CARMEN REMÍREZ DE GANUZA / Madrid
José Luis Rodríguez Zapatero ofició ayer su salida de la depresión política en la que le habían sumido sus obligados recortes en las cuentas del Estado y en la política social del Ejecutivo, acometidos en medio de la máxima precariedad parlamentaria.
El jefe del Ejecutivo se reinventó a sí mismo y se presentó en rueda de prensa en La Moncloa, al cabo del último Consejo de Ministros previo a las vacaciones, como el líder suprarreformista de la política española, el adalid de unos cambios legislativos -la reforma laboral, la del sistema financiero y otros aún por venir, como la de las pensiones- que «poco a poco, han ido poniendo las cosas en su sitio», con respecto a la «recuperación» y la «credibilidad» de la economía española.
Pese a reconocer «seis meses difíciles» de «preocupación», y aunque pidió «cautela obligada» ante «una crisis económica tan compleja», el jefe del Ejecutivo presumió de haber liderado una «intensa acción de Gobierno», y de haber «luchado contra la inestabilidad de los mercados» y «por la solvencia del Reino de España», al punto de conseguir que «la credibilidad de la economía española sea hoy mejor que a principios de año».
Ni elecciones anticipadas, ni prórroga presupuestaria, ni cambio de Gobierno «pendiente» o, mucho menos, de Vicepresidencia económica: en el horizonte político de Zapatero a corto y medio plazo, tal como él mismo lo dibujó, sólo hay una negociación presupuestaria en ciernes con los partidos nacionalistas, a los que prometió «reconocer la tarea de apoyo a las reformas» en la Cámara; y nuevas «reformas decisivas»; más aún, «el proceso de reformas más ambicioso» de la reciente Historia, que, según subrayó, «darán resultado».
El mismo hombre que el año pasado las negaba al presidente del Banco Central Europeo Jean Claude Trichet por no figurar en su programa electoral, ayer alardeó de las recientes reformas laboral y financiera, y hasta adelantó con convicción la próxima reforma de las pensiones y de la edad de jubilación; amén de unos «cambios profundos en las políticas de empleo».
Lo mismo hizo al prometer, antes aún que las reformas, y como eje prioritario de Gobierno, una auténtica política de «austeridad». Como si naciera ayer mismo, como si nunca se le hubiera escuchado a la oposición pedir en vano y de manera reiterada ambas cosas, Zapatero prometió unos Presupuestos para 2012 «necesariamente restrictivos», para «ratificar» su «pleno compromiso con la solvencia de las finanzas públicas» y con el compromiso de reducción del déficit, en un 6% en 2010, y en un 3% en 2015.
«Sólo hace falta cumplir, cumplir y cumplir», fue ayer el eslogan político de un Zapatero revestido con el regeneracionismo de Adolfo Suárez: «Puedo prometer y prometo». Así, el nuevo líder reformista argumentó que «la economía española tiene fuerza para crecer, pero el esfuerzo debe ir acompañado de la tenacidad en la aplicación de las reformas». Consciente de encontrarse en un momento en que «se va a escrutar el cumplimiento de las reformas», aseguró que «en lo que depende del Gobierno, vamos a perseverar en la austeridad, en más reformas y en nuestro compromiso con la cohesión social».
He ahí, relegado al tercer puesto, el que fuera primer eje de la política de Zapatero antes de verse obligado a rectificar. Lo curioso es que, en este capítulo, lo único que prometió fue desarrollar una de las resoluciones aprobadas por el Congreso tras el reciente Debate sobre el estado de la Nación -por cierto, a propuesta del PP-, para prolongar la ayuda de 426 euros a los parados de larga duración y sin ingresos, que fue abolida con el decretazo de recortes. La medida será acordada en el Consejo de Ministros del próximo 20 de agosto, pero entrará en vigor cuatro días antes, el 16.
