Zougam cumple 40.000 años de cárcel, pero la única prueba contra él son los testigos
No hay ningún vínculo entre él y la célula, ni restos o huellas suyas en Leganés o Morata
A las 16.40 horas del 13 de marzo de 2004, la Policía detuvo en un locutorio de la calle del Tribulete (en el barrio madrileño de Lavapiés) a Jamal Zougam. Dos días antes, el 11 de marzo, había tenido lugar en Madrid el mayor atentado de la historia de España. Cuatro trenes de cercanías saltaron por los aires alrededor de las 7.45 horas tras el estallido de 10 bombas, causando 191 muertos y cerca de 2.000 heridos.
Durante los días 11 y 12 de marzo, el Gobierno de Aznar, había señalado a ETA como autora de la matanza del 11-M. La Policía manejó dos hipótesis: ETA y Al Qaeda.
A medida que fueron pasando las horas, la tesis de ETA se fue difuminando (sobre todo a partir de que apareciese a mediodía del día 11 la furgoneta Kangoo en las inmediaciones de la estación de Alcalá de Henares). Sin embargo, el Gobierno mantuvo a ETA como hipótesis más probable hasta el sábado día 13; es decir, hasta unas horas antes de las elecciones del día 14 de marzo.
El PSOE, sobre todo por boca de su portavoz, Alfredo Pérez Rubalcaba, acusó al Gobierno de Aznar de mentir a los ciudadanos para ocultar que el atentado había sido obra de los islamistas y así evitar la relación causa efecto entre el apoyo a la Guerra de Irak y la matanza.
La disputa política en torno a la autoría se inclinó definitivamente a favor de las tesis del PSOE tras la detención de Zougam, a quien la Policía atribuyó vínculos con Al Qaeda.
Los diarios e informativos del día 14 de marzo se hicieron eco de las filtraciones policiales que vinculaban a Zougam «con la célula de Abu Dahdah, una rama de Al Qaeda establecida en España».
Ese mismo día, el sábado 13 de marzo, llegó a manos del Gobierno un vídeo en el que un autodenominado portavoz militar de Al Qaeda en Europa reivindicaba el atentado como «respuesta a la colaboración con Bush en Irak y Afganistán».
Los ciudadanos votaron, por tanto, el día 14 de marzo de 2004 con la casi absoluta certeza de que Al Qaeda había sido responsable del 11-M y de que el Gobierno de Aznar había mentido a los españoles durante las 72 horas previas a los comicios.
Contra pronóstico, el PSOE ganó las elecciones. La encuesta del CIS publicada el 5 de marzo daba al PP una ventaja de 6,7 puntos. Sin embargo, seis días después, el resultado fue absolutamente diferente: el PSOE obtuvo el 42,64% de los votos, frente al 37,64% del PP. Es decir, en unos pocos días, se produjo un vuelco electoral de 11,7 puntos.
Zougam se convirtió durante semanas en el rostro del 11-M y, en estos momentos, es el único condenado como autor material del atentado. Está en prisión (en régimen de aislamiento) cumpliendo una condena de más de 40.000 años.
¿En qué pruebas sustentó el tribunal los argumentos para condenarle? Como señala el recurso de casación de la defensa de Zougam ante el Supremo, el ponente y presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez «utiliza tan sólo 17 líneas de la sentencia para describir los indicios que existen contra el acusado». Diecisiete líneas para más de 40.000 años de cárcel. Mucha sustancia debería contener ese párrafo para implicar una condena de 2.353 años de cárcel por cada una de sus líneas.
Veamos, pues, los indicios que llevaron a esa abultada condena.
Sus relaciones y la tarjeta del móvil
1º. Según la sentencia, Zougam «conoce a varios miembros de la célula que se suicida en Leganés y «a la mayoría de los procesados» por el atentado del 11-M.
Sin embargo, cuando entra en harina resulta que sólo tres de los acusados (Mouhannad Almallah, Basel Ghalyoun -que fueron absueltos por el Supremo- y Abdelmajid Bouchar) declaran haber visto una o dos veces a Zougam y por un motivo tan pedestre como comprar en su tienda tarjetas o fundas de móviles.
