08:22 (28-05-2011) | La Gaceta
La mejor política será la que nos haga más libres y la mejor economía, la que nos haga más prósperos.
José Javier Esparza
El fenómeno 15-M puede resumirse así: una generación adoctrinada por la izquierda se manifiesta bajo un Gobierno de izquierda para exigir que se apliquen ideas de izquierda. ¿Y por qué ese Gobierno no las ha aplicado antes? Lo ha hecho y el resultado ha sido una calamidad. Círculo vicioso: la política de izquierda genera empobrecimiento, el empobrecimiento crea frustración y la frustración conduce a exigir medidas que en definitiva sólo producen más pobreza. Callejón sin salida.
Triunfo ideológico, fracaso político. Ese es el drama. Porque no hay duda de que la movilización de Sol es un triunfo ideológico de la izquierda: a partir de un movimiento heterogéneo y plural nacido de las redes sociales, han sido los grupos de inspiración neocomunista y libertaria quienes han llevado el agua a su molino. Pero al mismo tiempo esta movilización ha demostrado que las fuentes de la izquierda se han quedado secas: salvo alguna propuesta concreta sobre la ley electoral, el resto de la “tabla reivindicativa” de Sol es simplemente inaplicable, cuando no contradictoria, y nos remite a políticas que han fracasado en todas partes. El movimiento ha sido inequívocamente de izquierdas, sí, pero ahí reside precisamente su condena: no aporta esperanza alguna.
No es un azar que esta movilización venga después del éxito del panfletillo Indignaos de Stephane Hessel. Ese librito es el perfecto resumen de la gran crisis de la izquierda: nuestros ideales han tomado el poder, pero el poder no ha sabido aplicarlos, nos ha traicionado, luego hay que revolverse contra el poder en nombre de nuestros ideales. El argumento recuerda al clásico efugio comunista: “La idea era buena, pero Moscú la traicionó”. O sea que estamos ante unas ideas que sólo valen como ideas, porque en cuanto entran en contacto con la materia se vuelven gulag. ¿No es una confesión de impotencia?
Esto no quiere decir que el movimiento haya sido irrelevante. Al revés, es clara manifestación de que aquí hay cosas que no funcionan y es urgente cambiar. Las revueltas de este género siempre delatan un malestar. Inmediatamente después se disuelven y, en ese sentido, actúan como espitas que liberan el vapor acumulado, pero son síntomas de un mal de fondo, de una frustración de expectativas: nos han prometido algo que ahora nos hurtan. ¿Qué nos han prometido? Democracia, bienestar, ética, igualdad, etc. En vez de eso, tenemos partitocracia, paro, corrupción y desigualdades injustificables, entre otras cosas. Curiosamente, la palabra “libertad” no aparece en las reivindicaciones.
En el fondo, el poder necesita este tipo de revueltas, este género de espitas sociales, para mantener la ilusión de la participación y la democracia en un sistema donde el verdadero poder reside en otra parte. Esto también forma parte de la tragedia de la izquierda. Hay demasiada gente entrada en años que ve en cada erupción callejera la revolución que su generación no pudo hacer. Miran a los revoltosos, sonríen, aplauden, después se acarician la barriga, se palpan las arrugas y piden otro whisky musitando para sí: “En el fondo teníamos razón”. Pero en el minuto siguiente, el mundo continuará igual. Como los ideales básicos de la izquierda beben en una idea artificial de la realidad, su aplicación siempre es frustrante. Un pensamiento libre debería sacar de ahí las oportunas conclusiones: si no podemos moldear la realidad a nuestro gusto, a lo mejor es que estamos equivocados. Pero este es el tipo de reflexión que la izquierda ya no es capaz de hacer. Por eso sólo puede gestionar la sociedad a golpes, para que entre en el molde.
Hay que empezar a pensar en términos nuevos. Los manifiestos del 15-M nos remiten al viejo papel del Estado protector: añoranza del padre (o de la madre) ante lo que se percibe como dominio omnipotente del mercado. Pero el Estado ya no es una garantía de seguridad, porque ya no es enteramente propietario de sus recursos (¿quién acuña nuestra moneda, quién decide dónde van nuestros soldados?) y porque no hay economía que sostenga semejante monstruo. Ahora bien, si el Estado ya no es una garantía de seguridad, tampoco puede decirse que el mercado sea una garantía de libertad, porque carecemos de control sobre él. Y esto, evidentemente, no es una percepción subjetiva de los chicos de Sol.
Quizás haya que remitirse a realidades mucho más elementales y primarias. Hay personas, hay familias, hay comunidades. La dignidad y la libertad de las personas son principios irrenunciables no sólo de nuestra democracia, sino de nuestra entera civilización. La mejor política será la que nos haga más libres y la mejor economía será la que nos haga más prósperos, lo cual debe incluir a los desfavorecidos. Reformar la ley electoral para que el voto sea más democrático y mantener la cobertura social son buenos propósitos, pero con eso no basta. Nuestro sistema está lejos de alcanzar tales objetivos, pero en los manifiestos de la Puerta del Sol tampoco hay soluciones viables. O sea que tenemos ante nosotros todo un mundo por conquistar. ¿No es una aventura extraordinaria?
*José Javier Esparza es co-director del Telediario de Intereconomía y autor de ‘Juicio a Franco’.
El fenómeno 15-M puede resumirse así: una generación adoctrinada por la izquierda se manifiesta bajo un Gobierno de izquierda para exigir que se apliquen ideas de izquierda.
ResponderEliminarYa hemos visto los resultados, a subido izquierda unida, por tanto, para algo les a servido.En este pais, todo vale antes de las elecciones, si se cumple el objetivo, como asi ha sido