sábado, 10 de abril de 2010

DE VIENA A CÓRDOBA (NO TIENE DESPERDICIO)



.JUAN MANUEL DE PRADA

Lunes , 05-04-10


QUIEN todavía sepa un poco de historia no habrá podido evitar un
escalofrío al leer que los musulmanes que irrumpieron el pasado
miércoles en la catedral de Córdoba procedían de Viena. Varias fueron
las ocasiones en que la invasión musulmana trató de conquistar Viena,
sometiéndola a sitio; y varias las ocasiones en que fue repelida por la
liga de las naciones cristianas, en 1532 comandadas por Carlos V. Desde
entonces ha pasado mucha agua debajo de los puentes; y la capital del
Sacro Imperio Romano Germánico ha dejado de ser obstáculo (katéjon, que
diría San Pablo a los tesalonicenses: alusión a la
invasión musulmana, para convertirse en puerta franca y expedita. «Una
gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha
destruido a sí misma desde dentro», escribió en cierta ocasión Will
Durant, sintetizando una enseñanza implacable de la historia.

Y a esa misma enseñanza se acoge hoy la invasión musulmana de Europa.
En su muy recomendable y vitriólico libro, Islam, visión crítica
(Rambla Ediciones, Madrid, 2010), Enrique de Diego recoge una
estremecedora cita del dirigente libio Gadafi: «Hay signos de que Alá
garantizará la victoria islámica sin espadas, sin pistolas, sin
conquista. No necesitamos terroristas, ni suicidas. Los más de
cincuenta millones de musulmanes que hay en Europa lo convertirán en un
continente musulmán en pocas décadas». Esta victoria islámica
profetizada por Gadafi se está produciendo ya, señala Enrique de Diego,
ante nuestros ojos: mientras Europa se entrega a un arrebato
autodestructivo -estancamiento demográfico, extensión de la «cultura de
la muerte», disolución de los vínculos familiares, promoción del
feminismo radical y de la homosexualidad-, los musulmanes procrean con
un vigor inusitado. Y, en medio de este arrebato autodestructivo, nos
tropezamos con un fenómeno paradójico: a la vez que promueve la
descristianización de Europa, el progresismo europeo -con el socialismo
zapateril y su merengosa Alianza de las Civilizaciones a la cabeza-
fomenta la expansión islámica. ¿A qué se debe esta actitud suicida?
Enrique de Diego lo sintetiza con su habitual y expeditiva
clarividencia: se ha establecido una «alianza frente al enemigo común»,
que no es otro sino el cristianismo y, más específicamente, la Iglesia
católica; y a esa alianza táctica de dos fuerzas aparentemente
antípodas la sostiene el «odio común a Occidente», añade Diego. O más
específicamente, me atrevería a añadir, al sustrato religioso y
cultural que hizo posible Occidente.

A nadie en su sano juicio se le escapa que los musulmanes austriacos
que irrumpieron en la catedral de Córdoba no pretendían en realidad
rezar allí. Ningún seguidor del Corán lo haría en un templo donde se
consagran el pan y el vino, pues la mera idea de que Dios se pueda
hacer presente en especies comestibles la reputa blasfema; tampoco lo
haría en un templo que albergue representaciones iconográficas de Dios,
que la fe musulmana tacha de sacrílegas. Para que un musulmán pudiera
rezar en un templo católico primero tendría que producirse su
execración y vaciamiento, la «abominación de la desolación» de la que
hablaba el profeta Daniel; y si estos musulmanes austriacos se
atrevieron a ensayar una pantomima de rezo en la catedral de Córdoba,
venciendo la repugnancia que les provoca el culto que allí se celebra,
es porque quisieron poner a prueba las contradicciones de una
civilización debilitada a la que ven destruirse desde dentro, a la que
esperan dar el golpe de gracia definitivo en unas pocas décadas. Sin
espadas, sin pistolas, sin conquista: mediante la pura y simple pujanza
demográfica.

www.juanmanueldeprada.com

1 comentario:

  1. Cuanta razón tienes amigo, pero como a los políticos les da igual, pues habrá que esperar a que resucite el Cid de nuevo.

    ResponderEliminar