Alerta Digital
Ismael Medina/Reproducción de sus mejores artículos en AD.- Extraje del periodo de corresponsalía en Roma una serie de vocablos muy italianos, expresivos y de amplio espectro conceptual que en español tendrían variedad de aplicaciones. Uno de ellos, “putiferio”, cuya resonancia nos lleva a identificarlo con los manejos internos de una casa de putas. Y no voy descaminada, pues a tenor del diccionario puede traducirse por batahola, batiborrillo, ruido tumultuoso, riña, pelea o alharaca.
Creo que las precedentes anotaciones avalan que me valga de “putiferio” para asignarlo a lo que sucede en España. Y en particular, a la ejecutoria de Rodríguez, su gobierno (¿) y su amplísima red de sucursales y legión de mamandurrias. Podría aplicarse también al conjunto partitocrático de un sistema encorsetado y con una armadura desvencijada que cruje por todas sus costuras, constitucionales o no.
El soporte del actual putiferio español fraguó en el periodo que media entre la Ley de Reforma Política y el sometimiento a referendo de la Constitución de 1937. Pero los componentes del amasijo, a los que me he referido en más de una ocasión, venían de antes y en buena parte desde fuera. No creo que sea necesario insistir en su recordatorio para quienes siguen mis crónicas en Vistazo a la Prensa con paciencia y fidelidad, para mí impagables. O para los supervivientes, cada vez menos, de los lectores de “El Alcázar” hasta su estrangulamiento. La reiteración excede de los límites de una crónica, más allá del abuso de extensión a que soy proclive. Me limitaré a unas anotaciones sobre los orígenes del putiferio y su desaforado agravamiento actual.
LOS MITOS DE IZQUIERDA Y DERECHA Y LA SOCIALIZACIÓN DEL CAPITAL
DOS libros del filósofo Gustavo Buenao (“El mito de la izquierda” y “El mito de la derecha”) explican con hondura y claridad el putiferio ideológico en que han desembocado liberalismo y socialismo. ”También los partidos de derecha –escribe Bueno- , incluso los partidos defensores del capitalismo más exacerbado, son necesaramente socialistas. Una sociedad anónima es el prototipo de la socialización del capital”. Una aparente paradoja que ambos libros desbrozan metódicamente.
La anterior señalización de Gustavo Bueno induce a proyectarla sobre un análisis comparativo entRe el proceso histórico de las sociedades anónimas y el de la democracia. La misma denominación de sociedades anónimas indica que en su composición de detentadores del capital prevalece la opacidad, aunque con el discurrir del tiempo procurasen los Estados su conocimiento indirecto por medio de mecanismos fiscales u otros artificios de control. Pero sin afectar a su naturaleza originaria.
El primer y remoto eslabón de la socialización del capital fueron las letras de cambio. Aunque su origen se suele situar en la Italia medieval, también operaban en China y el mundo musulmán con sus obvias peculiaridades. Surgieron como instrumento defensivo de los grandes riegos que entrañaba el trasporte físico del dinero de unos a otros territorios. El mecanismo es de sobra conocido. Pero acaso convenga recordar como funcionaba: el poseedor del dinero lo entregaba a su banquero de confianza, éste le extendía el documento correspondiente con el que podía retirarlo de otro banquero en el lugar de destino o dejarlo en depósito para percibir intereses. Fue la causa de que a dichos bancos se les diera el nombre de casas de cambio, las cuales percibían comisiones nada desdeñables, propendían a acuerdos y fusiones entre sí, a acciones mancomunadas de inversión y a operar para todo ello con los recursos que les proporcionaban sus clientes. Los antecedentes de los llamados hoy paraísos fiscales tiene su antecedente histórico en aquellas lejanas prácticas
Quienes dominaban ese mercado de capitales eran los banqueros que prestaban dinero a monarcas y otros titulares del poder político para financiar su abultadas necesidades , especialmente la derivadas de su constante guerrear, a cambio de sustanciosos privilegios, como, por ejemplo, la recaudación de impuestos. Banqueros que crearon una consisten red en toda Europa. Y no peco de xenofobia, racismo o antisemitismo, si digo, según documenta la historia, que eran judíos en su gran mayoría. Así surgieron poderosas familias financieras que con los mismos apellidos, o adaptados a los países en que se establecían, han persistido hasta hoy y controlan lo que se ha dado en llamar economía global.
Aún sin entrar en mayores precisiones, cabe recordar que la aparición de las sociedades de accionistas respondió a tres necesidades sobre todo: la agrupación de comerciantes para hacer frente a los costos y riegos de sus negocios ultramarinos; la asociación de inversionista, en general banqueros, que adquirían partes o la totalidad de una o varias empresas y admitían formar parte de ellas como accionistas a personas físicas; y confabulación de intereses entre los grupos de poder financiero y comercial con los Estados, incluso para actividades de piratería, como el establecido entre Isabel I de Inglaterra y el pirata Drake. Formas de socialización del capitalismo todas ellas que se han perfeccionado al extremo hasta el día de hoy y a las que se someten la izquierda y la derecha en el plano político.
