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- 01 ABR 2012 | ROSA CUERVAS-MONS/La gaceta
- El legionario herido en Afganistán llevaba la protección del Sagrado Corazón de Jesús.
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En los primeros segundos del combate el caballero legionario Iván Castro, fusilero del tercer pelotón, recibe un disparo en el pecho. Poco después, enterado el jefe del pelotón, sargento José Moreno, de que uno de sus hombres está herido, realiza fuego de supresión y corre cuarenta metros bajo fuego enemigo a atender a su compañero legionario.
Firme sobre la ametralladora
Intentando transmitirle paz, le anima a mantener la calma y le asegura que verá nacer a su hija -que llegará pronto al mundo- en España. Castro, con temple, le pide que regrese a su puesto y que le deje permanecer en el suyo, en el combate. El jefe del pelotón consigue contener la hemorragia del herido y se queda junto a él.
La acción continuó y la orden que se publicó cinco días después, el pasado 12 de marzo, dio buena cuenta del excelente trabajo realizado por los legionarios: el jefe de la sección, teniente Ramón Prieto, dirigió el fuego de sus pelotones, coordinó la evacuación del herido y realizó el repliegue de forma ordenada y coordinada. El cabo primero José Manuel Gómez suprimió los orígenes del fuego enemigo y atendió a su binomio (observador) cuando quedó cegado por la tierra a consecuencia de un fogonazo. El cabo primero José Miguel Gómez realizó fuego contra dos objetivos y saltó de su posición, avanzando al descubierto, para ocupar una mejor posición de tiro con el mortero y el cabo Fernando Carrasco se mantuvo firme sobre su ametralladora, realizando fuego eficaz, informó a su pelotón del origen del fuego enemigo y sus disparos posibilitaron la evacuación y atención del herido.
Todos y cada uno de ellos siguieron el credo legionario que exige espíritu de compañerismo -“con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos”-, espíritu de sufrimiento -“no ha sido nada, solo un rocecillo en el cuello”, diría el legionario herido en conversación con su familia- y espíritu de unión y socorro -“a la voz de ‘¡A mí la legión!’, sea donde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pide auxilio”-.
Quizá su ejemplar comportamiento se debió solo, y nada menos, que al hecho de pertenecer a uno de los cuerpos del Ejército más afamados por su valor. Pero quizá tuvo algo que ver una ceremonia vivida meses antes, el 5 de enero, justo antes de partir hacia Afganistán.
Aquel día, en la base Álvarez de Sotomayor (Almería), los legionarios de la VIII Bandera ‘Colón’ recibieron de forma voluntaria y de manos del sacerdote de la unidad un ‘detente, bala’, regalo del Círculo de Amigos de las Fuerzas Armadas que colabora con la VIII Bandera ‘Colón’ en su empeño por rehabilitar esta antiquísima tradición de los soldados españoles.
“Os lo ofrezco”, explicó el sacerdote, “pero sois vosotros los que lo tenéis que aceptar si tenéis fe. El que no quiera está en su derecho y no por eso dejará de ser un buen legionario”. Solo dos, entre todos los legionarios que partían, prefirieron no recibir el detente.
Entre vosotros y Dios
Continuó el cura: “Seguro que os ayudará en los buenos y malos momentos, pero no lo cojáis como un amuleto; esto no es una pata de conejo, cogedlo como algo espiritual entre cada uno de vosotros y Dios”.
Con su detente volaron hasta Afganistán y con su detente al cuello combatía Iván Castro cuando recibió el disparo enemigo.
La bala, que le atravesó los pulmones y rozó el corazón y la aorta, solo pudo serle retirada días después del ataque; tanto los médicos que le atendieron inmediatamente como los que lo recibieron en el hospital Gómez Ulla, donde ingresó a su regreso a España, confirmaron la gravedad de la herida y las pocas probabilidades de supervivencia a un disparo de ese tipo, tal como explica a ALBA el presidente del Círculo de Amigos de las Fuerzas Armadas y poseedor de la Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco, Alfonso Rojas.
“Después de oír lo que los médicos dicen de su herida, cabe pensar que salió vivo de forma milagrosa, pero cada uno, en función de si tiene o no creencias, puede atribuirlo a diferentes motivos. Para los que creemos -¿por qué no?- podemos pensar en la protección del Sagrado Corazón de Jesús que llevaba encima”.
Mientras el legionario se recupera en el hospital -“cuando miembros del Círculo fueron a verle, le llevaron un ramo de flores rojas y amarillas y él, emocionado, dijo que quería volver a Afganistán con sus compañeros y que sentía mucho todo el revuelo causado”-, los representantes de la asociación aseguran que si la Legión mantiene la iniciativa del detente, ellos seguirán patrocinándola.
Eso sí, tendrán que encargar una nueva remesa porque, entre los entregados a los legionarios y los que familiares y amigos han pedido tras lo sucedido con Iván Castro, los detentes se han agotado. Todos quieren tener cerca al Sagrado Corazón.
¿De dónde viene?
Fue el 16 de junio de 1685; la religiosa del convento de la Visitación de Santa María, santa Margarita María de Alacoque, rezaba ante el Santísimo Sacramento cuando se le apareció Jesús y, señalándose el pecho, lamentó que ese corazón que había amado y amaba a los hombres de forma infinita recibiera tantas ingratitudes, irreverencias y sacrilegios. Después de un diálogo con el Señor, la religiosa aseguró a su superiora que “Él desea hacer unos escudos con la imagen de su Sagrado Corazón, a fin de que todos aquellos que quieran ofrecerle un homenaje lo coloquen en sus casas, y otros más pequeños para que las personas los lleven consigo”. Las religiosas comenzaron a llevar esas pequeñas imágenes del Sagrado Corazón. Más adelante, y después de que la santa salesa Ana Magdalena Rémuzat los recomendara como protección ante la epidemia de peste que asoló Marsella en 1720, comenzaron a llevarse como escudo protector ante el mal, el demonio, la tentación, el peligro, las penas... con la leyenda “Detente, el Sagrado Corazón de Jesús está conmigo. Venga a nosotros tu reino”.
Ya en 1870 el papa Pío IX aseguró, cuando le fue presentada la imagen, que era un pensamiento celestial que venía del cielo y dio su bendición a todos los detentes que se hicieran conforme al modelo original, sin necesidad de que fueran bendecidos por ningún otro sacerdote. “Además”, añadió, “quiero que el demonio no tenga poder alguno sobre los que lleven este Corazón”.
Con el paso del tiempo fueron muchos los soldados que prendieron sobre su pecho la imagen de Jesús y, después de muchas balas mortales que pasaron de largo, el detente de los militares pasó a conocerse como ‘detente, bala’.
Quien hoy lo lleve -con fe y con intención de agradar a Jesús y a su Sagrado Corazón- sobre el pecho, en bolsos o carteras -o bajo la almohada en caso de enfermos- lleva no solo una señal de fidelidad al Sagrado Corazón de Jesucristo, sino también un escudo protector contra los males del mundo.
En estos tiempos de falsa moral y de falsas creencias y mucha hipocresía, no es de extrañar, que en estados de máximo peligro, se agarre uno a lo que en el pecho lleva colgado. El sagrado corazón o la virgen milagrosa, o el cristo de mena, o cristo de la buena muerte, es lo que te anima e inspira a seguir adelante, aún a sabiendas de que puede ser mortal. Enhorabuena al colega legionario y que se recupere bien y pronto, y decirle, que a hecho honor a nuestro credo. ¡Viva España y viva La Legión!
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