lunes, 14 de marzo de 2011

«La sociedad nos demanda saber todo lo que ocurrió el 11-M»


Madrid / El Mundo

Esther Sáez protagoniza en Veo7 un desgarrador testimonio de los atentados de Madrid

Zapatero embustero

Esther Sáez no había hablado antes en un medio de comunicación. Nunca había contado públicamente lo que le ocurrió el 11 de marzo de 2004. Lo que pasó después para intentar recuperarse y cómo ha continuado su vida a pesar de todo. Esther Sáez es una mujer que tiene mucho que enseñar: su sonrisa perenne, su tranquilidad de ánimo, su capacidad de perdón.

Que «el secreto está en remar mar adentro», en «buscar dentro de su interior la solución al problema» para «luego crecer por encima de ello». La fórmula que le ha permitido sobrevivir a aquella bomba de El Pozo. La que ofrece a quienes lo pasan mal y están a punto de tirar la toalla.

El plató de En confianza, en Veo7, fue ayer el escenario en el que Casimiro García-Abadillo presentó públicamente a una persona que no puede ser calificada sino de magnífica. A un ser anónimo víctima de la barbarie cuyo mérito consiste en haber sobrevivido, pero no sólo. Y todo gracias a su fe, la misma que muestra al asegurar que «la sociedad nos demanda saber qué paso el 11-M».

Esther Sáez viajaba en uno de los trenes de la muerte camino de su trabajo «en investigación de fármacos nuevos». Por aquel entonces, esta farmacéutica investigaba medicamentos para «el cáncer de ovario y la angina inestable». Como todos los días, hojeaba un periódico gratuito -«a esas horas tenía un poco de sueño, la verdad»- y no prestó atención a quién estaba sentado a su lado.

«Nada en especial». Aquel 11 de marzo ninguna cosa le llamó la atención más que cualquier otro día. Pero sí hubo algo diferente. Algo que marcaría su vida y la de mucha otra gente: «Estaba en el mismo vagón de la bomba».

De entonces sí guarda un recuerdo: «El boquete de la chapa, a mi lado». Estaba consciente, oía con dificultad las voces y gritos de su alrededor. Supo que junto a ella había «un chico joven», y que «estaba muerto». Pero los recuerdos son extraños. Mientras niega con la cabeza y se muerde el labio, explica: «Lo que pasa es que no recuerdas exactamente todo, una historia hilada que contar. Son flashes, porque al final es un shock tan tremendamente grande, es tan irracional todo, que a la mente no le da tiempo a procesar».

Con voz queda, tranquila, y la sonrisa esbozada en su rostro, insiste: «Eres muy consciente de que hay muchísimo dolor». Y para dolor el suyo. Con la misma quietud cuenta cómo la anestesista del Gregorio Marañón se sorprendió al verla tan tranquila. «Lo único que le dije es 'no puedo respirar'», explica.

Claro que no podía respirar. El cuadro clínico que enumera sobrecoge: «Llegué con sección de la arteria hepática, me estaba desangrando y no lo veía, estallido de los pulmones, los albeolos quemados, la cabeza abrasa por detrás (...) y tuve un coágulo en la cabeza».

De los restos del vagón salió «como a la sillita la reina», en brazos de dos personas que se quedaron a su lado. «Me dejaron en el suelo y estuvieron conmigo hasta que llegaron las asistencias. Y hay una persona, a la que sería incapaz de reconocer, que estuvo a mi lado diciéndome todo el rato 'tú tranquila que vas a salir de esto'», narra.

Nunca más supo de ellos, que «fueron el aliento que necesitaba para luchar». Mientras, su mente sólo «intentaba procesar 'hay que sobrevivir', nada más». Después llegaron 40 días en el hospital. Pese a que todos sus órganos, asegura, están tocados, nadie diría que hasta los huesos de su cara «estaban quemados».

Pero además de los daños físicos, severos, estaban los psicológicos: «Tuve que aprender a hacer ejercicios de memoria, porque, suena duro decirlo, pero hasta se me olvidó que tenía hijos». La vuelta a casa fue «tremendamente dura». Primero tocaba reconocer el hogar, «ver las habitaciones y ver todo». Ya por la tarde, «vinieron los niños», de 3 años y 18 meses. El mayor la abrazó y le dio «un montón de besos», el pequeño «no me quería ni ver». Ella asegura que es normal, que un niño tan pequeño, «muy enmadrado», necesitara tiempo para asimilar su estado.

De todo eso, y de lo que vino después, la dura recuperación -incluidos tres años de tratamiento psiquiátrico por los flashback del atentado que sufre- y el aprender otra vez a vivir -«aprender a hablar y a andar de nuevo»-, lo que le ha quedado es «el apoyo de la gente», de lo que ella denomina «gente sencilla»: «La que, mientras yo me estaba muriendo, estaba en la calle para dar sangre o sólo para una manifestación».

Pero si algo fue clave en su recuperación fue su fe. «En ese momento no tienes más remedio que hacer un encuentro contigo mismo. Y en ese encuentro contigo mismo te das cuenta de que sobrevives si tienes algo fuerte dentro de ti», explica.

Tal es su fe, que asegura haber perdonado «porque me han enseñado que hay que perdonar», lo que le «ayuda mucho» porque le hace «crecer como persona».

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