domingo, 14 de marzo de 2010

Una policía nacida para ser masacrada




El domingo 13 de julio de 1980, todas las emisoras de radio y cadenas de televisión abren sus informativos con una grave noti­cia, la muerte de dos guardias civiles en Orio (Guipúzcoa) en un enfrentamiento con un comando de ETA, en el que se utilizan granadas de mano y en el que fallecen también dos terroristas.

La información impide que se divulgue en toda su magnitud otra noticia que ese día publica en primera página el diario El Co­rreo de Bilbao. Según el rotativo, un grupo de entre veinticinco y cincuenta jóvenes, seleccionados a dedo por la Consejería de In­terior del Gobierno Vasco, estaban entrenándose clandestina­mente en la finca Berrotzi, situada en el alto de Azazeta, en la ca­rretera de Vitoria a Estella (Navarra), a unos veinte kilómetros de la capital alavesa, para constituir lo que sería el primer embrión de la policía autónoma vasca.

Los futuros agentes, elegidos en los batzokis del PNV, entre la gente de confianza del partido, llevaban varios días viviendo entre cabras, establos, sacos de pienso, árboles frutales y, junto a los ha­bituales entrenamientos de defensa personal, hacían todos los días ejercicios de fuego real con armas adquiridas ilegalmente.

Las per­sonas encargadas de su preparación física y policial, ex agentes del Mossad y de los servicios secretos británicos, pertenecientes a dos potencias extranjeras, habían entrado en España para impartir instrucción policial y militar sin conocimiento del Gobierno.

De esta manera, la primera y única promoción de ertzainas salida de las campas de Berrozi, la policía encargada de cumplir y hacer cumplir las leyes, inició su aprendizaje vulnerando el Códi­go Penal por posesión y uso ilegal de armas de "fuego"y otros deli­tos conexos.

Y es que, tras varios intentos de negociar con el presidente Adolfo Suárez y el vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado la creación de un cuerpo policial propio, dependiente de la Conse­jería de Interior vasca, sin llegar a un acuerdo, el Gobierno de Ajuria Enea había decidido imponer por la vía de los hechos su propia policía, la Ertzaintza.

Así, resuelto el contencioso entre Madrid y Vitoria, el 1º de fe­brero de 1982 los primeros 680 alumnos seleccionados oficial­mente ingresan en la nueva Academia de Arkaute, un complejo de edificios situados en las afueras de Álava.

Pese a que los nuevos agentes van a cumplir funciones de policía integral y, por tanto, sus sueldos saldrán de los Presupuestos Generales del Estado, el único distintivo visible es una inmensa ikurriña, tal vez la más grande que exista en el País Vasco, que ondea en un mastil de doce metros.

Con su habitual verborrea, Arzalluz lo dijo alto y claro en un mitin de su partido:
"El PNV no va a permitir que se coloquen palos en las ruedas del carro de la paz", para neutralizar las vigilan­cias que la Ertzaintza venía realizando sobre un comando de ETA.

Al día siguiente, Mikel Uribe, jefe de la comisaría de Hernani (Guipúzcoa), la más conflictiva del País Vasco, reunió a todos los mandos y les ordenó paralizar cualquier actuación contra la ban­da terrorista mientras se mantuviera el alto el fuego.

La misma consigna se imparte en el resto de los centros de la policía autónoma, donde se recomienda, además, tratar con guante de seda a los miembros y simpatizantes de HB, sin pre­tender identificarlos ni provocarlos en sus manifestaciones y ac­tos públicos y negociar con los alcaldes y concejales radicales las medidas de seguridad a tomar en las fiestas patronales.

Así, de la noche a la mañana, sin que se hubiese producido ningún acto de arrepentimiento ni pedido públicamente excusas, muchos dirigentes de HB, LAB Y de Jarrai, que se han dedicado a apalear ertzainas, a quemarlos vivos, a dinamitar e incendiar sus coches, a perseguir y a insultar a sus familias, a impedir que sus hijos vayan a las mismas ikastolas, asistan a las mismas escuelas de remo o participen en los campeonatos de pelota vasca, pasan a ser personas honorables.

Los resultados son inmediatos. Mientras los terroristas y sus cómplices campan por sus respetos, profieren gritos a favor de ETA, queman banderas de España, agreden a concejales del PSOE y Pp, queman sus casas y transgreden todos los días los lí­mites del Código Penal, la Ertzaintza permanece de brazos cruza­dos, como si la "guerra" de la banda terrorista con los partidos constitucionalistas no los afectara.

Según el servicio de estadísticas de la Guardia Civil, entre 1987 y 1999 se produjeron en el País Vasco 6.249 actos de vio­lencia callejera atribuidos a jóvenes radicales. Los años de más violencia fueron 1996 y 1997, con 1135 y 971 sabotajes, respec­tivamente.

La intervención de la Ertzaintza, responsable del or­den público, es más que deficitaria. Así, en 1997, la policía vasca detuvo sólo a 75 personas, un tercio del total. En 1999, en plena tregua, los detenidos se reducen sólo a siete personas. En todo el período analizado, más de la mitad de las detenciones se produ­cen en Navarra, donde no interviene la Ertzaintza.

Euskadi es, de esta manera, probablemente el único lugar del mundo donde subirse a un autobús es más peligroso que que­marlo, donde al sacar dinero de un cajero automático por la no­che en determinadas zonas se corre más riesgo que incendiándo­lo y donde llevar un lazo azul en la solapa es más arriesgado que gritar "Gora ETA" o "ETA, mátalos".

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