«Crónica» visita la oficina forense donde tratan de poner nombre a los 9.000 restos humanos de las 1.121 víctimas del 11-S aún no identificadas. Frente al rigor de EEUU, las sombras rodean la investigación del 11-M. ¿Quién ordenó destruir los trenes? ¿Por qué?
El albergue más grande de Nueva York domina la manzana de la calle 30 que desemboca en la carretera junto al río Este de Manhattan. Una enredadera muerta tapa los ladrillos mellados por la humedad de este hospital psiquiátrico de 1931 convertido en refugio para homeless. A su sombra, una carpa blanca con 9.000 restos humanos que pueden pertenecer a cualquiera de los 1.121 muertos del 11-S nunca identificados. Encajonada entre el refugio y un parking al borde de la carretera, la instalación improvisada hace 10 años no tiene más señal visible que una alerta de seguridad. Un vagabundo se apoya en su verja mientras fuma. Otro habla solo en la esquina. La cumbre del Empire State se ve a lo lejos.
La entrada de la carpa está decorada por jardineras con plantas secas, restos de carteles y un sauce llorón aprisionado entre coches. Una bandera de EEUU preside la cúspide, pero está enrollada inmóvil. Desde 2006, los familiares pueden sentarse en bancos de madera frente a algo parecido a un altar de mármol, aunque ahora apenas hay una o dos visitas al mes.
La oficina forense, en una torre a pocos metros, sigue analizando lo que queda de los más de 22.000 restos de los muertos del World Trade Center (WTC). Sólo fueron recuperados 292 cadáveres enteros (el 75% o más del cuerpo). Hoy las cinco personas dedicadas a tiempo completo a las víctimas del 11-S sólo examinan briznas de dientes o costillas. La identificación se reduce a los tests de ADN y a menudo se trata de pruebas repetidas, a la espera de nuevos descubrimientos.
La investigación avanza con el hallazgo de más restos dispersados por todo el sur de Manhattan. Se han llegado a encontrar a 40 o 50 manzanas de la Zona Cero. En 2005, cientos de fragmentos óseos fueron localizados en el techo del rascacielos del Deutsche Bank. Al año siguiente, unos obreros se toparon con otro centenar de huesos a los pies del podio donde los familiares leen los nombres de las víctimas cada año. Desde entonces, la búsqueda se ha sistematizado y se ha vuelto a rastrear toda la zona.
En agosto, a pocos días del décimo aniversario, el laboratorio anunció que había identificado a la persona número 1.629, Ernest James, un informático de una consultora con sede en el WTC. La noticia removió de nuevo a sus allegados. Monique Keyes, la prometida de Ernest, contaba en agosto la sensación de alivio y pena que le provocó la llamada de la oficina forense. «Esto me permitirá decir adiós completamente, siempre he guardado la esperanza en algún lugar profundo de mí de que no tendría que hacerlo...», relataba llorosa. La novia frustrada, que ve en la identificación una oportunidad de seguir adelante, se casa en una semana.
músculos, piel, cabello...
James pudo ser identificado gracias a instrumentos que faltaban los primeros años. «Desde 2006, hay nueva tecnología que nos permite extraer ADN de huesos», explica a Crónica Ellen Borakove, portavoz del equipo forense. El proceso es largo, pero, según ella, «una vez que se ha hecho un emparejamiento, es definitivo, es lo mismo que una identificación con huellas dactilares». Los técnicos analizan los huesos mientras guardan unos 3.000 restos de músculos, piel y cabello en espera de nuevas técnicas.
Pero el cuidado actual no siempre fue la tónica. Los familiares cuentan la agonía de descubrimientos fallidos. Diane Horning, que perdió a su hijo Matthew, informático de 26 años, ha recibido varias llamadas de la oficina forense desde 2001. Las primeras, justo después del atentado. Enterró el cráneo de su hijo, pero la volvieron a llamar para avisarla de que había más restos. Tras recogerlos, recibió otro aviso: no eran de su hijo y tenía que devolverlos. «Apreció su sinceridad, pero eso no hizo las cosas más fáciles... Ya he recibido cuatro llamadas. Y no acaba nunca», contaba este verano en una revista de antropología.
Esta madre se atrevió a visitar el vertedero de Fresh Kills, ubicado en Staten Island, donde acabaron los restos del 11-S tras el atentado. Las prisas y el descuido destruyeron hasta 223.000 toneladas sin control. Según la denuncia de uno de los trabajadores corroborada por testigos, los restos que se suponía que tenían que separarse por contener posibles tejidos humanos fueron fundidos con el resto y usados para asfaltar la zona o rellenar agujeros.
La ciudad niega las acusaciones, pero, tras las críticas por los desmanes y la lentitud, ha reorganizado el trabajo de la oficina forense, que llegó a cerrar el proyecto temporalmente. Su labor es alabada por quienes quieren recuperar lo que sea, pero agobia a otros que sufren al revivir la tragedia con cada trozo. Una de las víctimas fue reconstruida tras localizar 300 fragmentos. Al menos 150 familias han pedido expresamente que no los avisen más.
Desde 2007, hay también 27 perfiles genéticos identificados que no corresponden a ninguna víctima. Los forenses no saben si son muertos desconocidos del 11-S o restos de fallecidos en otras circunstancias. «Seguimos la construcción y excavación en la Zona Cero. Si vemos posibles restos humanos, los recogemos», dice Borakove. ¿Se podrá identificar a todos? «Nunca dejaremos de intentarlo», dice.