2º. Otro elemento que fue utilizado por la Policía para justificar el carácter islamista del atentado era la supuesta relación de Zougam con Abu Dahdah. En la sentencia se dice que ambos se conocían desde que el primero tenía una tienda de fruta y también se afirma que Zougam acudió a las reuniones del río Alberche (cerca de la casa de Morata) destinadas al adoctrinamiento en el islamismo radical. Sin embargo, esa afirmación no se sustenta en ninguna prueba. Más bien al contrario. Cuando a Abu Dahdah le preguntaron en la vista oral, declaró que «ni había visto a Jamal Zougam en el río Alberche ni había asistido allí nunca a reunión alguna o acontecimiento de otra clase».
De hecho, Zougam nunca fue imputado en el sumario que se instruyó en la Audiencia Nacional contra Abu Dahdah y su célula.
3º. La sentencia recurre a otro indicio de «especial relevancia» para condenar a Zougam. En una declaración ante la policía francesa, el islamista Attila Türk afirmó que en una supuesta conversación con el procesado Hasan Haski, éste le dijo que «conocía a Djamel Zougham [sic], el que hizo los atentados el mes pasado». Cuando el juez instructor, Del Olmo, le preguntó sobre ese asunto, Attila Türk desinfló la pista: «No recuerdo haber dicho eso».
Posteriormente, cuando declaró en la vista oral (22 de mayo de 2007), Attila Türk negó rotundamente que Haski le hubiera hecho ninguna confidencia sobre Zougam.
4º. El indicio inculpatorio aparentemente más sólido que maneja la sentencia para inculpar a Zougam es que fue él quien «suministró» las tarjetas de los móviles que se utilizaron para activar las bombas.
Este hecho, junto al testimonio ocular de dos testigos, fue el que tuvo en cuenta el Supremo para ratificar la condena.
Sin embargo, cuando se analiza lo que ocurrió con las tarjetas se comprueba que más bien es un elemento exculpatorio para el condenado. En primer lugar, no fue Zougam, sino su socio Mohamed Bakali quien compró a Sindhu Enterprise el 25 de febrero de 2004 el pack de tarjetas que, posteriormente, fueron vendidas en la tienda de la calle del Tribulete (Jawal Mundo Telecom).
Tampoco es cierto que fuera Zougam el que «suministrara» las tarjetas a los terroristas. Fue su empleado, Abderrahim Zbakh, quien vendió 10 tarjetas, a nueve euros cada una, a dos personas, una de las cuales luego identificó como Jamal Ahmidan, alias El Chino. Al día siguiente de vendérselas, el otro comprador acudió a la tienda para devolver una de ellas, porque no tenía saldo.
Cuando fue detenido, Zougam tenía en su móvil una de las 30 tarjetas que formaban parte del mismo pack del que procedía la que fue hallada en la mochila de Vallecas.
El proceder de los terroristas, si admitimos que Zougam fue uno de ellos, es, cuando menos, extraño. En lugar de «suministrarles» (término que utiliza la sentencia con reiteración) las tarjetas a los miembros de su célula, Zougam hace que el jefe del comando vaya a su tienda a comprarlas. E incluso le vende una de ellas sin saldo.
No contento con ello, Zougam siguió haciendo vida normal (es decir, yendo a trabajar el día del atentado y los dos días siguientes), cuando ya el viernes todos los medios de comunicación habían informado de la aparición de una mochila bomba con un móvil en el que estaba insertada una de las tarjetas de su tienda.
Pero aún más, en lugar de cambiar la tarjeta de su móvil, la mantuvo insertada en él, como si quisiera dejar claro que era miembro integrante del grupo.
Lo rocambolesco de este indicio, que supone uno de los elementos clave para su condena, llega a su extremo cuando se comprueba que los terroristas compraron y liberaron los móviles para los atentados en otra tienda (Decomisos Top), en lugar de hacerlo en la de Zougam, que también se dedicaba a eso.
Es más, al hacerlo, pusieron en riesgo su seguridad, ya que Decomisos Top llevó los móviles a liberar a una tienda (Test Ayman) que era propiedad del ex policía nacional de origen sirio Ayman Mausili Kalaji.
Sin vínculos con la célula
Resulta llamativo que Zougam sea el único de los terroristas del 11-M que, en lugar de marcharse al piso refugio de la calle de Martín Gaite (Leganés), donde luego se suicidaron, se quedó en casa de su madre y siguió trabajando como si nada hubiera sucedido.
