Desde mayo hasta hoy, 10 víctimas de ETA han tenido un cara a cara en privado con otros tantos terroristas presos
Cuando el terrorista entra en la sala para el encuentro, la víctima de ETA lo recibe de pie.
Uno y otro se sientan luego frente a frente, en ocasiones sin mesa separadora de por medio. Apenas hay un metro de distancia entre la mujer que no olvida y el asesino que le reventó la cabeza a su esposo.
Antes de empezar a hablar ya coinciden en una cosa: los dos tienen las manos sudadas. Se dan cuenta cuando se las estrechan.
En tres horas de cara a cara, hay lugar para confrontar fantasmas.
- Tú me robaste la adolescencia. ¿Quieres saber cómo me quedé yo cuando matásteis a mi padre?
- Sí.
(Silencio)
- Pues ahora te cuento yo... No sólo lo matásteis a él. Sino que me vaciasteis entero... Yo era alegre y ahora soy una persona triste. Yo era vital y ahora vivo sin fuerzas... Yo ya no soy yo. Soy otro. Y te digo una cosa...
- ¿Qué...?
- Que no me gusto.
En tres horas de conversación, hay espacio para ajustar cuentas.
- Prefiero ser hija de asesinado que madre de asesino.
En tres horas de respuestas, caben todas las preguntas.
- Respóndeme con sinceridad. No es por morbo. ¿Celebraste el asesinato de mi marido?
- Sí.
- ¿Y estás orgulloso?
EL MUNDO ha tenido la oportunidad de conversar con uno de los mediadores penales que estuvo en ocho de las 10 citas confidenciales habidas hasta la fecha entre terroristas y víctimas de ETA, bajo el denominado programa de encuentros restaurativos autorizado por el anterior Ministerio del Interior. La única condición es preservar el anonimato de los interlocutores de uno y otro lado y también el suyo propio. Ésta es la historia de una experiencia única por la que han pasado ya un secuestrado, dos viudas, cinco hijos de otros tantos asesinados, un herido y el hermano de un muerto.
«A unos y otros les preparamos durante meses y la cita es al final. Víctima y terrorista se dicen hola. Les presentamos. Se dan la mano. El recluso suele empezar con la mirada gacha. La primera que habla es la víctima, que es la que obviamente tiene la posición de dominio moral; empieza planteándole infinidad de cuestiones. Están reunidos hasta tres horas horas», señala. «Les preguntamos antes de la cita por el grado de nerviosismo. Tres presos nos comentaron curiosamente lo mismo: que estaban igual de nerviosos que el día de cometer un atentado».
El programa se fraguó después de que un grupo muy determinado de presos de Nanclares de la Oca (Álava) le hiciera saber al director de la cárcel su deseo de conocer a personas que hayan sufrido la barbarie de ETA. Interior dio el visto bueno y la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco puso a trabajar a un equipo de mediadores penales que allanó el camino y facilitó los encuentros, la mayoría de ellos en la propia prisión. Los cuatro primeros fueron en mayo de 2011. Un quinto cara a cara tuvo lugar en julio. En noviembre hubo cuatro más. El décimo y último de los encuentros es del pasado 11 de enero.
«En la primera reunión previa les advertimos a los internos que participar en esto no supondría ningún tipo de beneficio penitenciario. Que el beneficio sólo sería personal. Eso lo tenían que tener claro y efectivamente lo tenían claro con anterioridad. Los resultados han sido sorprendentes».
Una sala de 16 metros cuadrados. Una ventana con rejas. Dos sillas duras de plástico. Y todos los imposibles del último medio siglo juntos: un secuestrado departió con su secuestrador; una herida en Hipercor se reunió con uno de los responsables de la matanza; una viuda compartió dudas y certezas con el hombre que le destrozó la vida...
«¿LO HUBIESES MATADO IGUAL?». Al marido se lo mataron al cuarto intento. Las otras tres veces anteriores paseaba con ella y no hubo manera, no. Todo eso lo supo después.
Así que la viuda anduvo siempre rumiando lo que hubiera pasado si hubiera estado presente. Si no habría sido ella su paraguas y se escudo, su blindaje y su amuleto. Ese día iba a salir de dudas.
- ¿A que si yo hubiese ido con él no lo hubiéseis matado?
