El joven herido cuyo rostro fue icono del 11-M rompe su silencio
A la izquierda, Sergio Gil en 2004, el día del atentado; a la derecha, ayer, nueve años después. / R. CASES / A. HEREDIA
Sergio Gil posa para el fotógrafo de EL MUNDO ayer en un parque de la localidad madrileña de Rivas Vaciamadrid. / ANTONIO HEREDIA
A la izquierda, Sergio Gil en 2004, el día del atentado; a la derecha, ayer, nueve años después. / R. CASES / A. HEREDIA
«Veo la foto y pienso: esto yo no lo he vivido...». Su mirada perdida y esa mueca ensangrentada de rabia serán para siempre, aunque él no lo quiera, la imagen del 11-M, pero la amnesia ha borrado de su mente todo lo que ocurrió desde que se subió al tren. Sergio hace tiempo ya que pasó esa página de su vida y se dedicó a «vivir».
«Vivir» es cambiar los fines de semana de discoteca por tranquilas jornadas de fotografía y pesca en Sacedón. Llevar zapatos y camisa donde antes se ponía deportivas y sudadera. Sustituir las competiciones de mountain bike por la afición a la bicicleta de montaña. «Vivir» es, sobre todo, conocer una noche inolvidable a Sandra, pasar los veranos a su lado haciendo esnórquel en Menorca o en Lanzarote y, por fin, dejar el nido en el barrio de siempre de Santa Eugenia por un piso hipotecado en Rivas con la mujer que quiere, aprovechando que ahora han bajado un poco. Sin agobios, como a él le gusta.
Sergio no mira atrás. Como para casi todo el país, las prioridades para él son otras. Nunca estuvo encerrado en el 11-M, no tiene secuelas ni guarda ningún trauma -«ni siquiera fui a terapia»-, aunque sí es cierto que, los primeros años, no podía evitar que le viniese a la cabeza, sólo de vez en cuando, pero casi a diario. «Ahora, ni lo pienso. Lo miro en positivo: he tenido suerte, estoy perfectamente; otros han salido mucho peor o no pueden contarlo. El sobrino de un amigo murió allí». Responde con energía, lo tiene claro.
En su ojo derecho, inflamado de rojo y negro en esa foto mundial, no hay ni rastro de aquel día. «Pensaban que lo iba a perder, pero ya ves». Sus pupilas son grandes, marrones, de mirada franca. Sobre la ceja, sobresale un pequeño bulto, un resto de la fractura de cráneo, y un poco más arriba asoma una cicatriz, de cuando le operaron por un derrame cerebral. Se ven, sí, aunque la verdad es que tampoco demasiado.
Ha vuelto a montar en tren, al menos dos o tres veces. La primera fue un par de años después de los atentados. «Me estaban arreglando el coche. Le di unas cuantas vueltas antes de montarme. Al principio, iba muy tenso. Pero se me fue olvidando según iban pasando las paradas». Santa Eugenia, Vallecas, El Pozo, Entrevías, Atocha y Recoletos para acudir a su puesto de administrativo en el Banco de España, el mismo trayecto que aquel día interrumpieron las bombas en la penúltima estación. Tampoco se regodea en el rencor: «Han pasado nueve años, ha habido un juicio...».
Y está la foto. Sergio es consciente de que los libros de Historia que narren el 11-M se ilustrarán con esa imagen. Lo asume, pero desde luego preferiría no haber sido él. La mira y no recuerda nada. Su madre, Elvira, contó entonces que, justo en ese momento, llamaba a casa, a sus padres: «¡Me ha pillado, me ha pillado!».
«Me acuerdo de ir corriendo, 'anda, que pierdo el tren', me monté y después, no recuerdo nada, nada del viaje ni de lo que pasó luego, hasta que me desperté en el hospital. Los primeros días, me venían algunas imágenes, como si hubiese sido un sueño. Pero ahora, nada. Los médicos me han explicado que es un mecanismo de defensa, que a otra gente también le pasa, que puede ser por el shock del traumatismo craneoencefálico tan fuerte».