Su promesa también depende de los fondos públicos. El pasado marzo, el presupuesto de la oficina peligró y sólo tras las protestas de familiares y la presión de varios congresistas, los forenses lograron los 16 millones de dólares (12,6 millones de euros) que pedían. Un grupo de víctimas sugirió que ésa era la oportunidad para quitarles los restos y mandarlos a Hawai, sede del mayor laboratorio de identificación del mundo y que se encarga de los soldados de EEUU.
esperando a christian
«Les ofrecieron ayuda y no la aceptaron», dice Sally Regenhard, que sigue esperando la identificación de su hijo, Christian. Ella es una de las 17 personas que se han querellado contra la ciudad por querer enviar los restos al sótano del museo del 11-S. «Ahí puede estar mi hijo, no quiero que sea parte de un freak show por el que hay que pagar 25 dólares», dice.
Sally llora cada vez que menciona a su hijo, que se graduó en la academia de bomberos un par de semanas antes del 11-S. «Hizo un proyecto en Patagonia, ojalá se hubiera quedado allí, ahora estaría vivo», dice entre lágrimas. Se recupera y cambia de tono cada vez que habla de la oficina forense. «Estamos tirando el dinero con la agencia equivocada... Tienen contratistas que trabajan a cada cual peor y un historial de fracaso y de crimen. Hay gente que ha sido detenida por delitos en esa oficina», dice.
De hecho, el departamento forense ha sido un ejemplo de caos durante años. Uno de los asistentes del forense fue detenido en 2005. Natarjan Venkataram reconoció que él y su novia, también empleada, se habían apropiado de 13 millones de dólares (9,7 millones de euros) que tenían que haber sido destinados a financiar la identificación de las víctimas. Otro trabajador, encargado del análisis dental, fue detenido por hacer recetas falsas de sustancias controladas a una paciente convertida en novia.
En otro caso, un joven perdió imágenes de los muertos en un portátil desaparecido. En 2010, el New York Post publicó imágenes de escalofrío con trabajadores jugando con restos humanos en la morgue de Brooklyn. En una imagen, un joven enfermero sujetaba una cabeza (no era de una víctima del 11-S) como si fuera un trofeo.
Un juez rechazó en noviembre la querella de los familiares sobre los restos, porque no pueden demostrar que les pertenecen al no haber sido identificados. De momento, su destino sigue siendo el sótano del museo aún en construcción y donde los forenses prometen seguir haciendo exámenes. «Es cierto, no puedo demostrar que ahí está mi hijo, pero ellos tampoco pueden demostrar que no está... ¿Dónde acabaron los restos de los que murieron en el Pentágono? ¡En el cementerio nacional de Arlington! No los pusieron en el Smithsonian».
...a las pruebas perdidas del 11-m
La persistencia con que las autoridades estadounidenses siguen, una década después, tratando de esclarecer hasta el último fleco del 11-S contrasta con la ligereza de la investigación del 11-M en España. Casi ocho años después de los atentados que se cobraron la vida de 191 personas se desconoce quién dio la orden de que los trenes fueran inmediatamente destruidos tras la matanza, una decisión que perjudicó la investigación.
La pasada semana -dentro del procedimiento en el que están imputados por posible destrucción de pruebas el comisario jefe Juan Jesús Sánchez Manzano y su perito químico-, el inspector jefe de los Tedax en Madrid declaraba, según revelaba EL MUNDO, que los vagones no debieron enviarse al desguace con tanta rapidez. Los artificieros bajo su mando, decía el jefe de los Tedax, no peinaron los trenes en busca de pruebas en el lugar de los hechos convencidos de que los convoyes serían conservados y de que podrían realizar esa labor con tranquilidad en los días posteriores.
Las investigaciones de este periódico han desacreditado también esta misma semana el testimonio de la testigo C-65, que valió para condenar a Jamal Zougam a 42.917 años de cárcel como único autor vivo de la matanza. C-65, de nacionalidad rumana, cambió varias veces su versión sobre cómo reconoció a Zougam, exageró sus lesiones para recibir la máxima cuantía como víctima y logró que su marido fuera incluido también en la lista de los damnificados. No es de extrañar que un 68,3% de los españoles, según la encuesta realizada por Sigma Dos para este periódico en marzo pasado, crea que todavía no se sabe toda la verdad sobre el 11-M.
Una de las organizaciones que más ha luchado por su esclarecimiento, la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M, personada en todos los procesos judiciales abiertos, lucha ahora por su supervivencia. Pese a ser la asociación que representa a más víctimas de los atentados -650 afectados directos- y a que dirige la Red Europea de Asociación de Víctimas del Terrorismo, ha dejado de contar con el respaldo económico de la administración pública. Los 240.000 euros anuales que recibió de la Comunidad de Madrid entre 2005 y 2009 se redujeron a 72.000 en 2010 y a cero euros en este año. Si no recibe más fondos tendrá que echar el cierre.
Un monumento en la estación de Atocha , otro en la estación de El Pozo y el bosque del Recuerdo -ubicado en el parque de El Retiro y formado por un árbol por cada fallecido- rinden recuerdo a las víctimas.
No se puede comparar a los americanos, con su amor a la patria, cuando aquí se le maltrata a la misma. Estamos a falta de cariño con la patria, y con su bandera, eso es lo que más hecho en falta en este país. País lleno de hipócritas y farsantes, que alardean de ser españoles con la boca pequeña, y máximo siendo o perteneciendo a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad o a las Fuerzas Armadas. Los de la kgb tendrán su merecido, más tarde o tempano, ya que Dios no se queda con nada de nadie.
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