12 de Julio de 2010 - 13:24:00 - Luis del Pino
Escribe hoy el subdirector de Público, Manuel Rico, al hilo de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y de las celebraciones por la victoria de la selección española, que la lección que habría que extraer es que "una España plural es posible siempre que el nacionalismo de botijo, el nacionalismo español, deje de agredir a quienes hablan o sienten de forma diferente".
Como pobre, me siento en la obligación de esbozar una disculpa ante el señor Rico. Antes que nada, permítame que le aclare, estimado señor, que entiendo perfectamente su enfado por la victoria de la selección española y por nuestras pueblerinas demostraciones de alegría. Pero déjeme decirle que no todo es culpa nuestra.
Nada nos gustaría más, aquí en la estepa castellana, que dejar de usar taparrabos y boina y de beber en botijo. Siempre que miramos a Barcelona, sentimos una sana envidia al ver a los catalanes - o a los que, como usted, trabajan para ellos - beber en vaso y utilizar cubiertos en la mesa. Pero nuestro atraso es tan centenario, son tantos los siglos de analfabetismo que tenemos a nuestras espaldas, que comprenderá que nos resulta muy dura esa tarea de emulación. Eso por no entrar en consideraciones genéticas, porque a lo mejor resulta que los castellanos tenemos alguna tara que nos impide alcanzar los niveles de refinamiento que ustedes demuestran.
¡Ya nos gustaría a nosotros dejar de utilizar alpargatas y podernos comprar unos zapatos como los que usted lleva! ¡O beber cava catalán en lugar de desayunar carajillos y apagar la sed del mediodía con la calentorra agua del botijo! Pero es tanta nuestra miseria intelectual y material, que pocas posibilidades veo, a corto plazo, de que la situación se remedie. Por eso le digo siempre a mi hijo que a ver si puede colocarse como jornalero en alguna empresa catalana, como la suya, para que sus hijos, y los hijos de sus hijos, tengan las oportunidades que yo a él no he podido darle. Si trabajas duro y eres fiel al amo, le digo siempre, podrás ahorrar algunos durillos y llevar a tus niños a la escuela de artes y oficios, para que sean hombres de provecho y aprendan alguna profesión, como la de mayordomo o barrendero.
No crea que me quejo. No me interprete mal. Yo no soy como esos desagradecidos que, sin darse cuenta de que todavía hay clases, les echan a los catalanes en cara que tiren al mar el agua del Ebro, en lugar de permitirnos regar con una parte de ella el infecto secarral en que vivimos. Ni tampoco estoy de acuerdo con esos rencorosos que se dedican a afear la costumbre de utilizar la presión política para llevarse las sedes de grandes empresas a Barcelona, en lugar de dejarlas en estas tierras atrasadas y rurales de la meseta castellana.
No, no. Yo no soy así. Yo sé perfectamente que si los señores hacen eso, sus razones tendrán, razones que no tienen que molestarse en explicar a un pueblerino como yo, porque sé que escaparían a mi pobre comprensión. Bastante han hecho ya dejando que nuestro voto, desinformado y manipulable, valga tanto como el suyo, razonable y meditado.
Pero el hecho de que carezcamos de recursos económicos, el hecho de que nuestros chavales se paseen semidesnudos y con la cara cubierta de mocos por las calles de Madrid, no quiere decir que carezcamos de sentimientos. Y esta vida de miseria nuestra nos cansa y a veces nos aflige. Y en ocasiones, cuando miro a mi mujer, llevando su único vestido de lana negra en julio como en diciembre, me gustaría poder comprarla algo para que fuera más elegante, como las criadas de Barcelona. Y entonces me siento triste de no poder regalarle ni una miserable falda.
Así que comprenda usted, estimado señor Rico, que nos aferremos con tanta pasión a las pequeñas alegrías que de vez en cuando nos da la vida y que celebremos con tanto júbilo la victoria de la selección. Lamento que le resulten a usted tan molestas esas celebraciones, pero es que tampoco sabemos celebrar las cosas de otra manera. Nuestras expansiones son como somos nosotros: ruidosas, primarias y nada sofisticadas.
De cualquier manera, no se apure, que enseguida se nos acabará el cuento y tendremos que volver a tirar del arado de sol a sol, que es casi lo único que se puede hacer por aquí para ganar unas perras con las que llevar a casa una poca de harina de almortas y unas lonjas de tocino. Y ya sabe usted que poco ruido hace quien trabaja a destajo. Así que no le importunaremos mucho más con nuestras rudas demostraciones de alegría.
En fin, espero que mi carta no le haya molestado. Nada lamentaría más que haber incomodado a alguien como usted, que tendrá otras ocupaciones mucho más importantes que leer una carta de un pobre paleto como yo.
P.D.: Le envío un botijo de cerámica que ha fabricado mi primo Anselmo en sus ratos libres. Ya sé que ustedes, la gente bien, no beben en botijo, pero a lo mejor le resulta útil para decorar la habitación de la servidumbre.
Pero envíaselo con unas gotas de añis"machaquito", ya que si sabe mejor el agua del botijo.
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