LA RESERVA FEDERAL Y LA CONFABULACIÓN ENTRE PODER POLÍTICO Y PODER FINANCIERO
LA reforma de la Reserva Federal anunciada por Obama para otorgarle aún más poder ha sido recibida con alborozo por la presunta izquierda europea. Y con superior énfasis por Rodríguez y sus entornos partidistas. Pero conviene aclarar la verdadera naturaleza de la FeD.
Acerca de la pregonada independencia de la Reserva Federal, creada en 1913, escribió Thomas J. DiLorenzo que “es tan factible como un gato que ladra”. Su estructura la encabeza la Junta de Gobernadores, cuyos siete miembros los designa el presidente y confirma el Senado, y su gobernador por un mandato de catorce años. Otro segundo órgano es el Comité Federal del Mercado Abierto que integran los siete miembros de la Junta de Gobernadores y cinco representantes de los Bancos de la Reserva Federal, que son doce de índole regional en los que se encuadran varios Estados. Los Bancos de la Reserva Federal responden a parecida estructura. Pero en ellos se integran los bancos privados que actúan en cada espacio territorial. El estudio de esos bancos privados permite comprobar su vinculación con los grandes y tradicionales grupos financieros cuyo núcleo duro, por usar un tópico hoy muy en boga, diseña la estrategia del Nuevo Orden Internacional en lo económico, en lo político, en lo militar y en lo ideológico a través de sus múltiples tentáculos. Y no sólo de los Estados Unidos.
Se ha escrito con razón que el verdadero gobierno del imperio no está en Washington, sino en Nueva York. Aseveran los críticos del FED tras analizar sus actuaciones bajo los diversos presidentes norteamericanos desde 1913 que su política monetaria se ha plegado a los dictados de la Casa Blanca. Pero también que sus principales beneficiarios fueron siempre lo poderosos grupos financieros de dimensión mundial.
No difiere la estructura de las sociedades anónimas de la piramidal de la Reserva Federal: un presidente, un consejo de administración, un comité ejecutivo y un accionariado dual, compuesto por los pocos que con un porcentaje reducido del capital controlan los órganos de gobierno y por una multitud de inversores a los que se llama a las Juntas Generales, se les reparten dividendos y regalos, escuchan pacientemente la lectura de una memoria hábilmente manipulada y la aprueban por dócil mayoría.
Es pareja con la descrita estructura lo que se ha dado en llamar democracia moderna, a la que cuadra mejor denominarla de totalitarismo partitocrático: una dirección de los partidos que si acaso se renueva interiormente; un Ejecutivo que pone en práctica la presunta ideología de aquél y se vale de prisioneras instituciones intermedias para respaldar sus intereses; un legislativo amaestrado; y una masa amorfa y sugestionable que vota y se comporta generalmente como si las elecciones fueran la junta general de una sociedad anónima. Y detrás de la cortina, un permanente intercambio de favores entre el los partidos, especialmente acusado con el que detenta el poder, y los grupos financieros más influyentes.
La diferencia del sistema de socialización capitalista a que responden izquierda y derecha apenas si radica en la eficacia de la gestión encaminada al bien común, la contención o incontinencia en el ámbito de la corrupción, el dominio de los poderes mediáticos que narcotizan a la opinión pública, los compromisos contraídos para acceder o permanecer en el gobierno y el grado de dependencia de los centros mundialistas de poder. Todo ello entraña putiferio en mayor o menor medida.
UNA CONSTITUCIÓN QUE FAVORECE EL PUTIFERIO
SIN entrar en las alcantarillas del transaccionismo democratizador, de sobra comentado en mis crónicas, parece innegable que su pieza clave fue la Constitución de 1978, resultado de un trapicheo entre los escogidos para su cocción, más propio de tahúres políticos que del sentido del Estado y conocimiento de la Historia que debería prevalecer en los encargados de tan alta misión. SE puede decir metafóricamente que el resultado fue una agujerada olla a presión con los orificios taponados con cera y puesta al fuego de la disputa partidista sobre unas trébedes de estaño con las patas quebradas.
La infiltración partitocrática en las instituciones básicas del Estado de Derecho, un sistema electoral que cosifica el oligopolio partitocrático, el perverso invento del Estado de la Autonomías, la puerta abierta al arbitrismo y la ficción de una forzada alternancia en el poder a imitación impuesta del modelo norteamericano crearon los supuestos indispensables para las expectativas democráticas degeneraran en putiferio, cuyo grado de intensidad dependería de la catadura del personaje que estuviera al frente del partido en el poder.
La alternancia en el gobierno entre el mito de la izquierda y el mito de la derecha, desfondados por Gustavo Bueno en sus dos libros, garantizaba, además, un sórdido juego del supercapitalismo socializado que ya venía de lejos y que de una manera simplista, pero certera, suele explicarse así: la función de la izquierda es destruir; y de la derecha, reconstruir hasta un cierto límite. Pueden servir de ejemplo en España los periodos de gobierno de Felipe González y de Aznar. Mecanismo reconocible asimismo en otros países con vitola democrática, los Estados Unidos a la cabeza. ¿O es casualidad que Obama, cuya aureola progresista de corte kenneyano se debilita día tras día, se haya rodeado de clintonianos a cuya gestión atribuyen sesudos economistas el origen de la actual depresión económica?
