PEDRO SIMÓN / Zamora/El Mundo
El hogar era un zafarrancho de pañales, un aroma de natillas caseras, el enésimo chupete perdido de Tania y un miedo de peluche junto a la placa policial de aquel artificiero que se subía la niña a los hombros.
Ya ven qué cosas, mamá tenía la manía de ponerse delante de papá cuando llamaban a la puerta, para protegerle.
Ya ven qué cosas, Tania le estallaba besos al padre en la boca como el de la fotografía.
El padre era unas manos y la niña era sus ojos. Cuando aquellas manos de papel celo acudieron de madrugada a envolver un explosivo, sólo quedaron el humo, una viuda de 23 años y una huérfana de tres.
«Mi padre se llamaba Aniano, era Tedax en San Sebastián y sólo tenía 26 años cuando murió en 1983. Le llamaron el 27 de marzo para ir a hacer un servicio a las dos de la mañana a una tienda de bricolaje donde ETA había puesto una bomba. Fue. Era una bomba trampa, claro. Cortó un primer cable. Había otro cable. No lo dominó. Y voló por los aires».
Papá se esfumó. Hubo velatorio sin apenas restos mortales. Un féretro extraño en el Gobierno Civil. Y la pregunta de curiosa adolescente que le descerrajó Tania a la madre un día, porque no entendía del todo el sentido de aquello.
-Mamá, ¿y qué cuerpo velabais allí, si no hubo cuerpo?
«Todo esto te lo cuento porque sé que no me lo vas a preguntar... En el ático de un edificio cercano al lugar del atentado apareció un tiempo después un resto humano. Era el brazo de mi padre».
Al principio no hubo un solo cuerpo. Sino que fueron dos.
Llegaron juntos desde un pueblecito de Zamora (La Hiniesta), donde los jóvenes solían echarse mil pasodobles antes de hacerse novios. Chelo tenía 15 años y Aniano, 19. Cuatro años después, la verbena terminó en boda, con el policía bailando con explosivos en el País Vasco y con un vientre, el de ella, preñado de orgullo y primavera.
Dos veinteañeros. El pueblo atrás. El estigma del policía. Y ahora una niña.
Llevaba Aniano un casco obrero en el Seat, bien a la vista, para disimular su profesión. El día en que Chelo bajó a comprar con una falda amarilla y un jersey rojo y oyó aquello: «Hija, súbete a cambiar, que aquí en San Sebastián así vestida puedes tener algún problema», supieron que Tania nacería de espaldas.
«Yo apenas tengo recuerdos de entonces. No sé si recuerdo a mi padre o lo he reconstruido a través de relatos y fotos. No sé si mis recuerdos son reales o inventados por mí».
Sí que recuerda el peor día del año, porque siempre era el mismo: era cuando había que rellenar la ficha escolar al comienzo del curso, y allí había un espacio en blanco que era un pozo oscuro, con un brocal donde colgaba la palabra padre.
-Tú pon fallecido.
-¿Y no puedo dejarlo en blanco?
-No. Tú tienes padre.
-¿Y no puedo poner su nombre y sus apellidos?
-No. Porque ya no tienes padre.
Las manualidades del Día del Padre eran para mamá. También el corazón pintado del Día de los enamorados.
«Si un adulto se hace muchas preguntas, una niña, más. Yo preguntaba mucho por él. Me cuenta mi madre que me ponía en una esquina de casa y que me tiraba media mañana llorando sin saber por qué».
Hasta que un día recibió lo más parecido a una respuesta que puede esperar alguien que cuenta sus años con los dedos de una mano.
«Cuando mi padre se fue a hacer un curso de explosivos a EEUU y yo preguntaba por él, mi madre me señalaba un avión y me decía: '¿Lo ves? Pues ahí va papá'. Así que mamá se agarró a esa imagen cuando me contó lo de su muerte: 'Es como cuando el viaje aquel que hizo papá', me decía. 'Otra vez está en el cielo'».
Jamás volvió a preguntar. Hasta que su madre la sentó cerca con ocho años y le arrimó una pila de recortes de prensa. En el primer periódico que abrió estaba su historia.
«Empecé a llorar y no pude ver más. Ella me dijo: 'Aquí están todos los recortes. Cuando te veas fuerte, los puedes leer'... Ostras, pasó tiempo, sí, un par de años o más. Cuando no estaba mi madre, los iba viendo. Fue como un chute de realidad».
Tania ha crecido feliz. Mamá cumplió el objetivo. Cuando hace poco acudió a un acto de veteranos Tedax, un «tiarrón» le vino con lágrimas, le dijo «eres igual que tu padre» y le entregó un regalo. Dura cuatro minutos el vídeo. Tuvo un padre, sí. Ella está a hombros de él. Lo ha visto millones de veces.
«A mi padre lo recuerdo como a un héroe. Pero la heroína ha sido mi madre: una niña que se quedó viuda con otra niña a su cargo... No rehizo su vida. Sigue enamorada de él».
A pesar de la cerrazón de Chelo, a San Sebastián han regresado las dos con el faro de la sonrisa de Tania por delante. Como unas Thelma y Louise que huyeran y buscaran. «No quería ir, tiene muchos prejuicios con los vascos. Pero le regalé el viaje en su cumpleaños. Le dije que íbamos a retroceder de una manera distinta. No con dolor. Con emoción. Solas. Mereció la pena».
Aún hoy le pasa a Tania, y eso que tiene 30 años ya, la casa llena de facturas y una hipoteca de persona mayor.
Suena un avión y allí arriba se dibuja una vieja cicatriz de algodón que corta el cielo. La hija se protege del sol con la mano, se hace muy pequeña y sigue mirando arriba con la boca abierta, como si se le hubiera escapado aquel globo infantil.
Honor y gloria a mi compañero Aniano.
ResponderEliminarSiempre estaréis em mi corazón.