Alerta Digital
Pilar Rahola
Me sorprende la sorpresa general. Asesinan a decenas de cristianos en Nigeria, y nos preguntamos qué pasó. ¿Por qué los matan? ¿No habíamos quedado en que no existía el choque de civilizaciones y en que el tal Huntington era una especie de incendiario que no aceptaba las bondades de la hermandad planetaria? ¿No estaba claro que las religiones se amaban entre dioses tanto como deseaban entenderse entre mortales? Entonces, ¿qué ocurre en Nigeria? Será cosa de los africanos, dicen los listos, que ya se sabe que tienen sus cosas. Pero entonces, ¿qué ocurre en el resto de los países? ¿Por qué huyen de sus casas los cristianos iraquíes? ¿Por qué ha disminuido tanto la población cristiana de Belén? ¿Por qué viven aterrorizados los coptos egipcios?
¿Por qué son hostigados los cristianos pakistaníes? Y así hasta el infinito de una colección de preguntas que resultan tan vistosas como fútiles. Porque sabemos la respuesta. La sabemos, pero ¿nos atrevemos a decirla? Para nada, no en vano estamos sometidos a un terror cósmico que nos atenaza las palabras y nos convierte en avestruces asustadizos, cuya cabeza en el agujero deja el trasero al aire. La respuesta es simple y demoledora: el islam político, tanto en su derivada legal, como en sus variadas fracciones radicales, es abiertamente hostil al resto de las religiones que palpitan en su interior.
Ya no se trata de la división clásica entre el Dar al Islam (la casa del islam) y el Dar al Harb (la casa de la guerra), sino de una reislamización radicalizada que, asentada en una tecnología moderna y en una riqueza astronómica, cree que ha llegado el momento de imponer su dominio. La idea del diálogo entre religiones es una idea moderna que, hoy por hoy, practica el cristianismo con convicción –alejado, afortunadamente, de sus veleidades imperialistas violentas de antaño–, pero que no practica para nada el islam. Cohabitan, se interrelacionan con cruzados e infieles, pero desprecian profundamente al cristianismo, tanto que cultivan ese desprecio en todos los relatos posibles: desde la escuela hasta los medios de comunicación, desde la literatura hasta la ideología. Y allí donde dominan, tanto vía leyes como vía violencia, tratan a los cristianos como auténticos siervos sin derechos.
¿Cómo puede sorprendernos que cuatro locos asesinen a cristianos en Nigeria, si el faro del islam, Arabia Saudí, condena a muerte a un ciudadano por mostrar una cruz? Si sus derechos están brutalmente diezmados en la mayoría de los países musulmanes. La deriva violenta sólo es el resultado último de una política oficial que, a la luz de la legalidad, segrega, desprecia e impide ser cristiano en esos países. Y nosotros callamos, miramos a otro lado y, estrujados de miedo, hasta reñimos al Papa cuando dice que en nombre de Dios no se puede matar. Hemos abandonado a los cristianos que viven en el islam.
Últimamente con sus comentarios sobre el islam o islamismo, parecen más bien acertados, que con otros temas, y eso denota que aún tiene perspectivas de ver lo que no nos interesa a nadie, incluída a ella, y eso es bueno.
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