domingo, 3 de octubre de 2010

La cabeza de Luis XVI


2 de Octubre de 2010 - 20:28:49 - Luis del Pino

Editorial del programa Sin Complejos del 2 de octubre de 2010

Cuando Luis XVI subió al cadalso construido en lo que hoy es la Plaza de la Concordia de París, el encargado de accionar la guillotina fue Charles Henri Sanson.

Sanson - que era hijo, nieto y bisnieto de verdugos reales - había estado trabajando quince años como verdugo real con la Monarquía y siguió luego actuando como verdugo oficial con la República, al igual que lo harían su hijo y su nieto. Resulta curioso cómo, a veces, los regímenes cambian, pero los verdugos permanecen.

La muerte de Luis XVI tuvo lugar el 21 de enero de 1793. Pero, en realidad, la cabeza del último rey de los franceses había empezado a rodar muchas décadas atrás, años antes de que Luis XVI naciera.

La Monarquía francesa estaba destinada a morir. Y la razón estriba en la diferencia entre dos palabras que muchas veces se confunden: legalidad y legitimidad. El de Luis XVI es un buen ejemplo de que los gobiernos, los regímenes o las instituciones pueden ser perfectamente legales y, sin embargo, completamente ilegítimos.

Todos tenemos claro cuándo una institución es legal: cuando está constituida y opera de acuerdo con las leyes vigentes. Sin embargo, la "legitimidad" de una institución es un concepto difuso y hasta cierto punto tautológico, es decir, perogrullesco: un gobierno, un régimen o una institución son legítimos sólo cuando la ciudadanía los considera legítimos. Y dejan de ser legítimos en el mismo momento en que comienza a cuestionarse el derecho a existir de ese gobierno, de ese régimen o de esa institución.

En ese sentido, la guillotina comenzó a prepararse para Luis XVI cuarenta años antes de su muerte, en el mismo momento en que los filósofos enciclopedistas franceses comenzaron a cuestionar el Derecho Divino de los reyes a gobernar. Es decir, desde el mismo momento en que comenzó a cuestionarse la legitimidad de origen del régimen monárquico. La Monarquía francesa cayó porque el rey era legal, pero había dejado de ser legítimo a ojos de sus súbditos.

Si Luis XVI fue guillotinado es, en definitiva, porque a alguien, años antes de la Revolución Francesa, se le ocurrió preguntarse por qué narices tenían los ciudadanos que aguantar y financiar a una nobleza y a una monarquía que no sólo no tenían ninguna utilidad social, sino que mantenían al pueblo sumido en la miseria.

El pasado miércoles tuvo lugar la huelga convocada por UGT y Comisiones Obreras. La jornada se saldó con un enorme fracaso: tan sólo entre un 5% y un 10% de los trabajadores secundó una huelga que era percibida por la inmensa mayoría de los ciudadanos como un burdo paripé: un obsceno intento de los sindicatos por aparentar que hacen algo ante una gestión gubernamental desastrosa, que ha llevado a nuestro país a los cinco millones de parados y a un recorte sin precedentes en las pensiones y en los sueldos de los funcionarios.

La jornada de huelga general, plagada de incidentes violentos, se vio coronada por una manifestación en Madrid en la que los dos autodenominados "sindicatos mayoritarios" sólo consiguieron reunir a la friolera de 19.000 personas. Ni siquiera la totalidad de los propios liberados sindicales acudió a la manifestación.

Si la cosa se hubiera quedado ahí, no tendríamos en realidad noticia. Nos limitaríamos a consignar que la ciudadanía había respondido a la llamada sindical con la misma indiferencia que ha mostrado a lo largo de los últimos años, en los que el número de asistentes a las manifestaciones del primero de mayo ha ido siendo cada vez más ridículo.

Pero los ciudadanos no se limitaron, en la jornada de huelga, a mostrar su indiferencia hacia los sindicatos, sino que fueron mucho más allá.

Muchos ciudadanos mostraron su indignación ante la convocatoria sindical. Muchos comerciantes plantaron cara a esas pandillas de delincuentes denominadas "piquetes informativos". Muchos vecinos colgaron pancartas en sus ventanas tildando de vagos a los sindicalistas o incluso se atrevieron a llamarles ladrones a la cara. Las pancartas y los gritos contra los sindicatos apesebrados pudieron verse y oírse incluso en la manifestación de cierre de la huelga convocada por los propios sindicatos.

En ese sentido, la jornada de huelga general constituyó mucho más que un fracaso de los sindicatos: fue una auténtica demostración de que los dos sindicatos mayoritarios han perdido definitivamente, de cara a la ciudadanía, cualquier resto de legitimidad que les pudiera quedar.

CCOO y UGT son dos sindicatos legales, qué duda cabe. Pero hace ya mucho tiempo que los españoles hemos empezado a preguntarnos para qué demonios sirven esos sindicatos. A preguntarnos por qué narices tenemos que aguantar que vivan a nuestra costa esos sindicatos, si no nos dan nada a cambio del dinero que les entregamos. A preguntarnos por qué tenemos que permitir que nos saqueen los bolsillos si no sólo carecen de cualquier utilidad social, sino que encima se permiten insultarnos, amenazarnos, agredirnos y coartar nuestra libertad de trabajar cuando y donde nos de la gana.

Al igual que pasó con Luis XVI y la monarquía francesa, los ciudadanos nos hemos dado cuenta, por fin, de que no tenemos por qué aguantar que nos tiranice quien vive a nuestra costa. Y esa sola constatación hace que cualquier rastro de legitimidad de la institución sindical se diluya como un azucarillo en agua caliente.

A partir de ahora, es ya sólo cuestión de tiempo que los ciudadanos terminemos derribando una institución caduca y obsoleta. Es ya sólo cuestión de tiempo que pongamos a los actuales líderes sindicales en su sitio y les mandemos a trabajar honradamente para ganarse el sueldo, en lugar de vivir como pachás a costa de nuestros impuestos. Es ya sólo cuestión de tiempo que terminemos aplicando la guillotina a las partidas presupuestarias destinadas a financiar a unas organizaciones sindicales carentes de cualquier tipo de sentido y de cualquier asomo de legitimidad.

El pasado miércoles 29 de septiembre, la cabeza de la institución sindical comenzó a rodar de manera inexorable, de la misma forma inexorable que comenzó a rodar la de Luis XVI aquel día de 1751 en que empezó a publicarse la Enciclopedia Francesa.

1 comentario:

  1. Si se les deja solo con las cuotas de los socios, se desangran, y algunos tienen que pedir un préstamo para pagar los pufos en que se han metido.
    Valientes cuentistas están echos.

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