Es más, en la finca de Morata de Tajuña, alquilada por El Chino, donde, según la sentencia, se montaron las bombas y lugar donde se reunía con frecuencia con sus compinches, no hay ni rastro de Zougam. Nada. Ni huellas, ni restos de ADN. Nada.
Tampoco hay rastro de Zougam en los vehículos supuestamente utilizados por los terroristas. Ni en la Renault Kangoo; ni en el Volkswagen Golf cuyo maletero fue utilizado para traer a Madrid los explosivos desde Asturias; ni en el Skoda Fabia... Nada. Ni huellas, ni restos de ADN de Zougam. Nada.
El condenado Jamal Zougam tampoco apareció nunca por ninguna de las viviendas que utilizaron los miembros del comando que planificó y ejecutó el 11-M. Como ya se ha dicho, no había huellas de él en el piso de Leganés. Pero es que tampoco hay ni rastro de él en los pisos de la calle de Virgen del Coro (donde se realizaron labores de adoctrinamiento), ni en la de la calle de Hornillos de Albolote (Granada)... Tampoco en el domicilio de su madre (calle del Sequillo), donde él vivía, se pudo encontrar nada que le relacionara con el atentado.
Lo más sorprendente, si cabe, es que en las miles de llamadas y mensajes telefónicos analizados por la Policía entre los miembros del comando, Zougam no aparece por ningún lado. Y eso que los terroristas pasaban horas hablando entre ellos.
Es más, el teléfono de Zougam estaba pinchado por orden judicial en los días previos al atentado y la Policía no ha podido aportar ni un solo detalle que le vincule con los terroristas muertos en Leganés.
Tan solo hay en el sumario una llamada hecha desde su teléfono a uno de los implicados (Mohamed Afalah), pero no la realizó Zougam, sino Bakali, quien le pidió prestado el teléfono para hablar con aquél sobre unas obras de albañilería, según admitió el propio testigo en el juicio y durante la instrucción.
La declaración de su familia
Zougam parece haber sido condenado desde el momento de su detención. Sólo en base a una actitud preconcebida puede entenderse como la Policía, el instructor y el tribunal despreciaron tener en consideración los testimonios de su hermano y de su madre, que afirman que el condenado durmió en la noche del 10 de marzo en su casa y que no se levantó hasta 9.45 del día 11 de marzo.
Su hermano Mohamed declaró ante la Policía, el instructor y el tribunal que Zougam llegó a casa entre las 23 y las 23.30 horas del día 10 de marzo y que venía de un gimnasio donde iba casi todas las noches.
Su madre (Aicha Achab) no declaró ante la Policía pero, aunque lo intentó varias veces, tampoco pudo declarar ante el juez instructor, porque Del Olmo no lo consideró pertinente.
Aicha ratificó ante el tribunal la declaración de Chaoui pero, en la sentencia, el ponente afirma que sus declaraciones «son novedosas porque la madre no ha declarado antes en la causa». Omite Bermúdez que fue Del Olmo el que no consideró «pertinente» la declaración de la madre del condenado durante la instrucción. Es decir, que su declaración no es novedosa porque la madre declarara cosas que no declaró durante la investigación, sino porque no se le llamó a declarar.
Ni la Policía, ni el instructor, ni el tribunal se preocuparon tampoco de conocer el testimonio de la hermana de Zougam, que también durmió esa noche en la casa de la calle del Sequillo, y que, según ha confirmado a este periódico, ratifica completamente lo declarado por su madre y por su hermano.
Así pues, lo único que sustenta la condena de Zougam es el testimonio ocular de tres testigos protegidos, los tres rumanos sin papeles que vivían en el mismo barrio de Alcalá de Henares, identificados por la Policía como R-10, C-65 y J-70.
La importancia del testigo ausente
>La sentencia da una gran importancia a que el reconocimiento de R-10 se produjese el 16 de marzo. Él lo niega en la entrevista con este diario, pero no lo hizo en el juicio porque la Policía le autorizó a faltarTESTIGO PROTEGIDO R-10 Prueba de cargo contra Jamal Zougam
«La Policía me preguntó si quería ir a declarar y dije que no»
El testigo R-10, de profesión fontanero, llegó a España en 2002 y regresó a su país, Rumanía, a finales de 2006. Cogió el tren en la estación de Alcalá de Henares el 11 de marzo de 2004 a las 7.15 horas para ir a trabajar. Iba en el cuarto vagón del convoy que hizo explosión en la estación de Santa Eugenia.