Capítulo aparte, en el alarde de elasticidad política de Zapatero fue su defensa de la reforma laboral. El día en que acababa de lograr que el Congreso convalidara el abaratamiento del despido mediante su flexibilización por causas económicas, el jefe del Ejecutivo socialista proclamó que «la reforma laboral es para evitar despidos».
Su principal argumento fue que «la reforma es un todo» y que, junto a las nuevas condiciones de despido, incluye medidas previas que podrán evitarlo, como la flexibilización de la jornada laboral, o el «desenganche» de los convenios, que posibiliten posibles bajadas de sueldos. «Mejor que 20 trabajadores se bajen el sueldo a que se vean despedidos», ejemplificó.
Pero además, tras detenerse a leer la textualidad de la reforma, Zapatero argumentó que la primera condición para el llamado despido objetivo es «que la empresa no sea viable», y la segunda, «que se acredite ante un juez». «Si abrimos la posibilidad de más causas objetivadas, que den más seguridad jurídica, favorecemos la contratación», llegó a afirmar.
Sin duda, éste fue el asunto que más parecía preocuparle, en tanto que fue al que más tiempo dedicó.
¿'PROCESO DE PAZ'?
«Sólo los que se separen de la violencia estarán en las instituciones».
El segundo de los asuntos, en orden de interés, fue el relativo a la política antiterrorista y las recientes y polémicas excarcelaciones y acercamientos de presos a las cárceles del País Vasco. Claro que no fue por su gusto. Zapatero hubo de contestar hasta tres veces a las preguntas de los periodistas, y lo hizo con sumo cuidado.
Primero, para negar solemnemente un cambio de política penitenciaria: «Es la misma que se ha aplicado en democracia por todos los gobiernos, tendentes a acabar con ETA»; pero también, según añadió, «para debilitarla». Segundo, para arremeter contra el PP por, precisamente, alertar de un posible cambio de política y «volver a abrir el debate político» en torno a ETA.
Pero, en tercer lugar, Zapatero se esmeró en dejar abiertas algunas puertas al mundo abertzale, hasta el punto de sembrar nuevas dudas sobre una eventual vuelta a la anterior política. Y es que, tras defender el proceso de paz de la anterior legislatura como un «instrumento» que «aceleró el final de la violencia, debilitó a la banda y le restó apoyos», eludió por dos veces contestar si estaría dispuesto a reanudarlo. También eludió la pregunta de si Batasuna y ETA son lo mismo.
Por el contrario, tras asegurar que «ETA sólo tiene un destino, dejar las armas, y que no espere nada a cambio», hizo una magnánima invitación de cara a las próximas elecciones municipales y forales, en la que no exigía condena explícita de la banda: «Aquéllos que no se separen de lo que significa la violencia», dijo, «no tendrán ninguna representación político institucional, bajo ningún concepto». Eso sí, se refirió a la reciente reforma de la Ley Electoral y apuntó que si, a pesar de ello, alguno de estos partidos cuelan en las instituciones, «será expulsado».
TOROS Y POLÍTICA
«El Gobierno será respetuoso con las competencias de las comunidades autónomas».
En un semestre político marcado por el Estatut, la sentencia del Tribunal Constitucional y la creciente tensión entre la Generalitat, los partidos nacionalistas y el Gobierno de España, la cuestión catalana apenas se coló en el balance por el callejón de los toros. El presidente del Gobierno admitió que «habríamos preferido que no hubiera habido prohibición», pero se apuntó a la «acertada declaración» de José Montilla de «respeto a todas las posiciones». «Se puede discrepar de la decisión pero no se debe politizar», afirmó en consonancia con el presidente de la Generalitat.
Y por si quedaran dudas, Zapatero vino a descartar un apoyo a la proposición de ley del PP para proteger la Fiesta en toda España. «El Gobierno es y será respetuoso con las competencias de las comunidades autónomas», aseguró.
Después de darle muchas vueltas a la cabeza, y pensar como España puede salir de la crisis, he llegado a la conclusión de que SI DEJARAN DE ROBAR LOS POLÍTICOS, no estaríamos como estamos.
ResponderEliminar