Tardó varios días en ser consciente de lo que había ocurrido. Se lo contó una enfermera. Él pensaba que estaba allí porque se había caído de la moto. Hasta una semana después, no asimiló la magnitud de la tragedia. En el mismo momento que supo que era víctima de un atentado, conoció también su protagonismo. Se lo tomó con calma: «No me afectó mucho... Lo acepté bien. La que peor lo pasó fue mi madre, que tuvo que ver la foto de su hijo en todas partes en ese estado... Años después la he vuelto a ver y digo... uf...».
Recibió infinidad de visitas y de llamadas, toda su gente, amigos que hacía años que no veía, desconocidos que le enviaban cartas para darle ánimos. Los médicos y el Banco se volcaron. El aliento de todo un país que se había mirado en sus ojos, que había hecho de su rostro el suyo. «Una señora de Barcelona me mandó una colonia y una camiseta y me dijo cosas muy cariñosas. No podía estar mal, con todo eso, me venía arriba».
«Arriba» es la esperanza, la normalidad que recuperó del todo nueve meses después, cuando le dieron el alta definitiva. Y hasta hoy. «Veo la foto y pienso: esto yo no lo he vivido...». Sergio sabe que «vivir» es otra cosa mucho más extraordinaria.
Los años de plomo
Tres mujeres encienden cirios en un altar improvisado en Atocha por las víctimas del 11-M. / A. HEREDIA
Como cualquier otro día en mi vida, te recuerdo a ti, Miryam. Recuerdo cómo te arrebataron de mis brazos. Los terroristas robaron tu vida, tu futuro, tus ilusiones… junto con las de otras 190 personas inocentes que ese día montaron en los trenes para seguir adelante, para luchar, para vivir… En aquel macabro viaje, la locura de los que luchan contra la libertad borró sus sonrisas, truncando miles de vidas y provocando una herida que aún sigue abierta en el corazón de nuestro país.
Estas líneas son para vosotros. Para todos y cada uno de vosotros. Sois los héroes. Los únicos protagonistas de toda esta cruel historia. Y nada ni nadie, por mucho que se empeñen algunos, van a evitar que muchos sigamos luchando por la Verdad. Vuestra Verdad. Aquel día nos robaron la inocencia y nos arrebataron a nuestros seres queridos pero hoy, en 2013, nueve años después, seguimos luchando para que se haga Justicia. Porque vuestra memoria y dignidad lo merecen.
Miryam, nada ha vuelto a ser como antes de aquel infausto día. Nada. Es tu recuerdo el que me mantiene fuerte y viva para seguir adelante. Y junto al resto de tus compañeros en aquel cruel viaje, seguimos manteniendo viva vuestra voz. Porque nadie va a impedir que las generaciones futuras conozcan lo que ocurrió aquel 11 de marzo.
Pero tengo que decir que sigo lamentando el silencio después de tanto tiempo. Han pasado nueve años y sigo sin saber quién decidió que la vida de mi hija terminara aquella mañana junto a la de 190 personas más. Nos dejaron para siempre con una duda eterna y la sensación de que no quieren que se haga justicia.
Fue en ese momento cuando mi fe en el sistema judicial comenzó a resquebrajarse. De repente, como un golpe frontal en la cabeza que te deja aturdida para siempre, me di cuenta que no todos los engranajes del Estado se pusieron en marcha al ritmo que tenían que hacerlo para despejar cualquier incógnita.
¿Por qué todo aquel dolor? ¿Por qué tanta injusticia? Y también, ¿por qué se nos pide que olvidemos y pasemos página? ¿Por qué se nos pide silencio a las víctimas del 11-M bajo el pretexto de que existe una sentencia judicial? Respeto esa sentencia pero nadie puede pretender negarnos jamás el derecho a recordar ni a seguir clamando Justicia.
Miryam, esos anhelos de Justicia y de búsqueda de la Verdad afianzaron mi compromiso, y desde el año 2010 soy presidenta de la Asociación Víctimas del Terrorismo. Compruebo cada día la terrible sensación de desamparo y soledad en la que nos encontramos las víctimas en estos tiempos tan aciagos en los que los terroristas parecen tener privilegios frente a quienes fueron asesinados.