- Sí lo habríamos hecho. Las tres veces anteriores no lo dejamos de matar porque estuvieras tú. Sino porque había vigilancia policial.
«La mujer sintió un alivio tremendo. Como quitarse un peso grande de encima», señala. «Cuando les cuentan la vivencia personal, el terrorista no puede sostener la mirada. Acaba cayendo en la cuenta del dolor generado».
«ME HAS JODIDO LA VIDA». La hija del guardia civil asesinado tomó aire y se atrevió.
- Ahora quiero que me contestes de verdad. ¿Has matado a civiles?
- Sí.
- ¿Y a guardias civiles?
- Sí.
- ¿Te duele lo mismo haber matado a unos que a otros?
- Ahora sí. Ahora veo que sólo maté a personas.
«La humanidad que muestran las víctimas los descoloca», cuenta a este periódico el testigo de estos encuentros. «No se esperan eso, muchos imaginan que les van a desear la muerte».
- Me has jodido la vida, me has destrozado la vida -le dijo al terrorista que tenía delante, que se iba haciendo pequeño a medida que escuchaba.
- Lo siento.
- ¿Con qué frecuencia te acuerdas de las víctimas?
- Me acuesto y me levanto con ellas. Ese dolor me lo voy a llevar a la tumba.
- Sí, pero ese dolor lo elegiste tú. El quedarme sin padre no lo elegí yo.
«ME VAS A MIRAR A LOS OJOS». Cuando fue herida en un atentado con bomba, iba con su hija de dos años de la mano, a la que sólo le estalló el bollycao en el pecho. A causa de la explosión, la madre quedó sorda. De tanta luz, le queda una imagen obsesiva y muda: la de una mujer ardiendo al lado, como una antorcha, a la que no pudo ayudar.
Ese día tenía delante al hombre que hizo volar todo por los aires.
- Me quitaste la vida.
- En el comando lo sentimos y...
- Me vas a mirar a los ojos y me vas a hablar de lo que hiciste tú. No me hables más del comando.
«¿QUÉ SIENTES AL MATAR?». Una constante entre las víctimas es saber lo que se le pasa por la cabeza al terrorista a la hora de amartillar una pistola y matar a alguien. El hijo de un asesinado lo describió como tener «un ataque de gula» y «querer comerse todas las preguntas» a la vez. «¿Qué edad tenías al entrar en ETA?». «¿Qué piensa uno cuando le ordenan la primera muerte?». «¿Qué se siente al matar?». «¿Qué siente uno al llegar al lugar del crimen?». «¿Cómo te vistes ese día?»...
«Todos contestan que la primera noche les cuesta dormir. Y que las siguientes ya no... Esta persona en concreto primero escuchó las respuestas. Luego se lanzó: 'Después de 15 años es el día en que puedo estar aquí sentado. Ahora te voy a decir cómo lo viví yo...'. Y dio señales de todo. De que iba en el coche, de cómo oyó la noticia, de la sangre en la zona, del entierro, de la vuelta al colegio... El terrorista quedó marcado por el relato del otro».
«NO TE VOY A DECIR SI TE PERDONO». «Las víctimas que han participado salen satisfechas con la sinceridad y el arrepentimiento. El perdón les sirve para cerrar el duelo. Les ayuda oír decir que ETA no ha servido para nada. Los dos ganan, pero emocionalmente la víctima sale mejor de la cita».
- Perdóname. He sido un monstruo aniquilador -le pidió muy al final el terrorista.
- No te voy decir si te perdono o no -le dijo la viuda-. Es algo muy privado... Pero una cosa sí te digo: te agradezco que me lo hayas dicho.
MARÍA DEL CARMEN HERNÁNDEZ
«Me dijo que no podía dormir»
La viuda de Pedrosa (PP) habla de su cita por primera vez: «Le conté mi triste historia»
Después de toda una vida en el pueblo -desollándose las rodillas de crío o chateando con la cuadrilla de mayor-, el concejal del PP Jesús Mari Pedrosa había dejado dicha una frase lapidaria y premonitoria. Fue durante aquellos dos años antes de que lo asesinaran en que había salva de fusilería, un día tras otro, a la puerta de su casa: «No sé si iré al cielo o al infierno. Una cosa sé: vaya donde vaya, lo haré desde Durango».