Una vez cumplida por Aznar la misión de sanear la economía destrozada por González y ante la perspectiva de que el PP renovara en las urnas su mayoría, convenía a ciertos poderes exteriores provocar la alternancia por medios expeditivos. Ya quedan pocas dudas, si es que cabe alguna, de que ese, y no otro, era el objetivo de la matanza de los trenes de Atocha en vísperas electorales, cuyos verdaderos inductores permanecerán escondidos hasta que se haga necesario forzar de nuevo la alternancia para que la derecha cumpla el papel asignado.
RODRÍGUEZ FUE PROMOCIONADA PARA CUMPLIR LOS DICTADOS MUNDIALISTAS
¿Y por qué y cómo fue previsoramente promocionado a la secretaría general del mito socialista un sujeto casi desconocido, calientaescaño, ayuno de una consistente experiencia política y presuntamente manejable? Se han dado numerosas explicaciones a su promoción en el seno del P(SOE). Es cierto que a determinados caciques del partido interesaba desfondar las candidaturas de Borrell, Almunia y Bono. Pero los seis votos que decidieron la elección de Rodríguez atufaban a disciplina de secta. Era el elegido por quienes manejan los hilos de este teatro de títeres en que hace largo tiempo desembocó la democracia.
Es ocioso insistir en la ignorancia y mediocridad intrínsecas de Rodríguez o sus rasgos psicopáticos cada vez más acentuados: megalomanía, arbitrariedad, apriorismo, improvisación, autismo político y superficial dogmatismo izquierdista. Pero en su ejecutoria cabe distinguir entre unas constantes de seguidismo de la estrategia mundialista que le vino impuesta y las formas muy peculiares y extremosas formas de llevarlas adelante.
Me refiero a los vectores principales de esta estrategia: descomposición de la unidad de España y de las Fuerzas Armadas, su garante constitucional; desfondamiento y surbordinación totalitaria de las instituciones básicas del Estado; hundimiento moral de la sociedad hasta convertirla en rebaños compartimentados de borregos; lucha perversa e insidiosa contra la Iglesia católica, sostenedora de los valores morales que se persigue erradicar; aherrojamiento de la libertad de expresión; política exterior subordinada y mendicante; dependencia económica, no sólo energética; alimentación de odios retrospectivos y de enfrentamientos territoriales que alientan un inquietante guerracivilismo; y, en suma, hacer de España un pelele sumido en satánica indefensión.
Las formas son las consustanciales a la personalidad enferma de Rodríguez que, de no ser presidente del gobierno, le habrían convertido en cliente asiduo de un psiquiatra. Cual cortesana veleidosa, Rodríguez se entrega a quienes coyunturalmente le convienen para apalancarse en el poder y los traiciona si otros favores le apremian. Alguien ha escrito, creo recordar que el ambivalente columnista Ignacio Camacho, que la política de Rodríguez y la composición de sus gobiernos son de escaparate. Más bien lo serían de mercadillo callejero o de los antiguos trajinantes de asnos y mulas. Lo más perturbador no reside, sin embargo, en que les gana en el truco y la mentira, sino que, a diferencia de ellos, cree que sus mentiras son verdades absolutas.
Valen como ejemplo de sus mentiras las declaraciones a la Cuatro de televisión para justificar su decisión de cerrar la central nuclear de Garoña: eran falsas las cinco referencias internacionales invocadas para respaldar su aberrante obsesión: la nuclear de Garoña figura entre las 35 más seguras del mundo; en Estados Unidos hay una cuya vida, equivalente a la de Garoña, fue prorrogada hasta los 60 años y otras ocho de entre 38 y 39 años se benefician de la misma continuidad; según Rodríguez sólo existen seis centrales fuera de España que tienen “un escenario de prórroga para sobrepasar la edad de 40 años”, cuando son 58 entre Estados Unidos y Europa; también sostuvo que en el mundo sólo hay una central nuclear en construcción y son 50, una de ellas en la vecina Francia que se añadirá a su ya consistente parque nuclear del que nos abastecemos.
Sólo caben dos explicaciones a tamaña insensatez, extensible a otros ámbitos de decisión gubernamental: que es un ignorante compulsivo y de nada le sirve el ejército de asesores que le rodea; o que es a un mismo tiempo prisionero de quienes en Francia coadyuvaron para su acceso al poder y de los beneficios que a algunos puedan reportar, al margen del Estado, las importaciones de petróleo y de gas natural.
Todo lo anterior conduce a la conclusión de que con Rodríguez y sus mesnadas se ha convertido España en un descomunal e insostenible putiferio.
Putiferio, je je, nunca mejor dicho, y yo agregaría, sin ventanas a la calle...
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