Desde la AVT jamás nos cansaremos de luchar por esta Verdad. El 11-M no es un caso cerrado, es un caso abierto. Sigue habiendo demasiados detalles por esclarecer. Y esos detalles no serán jamás cualquier cosa porque arrebataron la vida de 191 personas y causaron miles de heridos. Cada una de esas personas merece que no quede el más mínimo resquicio sin resolver.
Aquella barbarie perpetrada el 11 de marzo de 2004 no puede quedar impune jamás. ¿Por qué ese silencio que sólo marca el camino a la impunidad? ¿Qué nos ocultan los que tendrían que facilitarnos la Justicia? ¿Qué saben? ¿Por qué nueve años después las víctimas seguimos con esa sensación de injusticia?
Parece evidente que se ha hecho todo lo posible para que las víctimas jamás tengamos respuesta. Y no saben el daño que hacen quienes lo consienten. Una herida profunda que amenaza con perpetuarse hasta la eternidad. Desde el año 2004, las víctimas del 11-M, hemos vivido nuestros propios años de plomo.
Hoy, como cada año, llueva o nieve, volveremos al Retiro. Para sentir el calor de la sociedad en un día para ellos. Para recordarlos y hacer que sus sueños vivan entre nosotros un día más. Para tratar de revivir sus maravillosas sonrisas mediante flores que llevan grabado el nombre de cada una de las víctimas. Y miraremos al cielo mientras 191 globos se elevan hasta la eternidad.
Y a los pies de los 191 cipreses, volveremos a pedir Verdad, Memoria y Dignidad. Ellos lo merecen. Y clamaremos Justicia. Porque no nos van a silenciar nunca. Ni ayer, ni hoy ni en el futuro. Es lo que merecen los 191 muertos, los miles de heridos y la sociedad española, que lloró con nosotros y a la que los terroristas quisieron doblegar asesinando a nuestros seres queridos
Del 11-M a Bárcenas
Un teléfono que no pudo dar la información señalada por la versión oficial, unos explosivos que no fueron los que explotaron, una mochila falsa depositada fuera de la escena del crimen, una cadena de custodia de las pruebas rota en cientos de ocasiones, unos testigos pagados y decenas de pruebas más manipuladas consiguieron acabar con la época de mayor desarrollo de España para dar paso al auge de los soberanismos, la entrada de ETA en las instituciones, el más absoluto desprestigio internacional y el fin de unos principios económicos que permitieron sortear con fuerte crecimiento la crisis internacional del año 2000.
Hoy descubrimos que aquel atentado no sólo acabó con la mejor política jamás desarrollada en España. Acabó con el valor de enfrentarnos a nuestro pasado. Porque hoy resulta duro confirmar que el PP, objetivo evidente de aquel atentado junto con los 192 asesinados, no quiere saber nada de lo que resulta difícil no calificar de golpe de Estado.
La Policía, la Guardia Civil o el CNI siguen infiltrados por mandos colocados bajo etapas socialistas. Los jueces que, como Cillán, osan investigar el 11-M caen casualmente en el desprestigio. La Fiscalía pasa de soslayo pese a la evidente manipulación de pruebas en el 11-M. Y la Justicia se mantiene bajo la férrea órbita de un control bipartidista.
Y todo ello mientras la maquinaria de presión social sobre la derecha vuelve a engrasarse. Una maquinaria que no cesará mientras la izquierda siga controlando los resortes del Estado y la propaganda. Y una maquinaria que garantizará que el PP tiemble ante cualquier escándalo publicado en la prensa. Se llame Bárcenas, Gürtel o Trajes.
El PP no acabó con esos resortes en el pasado. Hoy sigue preso de ellos. Unos resortes que debilitan la actuación del Gobierno y que le hacen perder los nervios incluso frente a los chantajes internos como el de su ex tesorero.
Cada cual decide su futuro. Pero construirlo en base al miedo nunca será garantía de éxito
9 Años ya, del atentado del golpe de estado en España, y cada año que pasa, seguimos teniendo esperanzas de que algún día, se haga verdadera justicia contra los criminales. Las conciencias irán pasando factura poco a poco, y si no, la justicia divina lo hará, sin lugar a dudas.
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