domingo, 12 de diciembre de 2010

El turbio Menéndez y sus secretos sobre los GAL




08:59 (12-12-2010)La Gaceta

Comenzó pretendiendo esclarecer los crímenes de Estado y al final fue cómplice de la conspiración de la guerra sucia u En aquella época era frecuente verlo en ETB o escucharlo en la SER arreando duras acusaciones contra miembros de la cúpula del Ministerio del Interior. Es comprensible que las andaduras amorosas del abogado y sus ataques a personajes de la farándula son mucho más comerciales de cara a la audiencia

El letrado José Emilio Rodríguez Menéndez lleva un par de semanas convertido en estrella televisiva. Felicito a los compañeros de Telecinco por la exclusiva pero, en las más de 50 horas que le han dedicado, han quedado algunos asuntos sin tratar y muchas preguntas sin responder. Principalmente, en el apartado de la guerra sucia contra ETA.

Comprendo que las andaduras amorosas del nuevo Pimpinela Escarlata Menéndez y sus ataques a personajes de la farándula son mucho más comerciales de cara a la audiencia –es totalmente lícito–, pero el letrado tiene pendiente aclarar algunas de sus actuaciones en procesos judiciales sobre los GAL. Por una razón: comenzó su andadura profesional –cuando aún no había registrado su título de abogado– pretendiendo esclarecer la verdad sobre el crimen de Estado y en su recta final –antes de pisar la cárcel– fue cómplice de la confusión, la conspiración y el encubrimiento de la guerra sucia.

Menéndez fue un abogado precoz –con título o sin título–. En sus inicios se enfrentó a dos grandes morlacos: la Mafia Policial y el sumario 114/82, un asunto de corrupción en los tribunales. Y de ahí pasó a defender a dos miembros de los GAL, implicados en el asesinato en Bilbao, en noviembre de 1984, del senador de Herri Batasuna, Santiago Brouard. El único asesinato de los 27 de los GAL cometido en territorio español. El Turbio, como algunos comenzaron a llamar pronto a Menéndez, defendió a Juan José Rodríguez Díaz El Francés, el traficante que proporcionó las armas, y a Miguel Ángel Ocaña, condenado a 33 años por el asesinato del pediatra vasco. También llevó la defensa de Daniel Fernández Aceña, que asesinó en Hendaya, en 1984, a un ferroviario francés a quien confundió con un etarra.

A mediados de los ochenta, Menéndez, entre las defensas de quinquis de raza gitana y traficantes turcos de la heroína, dedicó parte de su tiempo a esclarecer la verdad de la guerra sucia contra ETA. Entonces era frecuente verlo en televisiones como ETB o escucharlo en emisoras como la SER arriando duras acusaciones contra miembros de la cúpula del Ministerio del Interior. Su despacho en la calle Orense era un avispero de intrigas con periodistas fotocopiando sumarios y policías solicitando la colaboración del letrado. Eran los años de casos tan sonoros como: Nani, Dioni, Dulce Neus, Roldán, Ibercorp, Filesa.

Pero el sucio y tramposo abogado se cayó del caballo y se pasó de la quinquillería al glamour y a un estatus sociopolítico que lo superaba. Pretendió cambiar la fullería por la política de salón y la zafiedad por la finura. Quien se había caracterizado por rodearse de lo más granado de las cloacas del Estado, buscó un cambio de imagen: mudar el cieno por la moqueta. Se acercó al catedrático y penalista Manuel Cobo del Rosal, se presentó a las elecciones del Colegio de Abogados de Madrid, se dejó ver con famosas en la noche madrileña, quiso emular a Polanco –como a él le gustaba jactarse– y compró el diario YA, editó la revista Dígame y convirtió su residencia-zoológico de Las Rozas en un hervidero de conspiraciones políticas. A partir de esa transmutación, el Rodríguez Menéndez, tosco y grosero, firmó su sentencia de muerte.

Para congraciarse con sus nuevos interlocutores, que llegaron hasta él principalmente por la intermediación de los abogados Cobo del Rosal y Jorge Argote, Menéndez se involucró en una espiral de intrigas. Convenció a un juez de Bilbao para que reabriera el caso Brouard para así consumar la venganza contra Julián Sancristóbal y José Amedo de sus jefes en Interior. Rafael Vera y José Barrionuevo no les perdonaban que fueran condenados en el Tribunal Supremo en parte por sus declaraciones ante Garzón.