Como consecuencia de la explosión, resultó herido en un ojo, cuya visión aún no ha recuperado del todo. R-10 fue el primer testigo ocular que dijo haber visto a Jamal Zougam en los trenes.
Su primera declaración ante la Policía se produjo el 16 de marzo de 2004. Estuvo acompañado de otro rumano, Ioan Deac, que hizo de traductor.
Según consta en el sumario, ese mismo día (el 16 de marzo) la Policía le enseñó a R-10 unas fotografía de posibles sospechosos y él identificó «sin ningún género de duda» al catalogado con el número uno (Jamal Zougam) como el hombre al que vio subirse al vagón con una mochila negra, junto a otro individuo, en la estación de Torrejón de Ardoz.
La primera vez que se hizo pública una fotografía reconocible de Zougam como posible autor de los atentados del 11-M fue el día 20 de marzo de 2004. EL MUNDO la publicó en exclusiva y, a partir de ese día, su rostro apareció en todos los diarios, informativos de televisión y medios electrónicos.
R-10 recibió una indemnización como víctima del 11-M de 52.800 euros, que él mismo acudió a cobrar al Ministerio del Interior en 2009. Sin embargo, aunque era su obligación, no acudió a declarar ante el tribunal del 11-M. La Policía no dio ninguna explicación sobre su ausencia en una vista oral, que concluyó con una condena de 40.000 años para Jamal Zougam, tomando su testimonio como prueba de cargo.
EL MUNDO ha podido localizarle en Cluj-Napoca (Rumanía) y ha mantenido con él una entrevista, que tuvo lugar en el Hotel Golden Tulip Ana Dome de esa localidad, de notable influencia húngara y con un bullicioso ambiente juvenil, porque aloja varias universidades.
La conversación arroja muchas dudas, no sólo sobre la identificación de Zougam, sino sobre algunos documentos que obran en el sumario por el atentado del 11-M.
Pregunta.- ¿Quién le acompañaba en el tren aquel 11 de marzo?
Respuesta.- Dos amigos. Uno se llamaba Stefan Budai y el otro, Sisu Vasile.
P.- Usted resultó herido en un ojo ¿Qué les ocurrió a ellos?
R.- Budai falleció. Vasile resultó herido, pero está bien. Budai iba de pie. Vasile estaba sentado dos asientos más allá que yo.
P.- Usted declaró que vio a dos individuos subir en la estación de Torrejón, ¿por qué se fijo en ellos?
R.- Uno de ellos dio una tos muy fuerte, por eso me fijé.
P.- ¿Era el que llevaba una mochila?
R.- No. El de la mochila negra era el otro. Se sentaron en sitios diferentes y eso no me pareció normal. La tos era como una señal, y eso me llamó la atención.
P.- ¿Hablaron entre ellos?
R.- Sí, antes de sentarse hablaron en árabe.
P.- ¿Qué hizo el que llevaba la mochila?
R.- Se sentó y se la puso entre las piernas.
P.- ¿Vio usted lo que hizo con ella?
R.- No, porque entró mucha gente en el vagón y ya no le volví a ver.
P.- Hasta que la bomba estalla en Santa Eugenia, ¿usted no les ve moverse ni cambiar de vagón?
R.- No. Había mucha gente.
P.- ¿Su amigo Vasile se fijó en ellos?
R.- Sólo en el de la tos.
P.- ¿Es decir que no les vio las caras y por eso no fue a declarar?
R.- No les vio las caras. Iba con otras personas hablando. Yo, como iba solo en el asiento, pude fijarme en las caras.
P.- En el tren también iba otro amigo suyo, Ioan Deac, que luego le acompañó a declarar ante la Policía e hizo de traductor.
R.- Él dice que iba en el tren. Yo no le vi. Dice que iba en otro vagón.
P.- ¿De qué le conocía usted?
R.- Habíamos compartido el mismo piso antes. En ese momento, ya no vivíamos en el mismo piso.
P.- ¿Por qué le acompañó Ioan Deac a la Policía?
R.- Vino a mi casa a visitarme para ver cómo estaba.
P.- ¿Usted le dijo a Deac que había visto a alguien en el vagón que podía tener que ver con el atentado?
R.- Sí.
P.- ¿Él le animó a declarar?
