08:03 (21-05-2011) | La Gaceta
La vida da muchas vueltas. Que se lo digan a Alfredo Pérez Rubalcaba, el gran manipulador de la jornada de reflexión previa a las elecciones generales de 2004, hoy responsable del Ministerio del Interior, y uno de los candidatos más obvios para sustituir a Zapatero, que se enfrenta a un dilema desagradable, y del que no podrá salir con una de sus mentiras habituales. Como ministro responsable de las fuerzas policiales, habrá de garantizar que se cumpla el mandato de la Junta Electoral Central que ha prohibido de manera expresa la continuidad de la concentración en la Puerta del Sol considerando, con buen criterio, que se trata de un acto incompatible con la serenidad que la ley establece como garantías de la libertad de voto en la jornada anterior a unas elecciones. Era patético verle ayer, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, tratar de lavarse las manos ante el embarazoso brete: “La Policía tomará sus decisiones en función de lo que pase”... Como si él no estuviese al frente de la Policía. Y no es menos patético ver al presidente dejarle solo frente al peligro con una frase estólidamente zapateril: “Interior actuará con inteligencia”. La misma persona que afirmaba que la sentencia del Constitucional sobre Bildu debe acatarse, se ve ahora ante un peliagudo dilema. Si no es consecuente con esa afirmación y con su cargo de responsable de Interior, está yendo directamente contra el Estado de derecho y, en puridad democrática, debería dimitir. Pero si manda a los antidisturbios contra los manifestantes está firmando la sentencia del PSOE, cuyo batacazo en las urnas puede ser aún mayor después de la escenita, que reproducirán televisiones de toda Europa.
Por si acaso, se ha ocupado de preparar una salida oportunista inventando unos principios acomodaticios que ha de cumplir siempre cualquier actualización de la Policía: “Oportunidad, congruencia y proporcionalidad”, en este orden y según sus propias palabras. Interior añadía ayer que no desalojará la Puerta del Sol “mientras no haya incidentes”. Un subterfugio nada convincente que trata de eludir el cumplimiento de la ley.
Haga lo que haga, Rubalcaba está en un mal paso; sus hipócritas disculpas de cumplir las órdenes judiciales cuando pone en la calle a algún etarra quedarán en evidencia, una vez más, si no ordena el desalojo de la vía pública ocupada por personas cuyo respeto a la ley brilla por su ausencia. Pero si cumple con su deber, molestará a sus electores y a esa pléyade de almas bellas que son tan incapaces de resistir la violencia legítima del Estado como de condenar la violencia ilegítima de los terroristas, o la burla de la ley de una multitud halagada por la curiosidad y embriagada de protagonismo y pretenciosidad. La Policía no cumple ningún papel en las ensoñaciones de los descontentos e indignados, pero tampoco lo cumple ni la ley ni la democracia en sus proclamas, hueras, contradictorias y regresivas. Nos referimos a la Policía democrática, porque en los lugares en los que llegan al poder los revolucionarios, la Policía se acaba haciendo siempre brutalmente con el control de la situación, como lo hacen ya esos individuos que pretenden impedir a los periodistas que entrevisten a quien les venga en gana y les ordenan de malas maneras que se dirijan a los portavoces oficiales, como si ya estuviesen al mando del Palacio de Invierno. No nos da ninguna pena Rubalcaba, que parece enfrentarse, por una vez, con una trampa no urdida por él, y de la que difícilmente va a salir ileso. Ni él ni el Gobierno.
Pues nada, solo me queda decir, amén.
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