Desde Durango se fue. Lo hallaron muerto el 4 de junio de 2000. Eran las 13.30 horas y Mari Carmen estaba haciendo una sopa que se quedó helada cuando puso la radio. Una persona muerta. De un tiro en la nuca. Justo por donde él volvía. Era Jesús Mari seguro. Desde Durango se fue.
Fue una de las cosas que le dijo la viuda al terrorista que tenía delante y que hizo que se removiera en el asiento como un niño al que le cuesta tragar el puré.
-Lo que más siento es no tener a mi compañerito del alma conmigo; que ahora me falte.
Más tarde vendría el momento en que ella, la víctima, le descerrajó un abrazo al ex etarra.
«A mí lo que me mueve es mi fe. Soy muy devota del Sagrado Corazón de Jesús. Pensé: 'Ese chico ha sido muy malo. Si ahora quiere ser bueno, le tengo que ayudar'. Le dije: 'Con esa carita, nadie diría que tienes el haber que tienes'. Gracias a mi fe, el odio no está en mí. Puedo haber sentido rabia, impotencia, puedo haberme hecho preguntas sin respuesta... Pero odiar, no».
El terrorista no era el violador Matthew que interpretara Sean Penn en Pena de muerte ni Mari Carmen era la religiosa Helen de la película, pero hubo algo en la escena aquella del abrazo que trascendía la realidad e invitaba a frotarse los ojos.
Lo protagonizó Mari Carmen Hernández, que lo cuenta por primera vez y sabe del oprobio como pocos. Mejor que nadie se lo dijo una señora del pueblo: «Ahora le han matado, antes no le dejaron vivir».
Salía de casa y la escalera estaba empapelada de dianas. Bajaba a la calle y había una pintada en el portal: «Serás el próximo». Llegaba el recreo en el instituto de enfrente y le venían todos los adolescentes a la puerta con pancartas de presos. Cuando le dispararon en la nuca, la calle estaba llena de gente.
Con toda esta carga fue Carmen a su encuentro con el terrorista. Dejó el fardo en la puerta. Allí quedó.
«Me sorprendió lo joven que era. Como una de mis hijas. Le conté mi triste historia, él me contó la suya... Me preguntó por cómo lo habíamos vivido. Le dije que en mi cabeza no entraba cómo se podía asesinar. Me contestó que en aquel entonces era un objeto... Nunca había estado con una víctima», narra. «Le pregunté por qué se sentaba frente a mí. Me dijo que quería pedir perdón, mostró un profundo arrepentimiento. Me habló de que algún día tendría que contárselo a sus hijos, que no podía dormir. Le pareció increíble que no fuera dura con él».
«Estoy a favor de hablar, otra cosa es negociar», explica. «Toda esta gente irá saliendo. Si salen arrepentidos, mejor. Sin más odios... ETA tiene que disolverse, los presos tienen que cumplir sus condenas. Pero ¿qué tiene esto de malo? Al que te pide perdón de verdad hay que escucharlo. Eso me enseñó mi fe».
Casi 12 años después, la viuda continúa yendo una vez al mes al psicólogo. La hija mayor aplaudió su encuentro con el ex etarra. La pequeña se lo reprochó. Y allí sigue el otro Durango, el de siempre, con sus imágenes de los presos ondeando como viento helado al bies. «Dice la alcaldesa que esas fotos no hacen daño a nadie. A mí sí».
Es curioso verlo escrito: dice Mari Carmen que el abrazo aquel que recibió el terrorista le desarmó.
IÑAKI GARCIA ARRIZABALAGA
«Mi padre estaría orgulloso de mi encuentro»
Al hijo de García Cordero, delegado de Telefónica asesinado, le pidieron perdón
Le contó que aquel 23 de octubre de 1980 llovía y que el padre le dijo que si quería le llevaba a la universidad en coche. Le explicó que prefirió ir en bici, y que se dijeron un agur que a la postre fue un amén.
- Entre las nueve y las 10 entró mi hermano en clase y me llamó, ¿sabes? Que aita no había llegado a trabajar -le recordó-. Luego telefoneó la Policía, durante la espera. Había un cadáver en el Monte Ulía.
Todo eso le contó a un metro de distancia y a solas.
