las excepciones es Yolanda, con su empleo en Alicante. Allí se mudará en otoño si, como teme, no le surge una oferta mejor. Hasta el año pasado, era la orgullosa propietaria de un negocio de diseño de interiores. Sin embargo, la presión de «los chivatos borrokas» la llevó a la ruina. «Se pasaban el día en la puerta de la tienda, amedrentando a mis clientes», recuerda. «La gente quería entrar, pero les daba miedo. ¿Cómo iba a funcionar el negocio?».
Tras echar el cierre, Yolanda se puso a buscar trabajo. Pero nada: en plena recesión, ni los empresarios más osados se atreven a contratarla. «Si fuera por mí, me quedaría en Bilbao», recalca. «Pero una persona que no puede subsistir se tiene que marchar... De vez en cuando se me acercan empresarios y me insisten: "Yo soy de los tuyos". Pero, a la hora de la verdad, se escaquean... Tienen miedo».
Este temor se palpa entre el empresariado vasco. Y no sólo a la hora de fichar amenazados. El dinero, siempre miedoso, empieza a fugarse. En las últimas semanas, se ha detectado un repunte en la salida de empresas de Euskadi. Sobre todo en Guipúzcoa, donde la izquierda abertzale gobierna la todopoderosa Diputación Foral y, por tanto, tiene acceso a los datos fiscales de todas las firmas. «Conozco un industrial que ha cambiado la sede a Zaragoza, un abogado donostiarra que se ha llevado su despacho a Bilbao... y muchos más que se lo están pensando», denuncia un alto cargo del PP vasco.
Es el caso de Miguel, el alias bajo el que se oculta el dueño de una imprenta de San Sebastián. La victoria de Bildu le animó a deshacerse de su empresa de toda la vida. A sus 60 años, venderá el negocio a sus dos empleados. Luego se mudará con su esposa a Madrid, donde ya reside su hijo. «Por lo menos viviré tranquilo sin que esos sinvergüenzas sepan lo que gano», ha explicado a sus conocidos.
NADIE VUELVE A CASA
Allí se unirá a decenas de miles de vascos que han recorrido el mismo trayecto en las últimas décadas. La cifra exacta es un enigma: nunca se ha realizado un recuento pormenorizado. El más conservador, de la asociación de exiliados Zaitu, habla de 50.000 desterrados. De ellos, cerca de 10.000 se marcharon por amenazas directas y otros 40.000 por el «clima irrespirable» que padecían en su tierra.
Hasta el 22-M, la diáspora vasca parecía a punto de empezar a contraerse. El anuncio de la tregua animó a cientos de desterrados a pedir ayuda a Zaitu para regresar a casa. «Pero tras la victoria de Bildu, las solicitudes se han frenado en seco», explica su presidente, Joseba Markaida.
Así que, lejos de menguar, el exilio sigue. Entre las candidatas a engrosarlo se encuentra Regina Otaola, ex alcaldesa de Lizarza (Guipúzcoa), que ya anunció a Crónica que abandonará el País Vasco si, como teme, no encuentra trabajo. «Nadie quiere señalarse contratando a alguien como yo», insiste.
También afronta un posible destierro Nerea Alzola, ex concejal de Sondika (Vizcaya), si siguen adelante los planes de quitarle la escolta el 1 de septiembre. «A mí no me echa ETA, me echan los que no me garantizan mi seguridad... Si fuera por miedo a los terroristas, me habría ido antes», insiste.
Esta es la gran paradoja del nuevo éxodo vasco: que llega cuando la banda se encuentra en su momento de mayor debilidad. Un enigma que Yolanda Couceiro se encarga de desenredar con una frase certera: «Antes nos mataban, pero ahora no nos dejan vivir».
Todo esto y más, es lo que a propiciado el tema de la negociación del gobierno con los asesinos. Habría que denunciarlos, por favorecer el éxodo y no garantizar los derechos de los ciudadanos.Esto solo pasa en estados donde se pisotean los derechos, y al pisoteado se le expulsa como si fuera un apestoso, cuando los que pisotean se pasean a sus anchas y con aires de grandeza, como cuando se va a hacer una limpieza étnica, pues lo mismo.
ResponderEliminarNo se podía esperar menos de los que dicen ser socialistas, que no lo son.