DAVID JIMÉNEZ / Tokio / El Mundo
Enviado especial
El terremoto de magnitud 8,9 se produjo a las 14.46 hora local (6.46 hora española) en el Océano Pacífico, a 130 kilómetros de la península de Ojika y a una profundidad de 10 kilómetros. Al igual que sucediera con el gran tsunami del Índico de 2004, olas gigantes se dirigieron a velocidades superiores a los 500 kilómetros a la hora en dirección a la costa.
La alerta de tsunami, que fue anunciada en radios y televisiones, llegó demasiado tarde para muchos: un millar de personas murieron y muchas más se encontraban desaparecidas al cierre de esta edición. Entre las víctimas están los 100 pasajeros de un barco que fue arrastrado por las aguas en la costa oriental. Sigue en página 22
Editorial en página 3
Las olas gigantes también arrasaron por completo localidades costeras como Wakabayashi o Arahama. Un tercio del país puede haber sido devastado. El terremoto provocó una alerta de tsunami en países bañados por el Pacífico y evacuaciones en varias zonas costeras, desde las islas Kuriles a Hawai y desde las Islas Galápagos a Filipinas, donde las imágenes de lo sucedido en Japón y el anuncio de que el tsunami se dirigía hacia su territorio provocaron escenas de pánico.
Miles de japoneses trataron de salvar la vida subiéndose a los tejados de sus casas -1.500 quedaron destrozadas, según los primeros balances- y anoche esperaban la llegada de ayuda pidiendo socorro y haciendo señales con pañuelos blancos. La fuerza del mar en su avance hacia la costa volcó buques de gran tonelaje, arrancó viviendas del suelo y arrastró a personas que corrían en busca de un monte o un árbol al que subirse para ponerse a salvo.
El aeropuerto de Sendai, la mayor ciudad en la región de Tohoku, la más golpeada por el tsunami, quedó sumergido tras ser embestido por olas de 10 metros de altura. Aviones y vehículos destrozados se encontraban esparcidos por la pista de aterrizaje. Barcos, pequeños y grandes, fueron arrastrados hasta el casco urbano, estrellándose contra edificios públicos y viviendas particulares. «Tememos cientos de muertos sólo en Sendai», aseguraba un portavoz gubernamental.
Columnas de humo surgían de decenas de localidades de la costa este japonesa, incluida Tokio, donde la mayor parte de edificios soportaron los temblores y apenas medio centenar de personas resultaron heridas.
Los bomberos trataban de apagar el incendio de la refinería de la cercana ciudad de Chiba y a primera hora de la tarde de ayer habían controlado el fuego provocado en uno de los reactores de la central nuclear de la prefectura de Miyagi.
El Gobierno declaró el estado de emergencia atómica y cerró 11 reactores en todo el país, pero trató de tranquilizar a la población asegurando que no se habían detectado «materiales radiactivos fuera de las instalaciones». Sin embargo, la agencia oficial Kyodo informó de que en la planta nuclear Fukushima Nº 1, en la prefectura de Fuskushima, la radioactividad era mil veces superior a la normal por una posible fuga tras haberse colapsado su sistema eléctrico, lo que obligó al gobierno a evacuar a 45.000 residentes en 10 kilómetros a la redonda.
El experto en temas nucleares Robert Álvarez, quien ocupó un alto cargo en el Departamento de Energía de EEUU en los 90, declaró que el terremoto podría haber ocasionado daños en la infraestructura del suministro de agua refrigerante de la planta. La carencia de refrigerante en el reactor puede tener en un período de 24 horas consecuencias severas, incluida la fusión del núcleo de barras de uranio de la central. «Es una carrera contra el tiempo realmente atemorizante», dijo Álvarez.
Washington envió un portaaviones a Japón con un cargamento de líquido refrigerante, y Obama anunció que otro ya se encontraba en aguas niponas. Un buque más se dirigió a las islas Marianas.
Al cierre de esta edición, además, una segunda central nuclear situada en la misma prefectura y de nombre Fukushima Nº 2 registraba problemas de refrigeración, al haberse estropeado tres de sus reactores. Las autoridades ordenaron la evacuación de 2.000 habitantes en tres kilómetros a la redonda.
Todos los puertos del país, los aeropuertos de Narita y Haneda en Tokio y el tren bala Shinkansen quedaron fuera de servicio mientras el primer ministro Naoto Kan convocaba una reunión de emergencia para coordinar la respuesta. «Pido a todos los ciudadanos que mantengan la calma», aseguro el líder japonés. «Las fuerzas de Autodefensa ya están movilizadas en varios lugares. El Gobierno está haciendo todos los esfuerzos para minimizar el daño».
En Tokio el temblor inicial no provocó apenas reacción en una población acostumbrada a sufrir constantes temblores, en cuyos edificios de oficinas se llevan a cabo periódicos ensayos de evacuación y todo se construye para soportar los más severos seísmos. «Pero nunca había vivido nada parecido a esto. No terminaba nunca. Pensé que todo se vendría abajo», aseguraba Teiko Nishi, que se vio sorprendida por el seísmo cuando se encontraba en un banco del barrio de Shinjuku. Cuatro millones de hogares quedaron sin luz. El tradicional orden que impera en la capital se vio alterado con la suspensión del transporte público.
Las autoridades pidieron a los comercios de la ciudad que ofreciesen provisiones a los afectados. En algunas localidades se impuso la prohibición de utilizar electricidad.
Japón no es sólo el país mejor preparado del mundo para afrontar terremotos y tsunamis, también tiene los mejores planes de recuperación de desastres, según los expertos. En parte se debe a la experiencia.
Mi solidaridad con los habitantes de Japón, espero que pronto les vuelva la normalidad.
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