Las mentiras, invectivas y manipulación de documentos y testigos por parte de Menéndez llevaron a Amedo y Sancristóbal nuevamente a la cárcel. Todas las pruebas estaban contaminadas y, por tanto, también todo el proceso por aquello de la teoría del fruto emponzoñado. El nuevo sumario Brouard fue un escándalo y supuso una página en negro para los tribunales españoles, gracias a la temeridad y el embuste de Menéndez.

Pero ahí no acabaron las falacias y las tropelías del abogado. Poco después, se subió al carro del complot contra Pedro J. Ramírez, que ya habían orquestado ex altos cargos de Interior con la colaboración de los servicios secretos y algunos periodistas. Lo sorprendente era que, hasta ese momento, Menéndez había reconocido públicamente que admiraba al director de El Mundo. Incluso, meses antes había puesto en manos del diario de la calle Pradillo una información confidencial, incluyendo el testimonio del constructor, sobre la edificación de un chalé de lujo, supuestamente contratado por el ex ministro José Luis Corcuera. Menéndez, desoyendo la orden de un juzgado, publicó en el YA fotogramas de un vídeo de contenido sexual. Por todo ello fue condenado a dos años de cárcel.

Con Rodríguez Menéndez ha pasado algo muy parecido a lo sucedido al personaje del libro de John Le Carré ¿El traidor del siglo?, uno de los pocos ensayos del maestro británico del espionaje. El brigadier del Ejército suizo Jean Louis Jeanmaire fue condenado en 1977 por un tribunal militar a 18 años de cárcel por espiar para los rusos, sin embargo, Le Carré demuestra en su libro que el militar era un tipo mediocre y sin acceso a documentos confidenciales de valor. En realidad, la obra concluye que fueron los togados militares, los periodistas sensacionalistas y el Gobierno suizo quienes convirtieron a Jeanmaire en un peligroso espía y en el traidor del siglo. Un proceso virtual con un protagonista principal de poco peso.

La estela de Menéndez discurre por el mismo sendero: su temible caja fuerte siempre estuvo vacía y sus pruebas contra personajes públicos fueron puras invenciones. Eso sí, el letrado español era un maestro en la manipulación y la simulación de conocimientos de alto voltaje. Controlaba con mesura los ritmos del chantaje y daba a entender que sabía más de lo que atesoraba. Todo un maestro de la prestidigitación y el funambulismo, dotes que le sirvieron para atemorizar durante años a jueces, periodistas y políticos. Conozco a jueces de la Audiencia Nacional y de varias audiencias provinciales de España que sudaban con tan sólo escuchar su nombre. También a políticos y periodistas.

El abogado madrileño es el segundo caso de un prófugo de la Justicia española que provoca poco asco al poder político. Como sucede con Francisco Paesa, otro colaborador de los GAL, ¡cuanto más lejos, mejor! Ambos, Paesa y Menéndez, son peligrosos testigos de las oscuridades del crimen de Estado.

Es sorprendente que un personaje como el espía Paesa haya podido renovarse el pasaporte español en el Consulado de París sin que antes se haya visto obligado a sentarse en el banquillo de los acusados por sus cuantiosas tropelías. A algunos altos cargos del Gobierno y del PSOE, como sucede con Rodríguez Menéndez, les provoca espanto cada vez que escuchan el nombre de Francisco Paesa.

Menéndez ha dado muestras suficientes para certificar su condición de embustero patológico pero, si uno se esfuerza en separar con destreza el grano de la paja, se puede llegar a algunas verdades ocultas de la guerra sucia. La duda radica en si el letrado estaría ahora dispuesto a desbrozar con detalles las reuniones que mantuvo en su residencia-zoológico con los ex altos cargos del Ministerio del Interior y qué le contaron éstos sobre las acciones de los GAL. Con las respuestas a tres o cuatro preguntas me conformaría: ¿quién le pidió que organizara la ceremonia de la confusión en Bilbao? ¿Quiénes planearon en su chalé de Las Rozas el complot contra el director de El Mundo? ¿Quiénes fueron los verdaderos inductores del asesinato de Brouard? ¿Qué miembros del último Gobierno de Felipe González participaron en el encubrimiento de los GAL? Ahora bien, si a todas esas preguntas las responde enchufado a un detector de mentiras, mejor.

1 comentario:

  1. Pues nada, otro mentiroso compulsivo como maquiavelo, pero este de vez en cuando dice algo que es verdad.

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