- Fuimos hasta allí. Lo habían secuestrado, interrogado, como se dice en vuestra jerga, y luego recibió un tiro en la cabeza -le dijo mirándole a los ojos-. Estaba tumbado, apoyado en un árbol y con una manta encima. No nos dejaron verlo.
Recuerda cómo al terrorista le costaba levantar la cara.
- Muchas veces me he preguntado qué habría pasado si yo hubiera ido con él aquel día. No me atormento, pero pienso en ello.
Hubo más -dos horas largas frente a ese espejo quebrado-, pero el resumen que la víctima le hizo al terrorista que tenía en frente sonó así.
- Ya ves. Vuestra contribución a la «liberación nacional de Euskal Herria» fue dejar una viuda y siete huérfanos...
El hijo de Juan Manuel García Cordero, delegado de Telefónica en Guipúzcoa asesinado por los Comandos Autónomas Anticapitalistas (una escisión de ETA), salió de aquel encuentro como un costalero que pudiera soltar una carga después de 30 años. «Salí, bajé a la calle y lo primero que hice fue sentarme en el bordillo del portal, bufff… Con una sensación de haberme quitado un gigantesco peso de encima, con bienestar, sorprendido del arrepentimiento y de la autocrítica». Se lo dijeron después: al terrorista lo que le sorprendió es que Iñaki no le diera «unas hostias».
El encuentro fue a finales de mayo en una «sala kafkiana e inhóspita, con escasa luz», en Vitoria, durante un permiso del terrorista. Cuando al principio este profesor de Márketing en Deusto estrechó aquella mano, la sintió flácida y presa.
«Tras la muerte de mi padre, mi primera fase fue la del odio, un odio nítido, con deseos de venganza, arrancaba carteles, no eludía el enfrentamiento… El odio te destruye, te hace daño, lo impregna todo, es terriblemente militante, hay que estar odiando las 24 horas del día, durante años. Así que me di cuenta de que ese odio me estaba destruyendo a mí».
Treinta años después, con el odio ya enterrado, llegaba aquella posibilidad insólita. «Tuve dudas, me preguntaba si estaría haciendo bien. Pensaba en mis hijas, en mi familia y, por supuesto, en mi padre. Le he dado muchas vueltas a esto. Creo que él estaría orgulloso de lo que he hecho», comenta. «Me aseguré de que no tendría ningún beneficio penitenciario por estar con una víctima, no quería ser un tonto útil… Finalmente acudí».
Y allí que estaban, frente a frente, dos tipos de edad similar, en un encuentro extraño e intimísimo que dejó conversaciones como éstas.
- ¿Por qué entraste en ETA?
- El entorno, las amistades… [el terrorista se extendió diluyendo su responsabilidad individual]
- Déjate de monsergas.
(…)
- ¿Duermes el día que matas?
- Sí. Es más la inquietud de que te detengan que el haber matado a alguien.
(…)
- He tirado mi vida por la borda -señaló el preso.
- No sólo la tuya, sino la de otros también.
- Te pido perdón por todo lo que os hemos hecho.
- Primero se lo tienes que pedir a todos los familiares… Porque pedir perdón es revolucionario: cambia el escenario.
(…)
La víctima Iñaki ha vuelto a hablar dos veces por teléfono con el terrorista que lleva 20 años en la cárcel. Dice (o al menos lo sintió así) que el apretón de manos del final fue distinto. Más fuerte.
«No se le puede pedir a las víctimas que perdonen, pero sí es obligación del terrorista transitar esta vía… Aunque el mundo abertzale crea que pedir perdón es una humillación», concluye. «Tengo dos hijas pequeñas que, desde luego, saben que su abuelo no murió de un infarto, sino que fue asesinado por pensar diferente… Pero uno hace esto para que los que vengan detrás no tengan la mochila tan pesada como yo».
Ya está, con una entrevista, el arrepentimiento y a la calle??. Esto es vomitivo, solo le falta que le manden rezar dos padrenuestros y un ave maría. Y el muerto al hoyo, y el vivo al bollo, manda carallo.
ResponderEliminarQue lastima tener que ver al asesino de un familiar cara a cara, cuando ese asesino no deberia ni estar en la carcel, otro hoyo y mas pequeño.
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