R.- Deac me dijo que debía ir a declarar y me contó que él vivía en un piso alquilado a un policía, que teníamos que hablar con él.
P.- ¿Cuándo habló con ese policía?
R.- No lo recuerdo, uno o dos días antes de ir a declarar.
P.- Usted declaró, según consta en el sumario, el 16 de marzo. O sea, que tuvo que hablar con él el 14 o el 15 de marzo.
R.- Puede ser, pero no lo recuerdo.
P.- Cuando usted declara ante la Policía, dice que la persona que vio en el tren con la mochila tenía el pelo largo y liso.
R.- Sí, era moreno con el pelo largo y liso.
P.- ¿Completamente liso?
R.- Sí [se le pide que señale a quién se parecía más su pelo, si a uno de los periodistas, que lo tiene rizado como Zougam, o a la intérprete, que lo tiene absolutamente lacio; la señala a ella].
P.- El día 16 de marzo, cuando que usted declara ante la Policía, le enseñan unas fotografías…
R.- [Interrumpe] No, no. Ese día no me mostraron fotografías.
P.- ¿Está seguro?
R.- Me las enseñaron unas dos semanas después de ese día.
P.- Mire [le mostramos el documento que figura en el sumario]: el acta de reconocimiento fotográfico está fechada el 16 de marzo.
R.- No, no. Las fotografías me las enseñaron dos semanas después.
P.- ¿Está seguro?
R.- Completamente.
P.- ¿Por qué está tan seguro?
R.- Porque la primera vez que vi esa cara fue en un cartel en el aeropuerto de Barajas.
P.- ¿En el aeropuerto?
R.- Sí, vi la cara en un cartel y dije: yo conozco a esa persona.
P.- ¿Por qué está tan seguro de eso?
R.- Porque fui a despedir a mi mujer al aeropuerto. Ella había venido… [duda un momento y llama por el móvil a su esposa]. Sí, ella fue a visitarme a Madrid el día 17 de marzo y se marchó el 26. Ese día vi la foto en el aeropuerto. Cuando vi el cartel pensé: ésa es la persona que vi en el tren.
P.- O sea que, ¿usted reconoció a Zougam como la persona que vio en el tren tras ver su foto en un cartel en el aeropuerto?
R.- Sí, ésa era la primera vez.
P.- ¿Seguro que hasta entonces la Policía no le mostró ninguna fotografía?
R.- Hasta ese día no vi ninguna fotografía.
P.- ¿Y ese día, el 26 de marzo, fue cuando usted declaró ante el juez y vio las fotografías?
R.- Sí. Ese día me llamaron para ir a declarar cuando estaba en el aeropuerto. Luego fuimos a ese sitio que está cerca del Museo de Cera [se refiere a la Audiencia Nacional]. Había una mujer que se llamaba Soraya [al parecer, fue el nombre ficticio que le dio la fiscal Olga Sánchez] y un hombre moreno con gafas que se llamaba Fernando [nombre supuesto que le habría dado el juez Juan Del Olmo].
P.- ¿Es éste el hombre que reconoció como la persona que iba en el tren el día 11 de marzo de 2004 [se le enseña la foto de Zougam que supuestamente le mostró la Policía]?
R.- Sí.
P.- Pero no tiene el pelo liso, como usted dice. ¿Está realmente seguro al 100%?
R.- Seguro. Nunca dije que estaba seguro al 100%, pero sí al 90%.
P.- Usted sabía que tenía que ir a declarar en el juicio por la matanza del 11-M ¿Por qué no se presentó?
R.- Yo me vine a mi país a finales de 2006. Tenía mucho miedo y no quería declarar.
P.- ¿Se lo comunicó a la Policía?
R.- Sí. La Policía me preguntó si quería ir a declarar o no, y yo dije que no.
P.- ¿A quién le dijo usted que no quería declarar?
R.- A un policía que iba de paisano. Creo que fue en la Audiencia. Había una traductora que se llamaba Daniela cuando dije que no quería declarar en el juicio.
Vaya fiasco, o mejor dicho, golpe de estado??. Cada día sabemos más de la infamia que nos hicieron tragar con la farsa del juicio, pero esperamos que todo salga a la luz, y que ella les ciegue a los que se aprovecharon e indujeron a este atroz crimen.
ResponderEliminarMalnacidos sean tod@s ell@s.
¡Queremos saber la verdad!