jueves, 17 de diciembre de 2009
BARRA BRAVA EN EL CONGRESO
BARRA BRAVA EN EL CONGRESO
Todo es Haidar
DAVID GISTAU
La comparecencia sobre la Presidencia europea fue tan conciliadora y tediosa que los diputados hablaban de sus cosas y se mudaban de un escaño a otro para coleguear mientras Zapatero prolongaba una réplica que sonaba tan opacada como La Bamba en un ascensor. Cuando el presidente dijo «voy terminando», lo que estalló fue un grito de alivio como el de los alumnos cuando por fin suena el timbre del recreo.
Algo más de nervio tuvo la sesión de control, que demostró que la vida política española orbita en la actualidad alrededor de una mujer que hace huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote como un delfín varado en una playa al que no sabemos cómo devolver al mar. El de Aminatu Haidar es un asunto que trasciende la mezquindad de las rutinas parlamentarias, y por ello inspira en los diputados discursos apasionados, de una hondura moral casi insólita. Por comparación, el enésimo encontronazo de Sáenz de Santamaría y Fernández de la Vega a cuenta de la fallida conferencia de presidentes y la «complicidad con el fracaso» buscada por Zapatero sonó casi desalmada, inoportuna, propia de otras jornadas más lastradas por la vulgaridad y carentes del vuelo trágico de una vida que se extingue agarrada al banderín de la convicción.
Enérgica como pocas veces, por ejemplo, estuvo Uxue Barkos. Cuando Zapatero intentó refugiarse en el pretexto de su bondad providencial, alegando muy manipulador que la presencia de Haidar en España se debe a que éste es un país de acogida que protege a los menesterosos, Barkos le destrozó el supuesto recordándole que el matiz solidario no explica que se haya aceptado a este lado de la frontera a una mujer que no pidió ser acogida, sino que estaba siendo expulsada de un modo que atropellaba sus derechos.
Si Llamazares volvió a reclamar la intervención del Rey más allá de su estatus ornamental, no sin cierta sorna al recordar las relaciones casi fraternales que se le suponen a Don Juan Carlos con el monarca alauí, el ministro Moratinos hubo de defender el prestigio de la proyección al mundo de España de las acusaciones de Gustavo de Arístegui, quien se amparó en toda una antología de «desvaríos y debilidades» para probar la pérdida de peso de la posición exterior española. La réplica de Moratinos fue casi entrañable: citó a Hillary Clinton, como si el Gobierno español que, en su primera legislatura, convirtió el antiamericanismo en un valor moral, ahora presentara certificados de buena conducta firmados por la secretaria de Estado americana.
Por último, Rubalcaba, cuyos enganchones con sus tres perseguidores del PP son ya un clásico del box parlamentario, tuvo que explicar por qué una ciudadana extranjera cruzó la frontera indocumentada sin dejar de decir por ello que la Policía siempre «cumple la ley». La situación de Rubalcaba era complicada, obligado a cumplir al mismo tiempo con la Policía y con el Gobierno después de que la vicepresidenta cargara la culpa en las Fuerzas de Seguridad, y no en la supuesta orden política. El ministro se empleó con su doblez habitual: no salvó la cara de la Policía, sino que le colocó el marrón, sin que por ello le costara blasonar en la frase siguiente sobre que él siempre defiende el honor policial.
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